Seve, un ser tan realmente bello como su pintura
Por Fulgencio Fernández (LA CRÓNICA DE LEÓN)
18/11/2024
Seve García Trapiello.
Cuando la humildad es sincera es una de las más bellas cualidades del ser humano. Cuando la generosidad es tan real como desinteresada se convierte en un atributo impagable. Cuando la bondad te la asigna todo el mundo y el aludido se sonroja al escucharlo... Entonces estamos ante Seve Trapiello (Severino García Trapiello), que se acaba de ir, en lunes, seguramente para no hacer mucho ruido. La bondad de Seve llegó hasta su último suspiro, en sus últimas horas quiso convencer a todos los que le rodeaban que se iba tranquilo y hasta feliz, que era una verdadera suerte haber tenido la cabeza lúcida para ver que todo quedaba en orden, haber conversado con los suyos e, incluso, escuchar las columnas que su hermano Pedro le dedicaba. Su fe le llevaba de esta familia a la otra, con sus padres, con su hermano.
Era Seve Trapiello, además, un gran artista. Un maestro (no es una palabra buscada en el diccionario de sinónimos, es por una vez una verdad incuestionable) del realismo, como muy pocos, busca cualquier obra suya y se acabó la discusión.
Un magisterio labrado en mucho tesón, de pintor a tiempo completo, muchas horas ante el lienzo, muchos amaneceres viendo amanecer... y la mente muy abierta. «Hay veces que paseo y necesito pintar lo que veo, pero muchas veces son los temas los que me golpean de repente, llaman a la puerta de mi cerebro. Ya sea por ejemplo la historia de los coptos, (los cristianos de Egipto pertenecientes a la iglesias coptas) porque me impresionó al ver la composición de una fotografia, la luz cayendo desde sus cabezas, sus túnicas».
Seve Trapiello, orgullo de ese Torío natal en Manzaneda que cuando lo pintaba se podía pescar en el cuadro, se fue a vivir a la Sobarriba, a Navafría. Tal vez porque su nueva tierra era una metáfora de sí mismo. Seve, como Navafría, está ahí al lado pero no se nota; Seve, como La Sobarriba, era un mundo de matices y sorpresas, los que él veía pues aseguraba que «nunca hay dos cuadros iguales. A los pintores nos ocurre como a los poetas; ellos dicen que siempre hacen el mismo poema. Nosotros podemos pintar los mismos edificios, pero siempre son diferentes: la luz, el día, la noche, el amanecer...».
Seve, como los vecinos labrantines de la Sobarriba, araba con los pinceles: «Madrugo y me pongo a pintar. Sólo lo dejo algunos ratos para bajar a la huerta, atender las gallinas y esas cosas y vuelvo a pintar. No imagino la vida sin pintar, si me meten en una oficina me matan».
No era fácil entrevistar a Seve Trapiello, no le gustaba hablar de sí mismo como artista, pero era muy sencillo a la vez hacerlo, cuando arrancaba solo había que escuchar, era capaz de convertir las ideas en poesía, la de su mirada.
La pregunta era respuesta en este pintor que tenía muy clara su forma de vivir el mundo del arte. «Hay dos formas de estar en este mundillo, asomado siempre al escaparate o trabajando». No hace falta explicar que él transitaba por la segunda opción y lo argumentaba con el ejemplo de un músico: «Si un pianista no ensaya un día lo nota él; si no ensaya dos días lo notan los buenos críticos, pero si no ensaya tres días ya lo nota el público. A los pintores nos ocurre lo mismo y yo creo que algo similar vivirán los escritores, los poetas, los creadores en general».
Siempre sin levantar la voz, por nada, como se ha ido, en lunes.