viernes, 30 de diciembre de 2022

El olvido está lleno de memoria (Por Marcelino Iglesias)


 

Un encargo me hace el Furriel en Jefe sobre recuerdos de aquellas navidades tristes, pero a dónde acudir, memoria, si  estás poblada de olvido. Sin embargo,  parafraseando un memorable título de Mario Benedetti: El olvido está lleno de memoria. Y aunque hayamos ya recordado tantas vivencias en común y, en consecuencia, las que siguen es posible que ya hayan aparecido en el relato de quienes vienen participando en la tarea del rescate colectivo, me atrevo, aun así, a plasmarlas desde mi punto de vista. 
… 

Habla memoria, habla. Silencio. Apenas voces apagadas, voces en la niebla; siluetas apenas. Habla memoria, insisto.

 

Sensaciones diluidas, lejanas, apenas filamentos deshilachados. Y de pronto, por arte de ensoñación, cierro los ojos y veo. Este es uno de mis deportes favoritos, en el que con el paso de los días, del primer curso ya, me siento un experto: me anego en sus cálidas bocanadas de morriña: viajar a la tierra añorada, espacio ensoñado. Y sí, ahí, en ese territorio sin tierra, soy libre a pesar de los límites vallados del colegio.

Recuerdo ahora cuánto me gustaba, cuando íbamos de paseo a Quintana, a Fresno o a cualquiera de los otros destinos habituales, ya de regreso al atardecer, perder la mirada en las montañas que descuellan, al final de la meseta, allá al fondo. Tan lejos y sin embargo tan cerca. Y mi imaginación las sobrevuela y en viaje aéreo, a voluntad, me trasladaba al otro lado de la cordillera.

Habla memoria, habla

 

Y vuelves al espacio de cuando entonces.

No, hoy ya no hay clase: es el primer día de las vacaciones de Navidad. La mañana es fría, la niebla espesa. Llevamos ya unas cuantas horas del solsticio de invierno: la noche es total aunque sean ya las ocho de la mañana. 

Nos acabamos de despertar con música y así será mientras dure el periodo navideño: villancicos que nos acompañarán hasta el día de Reyes. Hoy  no hemos dado la vuelta a la finca, hemos hecho aquellos elementales ejercicios de gimnasia en la recreación según orden y  ritmo que marca el P. Cura. 

Hace frío, mucho frío. Según el parte meteorológico que nuestro compañero Leonardo del Olmo ha oído en su radio galena, se prevé nieve cuando esta misma noche entre una  borrasca por el noroeste. Y comparto la inquietud y el deseo de que tal fenómeno acontezca: fascinación por la nieve.


Habla memoria, habla.


Saltan, a capricho, danzarinas, las fechas, el año (Navidades, sí: pero ¿1963?, ¿1964?) en que cayó una nevada de época en torno a la Nochebuena, una nevada que se prolongó, con intermitencia, durante tres o cuatro días. Vinieron después otras tantas jornadas de heladas, con temperaturas que rondaron entre diez y doce grados bajo cero. Y después, con una considerable capa de nieve congelada, volvió a nevar en fecha próxima a Reyes. Nieve abundante y esponjosa sobre nieve helada. Y de nuevo las heladas, de tal modo que la capa blanca cubrió el paisaje hasta los primeros días de febrero, protegida del deshielo por la niebla persistente, intensa, que se prolongó (creo no andar muy descaminado)  hasta los primeros días de febrero. Y, en consecuencia, durante bastantes fechas no hubo competición en los distintos deportes rotatorios que constituían la liga. 


Habla memoria, habla.


Pero por fin salió el sol, disipó las nieblas, subieron las temperaturas y, en pocos días, se derritió buena parte de  la nieve. Y llegado aquí el recuerdo se impregna de desagrado: desde la infancia, nada hay que me entristezca más que la nieve enfangada, que la nieve derritiéndose: la trolla que decimos en asturiano.


Habla memoria, habla. 


Y entonces  se filtra el recuerdo de los tremendos y dolorosos sabañones. Por la noche, cuando a fuerza de cobijarse bajo las mantas y conseguir entrar en calor, el tormento de los picores se hacía insoportable. 

Y mientras evoco tan molesto y doloroso recuerdo, acude a esta cita  la lectura de un poema de la inmensa poeta asturiana Olvido García Valdés:

 

ELLA dice: mi hija

Tiene sabañones, casi

no puede calzarse.

Pero antes era peor,

yo me acuerdo

de llevar una mano vendada

todo el invierno.

 

Y yo recuerdo a tantos de nosotros, con las puntas de las orejas y los dedos de manos y pies  con ampollas, enrojecidos, abultados y en algunos casos,  llagados.

… 

Habla memoria, habla.

Marcelino Iglesias




7 comentarios:

JOSÉ MANUEL GARCÍA VALDÉS dijo...

Amigo Marcelino, tú evocas e invocas a tu memoria,eso es señal de que aún gozas de ese privilegio, los que somos mayorinos evocamos,evoco, a la memoria y es como clamar en el desierto. Con tu permiso de aquí en adelante a mi memoria la llamaré "MARCELINA", quieto decir, te llamaré a tí para que me lleves en el tiempo y en el espacio a esos hechos que tú, con tanta soltura, cuentas. Nunca tuve sabañones, será que los de la Gran Aldea salen bien curtidos, pero sí recuerdo que la ropa en la cama pesaba poco, era difícil calentarse, aunque había una manera poco usada, creo, porque al P. Ricardo y/o Frutos no les gustaba. Recuerdo vagamente la nevada y, como a tí, nada me gustaba la nieve mancillada, nieve convertida el "folla", y que las mentes sucias no les lleve a pensar en "aquello" sino en lo otro, "aquello" hubiera sido motivo de destierro y de condenación eterna. En el concejo de Lena, disimulamos "aquello" con un término menos castellano, a "aquello" lo llamamos "focha", de ese modo no se ofenden los castos oídos ni las mentes sucias pecan. El diccionario de asturiano lo aclarará, si se consulta.
Muy guapo relato, te pediría que sigas dando pistas para que las memorias frágiles lleguen a buen puerto y den esquinazo al cabrón del olvido. Ten cuidado con la "folla", puede embarrarte los pies y algo más.
Abrazos casi nuevos, mañana es el tricentésimo sexagésimo quinto día de 2022.
Haiga salú.

Jesus Herrero Marcos dijo...

Marcelino, gracias por tus recuerdos...

RAMON HERNÁNDEZ MARTÍN dijo...

¡Ah, la memoria, cuando en ella algo se graba a sangre y fuego! Puede ser terrible, pero no fue mi caso porque lo que voy a contar no derivó en rencor ni en deseos de venganza, sino más bien en peidad y compasión. Invierno de 1953. Dormitorio corrido de unas treinta camas para niños de primer curso en el piso alto del Monasterio de Corias, con ventanas mirando al Narcea. Noches frías, muy húmedas y frías, sin ninguna calefacción que no fuera la pura animal de los niños ocupantes de las camas. En cada cama, dos mantas estrechas y ligeras casi como papel defumar, que no daban para meterlas por los laterales bajo el colchón, de tal manera que, si dabas vueltas en la cama durante la noche, te destapabas. Para no morir aterido de frío, se me ocurrió poner las mantas al revés y así poder meter sus extremos debajo del colchón, lo que me permitía dormir acurrucadito, como en un nido, y no destaparme. No habrían pasado ni tres noches cuando el director de la Escuela Menor, un dominico de armas tomar que no es preciso nombrar, que nos educaba a hostia limpia y por cualquier nimiedad te ponía de rodillas durante horas con los brazos en cruz y con un pesado libro en cada mano y que, cuando se cabreaba, lo mismo te pegaba patadas en la cabeza que en los huevos, me llamó a su habitación para decirme que lo que había hecho con las mantas era antiestético y que, por tanto, me castigaba durante el año y medio que me quedaba de Escuela Menor a limpiar váteres. ¡Joder, aquel día sí que aprendí lo que era la "estética! La verdad es que aquel fue realmente un tiempo feliz porque, aunque no recuerdo los motivos, nuesrro dictadorzuelo impuso el mismo castigo a dos leoneses del Bierzo, uno de los cuales era un auténtico cachondo mental. Pues bien, los tres convertíamos la limpieza de los váteres en un auténtico circo y nos montábamos nuestra propia Odisea. Si alguien se pregunta qué coños tiene que ver la estética con el frío, que me lo pregunte a mí y lo envio a pintar cuadros en los váteres. ¡Pobre hombre, mi "estético" verdugo! Gracias, Marcelino, por despertar estas tiritonas.

Eugenio Cascón Martín dijo...

Magnífica evocación, Marcelino. Tu prosa es una verdadera delicia. Leyéndote, he vuelto a sentir aquel frío punzante y la ilusión melancólica de aquellas vacaciones en la lejanía de la familia. La memoria se hace más cercana por un momento. Un abrazo y que sea todo lo feliz posible el año que está al caer.

Isidro Cicero dijo...

Yo confieso que hace una temporada larga no he escrito nada en el blog y me arrepiento. Me he ido desdejando y además sin motivo alguno,comprendo bien a los que se desdejaron siempre. Hoy, en el día 365 de este año tan bruto, hago propósito de la enmienda: volveré a la asiduidad.
Felicito a Marcelino por este excelente artículo, a Ramón, por ese recuerdo de mantas cruzadas y a Valdés, que siempre sigue atento y a Cascón, que de todas las sensaciones recordables, acierta con la más cabrona, la separación de los nuestros. Me parece que en las callejas de hogaño ni siquiera se forma ya las follas de antaño. Feliz año, furriel. Feliz año a todos.

Santos Suárez Santamarta dijo...


Amigos Josemari y Marcelino
¿por qué me habéis llevado
con dulzura tan cruel a los recuerdos
y al desbordado llanto?

Leído que hube el texto,
amigo Marcelino, me he quedado
con un casi ancestral escalofrío
como el de los inviernos esteparios
que calaban los huesos,
que amorataban los dedos de las manos
y en las noches -tan gélidas- de luna
revestían de aljófares los campos

Amigos Marcelino y Josemari
hoy al abrir el blog os vi aliados
en nostálgica yunta
llevándonos sumisos de la mano
como dos lazarillos
a los días de invierno, a los espacios
tan íntimos, tan nuestros,
tan vívidos aún, aunque lejanos.

Cómo no estremecerse
y volver a temblar de asombro y pasmo
al regresar al tiempo adolescente,
y al intimo paisaje hospitalario
donde afrontamos juntos la nostalgia
aquel primer invierno de desgarro
viendo caer la nieve algodonada
cubriendo nuestros campos.

Cómo no conmoverse
al escuchar otra vez aquellos cantos
navideños dulcísimos a coro
que en afinada voz ayer cantamos
y que llegan más dulces todavía
hoy que ya los escucho siendo anciano.

Luis Heredia dijo...

Marcelino, inconmensurable, como siempre. !Vaya mogollón de pecios que tienes en la memoria! ¿Cómo haces para rescatarlos del fondo? O ¿es que estás siempre buceando?

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