jueves, 3 de octubre de 2024

MAXI TRAPERO COMENTA MI VIDEO "De paseo por León" (blog del día 15 septiemnbre)

 

 

 

 

Querido Josemari: A mi vuelta de El Hierro, ya sabes que es la isla de mi mujer a la que vamos siempre en primavera y en el tiempo de las cosechas (los higos de esa isla no tienen igual, y allí me convierto en hortelano, lo que siempre quise ser o lo que me gusta ser en ocasiones, sobre todo a la hora de “recoger”), me encuentro con tu “Paseo por León” y con la dedicatoria a Luis Carrizo y a mí, que te agradezco mucho, pues te acuerdas de nuestro doble paisanaje.

 

¡Qué precioso video nos has regalado, con ese sol que no tiene un azul de igual intensidad y transparencia! ¡Y qué precioso es nuestro León! Lleno de gentes con ánimos festivos, calles estrechas (aunque alguna se llame “ancha”), casas viejas con nobleza, plazas irregulares con encanto, plaza mayor llena de verduleros animosos (con el mejor sentido, y no pongo el femenino para que no se ofendan), y ¡la catedral!, la “pulcra”, blanca como una azucena, enmarcada en un azul tan intenso que parece abrazarla y que la individualiza para que nada la conturbe. Gocé muy especialmente de tu vídeo, guiado siempre por Alberto e Isabel, tan guapo él y tan hermosa ella (que por ser canaria lo lleva en su condición), porque ese mismo itinerario lo hice yo hace apenas tres meses guiando a un grupo de amigos canarios a quienes llevé este año a conocer nuestra provincia. Y quedaron todos encantados y sorprendidos, maravillados. ¿De verdad existía una ciudad llamada León, que tiene tal calidad de vida? Porque para muchos León es una de esas provincias de las que se preguntan si existe.


Recorrimos todos los bares del Barrio Húmedo, ¡qué tapas, Dios mío!, y ¡qué vino de la tierra! Y todo nos parecía baratísimo, en comparación a los precios abusivos de Canarias. Los inicié en nuestro prieto-picudo, cada vez más bueno, y en un blanco que casi acabo de descubrir, el albarín, único entre los blancos. Pero el descubrimiento mayor fue la catedral de noche, una auténtica “aparición” cuando llegas a su plaza y se te presenta de sopetón, única, en todo su contorno, con una iluminación que no es que le llegue de afuera, sino que sale de ella misma. Es la catedral la que ilumina, no que esté iluminada. Allí nos despedíamos cada noche los ocho canarios de la excursión, después del recorrido gastronómico, y nos quedábamos absortos, en silencio, contemplando aquella maravilla única. No era entonces el azul intenso de tu vídeo el que la abrazaba e individualizaba sino el negro negrísimo de unas noches sin luna el que la hacía elevarse por encima de su estatura normal y la dejaba suspendida en el aire. Esa visión es la que nos tenía embelesados, sin poder hablar, y la que permanece en la memoria de mis amigos como la maravilla incomparable de las catedrales españolas.

 

Y para que conste, aquí queda la foto que allí me hicieron: 




 

Y no fue solo la ciudad. Mis amigos canarios descubrieron una provincia que no sabían que existía, y unas maravillas de las que de unas habían oído hablar pero que de otras desconocían hasta su nombre. Los llevé a los cuatro extremos de su geografía. Por el oeste, vieron Astorga, Castrillo de los Polvazares, descansamos y rememoramos el ancestral Camino de Santiago en Foncebadón, y tiramos nuestras piedras al “milladorio” de la Cruz de Ferro. Comimos en Prada a Tope y llegamos a nuestro destino de Las Médulas, que nadie, salvo, yo, conocía. ¡Y allí fue el descorche de todas las expresiones admirativas! Y eso, a pesar de la caminata en una cuesta empinadísima que hay que subir ahora desde el aparcamiento hasta el mirador.

 

Por el este, disfrutaron del largo y apacible Valle del Esla, hasta adentrándonos en Riaño, ver el pantano más lleno que nunca, y bajar al Valle de Valdeón para sentirnos rodeados de ese cataclismo geológico que son los Picos de Europa. Y llegamos a Caín, e hicimos un tramo de la Garganta del Cares, “la divina”, y allí sí que las expresiones de admiración y de sobrecogimiento agotaron todas las fórmulas que la lengua ha creado para ello. De los ocho de mis amigos, solo dos conocíamos esa grandeza de la naturaleza, pero desde entonces seremos los ocho los que pregonemos que no hay en España una ruta de montaña igual a esta “garganta divina del Cares”. 




 

Por el sur los llevé a ver la más hermosa iglesia mozárabe de España, desconocida del todo por misamigos, la de San Miguel de Escalada, aislada, lejana y solitaria, a la que solo se puede llegar si pones mmucho empeño en llegar y sabes de su existencia. Pero llegado ante ella te puedes sentir solo, solo y en silencio, dentro de ese espacio que a mí me traspasa de emoción, con esa luz ambarina que envuelve el misterio de unas prácticas religiosas de las que poco sabemos pero que sentimos ancestrales nuestras. Y eso después de posar en los bellísimos arcos mozárabes de su pórtico.




 

Y bajando con las aguas del Esla llegamos a Mansilla, donde visitamos el para mí admirable museo etnográfico de “los pueblos leoneses”, Y yendo más al sur, adentrándonos en la tierra de la tierra, de los pueblos de “la arquitectura del barro”, llegamos a Gusendos de los Oteros, a mi pueblo, nombre tan sonoro que no puede sino tener una historia ya milenaria, aunque la actual despoblación lo está llevando a la casi desaparición como lugar poblado. Pero tiene algo que lo mantiene vivo y con nombre: el “bar-merendero de Conchi”, famoso en toda la provincia, tanto por su (peculiar) dueña como por lo bien que allí se come, en una auténtica bodega, y donde degustamos, tras unos embutidos a destajo, un bacalao “al ajo arriero” que, según varios de mis colegas, “no tiene igual en el mundo”. Y aquí va la muestra:




 

Y hacia el norte, ya en el último día, camino de nuestro aeropuerto de Asturias, visitamos la cueva (que no “cuevas”) de Valporquero. Feo nombre para una de las maravillas subterráneas de España, la mayor en extensión, según se dice, y que te deja como ser humano en la nonada. Ninguno de mis amigos la conocía, ni siquiera de nombre, pero quedaron todos de acuerdo en que es la “más impresionante” de las cuevas conocidas en España. Y para despedirnos de León, ¿qué mejor que con una de esas comidas pantagruélicas, pero ricas ricas, del restaurante Ezequiel de Villamanín? Al pasar por Busdongo ilustré a mis compañeros del origen leonés de Amancio Ortega, nacido en ese pueblo, que le regaló lo que más necesitaba, una máquina quitanieves. Pero me dio ocasión para hablar del mayor mecenas leonés, de nuestro don Pablo Díez, y les recordé lo que ya les había explicado al visitar la basílica de La Virgen del Camino.

 

Aquí mi pluma se detiene de temblor. Así diría si tratara de imitar a los clásicos que escribían con ella. Yo ya no, pero sí lo hice alguna vez en la escuela de Gusendos. Y es que la visita a la basílica, presumiendo yo de conocimientos arquitectónicos y de los en-claves de misterios que encierra, gracias a la lectura muy atenta que he hecho al libro de Isidro, se convirtió en uno de los momentos “clave” de nuestro viaje. Sabían mis amigos algo de ese lugar, de la Virgen del Camino, del colegio de los dominicos, de la modernidad asombrosa de la basílica, pues muchas veces en nuestras conversaciones les había dicho mi pertenencia a ellos, pero el asombro ante ella fue mayúsculo, hasta el punto de que en la encuesta que les propuse sobre sus experiencias emotivas y artísticas (y demás aspectos) del viaje, la basílica de la Virgen fue valorada con la más alta calificación. Y yo tan orgulloso por ello como Luis Carrizo, él por ser natural del lugar, con quien he empezado a “amistarme” muy recientemente por causa de su magnífico libro sobre El Quijote. Y ni que decir tiene que tu nombre, Josemari, se puso en el frontis de mi discurso por lo tanto que has hecho a favor de la memoria de los que allí estuvimos en nuestra infancia y primera juventud.

 

Todo esto, querido Josemari, es lo que me ha sugerido tu hermoso vídeo en una de esas mañanas soleadas y limpias del tempranero otoño leonés por esa ciudad llena de encantos que yo, desde la distancia, tanto añoro y quiero, más cuando el mismo recorrido que tú nos muestras lo había enseñado yo a mis amigos canarios hacía apenas tres meses antes. Todos todos los que aparecemos en tu blog te lo han dicho: que te debemos tanto, que te queremos tanto, que eres uno de esos fundamentales en-claves de nuestra memoria colectiva. Y que te agradezco mucho que te hayas acordado de mí en la dedicatoria de ese paseo “videado” por nuestra ciudad.

 

Un fuerte abrazo,

Maxi Trapero

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