jueves, 24 de octubre de 2024

¿DÓNDE ESTÁ EL FÉNIX? (Por Sántos Vibot)





Se celebra estos días en Madrid la 34ª Feria de otoño del libro viejo y antiguo. La instalan en el Paseo de Recoletos dos veces al año, ahora y por San Isidro. Siempre me ha gustado. Hace unos días hizo aquí una mañana gris y lloviznosa y decidí dar una vuelta sosegada por allí. Me compré en el "Rodilla" de la Puerta del Sol un par de esossándwiches de queso azul, pasas y rúcula que me encantan y me dejé llevar por Alcalá. La calle me llevaba, me sentí como deslizándome en una barca serena por un río de otro tiempo, arrullado por los muchos recuerdos acopiados desde el 76, cuando llegué hasta aquí para quedarme.

   Algunas cosas han cambiado desde entonces en la acera derecha según bajas de Sol:

Ha desaparecido, con la recrecida del pavimento, aquel gran escalón de piedra gis que daba paso al que fuera Banco Zaragozano, con aquellas preciosas puertas con celosías art-decó -que ahora refulgen más que nunca- donde yo me resguardé de la llovizna una mañana del 75 -con 22 años- en la que había venido desde Salamanca -sellado por un beso que no fue- para buscar trabajo y consultar matrículas en el Conservatorio… pero, en el fondo mismo de mi alma, para buscar la vida.






Llevaba un rato allí cobijado, mirando llover pero sumido en mis pensamientos, cuando… un chico moreno, poco mayor que yo, pasó y se me quedó mirando fijamente. Y yo a él. Después de unos pocos pasos volvió la cabeza y, desandando el camino con una media sonrisa de picardía, se puso junto a mí en el escalón y me dijo: "¡y tú qué haces aquí tan de mañana!". Y yo -casi temblando- que no sabía aún lo que era un beso, le dije confundido y decidido: "buscarte a ti". Se rió de buena gana y me dio un empujoncito con el hombro, cómplice, prometedor de ignotos paraísos… Conversamos nerviosos durante unos minutos -yo asombrado y feliz- pero él se tenía que ir a su trabajo quedamos en vernos por la tarde… Pero no vino. ¿Tal vez no pudo? Entonces no había móviles aún. Ya nunca lo sabré. Esa escena, ese día esperanzado y truncado, me asaltan siempre, cuando paso por aquí, con el dardo agridulce de lo que pudo ser, acaso, inolvidable y único en mi vida. Alguna vez, cuando aún existía el escalón, me subía allí un rato, recreando el recuerdo y su fascinación… y -aunque luciera un sol de mediodía- una estela de bruma y un rumor de llovizna me envolvían… y él volvía a pasar desde la izquierda… y escuchaba su voz y sentía su sonrisa… y se suspendía el tiempo en una duración incontrolada.




      Otro cambio que me hace añorar aquellos tiempos es la supresión de una de las bocas del metro Sevilla desde cuyo fondo, cuando ibas a subir, veías en lo alto, enmarcado por los muros que flanqueaban la escalera y que tapaban el resto de edificios, desde la perspectiva del mismo vértice pero desde el foso del metro -como la proa de un inmenso y fastuoso navío surcando los cielos- el edificio que ahora es el hotel Four Seasons y que, recién rehabilitado, luce su balconada romántica sustentada sobre cabezas de elefantes ornados con ajorcas los colmillos truncados y con lujosas borlas colgando de cordones, coronado por el reloj flanqueado de estatuas doradas, el precioso balconcillo circular de rejería con el templete de la campana y la cúpula bulbosa de cobre reluciente con el pararrayos. Entonces era un banco y estaba renegrido por el tiempo, pero ahora tiene un aire esplendoroso que ya no volveré a ver nunca más desde el mágico hondón de aquellas escaleras, sepultadas hoy. Y tal vez ni exista una sola foto tomada desde allí.







   Pero lo que más me disgusta y decepciona de estos cambios de la calle Alcalá es la sustitución, en la confluencia con las calles Caballero de Gracia y Gran Vía, y en lo alto de la cúpula de lo que fuera el edificio mascarón de proa de "La Unión y el Fénix español", de aquel grupo escultórico de patinado bronce representando a un joven desnudo con el brazo levantado hacia el cielo como en actitud de saludo y sus cabellos y un ligero manto al viento, plácida y milagrosamente sentado en airoso equilibrio sobre el hombro de un inmenso y airoso ave Fénix con las alas desplegadas a punto de levantar el vuelo sobre las llamas de su hoguera de oro. Desde que lo vi por primera vez en aquella Primavera del 75 fue para mí un deslumbramiento; y, aunque el mito que representa y que yo entonces desconocía es el de Endimión, -el bello durmiente de la mitología, raptado por el Fénix por orden de Zeus para librarlo de Diana cazadora- para mí siempre fue el trasunto fiel de Ganímedes siendo raptado esta vez por el mismo Zeus convertido en águila y llevándoselo al Olimpo para convertirlo en su amado. Esa estampa, desde 1911, había sido-y aún debería seguir siendo, ay, después de más de medio siglo transfigurando los cielos desde ese emplazamiento emblemático-, la más icónica de Madrid. Fue Charles René de Saint Marceaux quien la esculpió en París, y presidía majestuosamente aquel corazón de la ciudad.






   Pocos meses después, en 1977, sufrí, como una lanzada traicionera, el anuncio de su inminente sustitución al haber cambiado la titularidad del edificio; y contemplé -atónito y descorazonado- cómo una grúa gigantesca lo arrancaba en grilletes de su flamígero pedestal y lo alzaba encadenado… depositándolo en el suelo, junto a su usurpadora sustituta, presta a robarle el trono: una victoria alada de menor estatura e inspiración, con unas alas feas y ridículas que nunca podrán elevar ni irradiar aquel vuelo sublime del Endimión-Ganímedes…

…Desde allí lo llevaron hasta un solar vallado que había en la plaza de Colón, precisamente junto al hotel Fénix, donde pasó muchos meses arrumbado entre escombros y hierbajos. Desde la plaza podía verse el brazo alzado del muchacho como pidiendo auxilio y libertad por encima del muro ignominioso. Más de una vez me encaramé sobre los hombros de mis amigos para mirar al Fénix y al mancebo en su desolación. Estas dos fotos las tomé yo mismo escalando la tapia recubierta de los carteles superpuestos de las primeras elecciones:







   Y largo tiempo después, creo que en 1986, fue a parar al jardín de "La Mutua madrileña", en el paseo de La Castellana, presidiendo un pequeño estanque. Allí por fin ya pude contemplarlo y más cerca que nunca; y besar y acariciar su pie y el borde de las alas y la cola del Fénix. Pero la última vez que peregriné hasta aquel jardín buscando su harmonía, su cercanía, su pedestal estaba vacío; había vuelto a desaparecer y nadie supo -o quiso- decirme dónde lo habían llevado. Me temo lo peor… Ojalá me equivoque.

   Hace no mucho tiempo se anunció una subasta de los muebles, alfombras y artes decorativas de ese blanco y exornado edificio primero del Fénix, coronado por su cúpula oval de pizarra festoneada de antorchas llameantes, cabezas de macho cabrío, guirnaldas y lazadas doradas y culminada por un pedestal adornado con cuatro cartelas de rocalla y ese nido de llamas que fue el enclave natural del Endimión-Ganímedes sobre su Fénix-Águila y pude pujar y conseguir una preciosa mesa supletoria de inspiración neoalhambrista que me acompaña en casa, como un pecio de aquel melancólico naufragio y que me es ya casi un talismán de juventud.

   Hay en Madrid otras seis o siete estatuas parecidas sobre el mismo tema coronando edificios y alguna más en interiores especiales. Algunas de ellas llevan firmas ilustres, como la de Mariano Benlliure que está en Gran Vía. Y la del palentino Victorio Macho. También he visto otras en Valladolid y en otras provincias. Pero ninguna para mí que me suscite tantas emociones y vibrantes recuerdos como aquella primera en aquel cielo de mis 22 años.

   Y ahora recuerdo, de por aquellos primeros tiempos míos en Madrid, una noche sin luna de verano en la que volvía de aquel mítico "Blacky’s", de la calle Santo Tomé -uno de los primeros bares gay que se abrieron aquí- feliz de frescos besos y de ardientes abrazos, y que al llegar a Cibeles y caminar junto a las verjas de flamígeras lanzas doradas que cercan el jardín del entonces Ministerio del Ejército -serpenteado por aquel senderito flanqueado de rosales de pie alto por donde patrullaban los jóvenes reclutas casi adolescentes abrazados gallardamente a sus metralletas- un

guapo centinela me sonrió, como colmando así el licor de ambrosía que traía yo en los labios y que bebí en los suyos con mis ojos… (su sonrisa entre rosas: yo os la brindo: imperecedera contra el pérfido Tiempo y el Destino).

Y ya al torcer hacia la calle Alcalá y mirar hacia arriba vi al Fénix majestuoso con su cálido muchacho amoroso sobre su hombro saludándome contra el cielo estrellado como una Teofanía largo tiempo esperada. Y entonces me quité la camisa y caminé con el torso desnudo hacia él levantando yo también un brazo y dejando caer el otro arrastrando por el suelo la camisa como si fuera un manto sobre un prado ascendente cubierto de mil flores que ondeaban…: ¡Por fin la libertad, la vida misma, cómo no amar Madrid! Cómo no lamentar la dolorosa ausencia de aquel Fénix que me vio despertar y romper las cadenas, tantas ya…


En fin, decía al principio que había decidido dar una vuelta sosegada por la feria del libro viejo y antiguo. Y, envuelto en estas brumas de nostalgia, acaricié los libros buscando ese "no sé qué que quedan balbuciendo". Y, aparte de un precioso álbum de fotografías de los palacios y jardines de Versalles con interesantes textos (acabamos de pasar Juanma y yo unos días en París y estuvimos allí serpenteando por esos jardines y desmesuras) y un curioso libro sobre  uno de mis escritores favoritos, Álvaro Cunqueiro, ya me iba a retirar cuando me llamó la atención el título de un pequeño libro de bolsillo de la desaparecida Editora Nacional:


"Aristóteles, Horacio, Boileau Poéticas"


Nunca fui muy amigo de leer las poéticas, pues con frecuencia son altisonantes, fantasiosas y hasta involuntariamente -o no- mendaces. Pero estas tan antiguas, tenidas por las tres más importantes de las letras occidentales, me picaron la curiosidad y el deseo de descubrir una más de tantas cosas como desconozco. Comencé por Boileau, por creer que me sería más cercano su siglo XVII-xviii. Estos son algunos de mis subrayados :


"Que los versos no sean vuestro empleo eterno; cultivad vuestros amigos (…): poca cosa es ser agradable y encantador en un libro, también hay que saber conversar y vivir".


"…por todas partes una lo sólido y lo útil a lo agradable. Un lector sabio rehuye una vana diversión y quiere aprovechar su esparcimiento."


"Amad que se os critique y, dóciles a la razón, corregid sin murmurar."


"Para hacer brotar mis lágrimas es necesario que lloréis."


"El espíritu reconoce con placer lo natural de estos pequeños defectos… "


"No ofrezcáis al espectador (habla del teatro) algo increíble, a veces lo verdadero puede no ser verosímil."


"El secreto es agradar inicialmente y conmover."


"Que en todas vuestras palabras la pasión emocionada vaya a buscar el corazón, lo enardezca y lo conmueva."


"Sus escritos, llenos de fuego, brillan ante nuestros ojos por todas partes."


Y seguí con Horacio y su sabiduría de algunos años antes de Jesucristo:


" …los hechos de los mortales perecerán; con mayor motivo permanecerán la vigencia y la gracia vivaz de las palabras."


"…censurad el poema que no han corregido muchos días y muchas tachaduras no han pulido diez veces…"


"Para escribir bien, razonar es el principio y la fuente."


"Ut pictura poesis ": la poesía es como la pintura; habrá una que te cautivará más si te mantienes cerca, otra si te apartas algo lejos; ésta ama la penumbra; aquella, que no teme la penetrante mirada del que la juzga, quiere ser vista a plena luz; ésta agradó una sola vez; aquella, aunque se vuelva a ella diez veces, agradará (otras tantas)."


   En cuanto a la poética de Aristóteles, que me suena lejana y demasiado reiterativa, además de estar centrada sobre todo en el teatro más que en la poesía misma, en el capítulo XXV, el penúltimo, me regala estas palabras que me llenan de misterio y regocijo a la vez:

 

"Con relación a la poesía es preferible lo imposible convincente que lo posible que no convence; (…) pues es necesario que el paradigma sobrepase la realidad. Con relación a lo que se dice deben explicarse las cosas irracionales; también así se demuestra que alguna vez no es irracional, pero es verosímil que las cosas ocurran en contra de lo que es verosímil."






Y me pregunto ahora qué dirían estos tres filósofos que ya siento amigos -si pudieran y quisieran leerme- a propósito de estos caóticos recuerdos que os he escrito aquí. Y qué diréis vosotros, amigos del colegio, que hace ya casi 18 años que me leéis…


Santos Vibot

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