viernes, 19 de noviembre de 2021

LA VENDEDORA DE GLOBOS 40 - EL NUESTRU LIBRU DE GRIEGO (Por Isidro Cicero)





 

El nuestru libru de Griego viene ahora de viaje para acá. Está regresando”. Así empezaba a escribir yo esta crónica en los últimos días de octubre. Luego lo fui dejando y, con el paso del tiempo y la crónica en el taller, el relato ha ido evolucionando hasta terminar siendo lo que ahora tienes, compañero y amigo, delante de los ojos. Ojalá te sirva de distraído entretenimiento si sigues un rato haciéndome compañía.

 

La cuestión es que yo creía que, como el libro de Griego había salido de Marsella el lunes 25 de octubre, llegaría a ésta a finales de la última semana del citado mes, a más tardar, en los primeros días de noviembre. Pero pasaron varias fechas desde la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, y seguía sin llegar.

 

El caso es que me ha dado tiempo de fijarme un poco más y he visto que el libro, de no perderse por el camino, no vendría desde Marsella como creía yo, sino desde otra ciudad del departamento Provenza-Alpes-Costa Azul. Dicha población se llama Manosque, allí vive mi paisano y compañero de curso de la Paramera, Antonio Alonso Corral. De Mogro o de Miengo, aquí al lado, al costado izquierdo de los dorados arenales donde el Pas se pierde en el Cantábrico. Yo vivo muy cerca, junto a esos mismos arenales, solo que en la ribera derecha. Ahora bien, Manosque y Marsella no están tan cerca, debe de haber una distancia como la que hay desde aquí a Bilbao, sobre poco más o menos.  Con mi perspectiva ignorante, imaginaba yo que eran dos poblaciones pegadas, como León y Trobajo del Camino, pongo por caso. 

 

Antonio me preguntaba a menudo si me había llegado ya el libro de Griego. No, todavía no. Teníamos fe en que el servicio internacional de Correos no nos lo esmanara, ojo a este verbo astur-montañés, que tanto usábamos de guajes y que ahora está en desuso. 

 

Cuando en agosto di aquí la noticia de que había recuperado un ejemplar de nuestra “Gramática Griega”, Antonio Alonso se contagió de una explicable nostalgia y me dijo que lo consideraba un hallazgo cultural y patrimonial de todos nosotros.  Tenía toda la razón. Por aquella olvidada gramática que tenía las pastas verdes de cartón duro, nos enteramos de que una vez existieron los aoristos; que hubo una lengua ya difunta que cuando vivía estuvo poblada de palabras paroxítonas, proparoxítonas y properispómenas. Lo memorizamos todos, pero luego se nos olvidó. Ahora, con la gramática de pastas verdes en la mano, uno no tiene pérdida.  




 

Pasa lo mismo con las parasangas. ¿Quién no se acuerda de las parasangas? Nos acordamos todos. Pero si no las mencionara yo aquí, la mitad de los que ahora estáis sonriendoos de gusto (“coño, es verdad, ¡las parasangas!”), ni os acordaríais de ellas. Yo tampoco me habría acordado, si no fuera por haber recuperado este libro de Griego, que ya os contaré lo contento que me puse cuando lo recibí. Tiene razón Antonio, es un tesoro cultural y un bien patrimonial de muchos. 

 

A los griegos, la parasanga les servía para medir distancias (parasangas deka kay eikosin epi ton Eufraten pótamon), escribía uno de ellos. Una vez puestos a recordar, recordamos hasta parrafadas enteras. A que sí. Dareiu kai Parisatidos gignontai paides duo. Parisatis, menuda elementa. Entonces no creo que nos contaran su vida de prostituta ambiciosa, inteligente política y madre en mitad de Mesopotamia. Madre de cuatro hijos, pero los que importan, los que pasaron a la historia fueron dos, el mayor y el pequeño: “presbiteros men, Artaxerxes; neóteros de, Kiros”. Y quien dice parasangas dice estadmus o stadmus con ese líquida, o estadios. La unidad de métrica era el estadio de Olimpia. Los hoplitas, decía Jenofonte, recorrían cada día equis estadios de los de Olimpia. Todavía no se nos ha quitado esta manía de medir por campos de fútbol: con asiduidad nos enteramos de que “el fuego arrasó una superficie equivalente a veinte estadios”, o que “las fajanas que ha hecho el volcán suman cincuenta bernabéus”. Por cierto, Maxi Trapero está siendo citado esta temporada por toda la prensa por su autoridad en términos guanches, volcánicos y canarios en general. 

 

Medir con el metro es más fácil que medir con estadios, pero cuando los metros son muchos su cantidad entra menos por los ojos y a los humanos nos gustan las imágenes, entendemos mejor por imágenes. De hecho creo que sin imágenes, ni entenderíamos. La imagen que tenemos del metro es una barra de platino con el 10% de iridio a la temperatura de fusión del hielo. No hemos visto el platino jamás, no sabemos lo que es el iridio y tenemos poco claro si el hielo fusiona, funde o derrite, pero es una imagen elegante y sólida. Repasando yo estas medidas antiguas, me vino a la mente aquel hermoso joven que fue Mariano Tobes Arrabal, espero no confundirlo con otro, cuando enredando en los recreos decía: “No me toquéis las parasangas”. Era genial.  

 

También llegamos a saber a través del libro de Griego que, ante sigma, no solo desaparecía el grupo nitau, sino la ni en solitario; que la pi, por ejemplo la pi, se transformaba en psi ante sigma, y sonaba como cuando pronunciamos bien la palabra psicología, que solemos pronunciarla muy malamente. La p de Mapfre se ha vuelto una cosa tan inútil como Ramiro, el excuñado del Comandante Lara.   

 

El contagio nostálgico y la valoración excelente del hallazgo por parte de mi paisano cántabro Antonio Alonso Corral -años y años de profesor universitario en Francia- cuajó en una iniciativa vinculadora: “Si me mandas el libro, lo escaneo.  Y así lo compartimos todos los que estemos interesados en tenerlo”, me dijo. Y lo hizo. Desde ahora todo aquel compañero de la Paramera que le solicite a Antonio una copia electrónica de la Gramática Griega, la recibirá por wetransfer. Son 227 páginas, pesan; el simple correo electrónico no puede con ese volumen. Siguiendo la divina enseñanza de José Mari Cortés que cada dos por tres nos vincula con cosas distintas a través de esta red de nudos, ahora Antonio Alonso nos vincula cultural, patrimonial y emocionalmente. Demos gracias a los dos. 

El libro no se esmanó. Acaba de llegar. Os decía que os fijarais en este verbo astur-montañés que usábamos por estos pindios riberos cuando se nos perdía una vaca en el monte, o una cabra o una yegua. “Se esmanó la Josca”, decíamos. “Y lo peor de tó es que no trae  campanu”. Se nos perdían en el monte, se iban desmanadas, de nuestras manos. Unas veces las desorientaba la niebla; otras, se esmanaban a pleno sol sin motivos aparentes: a lo mejor porque sus circuitos sensoriales se enredaban en ciertas fragancias que surgen confundidoras desde el arranque mismo de las hierbas. Un olfato de pastor no alcanza ya a percibir esos perfumes vegetales, porque la evolución ha puesto de pie a los pastores de los picos, les ha estirado los brazos, les ha levantado el mentón y les ha colocado la nariz a más de metro y medio del suelo. Otros animales, los pobres, todavía viven de arrastrar la lengua por el verde cobertor que recubre la materia geológica, pacen óxidos mezclados y comen ácidos de la alquimia que transforma lo mineral en masa viva. Es posible que algunos de esos productos tengan para los animales unos efectos semejantes a los que tenían las botellas de ciento tres para los pastores, quizá por eso se confunden y se esmanan.  En bables de los riberos del Cares, he sabido yo que en vez de esmanarse, dicen esmaniarse. Hacen bien, lo importante es que el nuestru libro de Griego, acertó a venir desde la Costa Azul. Y sin campanu. 

   

En la Paramera, al libro de Griego se le respetaba y se le temía.  Algunos le tenían un cariño especial, pienso en José Ignacio Manso, que se sabía de memoria una parte importante de la Anábasis y prácticamente Lucas por la parte del nacimiento y la emigración a Egipto. De memoria. Como decía uno que se empolló la guía telefónica de Palencia, “la sé de memoria, pero además, entendiéndola”. Yo tampoco era manco en Griego, pero ninguno le llegábamos a la suela de los zapatos al asturiano  Bernardo Vázquez Villa, que del Griego tenía un dominio instintivo y visceral. Un fenómeno.  Argüeso ha citado aquí al elenco de actores, radiofonistas, responsables musicales y creadores de murales, todos ellos tenían  detalles de reconocimiento. Vázquez Villa, simplemente Villa, en Griego era un monstruo, hay que reconocerlo.

   
El libru de Griego me lo trajo Francisco Javier Fernández Martín, un curso mayor que yo y creo que un año más joven que yo. Javier es primero de Mata de Buelna y luego de Torrelavega, yo de las altas montañas, que en esto de la alfabetización tiene su importancia, los de montaña siempre fuimos  por detrás. Javier es un chaval con el que  tuve una excelente relación. Quedamos a tomar unas cervezas y durante hora y media estuvimos dedicados a confesarnos lo que no está escrito ni lo estará. Fue una visita encantadora y me trajo el libro de Griego de la Paramera. La verdad es que hora y media tampoco da para mucho: Yo tenía que volver a los cuidados intensivos de la madre (95 años), los mismos que tendría ahora la madre de Francisco Javier, de haber vivido todavía. Una coincidencia. A Javier y a mí,  ambas madres nos parieron cuando las dos tenían 21 años. Otra coincidencia. Yo amo estas coincidencias y desde ando leyendo el amor y los vínculos de Giordano Bruno, las amo todavía más. Javier tiene un alma que al coincidir con la parte mejor que hay en otras almas, es digno de amarle.   

 
Que cuente él si quiere cómo se hizo con este libro de  Griego antiguo todo desguazado. Para ser honestos, todo, todo, no estaba desguazado. La parte primera estaba desguazada, pero la parte final, lo podéis comprobar si le pedís a Antonio Alonso una copia, está intacta. Se conoce que los cursos no llegaban hasta el final. Ni mucho menos.  

 

Javier buscó por Madrid un restaurador de libros antiguos, le explicó lo que quería -que lo que quería era dármelo a mí- y se gastó un pastón en restaurarlo hoja por hoja. Le encargó una encuadernación cartón de pasta dura, una elegante cenefa a cinco centímetros de los bordes de las tapas y, en el lomo, el grabado de las palabras "Gramática Griega" y las iniciales I.C.G. Las mías, doradas. Una preciosidad. La delicadeza de este afecto es seguro que no la merezco.  
Repasé la fonética,y aluciné. Me acuerdo la tira. Las sordas, aspiradas y sonoras. La epéntesis y la palatalización, qué bueno. Se me pasó por la cabeza que este invierno, si no tenía nada mejor que hacer, volvería a estudiar este libro de Griego, este, ese método, aquella maravillosa disciplina. 

Luego vino el asunto de la investigación, porque ni Javier ni yo habíamos conseguido saber quién era el autor de la gramática ni cuya era la editorial. Faltaban páginas. Tres o cuatro. Las primeras. Las definitivas. Lo conté aquí y no habían pasado ni ocho horas cuando sale a la palestra Domingo Iturgáiz: “Tengo yo una Gramática Griega, pero es de tapas rojas”, dijo.  Las que recordábamos Javier y yo eran verdes. 

 

Gramáticas griegas habrá muchas, pero la de Iturgáiz ¿sería la nuestra? El sobrino del padre Iturgáiz precisaba desde Pamplona: “Los autores de la mía son varios: Planque, Anème, Lerminiaux, Ghilain”. Todavía nos daba otros detalles: “Es una tercera edición, está traducida por Antonio Planas, C.M.F; la editorial es Textos "Palaestra" (Lauría 5, Barcelona), 1949. Y la imprenta estaba en Santander: ALDUS S.A. de Artes Gráficas. Saludos y abrazos”. Esto fue el 16 de septiembre.  




 

Yo estaba encantado y entusiasmado con la aportación de Iturgáiz. En ese momento, Antonio Argüeso iba a sacar a pasear el perro por Bruselas, pero se dijo: “Que espere el perro. Las cosas, en caliente”.  A él también le había encantado la aportación de Domingo y, como conoce bien a Javier el de Torrelavega, escribió unos afectos destinados a él: “Nada de lo que digas de Javier me pilla de nuevas”, me dijo. “Es una pena que Javier no se anime a escribir lo que sabe, pero nadie es perfecto. Javier no solo tiene historias, tiene “la historia” de aquel pasado nuestro tan reciente”. 

 

Es una pena, pero no hay que perder la esperanza. Yo le he animado mucho a que escriba, pero no se arranca, titubea: “Si por lo menos tuviera la facilidad y la gracia que tiene Jesús Herrero”, me confesó. “Esos libros que escribe Jesús Herrero son maravillosos, decir que me encantan es decir poco”, me dijo. Yo  no le quité ninguna importancia a Jesús, al revés, pero también le dije a Javier que cada quién es cada quién, todos tenemos nuestro propio decir y que el escribir suyo no tiene por qué envidiar al de nadie. A ver si se arranca. 

 

Alguien del blog me mandó el correo electrónico de Iturgáiz y yo le envié al navarro la foto de una página elegida al azar (la 64, donde vienen los verbos cuyo radical no termina en vocal temática, épsilon u ómicron) y le pedí que comprobara si esta página 64 coincidía con la 64 de su libro. Coincidía.  Domingo me mandó más fotos de más páginas.  Coincidían todas.  
Así que con el ejemplar de Domingo completamos la información que le faltaba al mío: la página de la administración de la Censura: el "nihil obstat" de un padre C.M.F (los escolapios) la del superior provincial de la misma orden con el "imprimi potest", otro "nihil obstat", de un presbítero censor y, finalmente, el "imprimatur" definitivo a cargo de Gregorio, obispo de Barcelona. Gregorio Madrego, procurador en Cortes desde que aquellas Cortes de procuradores se inauguraron. 

 

La documentación enviada por Iturgáiz me puso en la pista de que la edición española se hizo en base a la tercera edición francesa de la editorial Adolph Wesmaet-Charlier de Namur, Bélgica, editor belga y católico, fallecido en 1906 en Namur.

 

Hasta me hice con la esquela de Monsieur  le editeur.

                                                       
Para entonces, Baldo me ofreció una «Gramática griega elemental» que él ya no necesitaba, porque el Griego bíblico que usa Baldo para escribirnos sus breves textos sobre la Cena del Señor, lo domina a la perfección. No obstante me remitió a la biblioteca de Casorvida, que según él está más dotada que la de Alejandría y la del Congreso. Se lo agradecí en el alma, pero le expliqué que mi interés ahora no es tanto aprender Griego, como completar la documentación de la gramática que me había regalado en agosto Francisco Javier Fernández Martín. Y que mi amor estaba dirigido en estos momentos hacia ese objeto físico, como elemento material cultural y patrimonial. Más o menos repetí lo que me había dicho a mí Antonio Alonso.  Entre tanto, a Antonio Argüeso, nada más ver Namur, se le encendieron todos los pilotos, porque Namur está al lado de donde él vive y, aprovechando la ocasión, me dio noticias precisas sobre el corazón de Juan de Austria que reposa en la catedral de dicha ciudad. 


Ni Tascón ni Reyero nos contaron la Anábasis. No les dio tiempo. El árbol de la composición de los aoristos nos impidió ver el bosque de la epopeya de los 10.000 hoplitas que quedaron en paro cuando se firmó la paz de la guerra del Peloponeso a la que ellos habían dedicado su vida. Habría sido una lectura apasionante para nuestras mentes de adolescentes su reclutamiento bajo engaños por parte de Ciro el joven, su marcha hacia el corazón de Persia para guerrear por Ciro contra su hermano Artajerjes -aquella sí era una guerra fratricida- su victoria/derrota, su desencanto, el liderazgo de Jenofonte surgido de la noche a la mañana después de una pesadilla nocturna,  la retirada al límite de las humanas capacidades Tigris arriba hacia los montes del Cáucaso con la imaginación puesta en el Mar Muerto. Y sobre todo, el terrible invierno por los montes del Tauro, prácticamente descalzos, con sandalias de cuero sin calcetines, con aquellas túnicas tan atrevidas que cubrían solo hasta mas arriba de las rodillas. Las correas de las sandalias se helaban y se incrustaban en la piel de la boca del pie pantorrilla arriba. No salía la correa sin arrancar trozos de piel y carne del pobre hoplita. Me da compasión imaginarlo. Me produce emoción cuando desde lo más alto de la montaña helada vieron allá abajo brillando el mar: “¡ΘάλασσαΘάλασσα!”, gritaban llorando abrazados unos a otros sin acabar de creérselo. No lo leímos entonces, fue una pena.


Lo que sí leímos, fue el nombre de un persa que nunca nos cayó bien. Sé que hoy no os dice nada, lo habéis olvidado, pero muchas frases traducidas por nosotros con el esfuerzo del diccionario griego-español que no faltaba en el pupitre tenían a este persa como sujeto, complemento directo, complemento indirecto o complemento del nombre. El persa se llamaba Tisafernes. No nos caía bien. Me complace haberos provocado una sonrisa en los labios y un brillo en los ojos por haberos puesto a Tisafernes al alcance de la memoria. Si no es por el detallazo de Francisco Javier Fernández Martín, nos habríamos quedado ayunos del goce de este minúsculo y etéreo placer. 

 

Para pedirle el libru de Griego a Antonio Alonso, dirígete a antonio.alonso@orange.fr

 

13 comentarios:

jmgarciavaldes#gmail.com dijo...

¿Cómo se arregla es cabronazo de Isidrín para, de una nimiedad, montar una historia aderezada con mil y una especias? Ni yo lo habría escrito mejor, que ya es decir. De un odiado libro de griego te inventas una redacción que casi nos hace sentirnos culpables por no haberlo mimado y más por no conservarlo. Apostaría algo a que más de uno, aprobado el griego, descuartizó el libro y alimentó el fuego para asar castañas. De aquel libro de sangre, sudor y lágrimas, te inventas una historia de amor. Te juro que estoy deseando que Antoñito el eifeliense me mande una copia un, lo que es más gordo, me he enamorado de Javierín Martín, de Antoñito el bruselense y hasta de Jerjes y Artajerjes. En medio de esa historia de amor al libro y a sus facilitadores, a mi me surge un cierto saborín amargo, y no es otro que el recuerdo de nuestro muy querido P. Enrique, quien a base de hostias macedónicas nos hacía empollar los "lios, liey, liusy" y toda la Anábasis jenofontiana.
Nunca lo confesé pero cuando yo fui al colegio los el idioma y los libros en y de griego me eran familiares porque el maestro de la escuela nos llevaba todos los días a la Gran Biblioteca antero/alejandrina. Allí bebimos, incluso comimos y nos impregnados de cultura griega. Homero y Hesíodo eran como de casa. Y es cierto, Baldo se pasa temporadas en el Parador de Casorvida investigando y da mucho VALOR a lo que allí aprende. Me lo debe a mí, yo le conseguí un pase permanente sin coste alguno. Todos cuantos estén interesados en profundizar en el estudio de la lengua griega pueden hablar conmigo y veré la forma de que obtengan el pase.
Isidro, retiro lo de cabronazo, me queda corto. Me ha "prestado" mucho tu escrito. Te envidio insanamente. Voy "esmanado" a ponerme en contacto con el allende los Pirineos. Me jode un poco que Javierín, siendo de mi promocionona, me ponga los cuernos con uno de una inferior; le pediré cuentas. Javierín,, no te rebajes.
Abrazos jenofónticos.

Luis Carrizo dijo...

Estoy plenamente de acuerdo con el Pitu. El tres veces paroxítono Isidro Cicero Gómez (habíamos quedado en que “Cicero” también lleva el golpe de voz en la penúltima sílaba) nos ofrece un relato marca de la casa, donde, con la coartada de la gramática de griego, nos habla de pesos y medidas, de ríos y de mares, de Tisafernes, de los hoplitas y de un montón de compañeros, que también se han pasado la vida buscando el mar; y de las vacas de Liébana y del olor de las hierbas que pacen (este capítulo me pareció genial), y del corazón de Juan de Austria y de Namur y de Manesque y de Marsella. ¡Vamos!, que me he tenido que pasar tres horas en la Wikipedia para estar en condiciones de razonar esta particular guía cicerónica.
Yo tengo para mí que Cicero, --¿¡cómo coños se dirá en griego “el de la perspicua prosa”?!-- nos declara la edad actual de su madre y la que tenía cuando lo trajo al mundo, a fin de que los incrédulos puedan de calcular también su edad; la de Cicero, claro está. Y digo los incrédulos, porque ese interés por las cosas y esa curiosidad por los detalles, y esas incansables ganas de saber que siempre muestra no son normales. Eso es propio más bien de un adolescente, y además inquieto. Y a mí esta postura hacia la vida y hacia las cosas me admira y anima a partes iguales, y trato de imitarlo porque sé muy bien que el que pierde ese interés por aprender y construirse (y a veces “desconstruirse”) está ya listo de papeles, como dice un amigo mío, murciano por más señas.
Lo único en que no estoy de acuerdo con él es en que titule este Globo con el número 40. Como Isidro Cicero (anfíbraco-anfíbraco) es un gran amante de la cabalística, yo me malicio que habrá pasado de su último Globo, el 38, el de Javier Serrano, al número 40, el de hoy, saltándose el preceptivo 39, por algún misterio cuya clave me sobrepasa.
Y conste que todos estos extremos yo los he descubierto porque colecciono sus áticos escritos, no porque me lo haya dicho la Wikipedia.
¿Cómo coños se dirá "aticos" en griego?

Fernando Alonso Diez dijo...

Un placer disfrutar de vuestros relatos, una constatación del valor de la buena literatura, del valor de la forma y de la expresión en sí, que solo es privilegio de muy pocos.
Isidro, Jose Manuel y Carrizo son tres de los que siempre dirán bien aunque no tuvieran nada que decir.
Por estos ratos de gozo, mi agradecimiento de corazón a vosotros y a los muchos otros que hacéis este blog sea tan rico en las formas y en los contenidos.

BALDO dijo...

Querido Isidro. No tengo capacidad para llegar ni de lejos -aunque bien lo lo querría- para valorar tu escrito como lo ha hecho de modo tan magistral, certero, inigualable, denso, hermoso y profundo jmgarciavaldes#gmail.com. Humildemente me cobijo bajo su sombra y pido prestadas sus palabras, su estilo y sus ideas para felicitarte.
Pero, aplicando la crítica literaria, la historia de las formas y la exégesis lingüística, descubro que el referido texto de jmgarciavaldes#gmail.com ha sido escrito por la mano de dos autores bien diferentes. Uno, refinado y de un altísimo nivel literario; otro, propio de los “vaqueiros de alzada” de las montañas de Pajares. Compara tú, querido Cicêro, cómo frases como estas han podido tener la misma fuente: “el cabronazo de Isidrín” (¡qué grosería!), “de una nimiedad, montar una historia aderezada con mil y una especias”, (¡qué armonía en la sonoridad del fraseo!), “para asar castañas” (¡qué ordinariez!), “De aquel libro de sangre, sudor y lágrimas, te inventas una historia de amor” (¡qué poético y romántico!), “a base de hostias” (¡qué zafiedad!), “me jode un poco” (¿de qué otra forma tan ruda puede expresar sus sentimientos un vaqueiro?), “abrazos genofónticos” (¡qué metáfora más expresiva, polisémica y adecuada!).
Te propongo, querido Cicêro, que, con la ayuda de Josemari y de Lalo, investiguéis la procedencia de este “amagüesto” literario de tanto sincretismo de estilos. Seguramente el tal jmgarciavaldes#gmail.com obtuvo las licencias universitarias y los másteres varios y variopintos con la ayuda de algún pariente del magistrado que intervino para que Casado aprobara en 4 meses 12 asignaturas de la abogacía y que obtuviera de bóbilis, bóbilis un máster de mucho precio y poco valor. Os indico el lugar donde con toda seguridad encontraréis el modo de deshacer el nudo gordiano de tanto embrollo literario: la biblioteca de Casorvida. Cuando el rey Ramiro I de Asturias, harto de pagar al moro el tributo de las cien doncellas, se propuso atacar a los musulmanes en la que después se llamaría batalla de Clavijo, se pertrechó para tal empresa de un nutrido grupo de aguerridos soldados de Casorvida. Con la ayuda de Santiago Matamoros, los casorvidenses hicieron poner pies en polvorosa al ejército de Mustafá. En premio, Ramiro I les concedió recaudar, a medias con los canónigos compostelanos (¡faltaría más!) el Voto de Santiago, recaudación o expolio que duró hasta el siglo XIX. Los de Casorvida se incautaron de todos los libros que había en la España cristiana. Por eso, la del Capitolio de Washington es una fruslería al lado de la biblioteca casorvidense

jmgarciavaldes#gmail.com dijo...

Ah, la ironía, ya me gustaría ser maestro en esas lides. Me considero un hombre ingenuo y casi nunca digo lo contrario de lo que quiero decir o dar a entender. Si así ocurriera sería fruto de alguna mano invisible.
Uno de mis mayores placeres es escucharme y leerme a mi mismo, por ello, a menudo, mantengo largas autoconversaciones, y me considero tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que pienso y digo. Si eso me ocurre a mí qué no pasará con los que osan leer lo que escribo. Así son, amigo Baldo, mi prosa y mi discurrir mental.
Una vocecita interna me decía: espera el palo que el sabio Baldo descargará sobre tí y ahí lo tienes. Sinceramente, creo que con tu ironía me halagas más de lo que merezco; no esperes los presentes que en otras ocasiones te hice llegar por similares elogios, confórmate con el público reconocimiento que hago de tus dotes teológico-filosóficas y literarias. Isidro y tú formáis un buen tándem ejemplo para lectores y gentes de bien.
Es posible que la gran mayoría de los lectores de este blog no sepan dónde está Casorvida ( allá ellos con su ignorancia) pero sí reconocerán que pocas Aldeas, Grandes, han dado tanto juego y tantos hombres aspirantes a ilustres. Bien citas la huida del "cagao" Mustafá, moro él, pero no debes olvidar que siglos antes Publio Carisio, romano él, también salió huyendo, con el rabo mustio, de los contornos casorvidenses. Lo de la Biblioteca es casi una anécdota al lado de tantas bondades como se podrían narrar de esa Aldea Global. No eches en saco roto el hecho de que tuviera un tío materno obispo en "Tronquín", eso me da mucha entrada en los bajos del Vaticano.
Que nadie se olvide que este portillo está dedicado al gran Isidro, muñidor de grandes relatos como el del "libru de la gramática de griego". Por cierto, ¿En qué equipo jugaba Tisafernes?
Abrazos irónicos.

Francisco Javier Cirauqui Armendariz dijo...

Lo primero decirte, Cicero, que tu escrito me ha parecido maravilloso y estoy asombrado de lo mucho que da el regalo de un diccionario de griego para hacer literatura y literatura de la buena.
En el verano pasado, me llamo Javier Martín, para decirme a ver si tenía el libro de Griego que dimos en el Colegio con el P. Iparraguirre, charlamos largo y tendido sobre las clases, el P. Iparraguirre, amores y amoríos en el colegio muchas cosas más sobre Camino, la escritura y un largo etc. Cada vez que hablamos Javier y yo nos quitamos las palabras y coincidimos en un sin fin de recuerdos que me confirman cosas que creía que eran nada más que sueños míos. Le dije que creía que tenía ese diccionario de tapas duras y verdes, de autores extranjeros y que cuando lo encontrara le llamaría. Cuando me puse a buscar me di cuenta que hice una limpieza de libros de textos de latín, griego, inglés, francés y tiré todos menos uno de cada idioma, con la desgracia que uno de ellos era el libro verde de griego.
Recuerdo las clases de griego que nos daba el P. Iparraguirre y luego el P, Enrique. Me encantaban las historias de los griegos, su historia, su literatura, su arte, su filosofía. Aún recuerdo El Anábasis de Jenofonte, expedición hacia arriba, de la que tengo un folleto para traducir de Editorial Gredos, y que me pusieron como examen en la reválida de sexto, como saqué buena nota me recomendaron que me dedicara a letras clásicas. Recuerdo solo: lio, lieis liei, liete liousi...el aoristo, pas, pasa, pan Jerjes, las parasangas, Artajerjes, Ciro, las parasangas, agios o zeos, agios isjiros, agios azanatos eleison imas, kirie eleison y kejaritomene, que creo era un adjetivo del Ave María, que me aprendí de memoria y de la que solo me acuerdo kejaritomene.
Javier Martín es una maravillosa persona y una de las que más recuerdo del colegio con una gran alegría, es un libro abierto y sabio sobre el Colegio, Palencia, Las Caldas Montesclaros. Cada vez que nos hemos encontrado en los encuentros no hemos parado de evocar y disfrutar con los recuerdos.
Bueno, Isidro me han encantado todas las peripecias del, por, y sobre el libro y estoy contigo que es un hito cultural este reencuentro de esta Gramática Griega, que tu relatas tan magníficamente,
Decirte que Domingo Iturgaiz es primo de Fray Iturgaiz y no sobrino.
Gracias por tu delicioso escrito que me ha hecho rememorar la lengua griega y su historia, el Colegio y al mismo tiempo me has hecho disfrutar mucho con este relato.

Luis Heredia dijo...

Hablando de "zafiedades", ¿me cago en la leche, Isidro¡ Así, con todo mi sentimiento.
Cada vez que escribes algo, cuentas o dices, ya sea de palabra u obra, te superas a tu mismo y nos haces crecer a los demás.
Me imagino qué y quién hubieras sido tú al lado de Homero, por mencionar a alguien de tantos que no te hubieran llegado a ti ni a la suela de tu sandalia con la maestría, con la destreza, con el ingenio que muestras. De haber sido tú uno de aquellos, seguro que ahora yo me explayaría en griego antiguo. Es más, tendría largas y profundas reflexiones en griego con mi nuera Laura, que tan aficionada es a esta lengua requetemuerta, que los cuadros que pinta, maravillosos, por cierto, los firma como LAURA pero en griego.
Yo me quedé para siempre con la Gramática Latina que heredé de Javier Muñiz pero esta ya es otra historia

Isidro Cicero dijo...

No sabéis, no lo sabréis nunca, cuánto me prestan estos comentarios al relato que he escrito para vosotros sobre el nuestru libru de Griego. El primero es el de José Manuel García Valdés. No sabes, querido amigo chenense, lo que me presta leerte decir que “casi nos ha hecho sentirnos culpables por no haberlo mimado y por no conservarlo”. Ese tuyo es un pensamiento relevante, trascendente. Me explico.
Debemos mimar el patrimonio cultural, debemos conservarlo. En esto debemos ser conservadores. Quizá solo en esto. Has captado, Pitu, maravillosamente bien a través del tono y del ambiente que he intentado crear en torno a la nimiedad de la recuperación de un viejo libro en desuso, que posiblemente ya no tiene interés, que seguramente está superado por manuales más modernos y didácticos, la necesidad del respeto, el apego y la fascinación por las cosas. Las cosas tienen encima y debajo y en medio cantidad de afectos, de complicidades, de sinergias, de creatividad compartida, de conocimientos. En definitiva, de alma. De espíritu. Respetar ese espíritu. Conservarlo, explicar lo que lees tú en las cosas y compartir esa lectura con otros. El que tiene esos sentimientos ante un simple manual semidesguazado, ¿cómo no va dedicar horas, folios y días a algo tan maravilloso, tan vinculante y tan compartido como nuestro querido Santuario en la Paramera? Has puesto al descubierto lo fundamental de la razón de ser de mis globos.
Me llamas cabronazo, no porque me consideres una mala persona, como da a entender ciertos diccionarios. Mala persona no soy, quizá algo bobo no te lo niego. Yo creo que lo dices al estilo mexicano. Ellos llaman cabronazos a los testarazos que se pegan los machos de las cabras con sus cornamentas o los marones de las ovejas con las suyas. Cabronazo es el golpe que se pega con el cabrón, lo mismo que martillazo es sacudir golpes con un martillo. Además a renglón seguido me llamas Isidrín, que es casero, no beligerante, familiar y cariñoso. Te correspondo con los mismos sentimientos. O sea, que lo mismo te digo.

Isidro Cicero dijo...

A LUIS CARRIZO
Con comentarios como estos siete que habéis dejado aquí puestos, uno siente que gana y que pierde. Gana en consideración, eso es indiscutible, se siente uno considerado, que no es poco. Los compañeros de antaño tienen consideración hacia los compañeros que se esfuerzan hogaño, les refrescan la memoria y les entretienen. Yo de forma abundante, aunque de cuando en cuando. Pero también pierde uno por la parte de la identidad. Entre los compañeros de antaño yo siempre fui un esdrújulo. Ahora ya no. Ahora soy tres veces paroxítono, Luis Carrizo Medina, dos. Yo confieso que, en nuestro contexto, en el del colegio, me encontraba muy cómodo en mi condición de proparoxítono, con acento en la cí.
Como dice Luis Carrizo en su comentario, el globo 40 menciona a muchos compañeros de los de antes. Algunos de los cuales han visto ya el mar que anduvieron buscando toda la vida. Ahí, Luis, has estado muy fino. Lírico has estado. Finura y lirismo que también has transferido al párrafo de la pación de las vacas, modelo de sabiduría. Mi padre, al final de su vida, se pasaba horas enteras observando la pación de sus cuatro o cinco vacucas queridas. Todo se volvía observación, meditación en silencio, naturaleza y ternura. El pobre hombre. Más tarde me he dado cuenta de que guiaba a los nietos, sin querer, a observar y a meditar. Ya podía haber heredado yo de él “esa curiosidad por los detalles, esas incansables ganas de saber” que dices. Por cierto, mucho me gustaría, querido amigo con quien comparto tantas y tan largas conversaciones sobre lo humano, que leyeras tú también (yo lo estoy haciendo ahora y estoy descubriendo un mundo apasionante sobre el amor al conocimiento y al saber) “Los heroicos furores”, de nuestro Giordano Bruno. Para después tener tú y yo un parlamento sobre Giordano Bruno, quien nunca debió de dejar de ser nuestro.
Lo del número 39 fue un error mío, creí que tocaba el 40. Hay otros errores en el escrito, los frailes editores del libro de griego no son los que dije yo sino los que dice Baldo en la entrada más reciente del blog, hoy mismo. Y tampoco el Zalassa que vieron los descompuestos hoplitas desde la montaña congelada era el Mar Muerto, sino el Negro. Y algún otro que se me escapó entonces y se me vuelve a escapar ahora.

Isidro Cicero dijo...

A FERNANDO ALONSO

Mi primera misión cuando aquello -todavía no había terminado el verano de 1961 y todavía no me habían encargado absolutamente de nada en el colegio, salvo cumplir mis estrictas obligaciones personales de piedad, higiene y estudio- fue guiar los primeros pasos allí de Fernando Alonso Diez. Fui su "compañero" -recordad aquella institución iniciática y pedagógica del compañero, que Manuel Alvarez ha valorado tan positivamente-. Como alumno de segundo, me tocó este chaval que entonces ingresaba para primero con los ojos abiertos como platos ante lo nuevo y desconocido. Me asaba a preguntas. Contestaba yo lo que sabía y lo que no sabía lo suplía como buenamente me daba la cabeza. Vegaquemada, por entonces, para mí era un punto más en el universo de puntos geográficos de los que procedían todos aquellos compañeros. Me gustaba saber cosas de los pueblos de origen de mis compañeros. Tenía curiosidad. Todavía no sabía nada yo de la vida y obra de don Pablo Diez, el benéfico paisano de Fernando a quien yo tanto debo, muchos otros muchachos de mi edad, también.
Ahora dice Fernando que le producen placer mis relatos, los de José Manuel García Valdés y los de Luis Carrizo. Gracias por lo que a mí me toca. Para mí también es un placer tenerte como amigo, haberte tenido y seguir teniéndote como compañero. Una cosa te querría matizar, soy de los que creo que es muy difícil decir bien sin tener algo que decir. Son cosas que a mi me parece que van por necesidad uncidas.

Isidro Cicero dijo...

A BALDO
Querido Baldo. No exageres, todos sabemos que te sobra capacidad y creatividad para valorar cualquier escrito: de hecho te pasas la jubilación valorando hasta las escrituras sagradas. Exegetizas certero y agudo al profeta y al evangelista. Pones en solfa al teórico que no deje clara la comensalidad gratuita de la Cena del Señor. Escribes como Joel cuando hablas de los obispos, les pones a parir. Te me pareces a Pablo de León, (fray) cuyos textos críticos me parecen lo más lúcido y valiente de su siglo. Defiendes a pobres monjas ancianas, que quién se lo iba a decir a ellas cuando por los motivos que fuere, se pusieron en manos de una institución milenaria, y acaban sus días víctimas de esa institución. Te revelas como un batallador feminista, abanderando la causa de féminas que nadie sospecharía ni que lo son. En fin, eres un compañero del que uno se puede sentir orgulloso.
¿Capacidad para valorar? Toda, tremenda, total. Que lo digan si no los sagrados cánones que tan malamente deciden como se dice la misa como Dios manda. Tú no estás de acuerdo, haces muy bien. Yo tampoco, pero lo mío no tiene ninguna importancia, es por motivos personales y por radical indiferencia. Últimamente he descubierto a un dominico que predica en una de las zonas de chaletizadas de Madrid norte que me encanta. Se llama Fray Marcos. Seguro que le conoces, que sois amigos; he sabido que es del pueblo del padre Jaime R. Lebrato, de Pardesivil, y en lo fisonómico hasta os dais un aire. También en las cosas que decís. Ya nos contarás cosas de él, si te parece.
No entro, no tengo por qué entrar a la puesta en comparación de tus valores con los de jmgarciavaldes#gmail.com y mucho menos a tu deliciosa exégesis a sus deliciosos escritos. Sin embargo te diré que a mí también me gusta mucho mezclar lo lírico (¡qué poescdrcas veces lo alcanzo!) con lo zafio y lo grotesco, que se me da mejor. Esta mezcla es real en la vida real y en sus expresiones a través de la lengua. Yo tampoco lo depuro, me da igual, quizá te hayas dado cuenta.
Me ha llamado la atención el nivel de evolución que ha alcanzado mi pobre apellido. Antes de ir allá, un año después que tú, era llano: allí me lo hicieron esdrújulo un montón de años, esporádicamente lo he escuchado agudo, con la sílaba tónica en la o, cosa de catalanes y catalanas, y ahora ya veo su última transformación en tus manos. ¡Ahora es circunflejo! Cicêro, ni Luis Carrizo, agudo observador se había dado cuenta de esta sotileza. Esto le da cierto aire serbio-bosnio, eslavo, albano-kosovar. Esa versión me faltaba.
Te doy las gracias por la foto que me sacaste en el ambón izquierdo (desde el punto de vista del espectador). Siempre me gustó esa foto, ahora que sé que es tuya, me gusta más.

Isidro Cicero dijo...

A FRANCISCO JAVIER CIRAUQUI
Cirauqui, recordarás también que el kejaritomene (llena de gracia) a algunos les o nos sugería otra expresión: ké karajito de nene. No sé si a los de tu curso, en el mío desde luego que sí. En el mío había chavales realmente ocurrentes. Tobes, de los que más. Que mi escrito te haya parecido maravilloso me empavona, te estoy agradecido por que me lo digas, y también contento porque lo hayas disfrutado. Sé los esfuerzos que hizo Javier Martín para localizar algún otro ejemplar aparte del suyo en el que vinieran las primeras páginas, con las que completar la información básica del libro, autores. Editorial, año de publicación, etc. estos datos los facilitó como cuento en el relato, Domingo Iturgáiz, primo y no sobrino del autor de los maravillosos mosaicos que nos acompañaron por todas partes en aquellos años.
Suscribo absolutamente que “Javier Martín es una maravillosa persona”. No me extreña que sea uno de los compañeros que más recuerdas y que, como todos los que hemos tenido trato con él, admires su dominio absoluto de los recuerdos y de las memorias del colegio. A mí me pasa lo mismo. Un fuerte abrazo y que sigas disfrutando de tus permanentes estudios de historia, historia del arte y tantas otras cosas en las que sé que andas empeñado.

Isidro Cicero dijo...

A LUIS HEREDIA
Con tantas fiestas se me había quedado rezagada le respuesta a Luis Heredia que me empondera cómo escribo, dice que crezco al escribir, es verdad, y que hago crecer a otros, si non e vero, desiderabile sí que sería.
Ne has hecho reflexionar sobre la zafiedad. En la historia universal de la zafiedad, por mucho que digamos y nos caguemos en tal o en cual, nunca llegaríamos a ser nosotros una nota de una linea al pie de una sola página. Ha habido verdaderos campeones de la zafiedad. El más hiperbólico que yo recuerde era un paisano que ha muerto hace unos meses a los 82 años que cuando se ponía blasfemo se acordaba de toda la cosecha de trigo de Castilla hecha hostias. Confundiendo la cantidad con la teología de la fragmentación. Que la figura la refleja el espejo entero, pero se refleja también en cada fragmento del espejo cuando éste se quiebra. Que el sacerdote debe tener mucho cuidado porque, como decía una canción que yo mismo publiqué aquí, en la hostia por chica que sea está el cuerpo y sangre de Su Majestad. Mis mejores deseos y un saludo para LAURA.

ENTRADA MÁS RECIENTE

CARTA A ALBERTO CORTÉS CABRERA (Por Carlos Tejo)

LAS TRES ENTRADAS MÁS POPULARES EN EL BLOG