viernes, 1 de octubre de 2021

LA CENA DEL SEÑOR - Capítulo VII, 3ª parte (Por Baldomero López)

 

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3.      ALGUNAS CONCLUSIONES

 

3.1. La misa repite el rito de los primeros cristianos que recogieron solo aquellas tradiciones que fueron excluyendo paulatinamente la «comida» y que concentraron en la parte «eucarística» los gestos y palabras de Jesús en la Última Cena

 

         El gran error «originario» de la celebración de la Cena del Señor fue anular la comida y todo su significado para convertirla en un rito «sacro». Las misas pueden ser oraciones de alabanza, de bendición, de acción de gracias y de súplica de purificación, en las que el Resucitado estará presente como cuando «dos o tres se reúnen en su nombre», pero de ninguna manera son «memoria» de la Última Cena, porque falta en ellas algo tan esencial de lo que aconteció en el Cenáculo como es la comida. 

         Pablo y los sinópticos, al suprimir la comida de la celebración de la Última Cena, dieron pie o encaminaron todo a que la misa fuera un culto, una «eucaristía sin comida». Y también a que la teología cristiana que se ha elaborado desde entonces en occidente mantenga un marcado carácter «cultual–eucarístico». La comida del Cenáculo fue principalmente un acto «profano» (comer) y la misa es una acción exclusivamente «sacra» y cultual. 

         Imbuidos en una interpretación y en una práctica milenarias de la celebración de la Cena del Señor (misa) como un acto exclusivamente de «culto», nos hemos vuelto insensibles a admitir lo que señala el evangelista Juan: que el servicio a los demás (lavatorio de los pies) es también una manera de hacer presente entre nosotros al Resucitado. Las llamadas «especies de pan y vino» han acabado por ser absolutizadas y aisladas de todas las «acciones» que tuvieron lugar en aquella Cena. El pan y el vino estaban en el Cenáculo para ser comidos y compartidos, no para que Jesús diera una nueva definición «sustancial» de ellos. 

         La «sacralidad» que sigue teniendo la misa tampoco guarda relación alguna con la vida «profana» de Jesús de Nazaret, que fue lo que caracterizó la mayor parte de sus actuaciones en los años de predicación del Reinado de Dios. La «hostia» –no así el cáliz– ha monopolizado todo el protagonismo en las misas, en las procesiones, en los retablos de nuestros templos desde la Contrarreforma y en las discusiones teológicas que arrancan en la época medieval. Las «visitas al Santísimo» siguen siendo encarecidamente recomendadas como las mejores prácticas piadosas. Pero un discípulo de Jesús tiene que dar un golpe de timón y recuperar la verdadera estructura de «comida profana» que fue la Última Cena.

 

3.2. La misa no es de ninguna manera la celebración de la pasión y muerte de Jesús

 

         Las «comidas cultuales» y los «sacrificios» fueron de uso corriente entre los primeros cristianos y entre los miembros de otras religiones de su entorno. Es indudable que entre todas ellas existen analogías y hasta ciertas dependencias. La Cena de despedida de Jesús, si no fue directamente celebración de la Cena pascual judía, sí se realizó en el ambiente de esta fiesta, en la que los sacrificios conmemorativos y las liturgias que los acompañaban eran un componente necesario. Ciertamente, Jesús no pudo ser ajeno a todo esto al celebrar su Última Cena. Pero, por la actitud que mostró ante el culto durante su vida de evangelización, parece verosímil que no hubo ni rastro del tema del sacrificio en la referencia que, según los sinópticos, hace Jesús a su muerte. 

         Ya hemos señalado en repetidas ocasiones que Jesús fue crucificado como consecuencia de vivir el amor y la fidelidad a Dios y a los seres humanos en aquella sociedad de poder y de enormes desigualdades sociales. La misa –si pretende celebrar el sentido que tuvo la muerte del Crucificado– debería hacerlo con una comida compartida con las personas que no tienen medios para comer como expresión de amor fraterno. Esta forma de proceder al modo de Jesús tiene el peligro de despertar el recelo, la persecución y hasta la muerte por parte de los privilegiados y poderosos.

 

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