Habla memoria, habla. Silencio. Apenas voces apagadas, voces en la niebla; siluetas apenas. Habla memoria, insisto.
Sensaciones diluidas, lejanas, apenas filamentos deshilachados. Y de pronto, por arte de ensoñación, cierro los ojos y veo. Este es uno de mis deportes favoritos, en el que con el paso de los días, del primer curso ya, me siento un experto: me anego en sus cálidas bocanadas de morriña: viajar a la tierra añorada, espacio ensoñado. Y sí, ahí, en ese territorio sin tierra, soy libre a pesar de los límites vallados del colegio.
Recuerdo ahora cuánto me gustaba, cuando íbamos de paseo a Quintana, a Fresno o a cualquiera de los otros destinos habituales, ya de regreso al atardecer, perder la mirada en las montañas que descuellan, al final de la meseta, allá al fondo. Tan lejos y sin embargo tan cerca. Y mi imaginación las sobrevuela y en viaje aéreo, a voluntad, me trasladaba al otro lado de la cordillera.
…
Habla memoria, habla
Y vuelves al espacio de cuando entonces.
No, hoy ya no hay clase: es el primer día de las vacaciones de Navidad. La mañana es fría, la niebla espesa. Llevamos ya unas cuantas horas del solsticio de invierno: la noche es total aunque sean ya las ocho de la mañana.
Nos acabamos de despertar con música y así será mientras dure el periodo navideño: villancicos que nos acompañarán hasta el día de Reyes. Hoy no hemos dado la vuelta a la finca, hemos hecho aquellos elementales ejercicios de gimnasia en la recreación según orden y ritmo que marca el P. Cura.
Hace frío, mucho frío. Según el parte meteorológico que nuestro compañero Leonardo del Olmo ha oído en su radio galena, se prevé nieve cuando esta misma noche entre una borrasca por el noroeste. Y comparto la inquietud y el deseo de que tal fenómeno acontezca: fascinación por la nieve.
Habla memoria, habla.
Saltan, a capricho, danzarinas, las fechas, el año (Navidades, sí: pero ¿1963?, ¿1964?) en que cayó una nevada de época en torno a la Nochebuena, una nevada que se prolongó, con intermitencia, durante tres o cuatro días. Vinieron después otras tantas jornadas de heladas, con temperaturas que rondaron entre diez y doce grados bajo cero. Y después, con una considerable capa de nieve congelada, volvió a nevar en fecha próxima a Reyes. Nieve abundante y esponjosa sobre nieve helada. Y de nuevo las heladas, de tal modo que la capa blanca cubrió el paisaje hasta los primeros días de febrero, protegida del deshielo por la niebla persistente, intensa, que se prolongó (creo no andar muy descaminado) hasta los primeros días de febrero. Y, en consecuencia, durante bastantes fechas no hubo competición en los distintos deportes rotatorios que constituían la liga.
Habla memoria, habla.
Pero por fin salió el sol, disipó las nieblas, subieron las temperaturas y, en pocos días, se derritió buena parte de la nieve. Y llegado aquí el recuerdo se impregna de desagrado: desde la infancia, nada hay que me entristezca más que la nieve enfangada, que la nieve derritiéndose: la trolla que decimos en asturiano.
Habla memoria, habla.
Y entonces se filtra el recuerdo de los tremendos y dolorosos sabañones. Por la noche, cuando a fuerza de cobijarse bajo las mantas y conseguir entrar en calor, el tormento de los picores se hacía insoportable.
Y mientras evoco tan molesto y doloroso recuerdo, acude a esta cita la lectura de un poema de la inmensa poeta asturiana Olvido García Valdés:
ELLA dice: mi hija
Tiene sabañones, casi
no puede calzarse.
Pero antes era peor,
yo me acuerdo
de llevar una mano vendada
todo el invierno.
Y yo recuerdo a tantos de nosotros, con las puntas de las orejas y los dedos de manos y pies con ampollas, enrojecidos, abultados y en algunos casos, llagados.
…
Habla memoria, habla.
Marcelino Iglesias