lunes, 18 de diciembre de 2023

NINGUNA NAVIDAD ES IGUAL (Por Carlos Tejo)


 OTRAS LUCES, OTROS RUIDOS

            

            Se inauguraban las luces de Navidad en mi pueblo y, como era de esperar, con el brillo multicolor, se encendieron los ojos de los más pequeños y al mismo tiempo los políticos locales comenzaron a aplaudir, gesto al que se sumaron casi todos los presentes. Al brillo de las luces le siguió la otra iluminación, la del fuego de la pólvora y el ruido de la traca de los fuegos artificiales. Todo era jolgorio. 

            En ese momento me invadió una tristeza real e intensa. Me trasladé con el pensamiento a unos lugares que no conozco y a cuyos habitantes, sobre todo niños, en estos mismos días navideños, el ruido ensordecedor, el explotar de la pólvora, el fuego, la luz intensa y brillante les produce pavor, terror, miedos insuperables y me refiero, claro está, al país de los “ Nacimientos y Belenes” pero también a otros lugares.

 

 “EN MI CASA NO SE CELEBRAN ESTAS FIESTAS”

            

            En un intercambio de buenos deseos, de esos que a veces por tradición, algunos por negocios y también por convicción y cariño nos enviamos por todos esos medio tecnológicos que poseemos, se encuentran frase como esta: “Desde hace años, desde que faltan mis padres (abuelos, hermanos etc.) en mi casa las Navidades no son los mismo. Ya no las celebramos. Son días muy tristes”.




            Quiero imaginar que esas personas pudieran tener hijos, nietos, amigos y amigas vecinos que igualmente tienen niños y niñas ávidos de ilusión navideña.

           

 Pues no. No tenemos derecho a robarle las navidades a nadie. 


¿Es que, cuando nosotros éramos niños, nuestros padres no tenían ninguna tristeza en su corazón? ¿Acaso a ellos no les iban faltando seres queridos? 


Yo recuerdo todas las Navidades de mi infancia como una fiesta inmensa, con mis padres y con mis hermanos. Seguro que entre nuestros mayores no todo era felicidad y ausencia de problemas, sin embargo ellos convertían en  magia insuperable el día de Los Reyes Magos. Para nosotros lo de los juguetes era inexplicable. ¿Cómo era posible que siempre acertaran con lo que uno quería? 

            

Por cierto, en nuestra casa, los hermanos Tejo no conocieron a ninguno de los abuelos ni abuelas. Nuestros padres habían perdido los suyos antes de que naciéramos, Algo de tristeza sí tendrían en su corazón. por eso nosotros no tenemos derecho a robarle las Navidades a nadie. Los que nos precedieron no lo hicieron. 

 

 

DE AQUEL EJEMPLO COGIMOS EL TESTIGO

 

Antes de ingresar en el hospital, su pensamiento navideño le había hecho adornar la casa, sacar al Niño Jesús y ponerlo en un lugar bien visible. La despensa ya estaba ocupada con los polvorones, turrones y sidra El Gaitero. Ella esperaba, como todos los años, vivir unas Navidades rodeada del cariño que había cosechado durante toda su vida, sobre todo desde que había quedado viuda con 38 años. Nuestra madre ya había comprado todos los regalos de Reyes para los más chicos y para todos nosotros.  


Cuando falleció nuestra madre, al poco de que terminaran los días de  Navidad, los cinco hermanos Tejo, sus cinco esposas, los siete nietos y nietas nos trasladamos a su casa después del entierro.

            

Y allí nos reunimos aquel día, en su casa, con sus nietos y nietas e hicimos lo que ella había querido. Empezamos a entregar los regalos de Reyes que ella había adquirido para todos empezando por los más pequeños, que se vieron sorprendidos por una segunda entrega de regalos. Y no faltaron el bullicio y la ilusión en aquellos ojos. Nosotros, sus hijos y nueras, también teníamos nuestros obsequios con nuestro nombre bien indicado en el exterior de cada paquete. Y abrimos los turrones y la sidra, y fue entonces cuando José Ramón cogió la guitarra que siempre había en casa de nuestra madre y todos entonamos las canciones que ella habría querido que cantáramos, comenzando por “El sorbito de Champán”, su preferida, que entonó nuestro hermano Javier.

            

Imagino que los vecinos al oír toda aquella algarabía no se extrañarían demasiado. La conocían bien a ella y a todos nosotros. Seguro que entendieron el homenaje de aquel día triste en el que su recuerdo hizo felices a toda la familia.

 

 

 

 

 

Y NOS CONVERTIMOS EN MAGOS

 

            Todos nosotros (ya no hablo de mi familia) me refiero también a vosotros, queridos compañeros, nos convertimos con el paso de los años en hacedores de magia para nuestros hijos, nietos, sobrinos y también para nuestros padres, suegros etc.




            

 

Algunos, con todo lo aprendido y vivido en La Virgen del Camino, relacionado con el  compromiso, la responsabilidad, el compañerismo, fuimos un poco más allá en nuestras actividades navideñas y participamos activamente con la parroquia o con el ayuntamiento (en mi caso en Ribadesella)  y me metí en todos los fregaos organizativos durante un buen número de años. 


Con un entusiasta grupo de amigos y amigas puedo asegurar que durante casi toda la década de los ochenta y mucho de la de los noventa organizamos las Cabalgatas de Reyes más espectaculares y baratas de todos los pueblos de la zona, en unos años en que los presupuestos tenían que servir para dar otros servicios y todo lo festivo se elaboraba con ilusión, entusiasmo, mucha entrega, compañerismo y casi nada de presupuesto.

            

Un año me puse manos a la obra y realicé yo solo tres camellos en escayola. La estructura metálica interior permitía que los Reyes Magos se colocaran encima. Pinté sobre cartón una especie de puerta con tres arcos y convertimos el polideportivo en un escenario mágico, con mucho misterio, a donde llegaban los Reyes Magos, después de un largo recorrido por toda la villa, recorrido que había comenzado con la visita a “los otros niños”, nuestros abuelos, residentes en El Asilo, donde entregábamos un regalo a cada uno de ellos y ellas, a la monjas y a las trabajadoras que los cuidaban y cuidan.

 

   


         

 

Por eso creo en La Navidad. Porque la viví con mi familia, y lejos de la familia, también en La Virgen del Camino,  con intensidad, cuando niño, cuando adolescente y ya de mayor. 


Y no, no tenemos derecho a defraudar a los que ahora les toca ilusionarse con ella. Y, además, creo en La Navidad porque soy creyente. 

 

Carlos Tejo.

 

6 comentarios:

Ramón Hernández dijo...

Gracias, Carlos, por un relato sobre la Navidad tan lleno de belleza y de sentido común. El tejido de valores y contravalores, de alegrías y penas, en que la vida nos envuelve es también el armazón de tus propios camellos. La Navidad es un gigantesco oxímoron de canto y llanto. Ayer lo vivió a fondo Mogarraz con un multitudinario "entierro de alegría", sentimiento popular que respondía a la voluntad expresa del finado cuando, hace ya un tiempo, un amago de infarto le hizo palpar el valor del tiempo y su sentido. Aún recuerdo mis primeros Reyes (año 44 o 45): una naranja y un poco de chocolate, sabores paradisíacos para aquellos serranitos acostumbrados a sabores fuertes. Me complace fijarme, sobre todo, en la "gran familia antiguosalumnos", ya con tantas sillas vacías. También para toda ella llega la Navidad. ¡Ojalá que la magia del momento nos ayude a todos a llenar los muchos espacios de este apartado de comentarios no solo para sentir la presencia o los latidos del corazón de tantos compañeros, sino también para verse envuelto en la onda explosiva de su palabra. Tu sola mención de los niños que están muriendo rompe el corazón y hace que nuestros gritos de dolor invadan los cielos. Y, sin embargo, Jesús sigue naciendo en Belén y en cualquier otro lugar del mundo en el que un ser humano vierta una lágrima por otro y le tienda su mano. ¡Feliz Navidad!

Juan A. Iturriaga dijo...

Recuerdo perfectamente aquellos años, en los que no iba a casa por Navidad.
Ni en Navidad ni en Semana Santa.
Llegabas con tu maletilla en septiembre, y todo aquello tenía que durar hasta finales de junio.
Yo tenía diez años cuando fui, en el año 62.

Luis Carrizo dijo...

Amigo Tejo, he estado buscando el emoticono de la mano con el dedo pulgar hacia arriba, para pinchar encima, pero, como no lo he encontrado,te lo digo al estilo antiguo, como se decía en aquellas épocas que tan emotivamente rememoras:
ME GUSTA.

Jesus Herrero Marcos dijo...

Querido Tejín, me ha emocionado tu relato, entre otras cosas, porque es el mismo que el de todos, y a todos nos han pasado casi las mismas cosas que a ti, o muy parecidas. Yo soy de los que necesitan esa magia de la que hablas, así que muchas gracias y un abrazo muy fuerte.

Carlos Tejo dijo...

Nuestra originalidad, queridos amigos, es colectiva. Oximorón. Algo nos inyectaron en ese cruce del Camino que no hay charco en el que no nos hayamos metido. No hay tecla cultural que no hayamos experimentado e incluso nos atrevemos a pensar en futuro. Será que la Navidad es eterna, igual que, cuando crio, pensé que mis padres eran eternos.
Siempre me quedarán, como verdad irrefutable, la única: que los Reyes Magos existen.
Felices Navidades
Carlos Tejo

Vibot dijo...

Querido Táxulus,te leo a estas altas horas de la Nochebuena, desvelado por el exceso de turrones y mazapanes...
Me ha emocionado tu minuciosa y amorosa evocación.
Y esos camellos tamaño real... tú tienes magia en el corazón y la efunden tus alegres ojos, siempre fraternos.
Si al amor de tus palabras y las de los compañeros del colegio vuelvo la vista una vez más a aquellos ateridos y ardientes años y sus Navidades lo primero que me viene al conmovido recuerdo es la palabra Adviento, alada de escarchas en los inolvidables ensayos de los villancicos.
Aquel Recordad entre guirnaldas de carámbanos y vedijas de niebla entre los árboles del otoño, que aún nos mece de harmonía y fascinación con su inmarchitable melodía sublime.
O la introducción a boca cerrada del Niño divino, como un descenso de luceros sobre nuestro solitario corazón.
O el arrullo del Rorro para siempre.
O La Baila, chispeante de alegría popular.
O Al zagal que desvelan amores sobre texto de Lope de Vega, con aquel solo de Manso y su voz como iluminada de un oro de cromornos y melancolía que aún resuena y fulgura en mi alma.
Tantas cosas.
Y aquel Rorate coeli de super gregoriano que cantaba Torrellas desde el coro con su cálida voz de clarinete bajo o dulce saxofón inolvidable.
Y el Tin tin tin, y el Vamos a Belén de Iparraguirre...
Oh, sí, siempre el Adviento.
¡Podré dormir ahora entre tanta belleza irretornable!
Porque aunque somos otros, aún somos aquel niño.
Y el Edén que soñábamos.

LAS TRES ENTRADAS MÁS POPULARES EN EL BLOG