miércoles, 6 de abril de 2022

MUJERES DE LIBROS TOMAR (Por Luis Carrizo)


 



Aquí, en España, hemos sido siempre muy de navaja. Ahora ya menos, claro. A la fuerza ahorcan. Ahora te pillan intentando subir a un avión con un minúsculo cortaplumas como el que aparece en la fotografía, y por mucho que venga avalado por la imagen de la Virgen del Camino, que luce en sus cachas, te sacan esposado del aeropuerto como si fueras el enemigo público number one. Así, obviamente, es muy difícil mantener las tradiciones.

 

Por la época en que en el telonio se vendían este tipo de objetos religiosos, oía yo con mucha frecuencia —y con el alma en un puño, he de añadir— en la radio en blanco y negro de entonces, un pasodoble que comenzaba tal que así: “El valiente que se atreva / a cortejar a mi maja / que vaya poniendo a prueba / su valor y su navaja…” A mí aquel mundo violento que dejaba traslucir la mugrienta copla me impresionaba mucho, ya digo, a pesar de que en mi bolsillo, como en el de todos mis compañeros de juegos, nunca faltara el artilugio de marras; y a pesar de que, en Las Mil mejores Poesías de la Lengua Castellana, mi libro de poesía de cabecera de entonces, hubiese yo ya leído la Muerte (a navajazos) de Antoñito el Camborio y aquello de “Catites, rojos pañuelos, /

patillas de boca ancha. / Ellas, navaja en la liga; / ellos, la faca en la faja”, en la célebre Diligencia de Carmona, de F. Villalón; y a pesar, en fin, de haber oído contar, y a veces hasta contemplar, historias de sangrientas peleas donde los hombres o los mozos concelebraban el hispánico rito de aclarar sus malentendidos a la siniestra luz de las navajas. Te digo, cuando ahora rememoro todo esto, que tuvo mucha suerte, al final, el malhadado humorista de los Premios Oscar de este año, de que Will Smith no fuera descendiente directo de aquellos españoles.

 

El paroxismo, no obstante, de esta enfermiza querencia por las armas blancas; su apoteosis, que es más aún que paroxismo, por lo que tiene de divino la apoteosis, se daba en el interior de las iglesias. Para los chavales como yo, las navajas no pasaban de ser meros instrumentos de iniciación al citado rito. Nuestro catecumenado se limitaba a los infantiles ejercicios de cortarle las ancas a las ranas que pescábamos, abrir en canal algún lagarto que había tenido la desgracia de cruzarse en nuestro camino, o a cortar una rama de chopo con que fabricarnos un puñal o una espada, pensando ya en hazañas de mayor fuste y relumbrón. Pero bastaba, como digo, con entrar al santuario para descubrir verdaderamente a nuestros líderes. San Miguel, jefe de las milicias celestiales, aparecía, imponente, en el centro del retablo, blandiendo una terrible espada sobre el diablo. 


Detalle Retablo Santuario Virgen del camino (León)


Y bastaba con acercarse a la basílica de San Isidoro, en León (no era preciso ni siquiera entrar), para contemplar al santo, a caballo, presidiendo la fachada principal, en uniforme de gala (quiere decirse, con mitra y capa pluvial) y en actitud de matar sarracenos, a fin de desnazificar, como se dice ahora, la ciudad de Baeza. Y qué decir de Santiago el Mayor, por no referirme más que a los principales adalides, dando mandobles a diestro y siniestro en la batalla de Clavijo.


Segundo cuerpo de la portada con San Isidoro a Caballo. Fachada meridional Basílica San Isidoro (León)


Hoy —otra tradición que se nos va al garete— sería impensable descubrir en una hornacina la figura de un caballero cristiano armado de un lanzagranadas, pongamos por caso, o una escultura yacente en la que el finado apareciese portando, aunque fuese a la funerala, un cetme o una ametralladora, en lugar de la acostumbrada y canónica espada, que solemos ver tan a menudo. Se conoce que el aggiornamento no se ocupó de esta temática. También —se me podría alegar— aparecen en las iglesias santos varones e ilustres caballeros en actitudes muy pacíficas y aleccionadoras. 


Alienor de Aquitania y Enrique II


Y así es, en efecto. Ni podemos ni queremos negarlo, pero reconozcámoslo: por cada San Alberto Magno o Santo Tomás de Aquino pertrechados de libros, encontraremos mil Santiagos Matamoros; y por cada bibliófilo Doncel de Sigüenza (aunque no deje de mostrar un discreto puñal), podemos contemplar mil ángeles con sus flamígeras espadas arrojando a Nuestros Primeros Padres, y también primeros desahuciados de la historia, saliendo cariacontecidos del Paraíso Terrenal.

 

Hay que fijarse en las mujeres —para que luego digan del pobre papel que se les ha asignado en la Iglesia Católica— si queremos hallar el contrapeso a tanta beligerancia y tanto centelleo de espadas y armaduras. Las mujeres aparecen siempre en situaciones mucho más edificantes y civilizadas, donde las armas suelen haber cedido definitivamente su protagonismo a los libros. La iconografía femenina gusta de representar a la mujer en actitud lectora. 


Annunciation, Jan van Eyck 1434 National Gallery_Wash_DC


Es muy fácil comprobarlo por su exuberancia; y su enumeración resultaría interminable. En ocasiones, incluso, original y hasta curiosa. 


Anunciación, Tiziano


El paradigma de este tópico podrían encarnarlo las Anunciaciones, comenzando por la del retablo del Santuario de La Virgen, que se muestra, recogida y discreta, con un libro a la mano, a la derecha del aguerrido San Miguel; 



Detalle retablo Santuario Virgen del Camino (León)



siguiendo por la de Fray Angélico, hermosísima entre miles de otras, igualmente sorprendida, como todas, por el mensajero Gabriel con un libro entre las manos; y terminando, por no salirnos de la ocho veces centenaria orden dominicana, con la desocupada lectora, como diría don Miguel, el tocayo del otro arcángel, que aparece bajo la balaustrada de la famosa escalera de Domingo de Soto, del no menos famoso convento de San Esteban de Salamanca.


Detalle de la escalera.San Esteban (Salamanca)


 

Quizá algún erudito picajoso me aduzca que también se ve mucho a Judith por esas iglesias de Dios con la espada en una mano y la ensangrentada cabeza de Holofernes en la otra. También es cierto. 


Judith con la cabeza de Holofernes. Detalle sillería coro de la Catedral de León (Detalle Sillas bajas, Coro del Obispo)


Pero todos sabemos, igualmente, que una golondrina no hace verano (ni siquiera la del Fray Angélico), y que también San Pedro le cortó en un arrebato una oreja a un tal Malco (¿pero de dónde sacó San Pedro aquella espada?) sin desprestigiar por ello al cónclave de los apóstoles del que forma parte. Subirachs, en el apostolado que creó para la fachada principal de nuestro Santuario, le representa con la oreja bien ostensible sobre su vestimenta, como recuerdo y castigo a su violento, aunque desusado, proceder. Nosotros perdonamos a Josep Maria esta particular muestra de justicia catalana, ya que él no tenía por qué conocer el dicho castellano: “Por un perro que maté, me llamaron mataperros”.

 

 

 

Luis Carrizo

Alicante, 1 de abril de 2022




 

 

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