martes, 21 de septiembre de 2021

EL AGUA EN LA VIRGEN DEL CAMINO (Por Antonio Argüeso)



Estamos en tiempos en los que los recuerdos  ocupan mayor espacio que los proyectos, con lo que sin saberlo practicamos lo que Isidro, siempre tan  preciso, dice que es la anámnesis. Y hete aquí que estos días “he recuperado’ el recuerdo el del problema del agua en la Paramera.


En una entrada anterior Cirauqui habla de casi todos los oficios de la Paramera. Pero no cita el de “encargado del agua”, poco conocido, aunque esencial pues del buen control del depósito, situado entre la Escuela Mayor y la Menor, dependía que tuviéramos o no agua. Si no podía pasar lo que ha motivado este recuerdo. 


Un día, estando en cuarto o en quinto año, oigo por aquellos inmensos pasillos del colegio la recia voz del Padre Felipe Lanz: “¿Dónde están los encargados del agua?”. Iba envuelto en la capa, con la cabeza y la cara chorreando más jabón que agua: estando en la ducha, había cerrado el grifo mientras se jabonaba y cuando iba a aclarar su fornido cuerpo…. ¡no había agua!.


El encargado del agua era Pesquera y yo el aprendiz, para garantizar la continuidad cuando él fuese al noviciado. Habíamos controlado, como todos los días, el depósito que estaba mediado. Una fuga era imposible; se hubiese visto, dada la cantidad de agua que había desaparecido. Pronto dimos con el culpable que si mal no recuerdo era el Padre Enrique quien, sin respetar las normas, llenó la piscina cuando el depósito estaba mediado, algo que solo se podía hacer cuando estaba lleno.



Como en este caso se pudo comprobar ya, construir edificios con casi mil grifos y ¡una piscina!  en un pequeño pueblo de secano plantea serios problemas de agua.  Los primeros años hubo roces con el pueblo por este tema; el depósito que debía llenarse en momentos de abundancia y utilizar en tiempos de escasez se quedó pequeño. 


Se buscaron pues soluciones, como la compra de “La Puri” para la piscina. 


Pero la más novedosa de todas va a venir de un leonés que había estado unos años en Texas, donde vio cómo allí utilizaban máquinas similares a las perforadoras petrolíferas para buscar también agua. Eran máquinas que podían instalarse en camiones especialmente condicionados, con lo que se podían desplazar con relativa facilidad. Este leonés vio el negocio y se trajo una para aquella España que con el desarrollismo empezaba a trabajar el campo de forma más dinámica. Creo que a  La Virgen del Camino llegó por intermedio del mismísimo Eulalio C. Ruíz. 


El camión se instaló detrás del edificio de la Escuela Menor, no lejos de la alambrada a la vera de El Tomillar y se montó la torre para empezar a perforar. A mí me tocó “ayudarle”. No fue el único caso en que hice esto ya que trabajé al menos con tres profesionales que realizaban trabajos en el colegio. Con el que más tiempo pasé fue con un carpintero, el primero que me explicó por qué al clavar una punta, tras dar un golpe fuerte había que posar el martillo sobre ella para evitar que siguiera vibrando en el momento de dar el segundo golpe; de golpearla mientras vibra la punta se tuerce; un “especialista radio” que se ocupaba de la abundante megafonía del colegio y que me contaba cómo en alguna ocasión quisieron echarle de algún  pueblo por miedo a que la antena en espiral que ponía en los aleros del tejado para que la radio funcionase atrajese igualmente a los malos espíritus; al final se solía solucionar, aunque no siempre, con la bendición que el cura hacía de la casa y de la antena. 


El tercero fue un joven soldador que puso ventanas de aluminio en los pasillos y antesala del teatro. 




De los tres guardo excelentes recuerdos y lo que con ellos aprendí me ha servido bastante, primero en los años en los que me tocó “hacer de todo” para poder sobrevivir y después para no necesitar “especialistas” de casi nada en la casa.



Pero volvamos al buscador de agua, con el que también pasé varias horas de conversación mientras la máquina horadaba; su experiencia en EE UU no había sido nada buena y creo que fue él el que le quitó las ganas de conocerlo. Creo recordar que era pelirrojo y sobre todo que tenía vértigo, uno de esos vértigos que ni a una silla podía subirse, con lo que me tocaba trepar a la torre del camión cada vez que la operación del perforado lo necesitaba. 


Al final sí se encontró agua, aunque menos de lo previsto con lo que hubo que mantener la vigilancia  del depósito ya que las necesidades fueron en constante aumento de “apostólicos”  y con la llegada de los de Villaba y el paso de cinco a seis años. 

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