miércoles, 17 de agosto de 2022

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) Capítulo 2 . La piscina municipal

 

2.

La piscina municipal

 

En el seminario al que fue a parar mi escasa humanidad infantil se inoculaba, desde el primer minuto, y sin contemplaciones, el rechazo del sexo. Las razones para tan absurda imposición eran, visto desde aquí, evitar las distracciones con respecto a la meta prefijada, que no era otra que la de llegar a ser cura o, en mi caso, fraile. Para ello había que ser puros, que era el sublime adjetivo con el que se envolvía tamaña estupidez, y dominar esa fuerza desbocada del sexo que conducía al pecado inexorablemente, apartándonos de Dios, de la Virgen y de todos los santos de la corte celestial, todos ellos rodeados de orlas florales. Entre ellas destacaba el lirio, un lirio blanquísimo como símbolo de la pureza, que era tenida por virtud celestial, cuestión sobre la que terminaron por devorarme serias dudas más adelante, sobre todo cuando me di cuenta de que la dichosa flor era empleada como atributo de aquellos santos que habían dado su vida por rechazar el pecado en cuestión. Más que santos habría que haberlos tenido por tontos, por decirlo de una manera amable.

Se solía reforzar argumentalmente en el seminario todo esto con la lectura recomendadísima de las vidas ejemplares de esta caterva de personajes que se santificaban en Roma a granel, porque habían preferido sufrir las más horrendas torturas hasta morir tan solo por mantener oxidado su aparato reproductor. Siempre ha habido gente así. Se dejaban cortar brazos, piernas, alguna que otra teta en caso de tenerlas, sacar ojos, ser quemados bien por partes o globalmente, descoyuntados y, se supone que, en la mayoría de los casos, finalmente violados con las vociferantes protestas de las propias víctimas, aunque de esto no hay evidencias documentales y, además, sería muy comprometida y sonrojante cualquier descripción o narración de semejantes hechos que luego habrían de leer desde los inocentes niños seminaristas hasta, incluso, la revirada feligresía de beatas ociosas. ¡De eso nada!

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