Narciso tenía en aquel momento el proyecto de utilizar una casa que había comprado en una pequeña localidad cántabra por cuatro gordas, para montar un estudio de pintura y dar clases, durante el mes de agosto, a un grupo seleccionado entre sus mejores alumnas (nada de alumnos) de la universidad de Rhode Island donde trabajaba. De esta manera pensaba amortizar los gastos de la compra del inmueble y los arreglos necesarios para convertirlo en habitable.
Enseguida me propuso ir allí durante el mes de julio para ayudarle a adecuar y adecentar el lugar y de paso veranear un poco. Naturalmente, a falta de otra cosa mejor que hacer, me ofrecí incondicionalmente y, dos días más tarde, en un «dos caballos» cochambroso y destartalado que también se acababa de comprar, nos fuimos a Cóbreces, que es como se llamaba el pueblo, una villa con mucha historia cercana a Comillas.
La casa era grande y conservaba todos los atributos típicos propios la arquitectura de la zona, como por ejemplo un balcón corrido muy bonito pero muy deteriorado en la fachada principal. En general mostraba un estado de abandono prolongado que hacía sospechar un elevado coste de tiempo y dinero en reparaciones. En la parte delantera tenía un pequeño prado lleno de hierbajos, pero suficiente para maniobrar o aparcar el «dos caballos». En el lado derecho de la fachada estaba la puerta principal, un portón astroso que pronto fue sustituido por una puerta más moderna con cierto aire sajón. En el lado izquierdo estaba la entrada de la cuadra con sus pesebres, lugar en el pernoctaban algunos gatos que pronto huyeron al comprobar las malas pulgas de Narciso. Haciendo cuerpo con la fachada, y en ángulo recto, había otro gran espacio destinado a almacenar forrajes y aperos agrícolas que fueron eliminados para convertirlo en estudio de pintura; y junto a este recinto otro más pequeño que también fue vaciado de todo tipo de cachivaches inservibles. En el interior, sobre las cuadras, con capacidad para cuatro o cinco vacas a lo sumo, se encontraba el pajar, otro gran espacio al que se accedía desde los pesebres por una peligrosa escalera y donde, después de asegurarnos de no correr riesgos, instalamos provisionalmente un par de camas mientras se arreglaban el resto de las habitaciones. Tras la puerta principal de la casa se instaló una cocina nueva en sustitución de la anterior y ya de paso se restauró y adecentó el resto de la planta baja, donde también había otra habitación además del cuarto de baño, un espacio amplio y luminoso junto al cual estaban las escaleras que conducían a la planta superior, con otras cinco habitaciones más con capacidad suficiente cada una de ellas para instalar, según las previsiones de mi primo, no menos de dos literas por habitación. Estas habitaciones tenían todas vistas al mar y daban a un prado descendente, con algunos árboles frutales, que terminaba en un seto descuidado y montaraz.