miércoles, 15 de septiembre de 2021

EL VINO DE LOS MONAGUILLOS

 


El amigo Lalo F. Mayo, el grande, me envía esta foto tomada en la sacristía de una iglesia de Haro.

Y se pregunta: los que fuisteis "MONAGUILLOS titulares" ¿sabíais que existía esto?

11 comentarios:

Luis Heredia dijo...

Yo no tenía ni idea. Cuando yo era monaguillo, entre los 7 y 9 años, creo que todo era de garrafa porque no recuerdo haber visto una botella etiquetada. Para mi era todo como quina Santa Catalina o San Clemente. Todo muy acorde con la liturgia. Maridaba muy bien con las obleas. Yo, de aquella, no comulgaba con vino como ahora y las obleas eran blancas pero sí alguna vez tomé un chupito y los recortes de las obleas hasta que el Sacristán me pescó un día y me dí cuenta de la diferencia entre una hostia y una oblea. Y eso que el Sacristán no era cura para dar hostias.
Hoy día no me acostumbro a beber el vino cuando voy a comulgar. No sé por qué pero debe tener alguna explicación.

BALDO dijo...

Los banquetes grecorromanos –que fueron el modelo de las comidas que se realizaban en todos los lugares de sus respectivos imperios– constaban de dos partes: la primera la constituía el «deipnon» o comida propiamente dicha, en la que se podían consumir varios platos, según las posibilidades de los anfitriones o de los asistentes; la segunda era la sobremesa o «simposio» o momento de la bebida, de la charla, del espectáculo y de los juegos eróticos. Los investigadores modernos han llegado a la conclusión de que también las comidas judías, las de Jesús y las de las primeras comunidades cristianas siguieron este patrón de banquete grecorromano. No dicen si en estas también había juegos eróticos (Pitu, que te veo venir). Esta separación entre las dos partes del banquete se refleja con claridad en el «Banquete» de Platón: «Después de que Sócrates se hubo reclinado y comieron él y los demás, hicieron libaciones y, tras haber cantado a la divinidad y haber hecho las otras cosas de costumbre, se dedicaron a la bebida». En Lc 22,20 se habla del vino que se derrama. En Mc 14,23 y Mt 26,27 todos participan de la misma copa, después del «deipnon» (1 Cor 11,25).
Pero vayamos al vino, muy relacionado con la «alegría festiva», que es lo que nos ha traído Lalo a colación. Leo en Dennis E. Smith, «Del simposio a la eucaristía. El banquete en el mundo cristiano antiguo», que el vino siempre se bebía mezclado; los griegos consideraban grosero beber el vino sin mezclar. Cuando se hablaba de «vino» sin más, todo el mundo entendía que era vino mezclado. Así Plutarco afirma: «Llamamos a una mixtura ‘vino’, aunque en su mayor parte esté compuesto de agua». Las proporciones normales eran cinco partes de agua para dos de vino, o tres de agua para una de vino. Ateneo alude a ‘un refrán muy repetido’ sobre el tema de la mezcla tradicional: ‘Beber cada cinco, tres o no menos de cuatro’. Se dice que se debería beber dos partes de vino por cada cinco de agua o una parte de vino por tres de agua. Plutarco se refiere a la misma tradición cuando recuerda una discusión en un simposio sobre el tema «‘beber cinco o tres, no cuatro’». Por supuesto, beber vino mezclado significaba que se podía consumir mucho más vino antes de alcanzar un insociable estado de embriaguez. ¿Cuál era el porcentaje de alcohol en una mezcla típica? Oswyn Murray ha especulado que debía ser algo equivalente a un vaso de cerveza actual, lo que permitiría beber durante bastante tiempo, tal como se describe en la literatura. Los vinos de ciertas regiones eran más reconocidos por su calidad, de manera que una antigua forma de jactancia del vino aparece a menudo en la bibliografía tanto griega como latina.
Pues aquí hemos llegado, querido Lalo. Lo de esa vitrina de vino de Rioja para las misas no deja de ser una fanfarronada de los de Haro. Los de la ribera del Esla, el gran afluente del Duero, tenemos vino de prietopicudo y no nos damos tanta importancia. Reconozco que el de Villaquejida está un poco agrio. Pero la «mistela» del cura sabía, a juzgar por el olor, ¡a hostias!, y no sé de dónde procedía. Pero ¿por qué el celebrante echa solo unas gotitas de agua al vino y no cuatro partes, como era preceptivo en Grecia y en Roma? Dicen que porque, cuando Longinos le clavó la lanza a Jesús, de su costado salió sangre y un poquito de agua (distinción que solo se puede ver centrifugando la sangre). ¿Por qué, si en las comidas de Jesús y en las de las primeras comunidades cristianas se bebía vino, aunque fuera aguado, ahora, en la misa, solo lo trinca el cura? A los demás, obleas a secas. Cuando la cosa está en crisis –creo yo que irreversible–, podían aprovechar para tener en las iglesias seis o trece tinajas grandes de vino para consumo «ad libitum» de los asistentes. Seguro que el Pitu de Casorvida se apuntaba a la adoración perpetua del santo grial de las tinajas.

jmgarciavaldes#gmail.com dijo...

Tengo la impresión de que el tal Pitu debe ser como el agua, aparece en todas las mixturas. Creo que él se lo toma con humor incluso cuando toma su toma.
Viendo la vitrina concluyo que he de apuntarme de nuevo a oficio de monaguillo, me quedan muchas botellas por probar.
Me pasó tal como narra Luisín de las Heredias, hube de probar vino mezclado con hostias. Amargaba más que el vino de Villaquejida. Baldo le llama vino pero tiene pinta de ser "puxarra".
He participado en muchos banquetes religiosos y civiles y debí perderme algo, nunca llegué a esa parte de lo erótico; en lo sucesivo me apalancaré en el sillón hasta que se vaya la última, por comprobar. Si en la misa, entendida como banquete, se pusiera más énfasis en esta parte final habría mayor asistencia y entusiasmo. Que me perdonen los que se lo toman más en serio que yo.
Baldo, ¿Explícame, por favor, el siguiente párrafo:
"... hicieron libaciones y, tras haber cantado a la divinidad y haber hecho LAS OTRAS COSAS de costumbre, se dedicaron a la bebida».
Una vez más, amigo Baldo, me dejas haciendo chirivitas; qué facilidad la tuya para relacionar tocino y velocidad. Haces filosofía, teología, lenguas, etimologías ... sin inmutarte. Pa mi que tú tienes una vitrina aún mayor que la que nos presenta Lalo el grande o ¿el Gran Lalo? o ¿ambas? y le das un repaso antes de desayunar. Un placer leerte y leeros.
Abrazos eróticos mixtelados.

Isidro Cicero dijo...

En la mi cuadrilla había uno que pedía: "A mi ponme de lo de los curas". Era afionado a los circunloquios y mistela le parecía breve. Si pilla la bodeG de Lalo...

BALDO dijo...


El «simposio», que sigue a la comida propiamente dicha, el «deipnon», era «la fiesta de la bebida» del vino. No había ningún banquete grecorromano que tuviera solo el deipnon y no el «simposio». Tu pregunta, eximio casorvidense, se refiere a qué «otras cosas» –según la afirmación de Platón– se llevaban a cabo en el «simposio». Como el mismo filósofo afirma se hacía libaciones al «Buen Dios» (agathou daimonos), que no era otro que Baco. La libación solía ser de vino sin mezcla de agua. El «simposiarca» tomaba una copa de vino, pronunciaba el nombre de la divinidad y lanzaba una parte al suelo o al fuego. De lo que quedaba, él tomaba un trago y pasaba la copa para que cada invitado bebiera un sorbo y dijera el nombre de la divinidad.
A menudo, también se cantaba un «peán». Probablemente se trataría de una canción de victoria o triunfal (como el «Asturias, patria querida») o de un canto religioso. En el Banquete de Platón los invitados dicen haber «cantado un himno a dios».
Después de estas ceremonias, se servía el «postre», que constaba de frutas variadas y de frutos secos acompañados de copiosas cantidades de sal, seguramente con el fin de provocar la sed para poder beber con mayor placer. También se servían pasteles de comida exquisita, huevos (de gallinas del pueblo de Toñín Argüesón), semillas de sésamo, aroma o una guirnalda. Nunca faltaba la flautista, que podía ser o no una prostituta, con la que, entre canción y canción, se solazaban los asistentes, cada vez más desinhibidos por la ebriedad.
Pero las que llegaron a tener el máximo protagonismo en el «simposio» fueron las elevadas conversaciones filosóficas que tenían lugar entre los asistentes, como puede apreciarse en el «Banquete» de Platón, y que se podían prolongar hasta bien entrada la noche. Los eximios Casorvidense y Bruxelense Reinosiano podrían desempeñar sin competencia alguna la función de «simposiarcas» de estas conversaciones filosóficas. Cuando los filósofos y los de su círculo se encontraban para celebrar un banquete, buscaban divertirse no con los típicos juegos de fiesta ni con actividades lascivas, sino que se entretenían manteniendo una conversación elevada sobre un tema adecuado en el que todos pudieran participar.
Además de la comida y de conversación, a veces se jugaba y se gastaban bromas. Un juego muy corriente era el llamado «cótabo», que cualquiera puede ver en Wikipedia en qué consistía.
Era también ocasión propicia para excesos sexuales dando paso a las cortesanas al espacio varonil.

BALDO dijo...

Baco es el correspondiente dios latino del griego Dionisos, que es al que se refiere Platón

Ramón Hernández Martín dijo...

Aun siendo de tierra de vinos, incluso con DO, la verdad es que pensaba pasar de puntillas sobre esta entrada, pero joder, no pensaba yo que a la “Cena” que Baldo “profana” (reduciendo o ensanchando la misa a una celebración profana) se le podía poner como escenario toda una bodega y enriquecerla con cantos propios de orgías greco-romanas. Vamos progresando en mundanidad, que, a fin de cuentas, es progresar también en divinidad.
Por lo que a mí me toca, entre los años 47-52 fui monaguillo y me convertí francamente en pillo conforme a lo de “si quieres tener un hijo pillo, mételo a monaguillo”. No se trata de contar aquí las perrerías que le hacíamos no solo al cura, sino también a los novatos de ese oficio, pero referiré brevemente un par de anécdotas que bien pudieran interesar a la concurrencia.

Primera: teníamos en Mogarraz un cura que era “sacro” a carta cabal, pero pesetero a más no poder. El buen hombre nos daba a los monaguillos dos reales por ayudarle a misa toda una semana. Pero los veranos, cuando el padre Segis, el superior de Corias, veraneaba en Mogarraz, cada vez que le ayudábamos a misa nos daba una flamante y pulcra peseta de papel, un fortunón para los desarrapados que solo teníamos la fortuna de nuestro propio ingenio. Más de una vez le vi poner cara de vinagre al “pesetero” cura cuando Segis tal hacía. ¡Qué grande era Segis!

Segunda: en el año 47, cuando aún no había cumplido los siete años, me cogí la cogorza más monumental con mucho de mi vida y también la más “sagrada” que se pueda imaginar. Nuestro buen cura solo se estiraba con los monaguillos la tarde del Jueves Santo, tras los oficios, invitándonos a una merienda en su casa. La verdad es que esa tarde los críos nos poníamos morados de embutidos, queso y tortilla (comer era en aquellos tiempos un hermoso placer). Pues bien, conforme a las costumbres del momento, el cura nos dio a beber “vino de misa”, un vino fuerte y sabroso que, para colmo, tiraba un pelín a dulce. Debía de ser la primera vez que yo probaba el vino y, aunque esa tarde solo bebí un vasito, la cabeza comenzó a darme vueltas como una peonza. Tras la merienda, me tocó “velar” el Santísimo a cuya exposición en la Iglesia habíamos ayudado en los oficios de la tarde. Como pude, me arremoliné entre el banco y el reclinatorio y allá me estuve dos horas jugando o soñando con los angelitos. Borrachera sagrada donde las haya, pues lo fue por sus cuatro costados: Jueves Santo, en casa del cura, con vino de misa y dormida en la iglesia velando el Santísimo.

Antonio Argueso dijo...

Mi gozo en un pozo. Había entendido, o creía haber entendido, a Baldo. Pero basta que el Pitu meta baza para que todo se vuelva oscuro. A ver si entendí bien: ¿la flautista esa llegaba al “deipnon”, al “simposio”, al “postre” o a “otras cosas”? cosas otras que nadie aclara. Aunque dado el estado en el que me temo nos hallamos los que por estos portillos transitamos poca importancia tiene ya que llegue cuando llegue; nos tendremos que conformar con ver y escuchar, siempre y cuando no hallamos perdido gafas y/o audífonos.

Y repito lo ya preguntado: nadie habla de cómo obtener el libro. Las religiones ¡ay! están volviendo a influenciar la cosa pública. He leído algo sobre las inquietudes que muchos tienen por la pérdida de “lo transcendente”, que para más de uno es la causa del declive democrático que conocemos. Resumiendo, que el tema me interesa sociológicamente: hay que intentar que los creyentes sean creyentes que reflexionen. Este libro de Baldo me parece que va en ese sentido.

lalo dijo...

El libro de Baldo, querido Argüeso, está todavía en potencia, pero no en acto.
Eso sí, está en potencia suma (¡es Baldo!) y cualquier empujoncito lo podría llevar en el acto al acto.

jmgarciavaldes#gmail.com dijo...

Lalo, Antoñín acaba de confesar que no entiende nada y ahora vas tú y le metes la cabeza en el pozo de la total incomprensión. Cuando Carrasco explicaba el tránsito de la materia al acto, cuando la materia prima escaseaba tanto que a él no le llegaba ni puzca de acto, ese día el mencionado Antoñín estaba en los sótanos "alelando lelojes", y ahí se quedó, en el alelando. Amigo Lalo oierdes el tuempo si intentas desalelar al bruselense.
Antoñín, te lo advertí, la teoría hilemórfica es fundamental para entender el mundo, sobre todo si el que lo describe es el Baldo pecador.
Cómo hecho de menos el acto y, de rebote, la potencia.
A ver cuando alguien convoca un simposio de antiguos alumnos con el fina típico del banquete platónico. Ma'punto.
Abrazos potentes en acto.

Francisco Javier Cirauqui Armendariz dijo...

Recuerdo que cuando era niño iba a recoger un garrafón de vino de celebrar a una casa de labradores del pueblo, que tenían viñas, ya que mi tío era el párroco de Burlada. Más tarde recogíamos el vino en un almacén de vinos y licores de Burlada. A este vino sele llamaba mistela. Yo creo que el vino de celebrar se elaboraba en casi todas las cooperativas vinícolas de Navarra, puesto que la iglesia era un buen cliente. En mi casa siempre había una botella de mistela para las celebraciones, también recuerdo que mis hermanos y yo solíamos hacer giras donde estaba el garrafón de la parroquia.

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