A ver, visto lo visto, aquello no podía ser tan malo: comunicaciones por autovía y carretera, por tren y hasta un río que corre casi al pie de los muros.
Hotel romántico con restaurante, balneario y, según las reseñas, valoración de 5 sobre 5.
Y por los alrededores, tapando casi la hermosa cantera, un inmenso bosque.
Salud
Lalo
9 comentarios:
¿Y quién ha dicho que fuera malo? Fue intenso y hermosísimo. Por suerte aún no había autovía y el silencio -que ahora será sólo un recuerdo- envolvía nuestros sueños. La estrecha carretera era casi un sendero de leyenda y el tren pasaba de tarde en tarde junto al río rumoroso con su lejano traqueteo romántico y su silbo apagado entre las frondas.
En cuanto al hotel y al balneario, nunca pisamos esos territorios mundanales.
Y los bosques de ambas laderas… qué epifanía de la naturaleza, qué privilegio haber vivido allí aquellos meses altos.
Lo malo no era el entorno. Era la época que nos tocó vivir. Que ya venían desde bien atrás sus ataduras, vivieras donde vivieras. Estoy leyendo estos días un libro de Azorín -"La voluntad"- y acabo de subrayar estas palabras que vienen muy al hilo:
"Yo soy un rebelde de mí mismo; en mí hay dos hombres. Hay el hombre-voluntad, casi muerto, casi deshecho por una larga educación en un colegio clerical, seis, ocho, diez años de encierro, de compresión de la espontaneidad, de contrariación de todo lo natural y fecundo. Hay, aparte de éste, el segundo hombre, el hombre-reflexión, nacido, alentado en copiosas lecturas, en largas soledades, en minuciosos análisis." …
¡Claro que ahora tenemos otras ataduras, quién no las ve y padece! Pero a pesar de aquellas tan gravosas, aquel entorno de verdor y aromas, aquellas amistades que forjamos y que aún perduran hoy, mis 16 y 17 años tal vez no hubieran sido mucho mejores si ya hubiera vivido dentro de este Madrid que hoy amo tanto.
¿Es que no tiene música este nombre: "Las Caldas de Besaya"?
De todas formas, Lalo, amigos, me estremece esa foto aérea. Nunca había visto, alanceado de asfaltos como en esa imagen heridora, lo que entonces fuera un edén botánico. Ni el inolvidable estudiantado fajado de carreteras: Dos por arriba y una casi a los mismos pies y en viaducto sobre nuestros paseos vespertinos… Vivir allí ahora debe ser un calvario de motores y olores petrolíferos.
Cuando entonces se salía por detrás, a la cancha de baloncesto, había allí unas toscas y desiguales escaleras de cemento, renegrido por la humedad e invadidas de hierbas silvestres, que trepaban la ladera y desembocaban en un estrecho caminito que continuaba ascendiendo la montaña en un zigzag que te dejaba asombrado en cada una de sus revueltas. Ahora una feroz autovía de dos torvos tentáculos ha cercenado ese camino inolvidable , el mítico campo de fútbol y, casi -pues los motores ensordecen a ráfagas el cantar de las aguas cristalinas- el inefable paraje de la cascada al que se llegaba por un sendero de hadas que salía enfrente de la Iglesia. Y, por la parte de abajo, donde todo era un talud de verdores y aromas hasta el mismo río y su vieja carreterita ondulante, hay ahora otra carretera rectilínea, ruidosa y maloliente. ¿Es esto el progreso? Me debo estar haciendo viejo.
Y esa vista de pájaro que nos has infringido ha sido para mí una pedrada.
Ya sospechaba cuando estuve allí hace unos meses con Javivi -y con Juanma después- el masivo e invasivo atropello de movimientos de tierras y destrozos botánicos perpetrados, pero verlo de esa manera tan cruda…
Reconozco cada centímetro de esos edificios… mas -alguien lo dijo así- "los lugares mueren como las personas, aunque parezcan subsistir." Nuestras celdas, que tanto placer y culpa albergaron -y tantas ilusiones- tienen ahora rejas que custodian a personas distintas, un poco desvalidas acaso. También nosotros lo estuvimos de alguna otra manera, tras otras rejas invisibles. En el coro no suenan ya los salmos que cantamos con voz clara y turgente. Ni aquel harmonium que irisaba las bóvedas en las tardes lluviosas en que yo me enfrascaba en la penumbra de la Iglesia con las harmonías vocales impresionistas y simbolistas de aquellos coros para los autos sacramentales del colegio… ¡Qué habrá sido de aquel húmedo escenario con la grisácea pared del fondo desbordada de pintadas antibelicistas sobre Vietnam, Camboya… y aquellas escaleras de garduño que trepaban por la pared hasta una trampilla que salía a E.F.A.M.A.C. con su mohoso tufo de bodega… y de aquella obra coral y colectiva sobre los Cátaros… aquella juventud radiante que fuimos…
Y de aquel "revoltiño" de dados de patata y huevos que nos hacían algunos días las monjas para comer, tan rico y perdurable en la memoria de los más puros y sencillos momentos cotidianos de felicidad casi hogareña.Y que habrá sido de ellas también, de sus calladas vidas que apenas compartimos…
Ítem más, amigos Lalo y vibot, pues a todo ello cabe añadir el aprendizaje de los rudimentos de la fillosofía, base para la buena información y el pensamiento crítico. Son elementos que sobrepasan cualquier atrevida valoración pecuniaria. En lo físico, en cuanto a atractivos, ahí están también las montañas, imanes de ensoñaciones, seductoras como curvas femeninas, del Dobra y el Viri Galilei, a los que ya me he referido aquí, además de los más lejanos picachos allende Corrales de Buelna, que también explorábamos, por no mencionar el campo de fútbol, hechura de nuestras manos, y las auténticas olimpíadas de Montesclaros y el paseo diario hasta el Cañón durante los veranos. Claro que también había que tener en cuenta, en lo negativo, la angostura de un valle que, para colmo, tras chorrear humedad, se hundía con frecuencia aún más en la niebla, a lo que había que añadir el constante ruido de las máquinas atacando las piedras y el polvo ambiental que la cantera desprendía. En lo otro, en lo relativo a la formación, además de enseñarnos mal que bien a pensar y de que el bueno de fray Desiderio nos enseñara, en época en la que la enseñanza sexual brillaba por su ausencia en toda España, las otras funciones del pene y de la vagina para explicarnos "la animación del feto", fray Melcón (submaestro de estudiantes en mi tiempo) aportaba equilibrio y sentido común a nuestras ínfulas juveniles, en abierto contraste o contradicción con las imposiciones leguleyas a que nos sometía fray Dasio (maestro de estudiantes), para quien incluso beber un poco de agua fuera de las comidas de septiembre a Pascua Florida, largo período de ayuno anual, era pecado porque quebrantaba el ayuno obligado. En fin, largo tiempo (tres años) de juventud rebelde, de fillosofía como panorama del pensamiento y de un enclave que tiene todos los elementos para ser descrito como cielo o infierno, a merced de las vivencias de cada cual. Para mí, más en concreto, fue una etapa importante de mi vida, de cuyas secuelas nunca podré desprenderme ni jamás renegaré porque, como tal etapa, no solo forma parte de mí, sino también doy gracias al cielo por ella. Cuando a lo largo de los años he pasado alguna que otra vez por allí, no he podido hacerlo más que con emoción.
De no haberse trabajo o simultaneado el comentario Anónimo y el mío anterior, la verdad es que bien podría haber comenzado el mío diciendo: "Item más, amigos Lalo, Vibot y Anónimo Luis". Ahí lo dejo, Luis, agradeciendo cuanto nos recuerdas o nos revelas y envidiando, no veas con qué intensidad, esa finura o vena poética tuya que la naturaleza me ha negado como si fuera un proscrito.
Exactamente: emoción es lo que siento cada vez allí. No hace falta decir que el segundo comentario henchido de emociones que figura como anónimo es mío.
Ramón, sigo sin tenerlo claro: si lo recuerdas, dime exactamente como se llamaban cada uno de los montes que circundaban y se veían desde el estudiantado. No el Dobra, que no se veía, ni los más lejanos, que tampoco, sino el -o los- de la cantera, que no recuerdo si eran uno o dos. Y el -o los- nuestros, donde vivíamos y teníamos las clases y el coro. Esta pregunta vale también para todos los que estuvimos allí, especialmente para el memorioso Javier Fernández Martín, que tantas veces nos saca de dudas sobre tantas personas, cosas o lugares después de tantos años ya.
Mira que sois perezosos en escribir.
¡Joder, qué rabia, pues veo que en mi apunte anterior aparece "trabajo" por "trabado"! Menos mal que, a pesar de hacerlo tan mal, contamos con buenos y sagaces lectores que planean cómodamente sobre las erratas. Gracias, compañeros. Os quiero.
Amigo Vibot, ante todo, disculpa que, a la luz del "anonimato", atribuyera tus virtudes y méritos a Luis. Uno es ya tan "viejo" que, mirándoos, no puede menos de veros jóvenes y fogosos, jajajá, como formando parte de un único tesoro, el tesoro de este blog. Te copio un bonito enlace sobre la zona de Las Caldas de Google, que bien pudiera servirte: https://www.google.com/maps/@43.2973908,-4.0625383,1387m/data=!3m1!1e3?hl=es&entry=ttu&g_ep=EgoyMDI0MTAyMC4xIKXMDSoASAFQAw%3D%3D
Qué lío te has armado Ramón, supongo que ese Luis al que te refieres es Luisito Heredia que hace poco publicó por error como anónimo, igual que yo.
Y que sepas que tus elogios -tan bien expresados y sentidos- me llegan al alma: eso de "agradeciendo cuanto nos recuerdas ________o nos revelas…" me ha hecho aullar de euforia. En cuanto a la finura y la vena poética mías, qué sé yo… viví Las Caldas con pasión adolescente y toda aquella belleza aún me sigue inspirando.
Gracias por tu empatía. Y recuerda esos nombres de los montes.
Muchas gracias por el enlace, Ramón, interesante ampliar la imagen y ubicar edificios y rincones.
Lástima que no aparezca el nombre de esos montes que nos arroparon tan de cerca. Sólo he encontrado el Dobra, pero ese no se veía desde nuestras ventanas. Seguiremos esperando que alguien los recuerde con precisión. Creo que Vicente Suárez Álvarez, que está en Latinoamérica, sabría repetir cada uno de ellos, como lo hizo conmigo en aquellos primeros días deslumbrados.
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