miércoles, 14 de septiembre de 2022

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) Capítulo 6 . Piso en Madrid

 



A primeros de septiembre de ese año me vine a Madrid y no llegué solo. Conmigo se vino Rafa. Tenía que estudiar unas oposiciones para funcionario del Estado, cuya preparación preveía que le habría de llevar no menos de un año, y yo para matricularme en la Facultad de Ciencias de la Información, rama de Imagen, como dije, que se acababa de estrenar como carrera de curso legal. Después de muchas idas y venidas alquilamos un piso en la calle Benito Gutiérrez. Tres habitaciones no más grandes que la palma de la mano, saloncito comedor, cocina entre cutre y grasienta y dos cuartos de baño en los que había que entrar de canto y conteniendo la respiración, no por el olor, sino más bien por el espacio disponible, no mayor que el de una caja de zapatos del número 15. El precio era asequible para pagarlo entre dos, así que no lo pensamos demasiado, sobre todo por lo cerca que estaba aquel antro de los sitios donde teníamos que ir ambos a diario a cumplimentar nuestras labores respectivas. Encajamos nuestras pertenencias en los espacios disponibles como nos pareció y luego nos fuimos a tomar una caña con el poco dinero que nos quedó después de pagar un mes con la fianza correspondiente. Del mobiliario no puedo hablar porque solo me viene a la cabeza la palabra «negro» y soy incapaz de recordar incluso si las sillas tenían patas.



Un par de semanas después de instalarnos recibí una llamada de un amigo de mi madre de Palencia, que a su vez tenía otro amigo que también tenía que venirse a Madrid, en este caso para estudiar medicina pero con clara inclinación hacia la ginecología, y me preguntaba si podría venir a instalarse en nuestro piso. Naturalmente le dije que sí porque, entre otras cosas, ayudaría con los gastos del alquiler. El tipo se presentó al día siguiente a media mañana, con prisas y con ganas de discutir incluso con la bombona de gas si fuera necesario. Menos mal que Rafa y yo nos entendíamos a la perfección y estábamos de acuerdo en casi todo, con lo que el individuo estaba siempre en desventaja. Se llamaba Margarita a pesar de ser un tío con todo lo que se supone que tiene que tener un individuo del género masculino. El día que le bautizaron la familia debía de estar de vacaciones y el párroco con una resaca feroz causada mayormente con el vino de misa al que era devoto adepto. Margarita era bastante siniestro y en ocasiones dejaba entrever una inquietante mirada de psicópata en sus ojos oscuros y rehundidos. Su nariz era afilada y prominente y se pasaba el día recolocando su flequillo con ademanes teatralmente exquisitos, como tratando de dar a entender que Rafa y yo éramos basura comparados con él. Para colmo le gustaba pontificar «ex cathedra» presumiendo, como si fuera el Papa de Roma, de infalibilidad, cosa que siempre ha dado muchos problemas porque apenas pasados unos minutos alguien le demuestra lo contrario incluso al mismísimo Papa de Roma. Fallar constantemente en sus opiniones y dictámenes como una escopeta de feria le agriaba el carácter, y entonces solía disertar sobre su misión en el mundo, que no iba más allá de dedicarse profesionalmente a lo que había debajo de las bragas de las embarazadas y parturientas según sus propias palabras, y para ello y además, no dudaba en enredarse en alabanzas con su futuro maestro, el doctor Botella Llusía, una eminencia en el asunto de la obstetricia por aquellas fechas y a quien aún no conocía. La impertinencia global de Margarita nos dio la idea a Rafa y a mí de colocarle el apodo de «Botellín» en atención a su maestro en el arte de poner a parir a las señoras en el quirófano, cosa en la que luego fracasó con estrépito, al menos en el ámbito profesional, según cuentan las malas lenguas.

 

La primera discusión más o menos seria se produjo nada más llegar al piso aquella mañana. Venía cargado con tres maletones que más parecían los baúles de la Piquér y, como es lógico, no le cabían casi en la habitación que quedaba libre, que era la más pequeña de las tres porque, como es lógico, Rafa y yo nos quedamos con las dos más espaciosas y con vistas a la calle. En realidad las tres habitaciones eran casi iguales, pero con su desproporcionado equipaje, más propio de una «vedette» que de un estudiante, cualquiera de las tres le hubiera resultado pequeña. Y entonces empezó a cuestionar la parte del alquiler que le tocaba pagar que, según él, le parecía excesivo para el tamaño del cuarto. Y para rematar hizo una siniestra, maleducada y despectiva referencia a la importancia de un estudiante de medicina como él en comparación a otro que solo servía para hacer unas vulgares oposiciones a funcionario, o a otro que se pensaba dedicar a «eso de la farándula» porque no tenía más horizontes posibles. Y Rafa, que no tenía pelos en la lengua le dijo que la solución a lo de su cuarto era sencilla porque la puerta de la calle servía tanto para entrar como para salir y que en cualquier caso el piso lo habíamos alquilado nosotros después de habernos pateado muchas calles de Madrid durante varios días, cosa que él no había hecho porque había llegado el último y de favor cuando ya todo el trabajo sucio estaba hecho. Y entonces replegó velas y dijo que tenía cosas más importantes que hacer que ponerse a buscar otro piso y que de momento se quedaba hasta que le surgiera algo mejor. Supongo que pensaría que le iba surgir de la nada y por su cara bonita, aunque con características más de cuadrúpedo que de humano. De hecho nunca le surgió nada y allí se quedó todo aquel año dando la lata.

 

Menos mal que al «Botellín» solo se le veía a las horas de comer o de cenar, porque como descubrió rápidamente que Rafa y yo Hacíamos la compra y cocinábamos, muy mal, pero lo hacíamos, solo aparecía en esos momentos, eso sí, con el hacha afilada, dejando ver claramente que para él entrar en la cocina era rebajarse. Total que nos utilizaba de chachas y además nos ponía de vuelta y media por lo mala que estaba la comida, aunque él se servía el primero y se llenaba el plato con la excusa de que tenía prisa para ir a la facultad o a estudiar a su cuarto, de tal manera que si no andábamos con cuidado nos dejaba a dos velas. Así que Rafa y yo decidimos acabar con aquello y al día siguiente, sin previo aviso, nos fuimos a comer a un restaurante baratito que había cerca y cuando el Botellín llegó a casa y se encontró con que no había comida, montó en cólera al vernos aparecer, ya comidos y bebidos, y armó una pelotera por no tenerle en consideración. Esa vez le corté yo mismo en seco y le recordé que no había pagado su cuota de los dos últimos meses, ni la parte correspondiente de la fianza, y no había puesto un duro para hacer la compra y por lo tanto no había más «servicio» para él y además, como no paraba de quejarse de la comida y no fregaba nunca los cacharros, a partir de ese día tendría que comer de bocadillos en el bar de la esquina, con lo cual se tranquilizó y se largó mascullando a su cuarto con vistas al patio interior para nuestra satisfacción.

 

o

 

Una de aquellas noches Rafa y yo nos ligamos a dos pibas. Solíamos darnos un garbeo nocturno los viernes y los sábados al anochecer por la calle Princesa y solíamos recalar en la Princesita, un bar estupendo donde sabían tirar las cañas y hacían una tortilla como para declararla Patrimonio de la Humanidad. Nada más entrar, Rafa, que ese día estaba eufórico, sacó su manual del buen ligón y se acercó melifluo a las dos incautas, que por supuesto no lo eran tanto, y las engatusó casi inmediatamente, así que, hechas las presentaciones, las invitamos a unas cañas, lo cual les pareció tan bien que empezaron a animarse sin disimulos. Rafa, que de eso sabía un montón, le puso la mano en el hombro a la que tenía más cerca con cierta apariencia de casualidad y la chica, que creo recordar que se llamaba Puri, aceptó el envite y se le arrebujó. Cuando vi el efecto que había causado la técnica del depurado artista decidí atacar yo también a la otra, que se llamaba Noemí, y también se me pegó, incluso se restregó levemente en mis piernas que, curiosamente, no temblaron. Es más, la cogí de la manita y ella se dejó y después se aplastó bastante a mi cuerpo serrano de forma que noté perfectamente sus consistentes redondeces, lo cual me produjo la consabida incontrolable hinchazón en la parte central de mi anatomía con la consiguiente preocupación, aunque mitigada por la gran cantidad de gente que había en el local, lo que impedía ver nada de nadie que no sobresaliera por encima del cuello.

 

 

Rafa propuso, en vista de ello, ahuecar el ala para respirar un poco de aire y una vez en la calle las invitó a visitar nuestro piso, que según él era bastante pequeño pero estaba bien y cerca de allí. A ellas les pareció estupendo porque además había cervezas y coca colas en la nevera. Por suerte cuando llegamos no estaba el Botellín porque según parece había ido a casa de un amigo a estudiar —y a cenar gratis seguramente— y pensaba volver tarde. Rafa sacó las cervezas y nos pusimos a beber y a charlar, o sea, a contarnos las bobadas que se suelen contar en estos casos sobre uno mismo y a recitar mentiras y exageraciones con el fin de deslumbrar a las chicas lo más posible. Rafa se autonombró poco menos que director general y yo poco menos que director de cine, algo con lo que ligaba con bastante facilidad por aquel entonces. En cuanto la conversación cumplió con los requisitos de educación previos, Rafa invitó a Puri a ver su cuarto y ya dentro de su cuarto a probar el colchón que, por lo que le oí decir era muy cómodo y mullido, aunque como el mío, bastante ruidoso cuando, por causas naturales, sufría las vibraciones propias que el usuario le imprimía con los movimientos de vaivén imprescindibles para conseguir un climax gratis y placentero. Eso sin contar con la impertinencia de algún muelle suelto u otras protuberancias más o menos agresivas que hacían bastante la puñeta. Pelillos a la mar.

 

Y siguiendo los pedagógicos pasos del ínclito Rafa, hice yo lo propio con Noemí, que no era pejiguera ni remilgada, y se vino conmigo al cuarto, se tumbó sin más para probar la consistencia del colchón y no hizo ningún comentario negativo, por suerte, así que yo me tumbé a su lado y la cogí de la mano y ella la colocó sobre uno de sus pechos e hizo presión mientras con la otra se desabrochaba los dos primeros botones de la camisa, obviamente invitándome a seguir explorando aquellos terrenos ignotos para mí, y tan deseados y tan sólidos y al mismo tiempo tan dúctiles y tersos. Luego vino un tímido beso al principio y luego ya no tan tímido mientras abarcaba suavemente el otro pecho y notaba la dureza extrema del pezón en mi palma. No sé lo que duró aquello, pero cuando bajé lentamente la mano para acariciarle el muslo y luego subir más lentamente aun hacia la entrada principal, me sujetó la mano mientras emitía un leve gemido dando a entender que todo había estado muy bien, pero solo hasta ahí estaba dispuesta a llegar. Todavía eran tiempos difíciles para ir más lejos el primer día de un contacto que probablemente no tuviera continuidad y, además, las dos tenían que coger un autobús hasta un barrio de la periferia y ya era más bien tarde.

 

A Rafa, según me contó después, le pasó algo parecido, como era de esperar, aunque él llegó más lejos y pudo notar con claridad la humedad entre las piernas de Puri. No obstante me felicitó por haber llegado tan lejos en lo que él llamó «la primera vez» y se congratuló por haberme servido de guía por el sendero de la normalidad y no haber tenido tropezones como los que había tenido y haber perdido oportunidades de oro como las que tuve.

 

Luego, ya vueltos a la realidad, acompañamos a las dos chicas al autobús. Lo cogieron a tiempo pero a pesar de las prisas conseguimos quedar para el siguiente sábado en el mismo sitio, nosotros con la esperanza de repetir la experiencia y mejorarla y ellas con la de consolidar el ligue hasta convertirlo en seguro y duradero, supongo.

 

No obstante algo debí de hacer mal porque en la siguiente cita Noemí no vino, pero se presentó Puri con una amiga que, por lo visto, era la encargada de sustituirla que, según dijo la «suplente», se encontraba indispuesta, es decir, por lo que pude deducir, con la regla, aunque no sé por qué razón me sonaba más a excusa que a otra cosa, aunque Rafa opinaba lo contrario, o sea, que mis habilidades manuales habían sido tan satisfactorias que Noemí, efectivamente indispuesta, había cedido la vez a Floren, que así se llamaba, para que comprobara la veracidad de los hechos que Noemí le había narrado, en una conversación «entre amigas», acerca de mis cualidades amatorias, todo lo cual le fue susurrado a Rafa por Puri, que no estaba dispuesta a compartirle con nadie. Esto me sonaba bastante raro y me pareció más bien lo contrario, es decir, que Puri, para no quedar mal con Rafa, decidió echar mano de Floren para cubrir el hueco y no dejar cojo el cuarteto, lo que podría suponer una cierta merma en sus propias posibilidades; o tal vez Noemí temía tener que llegar involuntariamente más lejos de lo que había llegado ya y cedió el puesto a su amiga, que sí estaba dispuesta a todo; o incluso era virgen, cosa corriente en la época, y no estaba dispuesta a perder su virginidad de una forma tan montaraz y tal a salto de mata y prefería algo más de tiempo y seguridad. En todas estas conjeturas estaba yo metido y no conseguía sacar conclusiones o certezas, cosa lógica en terrenos tan resbaladizos y difusos, pero la maquinaria ya estaba en marcha y no había tiempo para suposiciones, aprensiones o barruntos porque Rafa había ya metido la llave en la puerta del piso.

 

 

Lo cierto es que la más que probable sustituta era muy resolutiva y, pasados rápidamente los prolegómenos protocolarios necesarios para no mostrar demasiada ansiedad o voracidad física, Floren, que era una chica más redondita y con más carnes que Noemí, pasó al ataque directamente después de tomarse una cerveza en el cutre saloncito del piso. Entró decidida delante mí en la habitación bajándose ya la cremallera del ajustado vestido negro y minifaldero que llevaba y, dándose la vuelta para dejar entrever estratégicamente sus argumentos, se aplastó directamente contra mi caja torácica sin contemplaciones mientras me introducía la lengua hasta la campanilla y acto seguido se recostaba en la cama con los ojos cerrados abriendo levemente las piernas. Todo ello en un movimiento único, global, asombroso e irrepetible. Le acaricié el cuello bajo su brillante —y rebosante de laca— melena negra y traté de desabrocharle los corchetes del sujetador, lo cual fue una operación sumamente complicada que ella solventó rápidamente con un solo movimiento que me dejó admirado. Se bajó el vestido hasta la cintura, se tumbó del todo y tiró de mí para colocarme a su lado y llevar mi mano libre donde a ella le apetecía —y a mí también, dicho sea de paso—. Y luego bajé su cremallera hasta el final y la abrí completamente el vestido dejando al descubierto unas sugerentes bragas negras semitransparentes y escuetas que ataqué suavemente y sin dilación, lo cual produjo leves contracciones musculares en sus caderas y suaves gemidos de satisfacción apenas controlados. Mientras iniciaba otro beso con intensidad pude comprobar una palpable humedad entre sus piernas, bajo las bragas, donde había introducido ya mi mano, lo cual provocó un nuevo estremecimiento y un profundo y prolongado suspiro. Menos mal que sus descontroladas manifestaciones acústicas eras apenas audibles, no sé realmente si porque ella no quería ser escuchada por los vecinos de la habitación de al lado o porque ella era así. Lo cierto que eso me causó una gran tranquilidad por no decir un cierto sentimiento de impunidad en la certeza de que hiciéramos lo que hiciéramos no se iba a oír nada, a pesar de la extrema delgadez de las paredes y, sobre todo teniendo en cuenta que Puri era bastante más bulliciosa, por decirlo educadamente.


Finalmente, y llegados a un grado de excitación casi intolerable, se sacó, no sé muy bien de dónde, un preservativo que me colocó casi sin que me diera cuenta o tuviera tiempo para pensar y acto seguido abrió las piernas y se introdujo todo lo que tenía a mano, que no era poco para entonces, y en tres o cuatro vaivenes alcanzó un éxtasis convulso y tremendo acompañado de apagados y profundos sollozos, seguido del mío, para quedar luego inertes, cogidos de la mano, relajados y medio dormidos.

 

Pasados unos minutos, y con cara de corderita degollada, me besó tiernamente, se levantó y se fue al cuarto de baño que, previamente, había sido requetepulido y abrillantado por Rafa y por mí hasta el último centímetro cuadrado hasta alcanzar unos niveles de limpieza nunca vistos por persona humana sobre la faz de la tierra, puesto que, pensamos, cabía la posibilidad de visitas ajenas y no era cosa de pregonar nuestra habitual desidia estudiantil y adquirir inmerecidamente mala fama.

 

Esta vez no hubo prisas en la despedida porque en previsión, y habida cuenta de la experiencia anterior, empezamos la función una hora antes, así todo fue más relajado. Acompañamos a las dos chicas al autobús enganchados por el hombro o por las manos y casi sin hablar, como dando más importancia a la piel que al pico en la seguridad de haber tenido una experiencia, como se decía entonces, totalmente satisfactoria. Quedamos, como es natural para el siguiente sábado, pero a media semana Puri llamó a Rafa para quedar por su cuenta, ellos dos solos, porque parece ser que Noemí y Floren se habían enfadado a causa de las libertades que se había tomado con la propiedad ajena, o sea conmigo, y su amiga no le había permitido semejante autonomía ni dado permiso expreso, y entonces Noemí le había llamado zorra traidora a Floren y de paso también me había dedicado algunos epítetos como crápula, infiel y aprovechado, lo cual me dejaba en fuera de juego o de circulación por culpa de los celos, cosa que yo nunca había padecido, al menos tan estridentes y arrebatados, a pesar de haber tenido en ocasiones sobrados motivos para ello. Yo más bien he pensado siempre que nadie es propietario ni propiedad de nadie y por lo tanto siempre he respetado las necesidades afectivas, físicas o psíquicas, del prójimo, aunque más de una vez me hayan hecho la puñeta con o sin razón.

 

Por lo que respecta a Margarita nunca tuvimos problemas con el horario porque, además de sus obligaciones académicas, con las que era muy riguroso, se había apuntado a un »grupo de oración» que se había organizado en la sacristía de una parroquia cercana, algo muy corriente en aquellos tiempos, y las reuniones solían coincidir con nuestras actividades pecaminosas o licenciosas. Tan solo en una ocasión en que nos dejamos sin recoger los cuatro botellines de cerveza sobre la mesa del saloncito empezó a hacer preguntas sobre nuestras actividades cuando él no estaba y a sospechar —porque sospechar era una de sus actividades más características— que habíamos tenido actividades indecorosas y nefandas, según sus palabras textuales, y que tendríamos que pensar en no mancillar el espacio común con actos impíos e indecentes, a lo que añadió de su cosecha que el intercambio de fluidos corporales, que era como él llamaba al fornicio, en condiciones en las que las prisas impedían tomar las pertinentes medidas de esterilización de determinadas áreas corporales, era desde todos los puntos de vista posibles, una marranada, a lo que Rafa le respondió que si le parecería entonces bien plastificarse previamente desde el ombligo a las rodillas después de ponerse un condón, naturalmente, y entonces el puntilloso Margarita contestó diciendo que el Papa de Roma había dejado bien claro que el uso del condón estaba prohibido y por lo tanto era pecado, uno más a añadir a la lista, y en cuanto al plastificado del obligo hasta las rodillas, no le constaba que hubiera instrucciones o normativa eclesiástica aplicable al caso. Y entonces yo le dije que lo mejor sería que se fuera de nuevo a la parroquia a rezar por nuestras almas pecadoras y a rogar a Dios que bajara el precio de los plastificados y de los condones, cosa que le sentó fatal y le llevó a encerrarse en su habitación después de dar un buen portazo. Luego ya no volvió a protestar más ni ese día ni ningún otro.

 

Lo cierto es que lo mío acabó pero lo de Rafa siguió una buena temporada y cuando quedaba con Puri yo solía desaparecer del piso un par de horas y me iba a dar una vuelta con los compañeros de la facultad, que ligaban también, pero de una forma más grosera e infantil y para mí menos apetecible, así que, salvo cosas esporádicas, mi actividad amorosa decreció notablemente y desde luego nunca llegó a alcanzar los momentos apoteósicos que tuve con Noemí o con la exuberante Floren.

1 comentario:

RAMON HERNÁNDEZ MARTÍN dijo...

Amigo Jesús, a pesar de tus aclaraciones, sigo en mis trece de que tu ágil pluma descorcha aquí una imaginación viva, cargada de ricas experiencias vitales. Tras saborear su fruto y celebrar tu maestría, brindo por el éxito merecido.
El tema de hoy me plantea el eterno dilema de si sus protagonistas se comportan realmente como los machos alfa que pretenden ser en los lances amorosos descritos o gesticulan en ellos simplemente como juguetes eróticos, hábilmente manejados por expertas hembras en celo. ¿Qué ocurre realmente en el bar y en el piso? Rafa me parece, más que un atrevido conquistador, un tímido moscón, atraído por las feromonas femeninas con que las protagonistas llenan el bar y aromatizan las habitaciones del piso.
De todos modos, se necesita temple y valentía para adentrarse en un campo que los de nuestras generaciones pretendíamos trillar sin ni siquiera mencionarlo. Enhorabuena por ello, Jesús. Es más, para muchos de nosotros, a esa edad todavía en plena fase de “consagración”, la cosa solo podía filtrarse como la vaga confesión de haber tenido “malos pensamientos”, o como la dulzura de sueños prohibidos que te hacían caer en éxtasis, o como furtivos “manejos”, nunca consentidos del todo, que te arrastraban a la explosión nuclear de todo el organismo.
Claro que, quien más, quién menos, todos hemos sufrido o gozado una primera experiencia en carne y hueso, que nos ha marcado como reses de una determinada heredad, lo mismo si en su trance nos comportamos como machos alfa que como simples juguetes eróticos. La tuya, ocurriera en la realidad o en la imaginación, es ciertamente hermosa, pletórica, gozosa. Para referirme a la mía, por ejemplo, tendría que dedicarme, sin capacidad descriptiva alguna para hacerlo, a cantar las bellezas y bondades de la “ciudad del amor” en unos momentos en que, cuando más incendiadas estaban sus calles, me “prendió” una calentura que duró meses.
En Roma conocí a algunos hombres que se llamaban “Rosario”, pero lo de “Margarita” como nombre masculino no lo había oído nunca. De todos modos, este Margarita del relato tiene poca o nula trascendencia literaria al encerrarse a cal y canto en su hosco carácter y en una mística aterciopelada para que nadie lo deshojase.
Finalmente, sabedor de que quien más escribe, más yerra, tengo la impresión de que este “regio” blog nuestro se parece, en sus postrimerías, a la reina inglesa Isabel II, pero a la inversa en lo que a fastos funerarios se refiere. Mientras para honrar con su afecto y condolencia a esta mujer, sin doble posible, los inefables ingleses están formando colas de hasta veinte kilómetros, tengo la impresión de que yo me estoy quedando solo para hacer lo propio con nuestro blog. Aquello evangélico de que la piedra un día desechada fue utilizada después como piedra angular se da de bruces con su realidad actual, pues no parece que en él queden todavía ángulos que construir. En este contexto, tus entradas, amigo Jesús, tan sugerentes y lindas (la que comentamos merece un lugar en el cielo, no en el purgatorio) tienen tanto mérito como el literario, que ya es decir. Gracias, amigo, y también a quien, tras leer lo que precede, sume sus condolencias, aunque sea en silencio y desde lejos.

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