miércoles, 19 de octubre de 2022

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) Capítulo 8 . Madrid de nuevo

 





Consumido el mes de agosto en Cantabria, y tras unos días en Palencia, regresé otra vez a Madrid, pero esta vez, y puesto que Rafa ya no estaba, me busque un colegio mayor universitario, algo evidentemente más cómodo puesto que ya no tendría que complicarme la vida limpiando o haciendo la comida y demás servidumbres poco apropiadas para estudiantes vagos como yo. Reinicié el curso lectivo con no demasiadas ganas, sobre todo por el exceso de obligaciones de carácter social, en las que me había ido metiendo durante el curso anterior, aumentadas con muchas novedades ya desde los primeros trámites administrativos en la facultad al inicio de las clases y, sobre todo, con la incorporación de un buen puñado de féminas al núcleo de amigos ya consolidado con anterioridad.


No recuerdo muy bien cómo apareció Isabel en escena. En principio era amiga de la novia de un amigo, Luis, compañero mío de la facultad de Ciencias de la Información, que a su vez tenía un grupo de amigas entre las que se encontraba Isabel. 


Isabel no era una belleza demoledora, era más bien atractiva y ello debido en gran medida a que siempre iba sin sujetador y con camisetas ajustadas, por lo que sus oscilantes senos distraían el perfil más bien estrecho de su rostro, aunque en él destacaban sus ojos oscuros y unos labios finos pero sensuales, siempre con una mueca casi libidinosa asomada en las comisuras, sensación que se intensificaba con unos pantalones vaqueros muy ajustados que resaltaban los movimientos de su trasero, aparentemente despreocupados y naturales. Por lo tanto tenía un éxito inmediato entre la parroquia masculina circundante. Pero este éxito la llevaba directamente, casi por inercia, a tener que lidiar con una multitud de pretendientes, casi siempre dolidos o burlados según iban cambiando las preferencias emocionales y afectivas de la interfecta. Hoy se decantaba por uno y mañana por otro, así que generaba un alto nivel de frustración y ansiedad en la parroquia de los desechados, aunque nunca rechazara a nadie de plano, en gran medida por tener a mano recambios suficientes en caso de apuro. Solía dejar claro de una manera voluntariamente confusa, y en esto era una experta, su disponibilidad hacia el contacto físico de alto voltaje que, por otro lado, nunca se materializaba, siempre por causas ajenas, es decir, porque se le hacía tarde o porque había quedado con alguien o porque tenía que preparar un examen. Cuando en un ligoteo el siguiente movimiento de su amigo de turno se dirigía peligrosamente hacia el colchón, frenaba en seco. A Isabel bien podría clasificársela de «calientapollas». Pero ya se sabe cómo era de inocente el género masculino de la época. El resto de las amigas del grupo era más recatado, o menos dado a emplear tácticas, o más oficialista y más proclive a seguir con cierto rigor las normas rituales de cortejo. Algunas tenían novio y otras no, pero aunque las había más guapas ninguna tenía tanto éxito ni estaban tan solicitadas.

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