viernes, 30 de diciembre de 2022

El olvido está lleno de memoria (Por Marcelino Iglesias)


 

Un encargo me hace el Furriel en Jefe sobre recuerdos de aquellas navidades tristes, pero a dónde acudir, memoria, si  estás poblada de olvido. Sin embargo,  parafraseando un memorable título de Mario Benedetti: El olvido está lleno de memoria. Y aunque hayamos ya recordado tantas vivencias en común y, en consecuencia, las que siguen es posible que ya hayan aparecido en el relato de quienes vienen participando en la tarea del rescate colectivo, me atrevo, aun así, a plasmarlas desde mi punto de vista. 
… 

Habla memoria, habla. Silencio. Apenas voces apagadas, voces en la niebla; siluetas apenas. Habla memoria, insisto.

 

Sensaciones diluidas, lejanas, apenas filamentos deshilachados. Y de pronto, por arte de ensoñación, cierro los ojos y veo. Este es uno de mis deportes favoritos, en el que con el paso de los días, del primer curso ya, me siento un experto: me anego en sus cálidas bocanadas de morriña: viajar a la tierra añorada, espacio ensoñado. Y sí, ahí, en ese territorio sin tierra, soy libre a pesar de los límites vallados del colegio.

Recuerdo ahora cuánto me gustaba, cuando íbamos de paseo a Quintana, a Fresno o a cualquiera de los otros destinos habituales, ya de regreso al atardecer, perder la mirada en las montañas que descuellan, al final de la meseta, allá al fondo. Tan lejos y sin embargo tan cerca. Y mi imaginación las sobrevuela y en viaje aéreo, a voluntad, me trasladaba al otro lado de la cordillera.

Habla memoria, habla

 

Y vuelves al espacio de cuando entonces.

No, hoy ya no hay clase: es el primer día de las vacaciones de Navidad. La mañana es fría, la niebla espesa. Llevamos ya unas cuantas horas del solsticio de invierno: la noche es total aunque sean ya las ocho de la mañana. 

Nos acabamos de despertar con música y así será mientras dure el periodo navideño: villancicos que nos acompañarán hasta el día de Reyes. Hoy  no hemos dado la vuelta a la finca, hemos hecho aquellos elementales ejercicios de gimnasia en la recreación según orden y  ritmo que marca el P. Cura. 

Hace frío, mucho frío. Según el parte meteorológico que nuestro compañero Leonardo del Olmo ha oído en su radio galena, se prevé nieve cuando esta misma noche entre una  borrasca por el noroeste. Y comparto la inquietud y el deseo de que tal fenómeno acontezca: fascinación por la nieve.


Habla memoria, habla.


Saltan, a capricho, danzarinas, las fechas, el año (Navidades, sí: pero ¿1963?, ¿1964?) en que cayó una nevada de época en torno a la Nochebuena, una nevada que se prolongó, con intermitencia, durante tres o cuatro días. Vinieron después otras tantas jornadas de heladas, con temperaturas que rondaron entre diez y doce grados bajo cero. Y después, con una considerable capa de nieve congelada, volvió a nevar en fecha próxima a Reyes. Nieve abundante y esponjosa sobre nieve helada. Y de nuevo las heladas, de tal modo que la capa blanca cubrió el paisaje hasta los primeros días de febrero, protegida del deshielo por la niebla persistente, intensa, que se prolongó (creo no andar muy descaminado)  hasta los primeros días de febrero. Y, en consecuencia, durante bastantes fechas no hubo competición en los distintos deportes rotatorios que constituían la liga. 


Habla memoria, habla.


Pero por fin salió el sol, disipó las nieblas, subieron las temperaturas y, en pocos días, se derritió buena parte de  la nieve. Y llegado aquí el recuerdo se impregna de desagrado: desde la infancia, nada hay que me entristezca más que la nieve enfangada, que la nieve derritiéndose: la trolla que decimos en asturiano.


Habla memoria, habla. 


Y entonces  se filtra el recuerdo de los tremendos y dolorosos sabañones. Por la noche, cuando a fuerza de cobijarse bajo las mantas y conseguir entrar en calor, el tormento de los picores se hacía insoportable. 

Y mientras evoco tan molesto y doloroso recuerdo, acude a esta cita  la lectura de un poema de la inmensa poeta asturiana Olvido García Valdés:

 

ELLA dice: mi hija

Tiene sabañones, casi

no puede calzarse.

Pero antes era peor,

yo me acuerdo

de llevar una mano vendada

todo el invierno.

 

Y yo recuerdo a tantos de nosotros, con las puntas de las orejas y los dedos de manos y pies  con ampollas, enrojecidos, abultados y en algunos casos,  llagados.

… 

Habla memoria, habla.

Marcelino Iglesias




miércoles, 28 de diciembre de 2022

ICLINACIÓN DE LA TORRE DEL SANTUARIO

 En las últimas fecha los técnicos del Ayuntamiento de Valverde de la Virgen detectan una ligera inclinación en la torre del Santuario de la Virgen del Camino. Se repite lo sucedido en la torre de Pisa.

El volteo de las campanas hacia un lado puede ser el origen de tamaño imprevisto. Se sugiere volteen para el contrario, más que nada para compensar.

En la fotografía, tomada de este lado,  puede apreciarse a simple vista el ángulo de inclinación.

Observen.




LA ESTRELLA COLORÁ DE LA NAVIDAD 2022 por Jesusito el Herrero (6)

 


domingo, 25 de diciembre de 2022

FERNANDO MUÑOZ BOX NOS FELICITA

He querido felicitar a todos en el Blog. Pero mi ordenador está hoy de fiesta por lo visto (Ya le dije ayer que no bebiera tanto…)

Por eso os felicito al furriel por email con el ruego de que trasmita por el Blog mi recuerdo, cariño y felicitación a tantos que recuerdo tan a menudo.

Feliz Navidad. Feliz Año Nuevo.

Muchos abrazos
Fernando



LA ESTRELLA COLORÁ DE LA NAVIDAD 2022 por Jesusito el Herrero (5)

 


viernes, 23 de diciembre de 2022

CARLINOS TEJO NOS FELICITA CON VILLANCICO

 Si en la Virgen del Camino la seña de identidad navideña era el villancico LA BAILA, en el coro Peñasanta de Cangas de Onís tenemos LA ALONDRA.

Villancico compuesto por Falo Moro hace 60 años para esta agrupación coral a la que pertenezco.

Felices fiestas de Navidad.

Carlos Tejo





JUAN CARLOS CORDERO NOS FELICITA LA NAVIDAD

 

El querido compañero y padre Dominico Juan Carlos Cordero nos felicita esta Navidad.



martes, 20 de diciembre de 2022

sábado, 17 de diciembre de 2022

17 DE DICIEMBRE

 Hoy era el cumpleaños de mi hermano Andrés, el mejor de los Cortés.

¿Qué celebras hoy Ito, que habéis puesto el cielo tan brillante?




Ojalá mi regalo de navidad fuera volver a verte.



jueves, 15 de diciembre de 2022

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) Capítulo 12 . Isabelita

Pero después de esta peripecia vino otra no menos pintoresca, y también con origen ministerial. Una mañana un subdirector me pidió que le prestara una serie de fotos sobre el románico de la provincia de Palencia para una publicación. Me presenté en su despacho de la planta baja en unos minutos. Yo estaba en la cuarta, tres pisos más arriba. Me recibió muy campechano, casi con camaradería y expuso sus necesidades en forma de lista de lugares e iglesias y por mi parte, como a esas alturas yo tenía ya una buena colección de fotos sobre el asunto, quedé con él para entregárselas al día siguiente. Todo muy bien. El tío parecía listo y buena persona, y además disponía de un físico más propio de un atleta que de un cargo público: una fachada muy impresionante, moreno, ojos negros del mismo color que su amotinado flequillo, y unas mandíbulas que muchos héroes de guerra hubieran querido para sí.


Al llegar de nuevo a mi mesa de trabajo le conté los pormenores de la entrevista a mi compañero Antonio, el cual me puso inmediatamente al corriente de lo que debía conocer para que nada se torciera. Antonio era callado, aunque mejor sería decir discreto. Era amigo de todo el mundo y todo el mundo le apreciaba, sobre todo porque tenía criterio propio y siempre acertado. Por lo tanto todo el mundo le informaba, como quien no quiere la cosa, de todo lo que pasaba por arriba, por abajo y por los laterales.


Según Antonio, el subdirector, que se llamaba Carlos, era un reconocido senderista. Pasaba los fines de semana subiendo y bajando montañas por los Pirineos. Normalmente iba siempre acompañado por un grupo de amigos, todos «maricones» —en expresión más propia de aquella época que de Antonio, siempre cuidadoso con este tipo de cosas—. Así que me dijo que anduviera con cuidado con él, no fuera a invitarme a una excursión de montaña y terminara en el huerto. Eso o lo contrario, que en caso de no ser de los suyos, estuviera buscando un efebo para servírselo en bandeja a su señora esposa, también funcionaria, y así subsanar su ausencia con una presencia más activa que él, al menos en materia sexual. Parecía ser que el tal Carlos estaba de acuerdo con «Isabelita» —que era como se la conocía en el ministerio—, y viceversa, en que lo mejor era estar los dos contentos y satisfechos desde el punto de vista biológico. Es decir que ella conocía perfectamente las tendencias sexuales de él y él las de ella, que venían a ser coincidentes, o sea, que a los dos les gustaba muchísimo el género masculino, y no le importaba lo que hiciera el tal Carlos si a ella le daban solucionado el problema de los fines de semana.


Con esta información vital de Antonio, volví al despacho del subdirector. Y allí estaba casualmente Isabelita, a la que por cierto ya conocía porque era una de esas personas que saludaba a todo el mundo, a todas horas y en todas partes y, además, ya habíamos coincido en la cafetería varias veces y habíamos intercambiado alguna charla ocasional. Isabelita puso cara de sorpresa al verme, pero se le notaba mucho que era todo un poco fingido.


Isabelita era, o más bien estaba, tremenda. Una de esas chicas a las que todo el mundo mira disimuladamente, quiero decir, todo lo que se puede mirar sin parecer grosero. Por sacarle alguna pega se podría decir que tenía los ojos un poco saltones, pero claro, también tenía otras cosas saltonas bastante más impactantes y, desde luego, gratificantes para la vista, así que solía tener bastante éxito entre la masa social. 


Cuando terminó el visionado de mis fotografías, y por lo tanto la reunión, ya tenía Isabelita la excusa perfecta para invitarme a un café «casual» y de paso tomar las riendas del asunto. Para empezar se pasó tres calles alabando mis fotografías que, en honor a la verdad, eran bastante modestas. Y luego, como no podía ser menos, intentó disimuladamente conocer mi disponibilidad de tiempo el próximo fin de semana, si tenía hijos o no, el nombre de mi pareja si hubiera y, en ese caso si me iba bien o regular, en fin, nada nuevo bajo el sol: todo lo necesario para perfilar una estrategia con posibilidades de éxito, o lo que es lo mismo, para satisfacer sus deseos y, supongo, también los míos, porque durante la conversación no escatimó el contacto físico de apariencia inocente o casual —puesto que estábamos en un espacio público—. En definitiva, un lenguaje corporal tan claro que ni siquiera me pasó desapercibido a mí, que soy un auténtico desastre en este tipo de asuntos.


Como terminamos el primer café, el primer bollo, el segundo café, el segundo bollo y, finalmente ella su tercer café, me volví a mi despacho. Y allí estaba Antonio con una sonrisita sarcástica esperando a que le contara, pero conociendo de antemano, punto por punto, la conversación con Isabelita. Como no pude reprimir la sorpresa ante su anticipación me aclaró que ni era el primero ni sería el último en pasar por trance parecido, algo que era «vox populi» como pude comprobar más adelante. Y luego me recomendó tener preparada una buena excusa si no me interesaba el rollo, porque lo siguiente sería invitarme en breve a cenar en su casa aprovechando la ausencia de su marido. Se decía, añadió con ironía Antonio, que cocinaba a las mil maravillas y en la cama era un ciclón de las Azores, según narraban los que ya habían pasado por el trance, que no eran pocos y que indefectiblemente eran informantes de mi amigo.


Pasados unos días, efectivamente, me invitó a cenar a su casa, pero yo la dije que justo ese fin de semana tenía ya previsto un viaje a un monasterio burgalés para hacer fotos y me era ya imposible deshacer la cita que tenía con el abad. Aunque era cierto, también era cierto que en aquel momento estábamos pasando por los difíciles tiempos de los primeros contagios del sida y no me ofrecía ninguna seguridad una persona tan activa desde el punto de vista sexual, por muchos preservativos que uno se enfundara, como luego se comprobó, porque el propio subdirector lo pilló y se salvó de milagro, aunque de esto se enteró poca gente en el ministerio. Pero Antonio, perfectamente informado, me lo contó, pasados algunos meses, con pelos y señales.


Después de ese primer rechazo por mi parte, no hubo ya más ocasiones. Se ve que debió de pensar que yo también viajaba demasiado y no podía permitirse el lujo de quedarse en blanco los fines de semana. El lunes estaba ya otra vez en la cafetería tomándose otro «primer café» con un nuevo satélite. No perdía el tiempo. Me acerqué a saludarla y me preguntó qué tal me había ido en Burgos, y yo la contesté que la podría decir que bien cuando estuvieran las fotos reveladas. Estábamos todavía en la era analógica y para la digital aún faltaban muchos años, pero a ella le daba igual. Ese no era su mundo. Al satélite le dije que fuera a hablar con Antonio en cuanto terminara su café.

viernes, 9 de diciembre de 2022

FALLECE EL PADRE TELLO

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Me llega la noticia del fallecimiento de nuestro queridísimo padre Tello en Villava. La noche del pasado martes.

Descanse en paz.

Se va el religioso más bueno y más querido que he conocido. Muy dolorosa la pérdida. Nos seguirá cuidando desde el cielo.


El P. Tello entre alguno de nosotros: Tere, Pili Cortés, San José, Quique Muñiz, Andrés Cortés, Martín, Pajarín, Felipe Tascon y Froi Cortés.


miércoles, 7 de diciembre de 2022

SOMBRAS FAMILIARES (Por Marcelino Iglesias)

 Os comunico la salida, el pasado martes, de la nueva novela de nuestro compañero Marcelino Iglesias.








lunes, 5 de diciembre de 2022

LAS ESTRELLA COLORÁ DE LA NAVIDAD 2022 por Jesusito el Herrero (1)

 Jesusito Herrero (gloria del 61) no podía faltar a la cita de la Navidad de este 2022, (triste y trágico para algunos) que prontito finaliza.

Hoy os dejo un aperitivo.

Gracias maestro Jesús.




viernes, 2 de diciembre de 2022

ESTADÍSTICAS DEL BLOG (a 1 de diciembre 2022)




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miércoles, 30 de noviembre de 2022

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) Capítulo 11 . Vicky

 

Eso es exactamente lo que sucedió con Vicky, una chica cuarentona, rubia, delgadita pero con curvas más que convincentes, ojos azules risueños, sonrisa rápida y dulce y manos finas y delicadas. Se decía que era amante de un subsecretario, el cual aprovechaba el cargo para perderse los fines de semana en parajes ignotos con Vicky, normalmente con la excusa de reuniones y congresos al más alto nivel, algo a lo que supuestamente le obligaba el cargo, con lo cual su santa esposa se quedaba más o menos resignada en casita, aunque a buen seguro consciente de que el contundente sueldo ministerial compensaba las ausencias. 

 

Vicky era funcionaria del Ministerio de Trabajo y ocupaba un cargo bastante decentito para una chica con expectativas de prosperar en la Administración. Creo recordar que era jefe de servicio. Mi amigo Calixto, que era jefe de área, me la presentó un buen día aprovechando que había quedado con él para llevarle algunos dibujos que iban a ilustrar una publicación del departamento.

 

Vicky tenía una libido potente. Eso me quedó claro desde el primer momento. Su manera de hablar dulce y sus miradas radiográficas sobre mi persona física, que por aquel entonces estaba bastante potable, fueron suficientemente ostensibles. Como quiera que también se comentaba en los corrillos sedicentes que el señor subsecretario tenía, además, otro «ligue» —supongo que para diversificar prácticas carnales, amén de los imperiosos requerimientos hormonales—, la pobre Vicky estaba permanentemente de caza, más que por sus propias necesidades, por demostrarle al «subse» que ella tampoco era manca.


En aquella primera ocasión en que fui presentado a la aludida, y después de esa primera inspección sumaria, no fui capaz de prever el peligro. Pero en la segunda, cuando fui a entregar el resto del trabajo a Calixto, Vicky llevaba ya ropa de trabajo, es decir, un vestidito de escote generoso que apenas le cubría la mitad del muslo, lo que unido a la tela liviana con la que estaba confeccionado, permitía apreciar con claridad los vaivenes y turgencias de las carnes cada vez que se movía. Como según parece mi timidez congénita le excitaba bastante —vete a saber por qué—, empezó a pasearse por el despacho con la finalidad aparente de coger o recolocar objetos, pero sin necesidad, o mejor dicho, con la necesidad de exhibirse para poner en movimiento mis hormonas, ya que, aparentemente, yo me mostraba un tanto pusilánime, para no perder la costumbre. Aunque lo cierto es que eran tiempos en los que todavía se miraban con lupa los asuntos de la moral, lo cual suponía para mí una confusa barrera relativamente franqueable y, además, siempre me he considerado un poco patoso en asuntos amatorios, lo que me producía una extraña sensación de inseguridad, agravada aún más por la posibilidad de no estar a la altura, por mi inexperiencia, de los incuestionables requerimientos de Vicky, lo cual suele ser causa genérica de los famosos gatillazos, algo que hunde en la miseria al género masculino y en la desesperación al femenino, cuando no en el sarcasmo.

 

Una vez entregado el trabajo, Vicky me invitó a ir a su despacho para facilitarme una nueva relación de dibujos y fotos para comenzar una nueva publicación. Supongo que esa sería la excusa, porque eso mismo podría haberlo hecho en presencia de Calixto, por lo que tampoco sería descabellado pensar que estaba maniobrando para llevar el agua a su molino. Mientras se demoraba buscando en varias carpetas una hipotética lista de encargos, empezó a preguntarme por mis actividades artísticas, mis expectativas funcionariales, mis gustos personales y un sinfín de preguntas más bien encaminadas a delimitar y conocer el terreno que pisaba. Finalmente, y con un fingido desinterés, me preguntó si estaba casado, si tenía hijos y si me iba bien en el asunto del matrimonio. Una pregunta demasiado nítida como para creerse la indiferencia con la que fue formulada. Así que yo contesté con un difuso «si» a todo con el mismo grado de apatía, aceptando el juego y dando a entender mi predisposición a dejar la puerta abierta.

 

Para rematar la actuación se llevó desmayadamente las manos a la nuca con un ligero gesto de dolor y giró el cuello dos o tres veces mientras ponía cara de desesperación. Lo cual me obligó a preguntar si le dolía el cuello y a ella a contestar que sí, pero que era inevitable porque la causa no era otra que una mala postura trabajando en el ordenador. Por lo tanto, y como si el guión ya estuviera escrito inexorablemente, me ofrecí a darle un poco de masaje en el cuello, y ella a contestar que «por supuesto», que «sería estupendo».

 

Me acerqué por detrás y le masajeé el cuello y los hombros durante cinco minutos mientras respiraba profundamente y lanzaba aullidos de satisfacción al tiempo que yo, colocado a su espalda, veía más de lo que necesitaba ver, o ella, dicho de otra manera, enseñaba más de lo que necesitaba enseñar. La cosa terminó inopinadamente porque alguien llamó a la puerta del despacho y hubo que recomponer el escenario a toda prisa. No hubo más aquella vez. Ella ya tenía datos suficientes para organizar la siguiente escaramuza. El que llamaba entró y me fue presentado como Secundino. Un funcionario anodino —valga el ripio— aparentando tener menos expectativas de ascender en una hipotética carrera administrativa que un pianista manco. Se aburría en el trabajo y para darle picante solía poner todo tipo de pegas a todos los que tenía por debajo, que tampoco eran muchos, porque solo era jefecillo de negociado y, por lo tanto, no tenían mucho recorrido sus necedades.

 

En la siguiente reunión en el despacho, y una vez cumplimentada satisfactoriamente la excusa de entregar las fotos y dibujos del encargo, Vicky me explicó su problema con uno de los enchufes que tenía en el dormitorio de su casa, y que consistía en que cada vez que pulsaba el interruptor de la lamparita de la mesilla de noche para leer, soltaba chispas y hacía saltar los plomos y se armaba un cisco tremendo y, por supuesto, con el consiguiente peligro de incendio. Y además, si no podía leer antes de dormir, no cogía el sueño ni a tiros, y si iba al trabajo sin dormir, ya ni te cuento… Ante semejante panorama dantesco, me pidió implorante si yo le podría ayudar en el asunto, para lo cual tendríamos que ir a su casa con el fin de solucionar el problema. Y, naturalmente, yo no pude negarme. Media hora más tarde llegábamos a su casa, una especie de chalet adosado y ajardinado en los aledaños del paseo de la Habana. Era un día típico de primavera soleado y caluroso sin excesos, lo que daba lugar a llevar, también sin excesos, la ropa, ya se sabe: blusita semitransparente y pantalones suficientemente ajustados para evitar el problema de tener que andar adivinando las cosas. Dentro de la casa un salón espacioso con grandes butacones, floreros por doquier y cuadritos, o más bien láminas, pero a distancia y en penumbra daba lo mismo. Después de los elogios de rigor por mi parte referidos a la decoración —que debieron de sonar más bien como propios de un chico educado—, me llevó sin dilación a su habitación, donde se suponía que estaban todos los problemas, es decir, el del enchufe que hacía chispas, el de las bajas pasiones recalentadas y el de mis temores de orden moral al intuir —sobre todo cuando corrió las cortinas de las ventanas—, lo que se avecinaba.

 

Me lo puso fácil. Empezamos por el enchufe, para lo cual tenía ya preparados dos destornilladores nuevecitos, lo que me hizo pensar en lo poco casual de la avería y en la perfecta planificación previa de la escena. Mientras yo empezaba las maniobras con uno de los destornilladores ella se fue, según dijo, al cuarto de baño para ponerse cómoda. Y justo cuando terminé de cerrar el interruptor, ya arreglado —aunque no tenía más avería que un cable ligeramente suelto—, y encendí la lámpara para comprobar si funcionaba, apareció Vicky, enfundada, es un decir, en una liviana bata de seda, aplaudiendo animosamente el resultado. Luego dijo que ella también quería darle al interruptor, para lo cual se tumbó sensualmente en la cama y estirando el brazo —movimiento muy estudiado porque enseñó todo lo que quería que se viera—, encendió y apagó dos veces y quedó complacida, al menos desde el punto de vista eléctrico. Por cierto, con aquella luz era imposible leer, lo cual me hizo cavilar sobre la evidente desidia en la preparación de los detalles escénicos. Con una bombilla ligeramente más potente no se hubieran desatado mis recelos, evidentemente.

 

La introducción a la solución del segundo problema, el de la libido exaltada, consistió en colocarse boca abajo y solicitarme lastimeramente unos masajes en el cuello y los hombros, cosa a la que accedí mientras ella despejaba la zona aludida. Naturalmente no llevaba nada debajo, lo que reactivó mis inevitables problemas de orden moral relacionados con la fidelidad matrimonial, tan típicos de la época, sobre todo en merluzos como yo. Pero pudo más la carne, me refiero a la suya, así que inicié con mucha suavidad el masaje, a lo cual ella respondió con una especie de suspiros de placer y con algunas contracciones involuntarias de las caderas, lo que me dejó literalmente a los pies de los caballos, entre otras razones porque a los gemidos se añadió la tremenda visión de la bata marcando los volúmenes de las nalgas. Bajaba ya la mano por la espalda con claras intenciones de olvidar las tablas de la ley cuando, de pronto, se oyó el ruido de la grava que suele hacer un coche al aparcar justo al lado de la venta. ¡Joder, mi hermana!, exclamó Vicky descompuesta, y acto seguido se levantó de un salto y me dio instrucciones de sentarme en una de las butacas del salón y presentarme yo mismo a su hermana mientras ella se vestía a toda prisa en el cuarto de baño, dentro de la propia habitación.

 

La hermana de Vicky se llamaba Valentina, Tina para los amigos, simpática sí, pero no sé porque me dio la sensación de que era la que cortaba el bacalao allí. Tenía mandíbulas bastante cuadradas y un físico que podría definirse como metálico, duro, frío y poligonal, sin ápice de emociones sinceras; las pocas que dejaba traslucir, además de escasas, eran impostadas. Pero era muy educada y todo trascurrió con total naturalidad: Hola, qué tal, soy Jesús, compañero de Vicky y he venido a ayudarla con un problema en un enchufe. Encantada, pero siéntate, ¿quieres tomar algo? No, no, gracias, estábamos a punto de irnos, contesté bastante aliviado, no solo por no haber rematado el asunto de Vicky, que vete a saber cómo hubiera terminado —y no lo digo solo por la cuestión sicalíptica, a la que habría que añadir un posible compromiso adquirido, a corto plazo al menos, de manera tan imprevista—, sino también con una cierta complacencia porque en este caso no fui yo quien se echó para atrás sino las circunstancias inesperadas las causantes del desenlace.

 

Salió Vicky del cuarto de baño y se presentó vestida con recato y con cara de no haber roto un plato, con naturalidad. Luego nos volvimos al despacho. O mejor dicho, la llevé en mi cascado «127 amarillo» y la dejé en la entrada de su oficina después de darme un intachable e incongruente beso en la mejilla y de agradecerme muy educadamente el arreglo del enchufe, hasta el punto que, en cuanto desapareció por la puerta no tuve más remedio, ante su actitud recatada y virtuosa, que volver la vista a los asientos de atrás por si se había colado subrepticiamente su inoportuna y vigilante hermana Tina.

 

La cosa es que solo la volví a ver otra vez, porque una vez terminado el trabajo que me había llevado hasta su despacho, estuvo más bien tirando a fría, y cuando volví a ver a mi amigo Calixto ella estaba en una reunión, y la siguiente vez en otra y a la tercera desapareció destinada a otras oficinas. Creo yo que debió de tener algunas palabras fuertecitas con su hermana según las malas lenguas y, para colmo, el señor subsecretario consolidó su proyecto amatorio con la competencia, con lo cual se quedó en dique seco, cosa que sentí porque era buena persona, creo yo.

 

Alguna vez pregunté a mi amigo por ella pero me dijo que no sabía nada, tan solo que estaba de jefa en unas dependencias del INEM y por desgracia no sabía en cual. Sospecho que se trataba de un premio de consolación por parte del «subse». Pero luego pensé que fue ella la que me ayudó a superar algunas estúpidas barreras morales referentes al sexo, por no hablar del torpe sentimiento de «pecado» que todos solíamos tener en aquellas épocas de los comienzos de la transición, cuando no se hacían las cosas a gusto del clero dominante. Y, por otro lado, pensé, tampoco hubiera podido llegar muy lejos con una persona acostumbrada a las disponibilidades de un alto cargo de la Administración porque, no nos engañemos, el problema no eran los recursos económicos sino más bien las posibilidades de ascenso rápido, como parece que terminó sucediendo cuando el subsecretario la subió de nivel para quitársela de en medio. Lo normal conmigo era que se hubiera quedado incluso sin los fines de semana en parajes ignotos, que era lo que más le gustaba en cuestiones de ocio. Un desastre. Así que al final terminé alegrándome por ella, sabiendo que, por supuesto, iba a terminar pescando algún pez aún más gordo y con más enjundia.


domingo, 27 de noviembre de 2022

PORTADA DEL DIARIO PROA DE león

 Día de inauguración del Santuario de la Virgen del Camino.





lunes, 21 de noviembre de 2022

EL ALTAR DE SAN FROILÁN

 


Estaba mirando esta fotografía del interior del santuario tomada desde el coro y me pareció una más de cuantas ya conocemos.

Pero mira tú que, fijándome un poco en ella, encuentro a un fraile celebrando misa en el altar lateral, el de san Froilán.

Y se te fijas más detenidamente, observarás, a sus espaldas, a un seguro apostólico que le ayuda en la misa.

Y he recordado que ir a ayudar a las misas en el santuario a las primeras horas del día era un privilegio que nos concedían el día del cumpleaños. Y lo recuerdo como un día triste.

¿Recuerdas?

Hoy el altar no está muy bien cuidado que digamos, como tantas otras cosas.





miércoles, 16 de noviembre de 2022

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) Capítulo 10 . Loles la De Santiago

 


En San Vicente la vida era tranquila y placentera. De vez en cuando el ayuntamiento de la villa organizaba conciertos de música clásica (cuartetos de cuerda, quintetos de viento y alguna que otra coral provinciana de esas que gritan más que cantan). A esos conciertos solía ir la élite más pudiente de los veraneantes, no tanto por razones culturales sino porque al final los conciertos siempre tenían todas las connotaciones de acto social exhibicionista, ya fuera de joyas, modelitos de moda o carnes turgentes asomando por escotes amenazantes o arriesgados, según su portadora. Los conciertos se programaban por la tarde, al aire libre, aprovechando espacios tan románticos como el antiguo y ruinoso convento de San Luis. Pero si llovía o amenazaba lluvia, lo cual no era raro, más bien habitual, el concierto se trasladaba a la iglesia y asunto concluido. 

sábado, 12 de noviembre de 2022

MANUAL DEL EXORCISTA


Fray José María García Trapiello —hermano de los escritores Andrés y Pedro—, que ejerce como exorcista en la diócesis de Santiago de Compostela, es autor de un Manual del exorcista, donde relata su experiencia en tal ámbito. El dominico leonés hizo un ‘master en exorcismo’ en la Universidad Ateneo Pontificio, donde recibió lecciones sobre satanismo y posesión diabólica.

En una entrevista concedida al diario de León con motivo de la publicación de su libro Igual que cerezas —donde reúne viejas palabras— fray José María, capellán del monasterio de Belvís, explicó que la gente suele ver al exorcista tras el tamiz «romántico o esotérico» con el que han pintado cine, televisión y literatura su labor, pero que la imagen del endemoniado subido al techo «no tiene nada que ver con la realidad diaria: hablamos de la sensación real que tiene una persona de que el Maligno actúa sobre ella, y esas personas sufren mucho. Eso no es una esquizofrenia, no puede reducirse a una enfermedad». ¿El remedio? «El ritual de bendiciones y, sobre todo, escuchar a la persona, atenderla y sostenerla».

miércoles, 9 de noviembre de 2022

jueves, 3 de noviembre de 2022

FALLECE MI HERMANO ANDRÉS

 Con inmensa tristeza os debo informar que esta tarde, víctima de un infarto fulminante, ha fallecido mi hermano Andrés, el mejor de los Cortés.

Descansa en paz, buen hermano.


Ya hemos despedido a mi hermano Andrés, el mejor de los Cortés. 
Con música, como el hubiera querido. 
Gracias a todos con la emoción de sabernos tan queridos por todos vosotros. 
Ah, la Virgen del Camino nos ha dicho esta tarde que ya llegó Ito.
Ya hemos depositado sus cenizas en la tumba de nuestros padres.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) Capítulo 9 . La acera de enfrente



En el año siguiente, a la vuelta de las vacaciones veraniegas, me instalé en otro colegio mayor que había en la calle Cea Bermúdez y que dirigían los agustinos. Me instalé en la habitación que me asignaron rápidamente y me dediqué un par de días a conocer a los vecinos de las puertas de al lado. No recuerdo nada en especial de aquel cuarto, tan solo que tenía un tamaño más que suficiente para mis necesidades y que daba a la calle y por lo tanto era muy luminoso, y ruidoso, sobre todo los fines de semana, pero en aquella época yo resistía perfectamente este tipo de contingencias. Sustituí el cuadrito que había sobre la cabecera de la cama con la imagen del Sagrado Corazón por un dibujo mío no menos espantoso, aunque por aquel entonces no era yo consciente de lo poco desarrolladas que estaban mis habilidades con el pincel, la pluma o el lápiz, por lo que el cambio me pareció adecuado, sobre todo visto desde mi perspectiva teófoba y antirreligiosa que era lo que importaba. 

Al primero que conocí fue a Ángel, un joven serio y amante de la música clásica. Disponía de un equipo de sonido descomunal, hasta tal punto que la dirección del colegio le habilitó una sala de audición donde fueron a parar sus aparatos para beneficio de todos los colegiales que quisieran, eso sí, con la condición de que aquello solo lo podía manejar él en persona y de que allí solo se ponía música clásica o jazz. Naturalmente yo fui uno de los primeros en apuntarme al grupo porque, entre otras razones, ya tenía el oído no solo muy acostumbrado sino en permanente demanda desde los tiempos del seminario, razón por la cual conectamos inmediatamente.

jueves, 27 de octubre de 2022

1ª Misa de Ángel Torrellas, 20 de Abril de 1.954 (Por Luis Heredia)

Hola, Josemari.

Al hilo del comentario sobre el concierto que nos regaló Germàn Luis Torrellas y su esposa Ingartze en la Iglesia Prerrománica de San Salvador en Priesca y en el que en la presentación hizo alusión expresa a los motivos personales y familiares por los que había decidido darlo en ese entorno, recibimos pocos días después en uno de los WhatsApp de la familia el inesperado regalo que te acompaño. 

Desde luego, esta película confirma los motivos.  




La sorpresa para todos fue mayúscula al recibir la película del día de la celebración de la 1ª Misa de mi primo Ángel Torrellas( no me sale decir Padre Torrellas) y matando dos pájaros de un tiro aprovechamos también para celebrar la 1ªComunión de su sobrina Macarena Torrellas, hermana de nuestro compañero Germàn Luis. El Recordatorio no engaña, por lo que no hace falta poner a funcionar la memoria para confirmar que la 1ª Misa de Ángel Torrellas fue el 20 de Abril de 1.954.




Conservábamos todos las fotos de tal día pero recibir esta película fue para toda la familia como un regalo venido del cielo.

La celebración reunía todos los cánones establecidos: Romería familiar a la que asistió todo el pueblo y ritos ad hoc como Misa concelebrada, Mantilla española, procesión y el protagonista bajo palio.

Esta 1ª Misa representaba mucho para toda la familia pues Angelín Torrellas era el quinto dominico de la familia, y fue el último porque los otros tres que lo intentamos nos quedamos en el Camino.

Y eso que yo tenía todas las papeletas para conseguirlo porque ahí donde me ves en la foto de monaguillo con 4 años estaba rodeado de ángeles, lo que me hacía intuir que yo me encontraba más cercano a la divinidad que los otros niños. 




Luego ya de mayor me dí cuenta que la vocación no se medía por tests psicotécnicos, ni por proximidad familiar con el clero ni mucho menos por el hábito, que no hace al monje y en mi caso el traje de monaguillo me quedaba como un guante. 

Como me dijo a los 18 años un viejo sabio, que sabe màs por viejo que por sabio,  al decirle que yo no iba a tomar el hàbito porque había perdido la vocación, “Luisín, tú no perdiste la vocación, a ti lo que te perdió fue el mujerío”.

La vocación auténtica fue la demostrada a lo largo de su vida por Ángel Torrellas, de ahí que el día de su 1ª Misa las expectativas puestas en èl por todos los asistentes se cumplieron con creces. Damos Fe de ello los que nos tocó vivir con èl de adolescentes y los que más tarde disfrutaron de su presencia y ayuda en Mèjico, primero y en Batahola, Nicaragua, después.

Ver esta película fue un flasback y los pecios de la memoria de mi Marcelino Iglesias salieron a flote.

Volver a disfrutar de mis padres, de mis hermanas, de nuestra abuela, tan pequeñina, sentada al lado de mis tíos Germàn y Artemia, los padres del Misacantano, de mis primos y primas carnales que ya de aquella me sacaban algunos casi 30 años de diferencia, o más, de las hijas de mis primos carnales… de mis tíos y tías… a todos los reconozco.




A PaPedro le hubiera encantado ver esta película. Recuerdo que le había enviado yo unas fotos de ese mismo día pidiéndole si me podía identificar a un dominico ya de cierta edad que aparecía junto a Ángel Torrellas y me dijo que era el Padre Fernando. 




Otro más joven, de gafas, que aparece en las mismas fotos fue incapaz de identificarlo. 




Estaban presentes también mis primos dominicos Carlos y Fernando Soria, claro, y la ausencia fue la de su hermano José Manuel Soria quien recièn se había ido a las Misiones a Perú.

Desde luego, películas como ésta son algo más que un tesoro y un auténtico disfrute no solamente para la familia sino para todo el pueblo de Priesca porque es realmente un documento histórico. 



Priesca es un pueblín pequeño y de aquella, tengo la impresión que los únicos que no asistieron a la romería debieron de ser algún enfermo y los dueños del Bar que debieron de tener  tarea para preparar comida para tantos.

Luis Heredia


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