martes, 6 de agosto de 2024

EL RUIDO DE LOS HOMBRES ME ES AJENO (Paul Claudel) Por Luis Carrizo

 


EL RUIDO DE LOS HOMBRES ME ES AJENO (Paul Claudel)

 

Antes de nada, amigo lector, por si te dispusieras a leer esta breve noticia desde el metaverso, desde la nube o desde algún lugar ignoto de la constelación Orión, en un futuro ya lejano al tiempo en que fue tomada la fotografía que estas viendo, debo aclararte que el personaje que aparece en el centro, de pie, solo, pensativo y casi mimetizado con la gran vidriera que tiene a su espalda, se llama Baldomero, aunque sus amigos y admiradores, valga la redundancia, siempre le hemos llamado Baldo a secas.

 

Debo añadir también, para ubicarte y para que puedas comprender y compartir conmigo mi extrañeza y mi curiosidad, que la fotografía capta el final de una misa que acaba de celebrarse en el Santuario de la Virgen del Camino con ocasión de un encuentro de Antiguos Alumnos Dominicos. Se les puede aún descubrir en animada conversación por los pasillos de la iglesia. Baldo, desde el coro, donde él aún permanece, ha estado dirigiendo a un nutrido número de compañeros para dar realce a la celebración, rememorando, ellos con sus cantos (el que tuvo retuvo), sus inolvidables años en la escolanía del colegio, y nuestro protagonista, además, los que sumó de director.

 

Si yo pudiese presumir de unos mínimos conocimientos de pintura, quizá me hubiera aventurado  a comentar los tres planos perfectamente delimitados  de esta gran foto panorámica con vocación de mural, estableciendo sugerentes comparaciones entre ellos, señalando sus coincidencias y sus discordancias, y proponiendo osadas interpretaciones, al modo con que los verdaderos expertos nos hacen reparar en las distintos niveles expresivos y en las diferencias e interrelaciones  entre los personajes que aparecen en el Juicio Final de Miguel Ángel o en El jardín de las Delicias del Bosco, por poner un ejemplo.

 

En cualquier caso, y sin necesidad de escudarme en mis limitadas aptitudes como crítico de arte para no comentar la foto bajo esa perspectiva, lo que verdaderamente me llamó la atención, lo que desde el primer momento atrajo mi mirada a pesar de que apenas destaca en la penumbra en que se encuentra, fue la imagen de ese Baldo solo, como un pastor al que contra toda razón hubiesen  abandonado sus ovejas; y, sobre todo, pensativo, absorto, ensimismado diría yo. ¿Cuál puede ser el objeto de sus profundas cogitaciones? ¿En qué estará pensando?, me pregunto intrigado. Ciertamente, no piensa en el príncipe de Golconda o de China, exótica, viril y melodiosa ensoñación, que sí podría convenirle al renacentista músico y poeta Vibot, que también aparece en la fotografía al teclado de su clave sonoro, pero jamás a Baldo.

 

Yo, en un primer momento, y habida cuenta de su conocida afición a las especulaciones filosófico-teológicas, supuse que podría estar considerando los fútiles afanes que mueven a los que pululamos por el plano inferior, o, tal vez, buscando el argumento definitivo con que rebatir a alguno de esos obispos o teólogos ultramontanos a los que suele repartir estopa en plan defensa central de la verdad. Un poco como el Aquinate –su maestro tras Eladio Chávarri–, cuando ensimismado y ausente, aunque se hallara a la mesa del mismísimo rey de Francia, se ocupaba más en encontrar entimemas y epiqueremas para argüir en contra de los maniqueos que en disfrutar de las friandises que tendría en el plato.

 

Pero como en realidad es difícil discernir si a fin de cuentas Baldo está pensando o recordando, que todo podría ser, me planteé también la posibilidad de que estuviera simplemente enfrascado en sus recuerdos. Los reencuentros de Antiguos Alumnos son muy propicios para avivarlos; constituyen, de hecho, su principal razón de ser, aunque ni mi escasa perspicacia ni lo inexpresivo del semblante de nuestro protagonista me permitan, tampoco aquí, intuir qué tipo de faustos o infaustos episodios de su ya larga vida puede estar examinando, en posición de firmes, como un general en trance de pasarse revista a sí mismo, a sus medallas y a sus cicatrices. A mi me gustaría que en sus memorias se dignase dedicar un capitulillo a sus cavilaciones de este día.


 

La opción de que estuviera rezando, que parece muy propia para el lugar y también muy verosímil, la descarté enseguida porque tengo poderosas razones para creer que Baldo hace ya mucho tiempo que se decantó por el “Labora” en detrimento del “Ora”, y que del refrán a Dios rogando y con el mazo dando le sobra, en consecuencia, la primera parte, pues ya solo se dedica a dar. Y no precisamente consejos, que sería lo fácil, sino leña, a los hipócritas y a los falsos profetas –ya se dijo–, y pan a los pobres. Sobre todo esto último. Si por él fuera, las misas deberían convertirse en banquetes de hermandad donde el pan y el vino fuesen acompañados, de los correspondientes entremeses, primer y segundo plato y, a ser posible, postre y cafelito. Esto lo tiene él muy argumentado en uno de sus libros.

 

Quiero, para terminar, señalarte con todo ello, paciente lector, que, al final, salvo que en efecto se decida a escribir sus memorias, tendremos que aguantarnos las ganas de saber qué es lo que aquel día bullía en la cabeza de Baldo, pues en sana doctrina, mientras no nos metan uno de esos chips en el bulbo raquideo, solo a Dios le está reservado conocer tales recónditos rincones. Así, al menos, rezaba el catecismo que a los siete años aprendió de carrerilla en su Villaquejida natal.

 

—Responde, niño: ¿Dios lo ve todo?

—¡Sí!, Dios lo ve todooo. Lo pasado, lo presente y lo futuro, y hasta los máaas ocultos pensamieentooos.

 

Lo que a mí me tranquiliza, aun sin haber sido capaz de penetrar sus secretos, es saber que mi querido y admirado amigo tiene muy poco que ocultar. Eso se le nota, entre otras cosas, en su risa infantil. De él puedes pensar bien con la seguridad de que siempre acertarás.

 

 

                                                                   ***

 

Juli, su mujer, aparece también en la escena. No podía estar lejos de su querido Baldo. Se la distingue claramente (lleva una chaqueta azul) dirigiéndose a las escaleras que conducen al coro, con el propósito indudable de ir a buscarlo. Juli es paciente y estoy seguro de que le disculpa sin esfuerzo alguno esos ocasionales raptos. En el fondo –puede pensar– hay mujeres que a sus maridos perdidos no los hallan en el templo, sino por los bares. Y, a veces, en sitios mucho peores.

 

 

 

 

 

 

 

Alicante, 23 de julio de 2024

 

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