martes, 7 de mayo de 2024

EL VIENTO QUE CORRE MUEVE LA VELETA, PERO NO LA TORRE. (Por Luis Carrizo)

EL VIENTO QUE CORRE MUEVE LA VELETA, PERO NO LA TORRE.

 

Mirando las fotografías… Bueno, precisemos, mirando no: examinando con agridulce delectación las fotografías de nuestro reciente reencuentro en la Virgen del Camino, que Alberto acaba de colgar en el blog, me he encontrado con la de esta familiar y espléndida obra de Subirachs camuflada entre las que aparecen bajo el epígrafe “Comida”.

 


Un primer plano de esta misma imagen preside, como todos recordaréis, la cubierta del libro El Álbum de las fotos.



 Su editor y diseñador, Lalo Fernández Mayo (de quien 376 páginas más adelante descubro, por fin, que su nombre de pila es Eladio), da esta concisa noticia de ella en la página de créditos: “Portada: Escultura en los campos. Autor: J.M. Subirachs”. Un lujo de adorno, añado yo; una ración extra de arte para los simples campos, tras los mosaicos de Iturgáiz o los grabados de Lapayese del colegio,  y la sobredosis del Santuario. Sobreabundancia que a mí me trajo a la memoria el chiste que se contaba en la época de aquel Real Madrid que llamaban galáctico, porque todos eran estrellas, en el que un aficionado informaba a otro del propósito del club de fichar al piloto de Fórmula 1 Schumacher. Pero, ¿para qué quieren a Schumacher en el Real Madrid?, preguntaba con extrañeza el desinformado. ¡Coño!, ¿para qué va a ser?, ¡Para conducir el autocar!

 

En la página 300 –no perdamos el hilo– vuelve a aparecer otra fotografía de esta misma escultura, acompañada aquí de un tampoco demasiado extenso, pero muy sustancioso comentario de Isidro Cicero, quien, ¡vaya por Dios!, no cayó en el osado símil del Real Madrid, aunque, en compensación, descubre, y nos insta a descubrir con él, entre las cubistas sinuosidades de los hierros subirachianos, la figura de una sirena y la de un tótem, a Rafael arcángel y a su pez, y hasta unos pechos de mujer. 


Página 300, fotografía 765, El álbum de las fotos.


Extremo, este último, que no nos sorprende en absoluto, pues parece lógico que los cántabros, que proveyeron de amas de cría a media España, descubran tetas por doquier. Hasta en los montes de Liérganes ven tetas.

 

Cotillamón y Marimón. Las Tetas de Liérganes. 

Yo, a pesar de estar ahormado con las rectilíneas y austeras llanuras de mi infancia, por donde ni siquiera el Duero trazaba su curva de ballesta, podría seguramente ver también, de la mano de Cicero, en la polisémica figura de Subirachs, el tótem, la sirena y el pez (esto es más fácil), y hasta unos pechos femeninos. Podría quizá imaginar, además, un yunque en el que machacar el hierro aún caliente de los educandos, o la quilla de un barco dispuesto a surcar ignotos mares. Pero lo que yo veo al primer golpe de vista y sin esfuerzo alguno en esa imagen es simplemente una veleta.   

 

El azar ha querido que la que aparece en blanco y negro en la página 300, la que presidía las algarabías de nuestros recreos, se diría que está mirando al Este; mientras que la de la fotografía del pasado seis de abril, la del reencuentro de aquellos niños, ahora jubilados, parece apuntar hacia el Oeste. Las veletas, es bien sabido, son inconstantes y pueden cambiar su orientación según el viento que sople, un poco como nuestros mal fundamentados deseos. A veces, si el viento sopla de levante, miran hacia el lugar por donde sale el sol, anunciador del nuevo día; y, a veces, cuando sopla la sofocante ponientada, señalan el lugar por donde fatalmente declina, circunstancia siempre propicia a graves y profundas consideraciones.

 

Hace apenas unos días, el octogenario y flamante Premio Cervantes, Luis Mateo Díez, nos dejó en los periódicos sus particulares graves y profundas, y desoladoras, consideraciones acerca de su personal declinación. Se expresaba literalmente así, el desengañado y, por lo que se ve, sorprendido novelista: “A mis 80 años, me he percatado de que la vejez es una gran estafa. Ni la experiencia ni la sabiduría se ensanchan”. Y en otro lugar (se conoce que es un asunto que tiene muy pensado) aún remachaba el clavo: “No hay mayor decepción que la vejez, pero hay que llegar para darse cuenta”.

 

A mí, que acabo de participar en una muy senecta, pero también cordial, alegre, inteligente, enriquecedora y hasta diría que ilusionante asamblea, me ha decepcionado y entristecido, a partes iguales, descubrir que mi ilustre paisano esté sumido en tan negras cavilaciones en fechas mucho más propicias, pienso yo, para el luminoso regocijo. Pero lo que más me apesadumbra es que esa terrible decepción la considere absolutamente irremediable, desde el momento en que, según confiesa,  ya no le queda nada que aprender, que es lo mismo que decir que ya no le queda nada en que mejorar. A nosotros, en el colegio, jamás nos dijeron que aquel sabio consejo del perfice te ipsum tuviera fecha de caducidad.

 

Si nos descuidamos, nos forman, venimos diciendo entre bromas y veras, en frase acuñada ya como un proverbio en este blog. Pero muchos, visto lo visto, desearían haber sufrido esa medio formación que tan bien nos ha venido para mantener el rumbo a pesar de las galernas que han azotado nuestros navíos, pues se nos dieron las coordenadas del puerto de llegada. “Ningún viento es favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”, tradujimos de Lucio Anneo Séneca con el padre Morán. También podríamos decir, dándole la vuelta al argumento, que cualquier viento es bueno sabiendo a dónde vamos.

 

Estas raíces profundas y comunes, esta común y serena visión de la vida y de la muerte, que allí nos imbuyeron, la he experimentado y compartido yo con todos los que recientemente nos congregamos en la Virgen del Camino, y deseo dejar gozosa constancia de ello. Y añadir, por terminar, que por encima de tantas y tan diferentes singladuras, de tan variadas peripecias vitales y de tan distintos intereses y opiniones, he palpado ese inconfundible aire de familia que me ha hecho sentirme como en casa. Entre compañeros, entre hermanos.

 

                                                                  *** 

 

Yo no me atrevo a dirigirme así, sin más ni más, a un Académico de la Española, sobre todo si viene con el título de Premio Cervantes, entre otros muchos, pero si yo pudiera dirigirme al Excmo. Sr. D. Luis Mateo Díez con la misma confianza con que mi amigo Manolón se dirige a mí, le diría algo muy parecido a esto: “Luisín, abandona ese tono lastimero, que vas a espantar a tus nietos. No remates tu ejemplar currículum vitae con el triste epitafio de que la vejez es una gran estafa.  El general De Gaulle, confirmando la quijotesca afirmación de que la lanza nunca embotó la pluma, ni la pluma la lanza, lo dijo de forma más literaria y menos quejicosa: La vieillesse c’est un naufrage. Te propongo, admirado Luis, asistir a nuestro próximo reencuentro; yo te avisaré. Conocerás a Pitu, a Devesa, a Oscarín, a Baldo, a Manolón, a Cicero, a del Vigo…, disfrutarás de su conversación, y seguramente descubrirás que todavía hay muchas cosas de las que maravillarse o sorprenderse. Deja ya las novelas, que sé de buena tinta que acaban enturbiando el juicio. Aún hay sol en las bardas. Sube al puerto de Leitariegos y empápate de luz. Y busca setas, o Wólfram (qué sé que aún queda mucho en esos montes), si ves que no te llega con el premio. Y, por si te suenan estas palabras, que sí te sonarán: ‘Ensanche vuesa merced (perdón, Excelentísimo Señor) ese corazoncillo, que lo debe de tener agora no mayor que una avellana, y considere que se suele decir que buen corazón quebranta mala ventura.’

 

 De la vejez, admirado paisano, vuélvenos a hablar cuando tengas ya el pie en el estribo. Y que sea dentro de muchos años. Ahora creo sinceramente que te faltan datos.”

 

 

Alicante, 29 de abril de 2024



Luis Carrizo

 

Alicante, 29 de abril de 2024

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nota del furriel.- Este es el comentario que Isidro Cicero hace a la fotografía 765 del libro "El álbum de las fotos" (pagina 300).

765. Entrecierra ligeramente los ojos, fíjalos en el punto donde cabeza y cola del pez se unen y verás un tótem. Verás la cabeza de un ser humano, de un genio pacífico, vigilando y sonriendo. Ahora ábrelos completamente y fíjate en cada uno de los elementos por separado. Puedes ver un pez, efectivamente; puedes ver una cara, recortándose, que efectivamente podría ser la de un ángel, aunque sin alas. De ser un ángel, podría ser Rafael, el único ángel de la Biblia al que pintan los pintores y tallan los imagineros acompañado de un pez. En ese caso la cara sería de un arcángel católico, porque ya sabes que ni la sinagoga ni los hermanos separados reconocen como canónico el libro de Tobías, donde aparece la bella historia de Rafael acompañando a un joven inexperto por Mesopotamia. Pero también nos han invitado a ver en estos hierros de Subirachs una sirena cubista en mitad de la paramera. Con su rostro de mujer, sus pechos, su cuerpo de pez y su enorme aleta desproporcionada. isidro CiCEro

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