miércoles, 2 de noviembre de 2022

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) Capítulo 9 . La acera de enfrente



En el año siguiente, a la vuelta de las vacaciones veraniegas, me instalé en otro colegio mayor que había en la calle Cea Bermúdez y que dirigían los agustinos. Me instalé en la habitación que me asignaron rápidamente y me dediqué un par de días a conocer a los vecinos de las puertas de al lado. No recuerdo nada en especial de aquel cuarto, tan solo que tenía un tamaño más que suficiente para mis necesidades y que daba a la calle y por lo tanto era muy luminoso, y ruidoso, sobre todo los fines de semana, pero en aquella época yo resistía perfectamente este tipo de contingencias. Sustituí el cuadrito que había sobre la cabecera de la cama con la imagen del Sagrado Corazón por un dibujo mío no menos espantoso, aunque por aquel entonces no era yo consciente de lo poco desarrolladas que estaban mis habilidades con el pincel, la pluma o el lápiz, por lo que el cambio me pareció adecuado, sobre todo visto desde mi perspectiva teófoba y antirreligiosa que era lo que importaba. 

Al primero que conocí fue a Ángel, un joven serio y amante de la música clásica. Disponía de un equipo de sonido descomunal, hasta tal punto que la dirección del colegio le habilitó una sala de audición donde fueron a parar sus aparatos para beneficio de todos los colegiales que quisieran, eso sí, con la condición de que aquello solo lo podía manejar él en persona y de que allí solo se ponía música clásica o jazz. Naturalmente yo fui uno de los primeros en apuntarme al grupo porque, entre otras razones, ya tenía el oído no solo muy acostumbrado sino en permanente demanda desde los tiempos del seminario, razón por la cual conectamos inmediatamente.

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