sábado, 13 de noviembre de 2021

Parroquia de Santo Tomás de Villanueva, Vallecas, siete de la tarde (Por Jesús Herrero)

Parroquia de Santo Tomás de Villanueva, Vallecas, siete de la tarde

 

Mal asunto. Ayer se cumplió el primer año sin Pedro y aún sigo teniéndolo en la cabeza como si fuera a verle mañana. Ayer fue la misa en la que se recordaba su partida para reunirse con los del otro lado, que también tienen derecho.

Estábamos todos los de Madrid y también los de Vallecas, o sea, los suyos, aunque esto hay que matizarlo: Pedro no tenía “suyos” sino que era más bien propiedad de todos. Pedro no era un faro para guiar navegantes en la noche, pero si el faro fallaba, Pedro estaba siempre en la playa alimentando una hoguera con restos de naufragios para que nadie se perdiera.

 

Las celebraciones eucarísticas ya se sabe cómo son, pero la de ayer estuvo salpicada de anécdotas contadas por sus amigos, lo cual le dio una cierta vida. Hacía frío, es un templo frío el de Santo Tomás de Villanueva, y al menos eso caldeó un poco el ambiente. No obstante Javier Serrano y yo tuvimos que refugiarnos en un radiador que había junto a la sacristía. Sobrevivimos. Pero al lado había un corcho con fotos antiguas, de hacía más de cuarenta años, en las que se veían unos barracones desvencijados donde, según parece, Pedro y sus compañeros –entre los que se encontraban José Antonio Lobo, José Ramón López de la Osa y José Luis Alcalde y algunos otros–, comenzaron a trabajar en Vallecas, prácticamente en la indigencia. Conozco establos más habitables. Pero ellos levantaron allí su territorio solidario. Pedro entonces estaba más joven, igual de serio pero más joven. Igual de pujante e incombustible que en octubre del año pasado. Supongo que le mantenía así el hecho de estar entre la gente que le necesitaba. Pero como todos los grandes hombres dudaba de haber hecho todo lo que podía o debía. En fin, qué se puede decir de esto…

 

Pedro se fue y punto. Lo malo es que en la próxima reunión de antiguos alumnos no estará físicamente. Bueno, estará, por supuesto, pero de otra manera. Seguramente observándonos con la conmovedora media sonrisa que le caracterizaba, capaz de calmar los oleajes en las playas, iluminando calurosamente, oliendo a sal.














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