lunes, 7 de junio de 2021

¡Yo sin ti no sé qué haría! (por Eugenio González Núñez)

¡Mi amor!, es la expresión más bella dicha a alguien, no importando quién ése alguien sea. Y es que el amor lo abarca y lo alcanza todo, todo lo llena; todo lo bueno y lo bello lo entiende y lo defiende; todo, respetuosamente, lo celebra, lo perdona y lo redime. Las palabras más bellas sobre el amor no suelen estar en los libros, sino en ojos y gestos, movidos por el corazón de quienes viven ese misterio cotidiano, hecho de vitales experiencias, que permiten, en labios de Bécquer, que «el alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada». El mundo griego, y luego el romano, usaron dos palabras claves para definir el amor: Eros y Ágape. Eros es amor, y Ágape es amor, sin que tengamos que poner a ninguno de ellos —en mi opinión—, por encima del otro. Hay tiempos para gozar de Eros, y hay tiempos para disfrutar del Ágape de un amor tierno, sereno y gratificante, si la salud nos concede años de vida juntos. Si Cupido lanza juveniles y ardorosas flechas, el Dios de la mística cristiana (S. Juan de la +, Juan Arintero), también lanza flechas misteriosas al corazón de los creyentes para atraerlos a su amor. Sencillamente, porque Él es amor. El ángel que se acerca a Teresa en el éxtasis de Bernini —un simple mensajero—, lleva una flecha divina, ardiente y enigmática, dirigida al corazón hospitalario de la mujer andariega.

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