viernes, 22 de abril de 2022

EL GATO QUE ESTÁ TRISTE Y ... QUE OBSERVA EL SANTUARIO (Por Santos Suárez Santamarta)

Me envía Josemari

con la amabilidad que siempre tiene

esta emotiva foto

para que me deleite y la comente

a fin de publicar el comentario 

en este nuestro blog posteriormente.





 

Dice que está seguro

de que lo puedo hacer. Sin duda entiende

que siendo yo proclive a las nostalgias

no me puedo negar, naturalmente, 

a intentar escribir sobre la misma

algo de lo que evoca y me sugiere.

 

 Lo haré al alimón con este gato

que se nos ha infiltrado como huésped

y que bien nos pudiera hacer de guía

porque sabido es que el gato tiene                                                 

-según el popular decir- no sólo

una única vida sino siete,

de modo que tal vez nuestro minino

nos conociera a todos desde siempre.

 

Eso le pregunté y ya me ha dicho

que en efecto es verdad, que le parece

-haciendo un sumatorio de sus vidas-

ser ya setenta años los que tiene;       

que  nos conoce a todos  aunque ahora

dice estar ya más viejo, más enclenque

y más triste también porque los años              

le arañan la salud; y que se siente 

tan lleno de recuerdos que ya vive

más en tiempo pasado que en presente.

 

De su primera vida, en los cincuenta,

habiendo ya mediado el siglo veinte

dice haber sido hermosa y la más y grata

la mas esperanzada y sugerente

porque allí vio erigirse un gran colegio

que luego se llenó de  adolescentes,

y también el moderno santuario 

que estamos viendo ahora aquí de frente.

 

Ah, qué tiempos aquellos -me decía-;

tal vez no hayáis llegado nunca a verme

porque ya conocéis que a los felinos

nos encanta hacer vida independiente

pero puedo decir que cada día             

estaba yo al corriente 

de todos vuestros juegos, vuestros rezos,

de vuestras fechorías inocentes,

de las horas de estudios y de ensayos

y también de los múltiples quehaceres

con que el rígido horario de internado

os tenía ocupados y obedientes.

 

Nosotros, el común de los felinos,

gozamos “a natura” de la suerte

de disponer de  olfato, vista, oído…

en grado superior a otros vivientes,

de modo que podemos

ver con facilidad lo que sucede

a más larga distancia   

y escuchar más allá de las paredes.

 

Así que os veía

salir de vez en cuando al campo, alegres, 

-en días luminosos y apacibles

de los meses de abril, mayo o septiembre-

de excursión o paseo por caminos

entre las vides verdes

y regresar después, de atardecida,

cuando el sol mortecino del poniente   

enviaba sus rayos complacido

haciéndoos caricias en la frente.

 

Al igual que también en los recreos

os veía domar diariamente

el cuerpo en los deportes, como el fútbol,

o las rondas pedestres

circundando la finca al despertaros

a pesar de los días inclementes

de frío, viento, lluvia…

o, en alguna ocasión, también de nieve.

 

Pero también recuerdo

haberos husmeado muchas veces

-cuando andaba a mi bola

por espacios abiertos adyacentes

a los vuestros- en las horas de estudio

silencioso entre libros y papeles

viendo que vuestras caras de los lunes

ya esperaban las tardes de los viernes.

 

En muchas ocasiones reconozco

que me hice presente

en torno a vuestras aulas escuchando

-tumbado sobre el césped-

cómo os enseñaban, por ejemplo,

a situar los ríos y afluentes

a demostrar teoremas,

a saber de batallas y de reyes

a traducir del griego

a conjugar los verbos deponentes

en clase de latín, o en las de arte

a saber distinguir los capiteles.

 

A menudo también merodeaba 

en torno a las paredes

de las blancas capillas adosadas

Y allí en aquel rincón, junto a la fuente                       

que llamabais “del pulpo”,

me quedaba escuchando vuestras preces

al terminar el día con la salve

del “gementes et flentes

que aprendí de vosotros y que ahora

también recito yo cuando  anochece.

 

Algunas tardes puedo

todavía -haciéndome el valiente-

llegar a lo que un día fue el teatro

y  en actitud silente    

recitaba a mi aire algunos textos

que conservo indelebles,

de  Calderón, de Tirso de Molina… 

o de los divertidos sainetes 

que allí representabais

entre jolgorio y risa muchas veces. 

 

Mas cuando disfrutaba

con más fruición y más intensamente

era cuando asistía

-de incógnito también y como oyente-

a ensayos, a conciertos y audiciones

que en el día a día eran frecuentes.

 

No estuve en aquel tiempo ningún día

falto de compartir tales placeres

con vosotros. Por eso mi existencia

en  la primera vida fue una suerte

por sentirme agraciado entre sonidos

musicales que daban al ambiente         

un melódico aroma

que en mí quedó impregnado hasta el presente                      

sin que echara de menos 

otras modas vigentes, 

otros cantos modernos y bailables

que tenían su  auge en los “guateques”.

 

Ahora ya me falla la memoria

pero tengo recuerdos muy presentes    

de aquel colegio nuevo

donde fuisteis ayer adolescentes:

como cuando llegaban

vuestros padres, hermanos o parientes 

otra vez a abrazaros 

después de largo viaje en lentos trenes

y tras no haberos visto 

en dos, o tres, o cuatro o cinco… meses.

 

También entonces –digo- 

tenía la virtud de ser consciente

de vuestra cenobítica existencia

en la que, sin cumplir los doce o trece

tiernos años aún, se os vetaba

el espontáneo trato con la gente

por evitar, sin duda,

ceder a la atracción de las mujeres. 

 

Esta inconmensurable paramera          

tendida hacia el oeste,

que estamos viendo ahora, es el paisaje

que vosotros con pasmo adolescente               

contemplabais también todas las tardes

abstraídos y alegres,

antes que, inoportuno, aquel silbato

de sonido irritante y estridente  

os llamara al estudio 

a cumplir otra vez con los deberes

cuando el sol se alejaba hacia el ocaso

vistiendo de oro  el cielo del poniente.

 

Mis días van pasando entre recuerdos

en esta soledad y me entristece

rememorar aquellos tiempos vuestros

y hacer comparación con los presentes

cuando entonces llegaban

en piadosa afluencia muchos fieles 

cada semana santa,

para participar en los solemnes

oficios religiosos a este templo

movidos, tal vez sí, por ser creyentes

pero sin duda alguna

también por escuchar las excelentes  

voces de vuestro coro en la liturgia

que solo recordarlas ya estremecen

 

Pon atento el oído -me aconseja-

y ahora que se acerca el Santo Viernes

escucharás aún vivos los ecos

de cantos de pasión y los motetes  

de Otaño o Palestrina. Y sobre todo  

-del maestro Vitoria- el imponente      

“Oh vos omnes” glacial que en vuestras voces  

helaba el corazón a los oyentes.          

 

Hoy siento este vacío en el que estamos

y el silencio abismal que nos envuelve

ahora, en este instante. ¿Has visto acaso

este lugar así como aparece                

ahora ante nosotros? Sobrecoge  

mirar alrededor y no ver gente. 

El santuario mudo, clausurado…

sin que acudan a él o salgan fieles,

sin que tampoco brillen sus vidrieras

con el sol  de la tarde como siempre.

Hoy resulta verdad, mejor que nunca,

la idea original a que se atiene

su construcción: la forma de sepulcro

que se le quiso dar. Y eso parece.

 

Mira también la torre silenciosa,

mástil de soledad, como un ariete

en esta tarde-noche arrebolada

apuntando a la bóveda celeste;

tal vez como escapando 

de nuestro loco mundo que no aprende 

a convivir en paz, ni se ve libre

del dolor, de la guerra y de la muerte.            

 

Ya ves hoy cómo vivo -proseguía

nuestro viejo felino confidente-:  

Hice de este lugar en donde estamos 

ya mi último albergue

desde aquel día triste que vosotros,

mis amigos de siempre,

por caminos distintos, cada uno,

os habéis hecho ausentes.

Ahora que ya estoy sin compañía 

solamente me queda el aliciente  

de darme a los recuerdos

y al juego de beberme atardeceres.

 

Y aquí me quedaré frente a esta torre            

que señala a diario, persistente,

el puro cielo azul reduplicando            

el sueño vertical de los cipreses.

 

¡Cuántas cosas que fueron

-concluyó ya por fin mi confidente-

se van yendo más lejos todavía

y nunca jamás vuelven!


Santos S Santamarta

 

 

 

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