miércoles, 24 de abril de 2024

CARTA A ALBERTO CORTÉS CABRERA (Por Carlos Tejo)




 

Querido José Mari, ya pasaron dos semanas desde que nos dimos un atracón de abrazos, cánticos, churros con chocolate y emociones de un nivel difícil de superar. Aquel sábado,  visto el nivel y número de intervinientes que se preveía en el salón de actos, me dirigí al mediador, Luis Carrizo, y le propuse que me apeara de la lista.

Mis palabras estaban pensadas para un destinatario muy querido, tu hijo Alberto. Esta carta, si se hubiera leído tal y como te la hago llegar hoy, habría durado casi el doble que los siete minutos en los que la había resumido para esa mañana del día 6 de Abril. 

Pero como hoy no nos apremian los del catering para la hora de comer, te envío este “ladrillo” que no es otra cosa que un resumen de cosas que fui confesando a lo largo de diecisiete años de blog.

Un abrazo para Isabel, para ti y para Alberto, a quien iba dirigida mi carta no leída, con palabras algo diferentes, hoy ampliada e ilustrada para el blog y que tú, José Mari, sabrás hacérselo llegar a Alberto con mucho más cariño.

Carlos Tejo

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CARTA A ALBERTO CORTÉS CABRERA

 

 “La primera vez que salí de Olleros, fue para ver el mar, un día del mes de Julio, a principios de un verano inolvidable, que pasó, como todos los veranos, muy deprisa, pero que quedó grabado para siempre en esta foto que un fotógrafo de playa me sacó en la de Ribadesella, al borde del mar Cantábrico”.

Julio Llamazares, del libro: ESCENAS DE CINE MUDO

 

Querido amigo Alberto, Alberto Cortés Cabrera. 


La primera vez que salí de Ribadesella, en Asturias, fue en un camión, un Pegaso recién comprado por mi padre, que no tenía carnet de conducir. Por eso

lo conducía un chofer amigo. Le apodaban Manolete. 

El viaje lo hicimos por el desfiladero de El Pontón, el mismo camino, pero a la inversa, que realizara de niño el escritor leonés que cité con anterioridad, Julio Llamazares. 

Atravesando el camión Pegaso las llanuras leonesas comencé a descubrir que había prados sin verde y ríos que no llevaban agua,  y, merodeando las charcas, cuervos y urracas. 

Alberto, a las urracas, en Asturias les llamamos pegas. 

Y a cada poco, Manolete, el chofer, repetía con malicia. Ya, ya sé que tú, Alberto, no sabes lo que es eso de la malicia: “Los cuervos son los curas pero, y se dirigía a mí, que tenía sólo 10 años, tú vas para pega”. 

Y repetía: “No sé qué será mejor cura de negru o fraile de blancu y negru, cuervu o pega”. 


Y llegué a la puerta del colegio de La Virgen del Camino en el Pegaso. ¿Te imaginas, Alberto? ¿Llegar al colegio en un camión? Y durante tres años y un trimestre viví lo que vivió tu padre, tus tíos y todos sus amigos y compañeros.


Sucedía entonces en aquellos años de mi infancia y adolescencia, que en España sobraban vocaciones para ser curas. Y a la mínima desaparecías de este colegio, sin más, de un día para otro. 


Y sin esperarlo, de la noche a la mañana, me tocó a mí.      

            En las Navidades de 1966, me enviaron a mi pueblo, Ribadesella, a que me operaran de las anginas. A los dos días de estar en casa, llegó una carta que decía que no volviera al colegio. Que mi nivel no daba para ser dominico. 

Y pasé de tener todo: amigos, a mi hermano José Ramón cerca, frailes, cine, teatro, rondalla, escolanía, latín, dibujo… a no tener nada. 


Alberto, quiero que sepas que yo cantaba en la escolanía con tu padre y tocaba el laúd en la rondalla, una rondalla donde ALGUIEN le sacaba una música preciosa a una extraña mandolina panzuda.

            

 

 

 

Año de 1966. Primer trimestre en la Virgen del Camino, los tres meses siguientes en la escuela pública de Ribadesella y el tercer trimestre, de nuevo en un seminario, en Saint Pé de Bigorre, a una docena de kilómetros de Lourdes, en Francia. Imagínate, Alberto, anduve tres colegios distintos en un mismo año. 

 

Tenía yo apenas 14 años y me había marchado solo, sin nadie de la familia, a estudiar a otro país.

A Francia me llevó un cura nacido en Ribadesella, Don Salvador Blanco Piñán, que pasó de ser el que rezaba la última oración a los ajusticiados, durante la guerra civil, a desertar de los que él consideraba “los suyos”,  y  a abrir los ojos a la humanidad con otra mirada, y a comprometerse con los más necesitados.

   

 

 

 


 

            Durante aquellos años de seminario francés se me fueron olvidando muchos nombres de los compañeros de La Virgen del Camino, recordaba a Germán Torrellas, y aquella actuación en el teatro, donde cantamos a dúo EL MIO XUAN MIROME, a Carlinos Bañugues, ¿cómo le llamabas tú, Alberto? Ah, sí, le llamabas Nubes. Pues Nubes, Bañugues, era mi ídolo en el deporte y en muchas más cosas, Domingo Iturgaiz, Molpeceres, sin olvidar a Devesa, que le tenía..., sí Emilio, te profesaba una tirria impresionante (hace ya décadas que se me pasó y ya ves, hoy te abrazo con afecto) porque tenías una horrorosa costumbre: sacabas sobresalientes uno detrás de otro. Y a mí me castigaban leyendo en público y en voz alta mi mediocridad. Ah! Estaba Javier Serrano, imposible no acordarme de él. Había sido mi maestro sin que él lo supiera, y recordaba a los padres Torrellas, Huarte, Lebrato, Cura, Pedro, fray Francisco… ya casi todos en nuestro Norte.


Y aquellos más mayores, con apellidos robustos y originales: Iturriaga Madariaga, Cirauqui, Ariztimuño, Elustondo, nombres a los que ya no les ponía cara. Me quedaban los rostros de  unos pocos, Javier Vallina, Máximo Olóriz, José Antonio y sus gafas, alguno más, pero no eran muchos, y sus caras seguían siendo, en mi cabeza, las de aquellos niños o jóvenes que recordaba. Y, claro, estaba mi hermano José Ramón, para arroparme.

            

            Pasaron los años y se fueron diluyendo los recuerdos. Me quedaban imágenes, los mosaicos, la escolanía, la rondalla, y aquella mandolina panzuda o, como escribió nuestro querido amigo Santos Vibot, panzuda y listada. 

Mandolina que manejaba con primor alguien cuyo nombre ya no recordaba.

 

            Había llevado conmigo a Francia dos cosas, un ejemplar del auto sacramental “El Hospital de los Locos”, donde mi hermano José Ramón había hecho el papel de La Envidia y una libreta, donde tenía copiados, con bastante precisión, los dibujos que Lapayese había grabado a cincel  en las Capillas Mayor y Menor del colegio.  

Desconocía entonces quien había sido su autor, y me serví de aquellas imágenes copiadas, sobre todo las de El Vía Crucis de la Escuela Mayor, para ilustrar cuanto podía, escritos y escenarios en aquel seminario Francés.

            Amigo Alberto, al finalizar el bachiller, decidí que ya no iba para cura, pero aquellos sacerdotes franceses me proporcionaron el futuro. “Carlos, me dijeron, diste los mejores años de tu juventud para la iglesia ¿qué quieres hacer ahora? ¿Seguir estudiando? Te vamos a ayudar”. 



Fueron cuatro años en La Escuela de Bellas Artes de Toulouse, con alojamiento y manutención en otro seminario donde, a cambio, vigilaba salas de estudio, hacía lecturas de textos españoles, entrenaba el equipo de atletismo y tocaba la guitarra en las misas y en las fiestas del colegio. 

Tocaba la guitarra porque en Francia, Alberto, no sabían lo que era una bandurria, ni un laúd y mucho menos, lo que era una mandolina panzuda. Estando de vacaciones en Ribadesella veo en el quiosco la Revista “Asturias Semanal”, y en la  portada, a todo color, reconozco a alguien que había sido el amigo más cercano aquí, en La Virgen del Camino. En esa revista aparecía un reportaje sobre un grupo musical avilesino, de los que llamaban folk, como los leoneses ALDABA o CALLE ANCHA, ¿sabes, Alberto? pero de Avilés. Se llamaba NEOCANTES, y allí aparecía mi amigo German Torrellas, fue en el año 1973. No tardé en comprar sus discos, dos LPS.


 

En otro número de esa misma revista, de ese mismo año de 1973, un misionero dominico, asturiano, fray Silverio Fernández, contaba: “El día que los astronautas americanos pisaron la luna, enseñé a los indígenas de la amazonia algo insólito para ellos: una cerilla”. Ya ves, Alberto, unos americanos pisando la luna y otros, estos en la selva, no conocían lo que eran las cerillas

                                                          

            Pasados los años, las conversaciones con mi hermano José Ramón, ya como periodista en Oviedo, me llevaban a que me hablara de un tal Cicero y sus libros, de Baldomero, de Pedro L. Llorente, el pajarín que ya voló, pero yo no tenía ni idea de quienes me hablaba. En Oviedo se tropezaba con Julio Correas y yo le recordara que Julito, además de ser profesor en Oviedo, andaba por Ribadesella, que allí tenía casa. Y salía, como no, en esa década de los 80, Víctor Pablo Pérez a relucir, puesto que se acababa de hacer cargo de la Orquesta Sinfónica del Principado de  Asturias.  

Poco más me quedaba de La Virgen del Camino, salvo el recuerdo de una escolanía y una rondalla, con una mandolina panzuda que seguía siendo, querido amigo Alberto, una mandolina sin dueño, una panzuda anónima.

            En los años noventa, en los carnavales de Ribadesella, se le hacía, como en muchos otros lugares, un juicio a la sardina antes de su entierro. Un teatrillo de unos mil versos, que yo mismo escribía. El tribunal estaba compuesto por  personajes como el alcalde, el aguacil, el juez, el boticario y el cura. Yo, como puedes imaginar, Alberto,  hacía de cura. Para parecer auténtico acudí al cura que me había dado la primera comunión de crío, Don Hortensio, un hombretón grande y bueno, para que me prestara una sotana.  

Supe más tarde que Don Hortensio había casado a Julito Correas y a su santa, Marta, hoy ya santa de verdad.  

Mi obra buena, en compensación por el préstamo de la sotana, es que le daba conversación durante un par de horas a aquel cura, ya mayor, que vivía entre ganaderos y beatas, en una aldea a donde había llegado con 26 años, desde un pueblo de León y donde se había quedado allí, en El Carmen, a cuatro kilómetros de Ribadesella, hasta que falleció ya muy mayor. 


 


            Pues bien, Don Hortensio tenía entre sus cosas, tres discos de la Escolanía de La Virgen del Camino, y me llevé junto con la sotana, cuyo aspecto daba pena, los discos de La misa Cantada de Aragües, el de las cuatro Ave María corales y el que contiene el Amén y Aleluya de Häendel. Hoy lo confieso, nunca se los devolví.

            Y mi colección de recuerdos de La Virgen del Camino comenzó a crecer. Mi hermano José Ramón me había proporcionado algunos ejemplares de la Revista “Camino”. ¡Cuánta ingenuidad escrita negro sobre blanco! Eso sí, los dibujos de Javier Serrano me seguían fascinando.

            Y aquel cassette editado en 1983, que compré en la tienda de objetos religiosos de Oviedo, que contenía Cantos para la Comunión y para la Exposición del Santísimo. Era una edición nueva, en cassette, del LP de 1964, CANTEMOS AL SEÑOR, de nuestra Escolanía. 


 

 


Me dijeron que un cántico de ese disco lo había utilizado el director de cine Víctor Erice en su película El SUR, y me aseguraron que se escuchaba cantar a mi hermano José Ramón. Me hice con la película y, llegado el momento de la escena de la Primera Comunión de la niña protagonista, se oye el cántico del coro de la escolanía: LA PUERTA DEL SAGRARIO QUIEN LA PUDIERA ABRIR y seguido, una voz sublime que se eleva: SINTIENDO TUS CARICIAS, SONRIE EL CORAZON…y reconocí de inmediato la voz solista, la inconfundible voz de… Máximo Oloriz. Y sí, no era José Ramón. Mi hermano cantaba también de solista en el casette  o LP pero no en la película. 

            

Un día, Alberto, me tropiezo en el diario La Voz de Asturias, ya en el año 1998, con un reportaje titulado SANDINO Y EL CHE, EN MISA, y el protagonista era el admirado maestro Ángel Torrellas. Maestro de tu padre, de tus tíos, mío y de nuestros amigos. 

El que nos ha enseñado todo sobre la música, a amarla y a cantar. Lo ilustraba una foto a todo color del padre Ángel Torrellas hablando a los feligreses de un barrio pobre de Managua, Batahola, teniendo a sus espaldas una pintura mural con el Che Guevara, Sandino, Fonseca, líder del frente Sandinista y Monseñor Romero entre otros. Mi memoria había vuelto a sus orígenes. 


            Yo ya estaba reconciliado con mi pasado en La Virgen. Ya casi no necesitaba más. 

Pero llegó el año 2007, ya tarde para un buen número de amigos y maestros, como así lo atestiguaba el inolvidable IN MEMORIAN, que tanto nos emocionó. 

 

Y por fin supe, mi querido y buen amigo Alberto, que quien manejaba con primor aquella mandolina panzuda y listada, como la describió nuestro compañero Santos Vibot, quien le sacaba aquella maravillosa música era José Mari, José Mari Cortés. Era tu padre. 

¡Por Dios! Alberto, cómo pude yo haber olvidado tantos años el nombre y la cara de tu padre.

Sabes una cosa, Alberto, hoy os quiero a los dos, a ti y a tu padre, y a todos los que te quieren.

Tu amigo Carlos.

8 comentarios:

Vibot dijo...

¡Taxulillo!

¿Esi guaje sublime en blanco y negro con aire de bohemio, con su densa perilla oscura y un leve bigotillo aún casi adolescente, érais vos? También teníais un aire de aquellos mosqueteros cuyo lema era "Uno para todos y todos para uno". De hecho así sigues siendo con nosotros, e imagino que con todo y con todos, corazón generoso. Por eso deberíamos corresponderte en masa, todos para Tejo.
Parecíais estar pintando o dibujando algo amoroso, o melancólico… o acaso algo sublime como vos.

Qué calidez tan honda irradia esa escritura tuya tan sencilla, tan sin impostaciones ni floreos… que aquí escribimos todos muy redichos y tus frescas palabras manan como aquel "agua limpia y pura" de la segunda estrofa de nuestro Himno a la Virgen del Camino.

Al volverte a encontrar, gracias a este blog de Josemari, volvió contigo toda nuestra infancia en aquellos pasillos y las otras estancias y parajes que andaban ya en tan tenues sfumatos.
Te nos robaron cuando eras aún tan tierno y fuiste transplantado a otro internado tan lejos de nosotros y los tuyos de casa.
Te imagino en esa soledad inicial del emigrante, en una lengua extraña, con aquella carita inolvidable que tenías y algunos sueños rotos a la espalda… Pero llegaste a ser ese bellísimo mosquetero que vemos dibujando en blanco y negro, que luchó por sus sueños y aún sigue aquí tan uno para todos, escribiéndole a Alberto, y a todas nuestras almas, con sencillas palabras que son bálsamo.

Francisco Javier Cirauqui Armendariz dijo...

Querido Carlos Tejo:
Me gusta tu carta por varias cosas, por la persona a la que la diriges, Alberto. Yo tuve a mi lado a una persona de estas características, durante 52 años, mi hermano Antonio Juan. un amor.
Me gusta tu carta por por la calidez, sencillez con que nos cuentas tu historia, llana y sinceramente. Toda ella derrocha una gran humanidad. Gracias por esta maravillosa carta. Un fuerte abrazo.

Ramón Hernández dijo...

¿Sabes una cosa, querido Carlos? Que a ti, en vez de lo que me ocurría con la última de Cirauqui, puedo leerte ya afortunadamente con los dos ojos, después de que el lunes por la tarde, en Gijón, un mago o un taumaturgo pusiera sus manos sobre mi ojo derecho. Y de verdad que los he necesitado porque, tras acoger o firmar tu misiva con ambas manos, por momentos me ha parecido que yo me llamaba Alberto y que era a mí a quien contabas tu emocional periplo vital de antaño. Gracias, amigo, por compartir tanto y tan bien. Por lo demás, ¡celebro con particular alegría que los principales personajes del hermoso cuadro que es este blog sigan tan vivos y activos en sus hornacinas!

Luis Carrizo dijo...

La ventaja de que nos hayas dado a leer tu entrañable carta, querido Carlos Tejo, en lugar de hacérnosla oír el día 6, consiste en que podemos saborearla mejor y guardarla entre los documentos imprescindibles del pasado reencuentro.
Estoy de acuerdo con los comentarios que me preceden: tu estilo es muy natural y sincero, lleno de contenida emoción. Y lo mejor de todo: ayuno de cualquier resquemor. Su lectura tiene efectos balsámicos, hace meditar y aprender.
Me ha encantado.

Vibot dijo...

Enhorabuena, Ramón, por el resultado de esa operación. Vuelve esos tus ojos misericordiosos a este diván de Josemari donde tanto nos cuentas.

JOSÉ MANUEL GARCÍA VALDÉS dijo...

D. Carlos, "te se" ve madera de artista polifacético, cosa de los nativos de aquella zona rayana con la Covadonga de Pelayo. No te pródigas mucho pero cuando lo haces, como con la misiva dirigida a Alberto, te expresas que da gusto. Si la hubiera escrito yo hubiera empezado diciendo:
Querido Alberto, espero que al recibir ésta te encuentres bien, yo bien a dios gracias.
Así escribí cartas durante muchos años, pasando ganas de meterme dentro del sobre y remitirme al regazo de mi madre.
Está claro que tu periplo franchute te permitió mejorar en redacción.
Muy guapa y emotiva tu carta.
¿Para cuando las botellinas de sidra que me debéis tú y Luisito Heredia?
Abrazos abundantes.

Carlos Tejo dijo...

Menos mal que José Manuel García Valdés, el que mejor definió el más característico de los elementos de una locomotora, se centró en las cosas importantes, como son las botellinas de sidra. Aunque, con el paso de los años y sus estragos, no tengo muy claro quien debe qué a no sé quién, en una ecuación que era de dos y aparezco como incógnita a resolver.
Luis, como apunté a su padre, José Mari, mis palabras no dichas a Alberto eran para sus oídos, su mirada, su aliento...y teníamos que sentirnos tan cerca como lo sintió José Manuel.
Esa mirada que, ahora, Ramón, corrige las arrugas de la luz, pero que no dejan ciega la esperanza. Como les decía a mis discípulos de Confirmación, cuando era catequista, con sus dudas de adolescentes y las mias de adulto, "y si al final de nuestra vida nos sentimos razonablemente satisfechos por haber servido a la sociedad, a la familia, a los amigos...y si al final, además, hay premio...
Cirauqui de aquellos versos de la revista Camino y de este torrente hecho memoria. Nos regalas nombres, situaciones y vivencias que, yo al menos, tenía viajando sin visos de aterrizar. Tus palabras tomaron tierra como pasajeros que cuentan sus viajes. Y, ahora, me doy cuenta que también iba en ese vuelo. Gracias, siempre.
Santos, amigo Santinos, esa perilla mía es una metáfora. Es un recuerdo de que fui,
fuimos todos buscando una identidad. Y no me conformo con lo vivido, que te aseguro fue mucho, todavía quiero llenarme de lecturas, músicas y paseos. Tengo buena compañía a diario para ello. Y, de tiempo en tiempo, vosotros.
¿Y si al final de los tiempos hay premio?

Vibot dijo...

Habralo, Tejo, habralo de una manera o de otra. De momento tenémoslo ya en esta foguera en torno de la que nos calentamos las manos y el corazón.

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