miércoles, 18 de enero de 2023

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) y Capítulo 14 . Del purgatorio también se sale




Casi siempre, al final de las películas en las que se narran hechos reales o verídicos, se suelen añadir notas más o menos extensas sobre la realidad final o actual de cada personaje, o al menos de los más importantes. Muchas son las razones para que esto sea así. Lo normal es que al espectador le guste saber qué pasó con fulano o mengano, si al final de todo les fue bien o mal, según; o si se casó con la que se merecía o si esta le dio esquinazo y se fue con el malo, o el feo, que es casi peor; o si alguno terminó en la cárcel y le cayeron veinte años o más; o si, por el contrario, le tocó la lotería y Hacienda no se enteró, o sí se enteró y le metió mano.


Es bastante normal que los finales de las películas no sean los más apetecibles por el espectador y en la vida real, pasado ya lo que se cuenta en el celuloide, la cosa se haya arreglado o haya ido a mejor: por ejemplo a veces el malo termina escapándose por los pelos, cosa que a algunos guionistas les encanta porque saben, los muy cínicos, que al espectador lo que le gustaría es que al malo le zurren bien, o le maten como es una película no es grave, no importa, o le pongan de patitas en el trullo y, si puede ser, por más de veinte años.


Y al bueno, y también por fastidiar, le suelen dejar ir sin honores ni lametazos ni premios: Vale, has sido estupendo, te has portado de cine, nunca mejor dicho, y has hecho el bien sin mirar a quién, pero se acabó la historia y ahora te toca trabajar. Y eso a pesar de que a todos los espectadores les hubiera parecido una buenísima idea que el tal benefactor, además de salir por la puerta grande, se le hubiera puesto una pensión vitalicia que le hubiera aliviado de por vida.



Yo al cine voy a pasármelo bien y a que me pongan un final que me reconcilie con el mundo, que me deje el cuerpo con la sensación de que hay justicia, que el bueno y la buena se casen con los más guapos, y el malo y la mala con los más feos. Para finales catastróficos ya tenemos la vida misma, la dura realidad; y no necesito ver una peli en la que algún guionista desaprensivo me recuerde que el mundo es como es y que los malos son los que mejor se lo montan porque, no nos engañemos… bueno, no voy a caer en la tentación de terminar la frase, al menos hoy.


Lo cierto es que este hiperrealismo no siempre se ajusta a los hechos, sobre todo en películas de carácter histórico, que siempre dan mucho de sí a la hora de describir a los personajes con más o menos elasticidad historicista, e interpretarlos según las entendederas de los narradores, más proclives a no salirse de los tópicos culturales al uso, por no decir de intereses menos serios o más interesados, sobre todo cuando se usan filtros ideológicos.


Lo cierto es que me gusta enterarme de lo que pasó después, y por qué y cuándo si puede ser. Y con esta premisa ahora me toca a mí dar la información, no voy a esconder la mano. Hay de todo, bueno, malo y regular y, como en la vida misma y a pesar de lo dicho, aquí no hay buenos ni malos, solo víctimas de sí mismos, aunque a veces ayudadas por otros.

 

Piluca fue la primera, la que dicen que nunca se olvida, sobre todo porque casi siempre ese primer amor deja la primera huella emocional y abre la puerta de esa experiencia desconocida hasta ese momento que muchos suelen llamar, quizás equivocadamente para mi gusto, amor.


Desaparecí de su vida sin despedirme, como un auténtico canalla, camino de un seminario. Y no me despedí por varias razones: la primera porque lo de ir a un seminario no lo había hablado nunca con ella, en parte por no enfrentarme con su mirada inculpadora a causa de mi poca lealtad y en parte por no enfrentarme a la desolación de la víctima. Preferí ignorar la importancia de los daños con la excusa de que yo no tenía demasiada trascendencia en su vida, más bien poca o ninguna


La segunda razón es que ya se me había informado en la sacristía que había que olvidarse de las mujeres si quería ser fraile y, como aparentemente ser fraile era más importante para mí en ese momento, pues borré el asunto de mi cabeza con total impunidad, obviamente sin pensar demasiado en los daños que iba a causar. Una de mis hermanas me contó, algún tiempo después, que la pobre Piluca se había tirado una semana llorando a moco tendido y, por añadidura, otras tres más de capa caída. 


Finalmente se le pasó, menos mal. Algunos años más tarde la vi colgada de un maromo del que ya di cuenta.


No volví a saber más de ella hasta sesenta años más tarde, ni uno más ni uno menos. Yo iba en mi coche buscado aparcamiento alrededor de la casa de mi madre en Palencia, en los mismos escenarios de antaño, cuando de pronto la vi haciendo cola en la parada del autobús, con la mirada perdida en los árboles, que aún siguen en el mismo sitio de siempre. La vi un poco gordita y con suficientes canas para ir a la peluquería y para tener una buena colección de nietos, tal vez, porque esto no lo sé seguro; creo que se casó pero ya no sé nada más con certeza de su vida. El autobús que esperaba tenía su última parada en una residencia de ancianos de las afueras de Palencia. Puede ser que fuera a ver a alguien más o menos allegado, tal vez a alguno de sus padres.


Cuando conseguí aparcar volví hacia la parada del autobús para comprobar que era realmente ella a quién había visto, pero el autobús ya había desaparecido. Me hubiera gustado saludarla, e incluso haberla invitado a un café, pero no fue posible, solo quedaba el escenario vacío.

 

A mi primo Jesús, el socorrista de la piscina municipal de Alpedrete, solo le volví a ver una vez más. Un par de años después se hizo policía después de una dura oposición. 


Luego se fue al País Vasco, a Bilbao donde estuvo otro par de años, en los duros tiempos del terrorismo etarra, porque el sueldo era notablemente mejor. Vivió esos dos años en una pensión donde se hacía pasar por piloto comercial. Siempre aparcaba el coche a un par de manzanas por si le tenían fichado los etarras de turno. 


Al salir o entrar en la comisaría solía disfrazarse, en una ocasión incluso de cura, porque los terroristas solían hacer fotos de todo el que entraba y salía por la puerta. Inspeccionaba minuciosamente los bajos de su coche, antes de arrancar, con un espejito sujeto a un palo que se había confeccionado al efecto y, aun así, siempre tuvo el temor de volar por los aires el día menos pensado. 


Junto con sus compañeros, detuvo a varios miembros de la banda terrorista y le molestaba mucho que la mayor parte de los detenidos se hicieran sus necesidades encima en cuanto entraban esposados en el vehículo policial. El olor era espantoso. Luego se cansó de los etarras y se volvió a Madrid.


En cuanto a su vida sentimental tengo que decir que no creo que fuera muy intensa. 


Él era más de follar que de hacer el amor, es decir machista puro y sin recato. Una de sus hermanas contaba que siempre le veía con una nueva. Nunca consiguió verle con la misma dos veces seguidas. Actualmente vive en Marbella porque es donde más se liga, según dice; y así se mantiene en la actualidad, con setenta y cinco años y ya jubilado, igual que en Alpedrete, con las mismas necesidades, aunque no sé si con las mismas disponibilidades.

 

Tampoco sé mucho de Merche. Al final se casó con un ingeniero. Estaba predestinada. Terminó de enfermera en el Hospital de Valdecilla de Santander. Tuvo dos hijos y algunos nietos, no sé cuántos. Hace año y medio vi una foto suya en la que aparecía con un grupo de amigos en Palencia. Estaba tan guapa como siempre y lucía un abrigo de pieles de categoría. Merche fue siempre más de envoltorio, lo cual no creo que sea peyorativo. Supongo, a la vista de lo que se puede deducir por el abrigo, que le fue bien y que el ingeniero es un tipo estupendo y la cuida. Lo corrobora su hermana Ana, que también fue amiga mía, y lo sigue siendo, aunque hace ya mucho que no hablamos.

 

Geni terminó su carrera de medicina y se casó. Cuando ella y su marido se jubilaron decidieron huir de Palencia y se buscaron un nuevo sitio para vivir. Estuvieron viajando por toda España para encontrarlo. Al final decidieron que Cádiz era la ciudad idónea, una ciudad que, según ella, antes de terminar una fiesta ya se estaba preparando otra, lo cual no dejó de extrañarme porque Geni era poco adicta a los jolgorios y, al menos en ese aspecto, Cádiz es paradigma.


Pero la gente cambia, o evoluciona, a pesar de lo incómodo que suelen resultar las mudanzas, ya sean físicas o mentales. Creo que también se hizo pacifista, tal vez empujada por un marido que no hizo la mili, así que se olvidó de su afición a las escopetas y demás artilugios bélicos.

 

Rafa acabó casándose con Puri. Lo tuve claro desde el principio. Rafa probablemente no tanto, pero Puri sí. En cuanto Rafa sacó la oposición se casaron y se quedaron a vivir en Madrid, en un piso cerca del trabajo. Solían ir de vacaciones una semana a Palencia y tres a la playa. Adoptaron un niño que resultó ser un tipo estupendo. 


A mediados de abril de 2020 Rafa se contagió con el Covid, probablemente en algún bar del barrio donde vivían, cuando el uso de mascarillas todavía parecía una exageración. Los primeros síntomas los tuvo un viernes, el sábado le ingresaron en un hospital y el domingo falleció. Solo. Sin nadie cerca. La enfermera de turno se lo encontró muerto al amanecer. Avisaron a Puri pero no la dejaron ver a su marido. Un mes más tarde la llamaron desde un tanatorio andaluz para comunicarle que le enviaban las cenizas de su marido al día siguiente. Así estaban las cosas al principio de la pandemia.

 

Leandro también se casó y llenó la casa de niños, primero hijos y luego nietos. Leandro y Rafa solían ir de vinos todos los días cuando Rafa estaba de vacaciones en Palencia. Siempre estuvieron muy unidos, de hecho Leandro sufrió mucho con la muerte de Rafa. Dos años después sólo se ha recuperado a medias.

 

Virgilio Margarita, alias Botellín, el estudiante de ginecología que se inscribió en un grupo de oración en una parroquia cercana, terminó su carrera de medicina en la especialidad de ginecología. Nadie tiene certeza del tiempo que invirtió en ello ni constancia de los resultados académicos. Según cuentan algunos de sus compañeros se hizo famoso por una frase que tenía siempre en la punta de la lengua cuando ejercía en el paritorio: Señora, empuje y deje de gritar. 


De uno de esos paritorios desapareció un buen día para reaparecer, algún tiempo después, en un país centroamericano, ahora dedicado al proselitismo religioso para extender el reino de Dios lo más posible. Todo ello, lógicamente, a base de grupos de oración, lo cual terminó degenerando en una organización más o menos sectaria llamada Iglesia Cristiana de los Seguidores de Cristo, la cual cuenta con algunos miembros, no muchos, pero los suficientes para darle de comer a él, a su señora y a un montón de hijos e hijas y, probablemente a algún hije que no se ha atrevido a salir del armario; a otro montón de nietos y a un nuevo montón, en desarrollo, de biznietos, biznietas y biznietes. 


En las fotos de su web salvadora se le ve feliz y rodeado de gente de todas las edades y tamaños, lo cual me ha generado la duda de si se trata de la familia, de los parroquianos o de las dos cosas juntas.


En el fondo no ha cambiado mucho porque ya desde el principio tuvo claro que de lo que se trataba era de comer gratis, y lo mejor posible, a costa de los demás. Al menos en eso ha tenido éxito. Tampoco ha cambiado su expresión de buitre, pero ahora sonríe porque, sobre todo en este negocio, la sonrisa edulcorada es la llave que abre casi todas las puertas.

 

Narciso, después de volver definitivamente de Estados Unidos, estuvo viviendo algunos años en Cóbreces. Allí compraba casas viejas por cuatro gordas, las arreglaba y luego la vendía como si fueran palacios. Vivía en gran parte de eso y en parte de su pensión americana. Y luego pintaba, que era su actividad vital. 

Después de vender la casa de Cóbreces donde tenía su estudio, se compró otra en Palencia donde siguió pintando. Con el tiempo abrió un museo con todos sus cuadros en Fuentes de Valdepero, un pueblín situado a las afueras de la capital. 


En uno de esos homenajes que suelen hacer las autoridades provinciales a los artistas locales se contagió con el Covid. Estuvo un mes ingresado en un hospital de Palencia y finalmente murió con 88 años. Al menos tuvo el consuelo de que sus dos hijas, a pesar de vivir en Estados Unidos, le acompañaron día y noche ese último mes.

 

Debbie volvió a Rhode Island al terminar aquel curso veraniego de pintura y fotografía, todavía acosada por sus excedentes hormonales. Según cuentan algunas de sus amigas intentó ligarse al piloto del avión en el viaje de vuelta, pero se le adelantó una azafata que, por lo visto, ya tenía medio trabajo hecho.


Poco a poco fue cambiando a causa de una pérdida de intensidad hormonal debida, en parte, a una alimentación poco variada que le llevó a cambios físicos de importancia y, como consecuencia de ello, a vaivenes mentales complejos que la impulsaron a odiar a los hombres y expulsarlos de sus alrededores para siempre. Su amiga Poly, también compañera en Cóbreces, es de la opinión que engordó demasiado con tantos helados y hamburguesas y los tíos no sabían por dónde empezar con ella. No obstante se pasó seis meses, después de llegar a su casa, abriendo los paquetes que le llegaban desde España con todo lo que se había comprado en Santander.


Alguno de esos objetos llegados desde Cantabria, posiblemente una bola de cristal que compró alguna de aquellas tardes, le inoculó la idea de comer empanadas místicas y se metió a sanadora, adivina y médium. Dicen que organizaba unas sesiones espiritistas alucinantes. En su página web asegura a sus clientes que dispone de un amplio equipo espiritual de seres de energía superior que se dedican a eliminar la fuerza kármica negativa y demás jerigonzas mentales.


El sistema de sanación es, por supuesto, personalizado y se vende en paquetes con planes específicos por internet. Aunque yo hubiera sido más partidario de la Debbie locuela, dicen sus amigas que con este negocio gana el doble que con todas las empresas juntas que heredó de su padre.

 

Isabel, la que perdió la virginidad en Ibiza con el taxista Rubén, o al menos eso pregonaba la interfecta, siguió toda su vida picoteando aquí y allá, ahora éste y luego aquél, con lo cual, y a pesar de ser buena chica en el fondo, terminó teniendo mala fama.


Hizo la carrera de Psicología y llegó a trabajar en la tele en asuntos relacionados con castings y entrevistas para seleccionar personal, supongo que todo ello relacionado con lo laboral.


La última vez que la vi fue, hace ya más de cuatro años, en el parque del Oeste, junto a la fuente de Juan de Villanueva. Acababa de chocar contra el coche que circulaba delante de ella y cuando pasé a su lado vi que ya estaba tratando de ligarse al conductor damnificado. No pude parar por cuestiones de tráfico denso, así que no sé mo terminaría todo, pero supongo que mal para la víctima.

 

Horacio y Gilda se casaron por lo legal y por la Iglesia. Se sabe que abandonaron sus veleidades comunistoides y terminaron dedicándose a los negocios. En su día ya me dijo el bueno de Horacio que sus compañeros del Partido Comunista eran todos unos guarros, no se duchaban y olían fatal, así que, poco a poco, y ayudado por su padre, volvió al redil capitalista al que, por cierto, se apuntó Gilda en cuanto se vio envuelta entre algodones, es decir, con la ropa de marcas carísimas que le regalaba Horacio a cualquier hora del día y de la noche.


Pasado algún tiempo Horacio se echó una querida y Gilda un querido en ambos casos mucho más jóvenes, porque, según Horacio, en la variedad está el gusto, y el hecho de ser feligrés de una parroquia no puede impedirle a uno oír misa en la catedral. Visto así puede que incluso tenga razón.

 

Celia, a su vez, se casó con el psicólogo argentino. Montaron una boda por todo lo alto. Creo que hubo más de 150 invitados, muchos de ellos también psicólogos, y casi todos vinieron de Argentina con la excusa de conocer España.


Antes de celebrar el primer aniversario de la boda Gilda cambió de psicólogo, en concreto el que ofició de padrino el día que se casó que, no sólo había venido a conocer España, sino también, y ya de paso, a quedarse para montar un gabinete psicológico con el marido de Celia. En cuanto ésta vio el flamante diván terapéutico recién comprado para el consultorio, decidió estrenarlo reanudando las sesiones con su padrino, el cual se despachó a gusto aprovechando la ausencia del marido, que había tenido que salir para arreglar unos papeles en el Ministerio de Sanidad.


Pero eso no cambió las cosas, sino que tan solo las complicó ligeramente: Al marido de Celia le gustaba su socio, a su socio le gustaba Celia y, siendo que al socio también le gustaban Celia y su marido, todos contentos. De hecho veranean los tres juntos.

 

Ángel, mi compañero músico terminó su carrera de Filología y a partir de ahí supongo que ya no se perdió ningún Festival de Salzburgo, pero no he podido contrastar el dato. Sus ingentes conocimientos musicales le llevaron a ser contratado como director de música clásica de una de las más importantes y conocidas compañías discográficas internacionales; y qué no decir de su sofisticado oído, gracias al cual fue galardonado tres años seguidos con el Premio Nacional de Crítica Discográfica. También fue colaborador asiduo durante décadas de las revistas especializadas más importantes de Europa y América. A pesar de sus características personales de long play sigue siendo un single en el plano personal. Está casado con la música ya desde la cuna y esa es, también creo, la razón de mi éxito fulgurante con Lorena. Pasado el tiempo, cuando Internet se abrió paso a codazos entre la masa social, creó una de las páginas más visitadas de Europa sobre estos temas de la música.


Al final se jubiló, pero solo administrativamente, porque sigue colaborando en asuntos culturales con algunas corporaciones locales. De este tipo de cosas uno no se jubila nunca.

 

No sé si Alberto se casó, aunque me parece que María Oliva no consiguió cazarle, si bien ella no tenía nada de cazadora y sí mucho de víctima sumisa del destino. 


Ejerció durante décadas como catedrático de Psicología en una de las universidades madrileñas de más prestigio y también se jubiló, pero no sé más de él a pesar de los muchos intentos que hice por localizarle.

 

Lorena, otra jubilada catedrática de inglés. Vive estupendamente con su compañera. Cuando le apetece se va al norte y cuando no al sur. Entremedias cuida a los nietos, juega con ellos y éstos le chulean. Por supuesto ella se deja.

 

Miguel Buñuel murió a los 56 años, demasiado joven, pero dejó una obra literaria maravillosa, sobre todo en lo relacionado con la literatura infantil. Ganó, entre otros muchos, el Premio Lazarillo con su increíble relato titulado «El niño, la golondrina y el gato»


Un cáncer se lo llevó por delante, pero no fue de pulmón se fumaba más de seis cajetillas diarias, sino de colon.

 

Loles la de Santiago, según cuentan mis amigos manchegos, se casó con un médico, como dije, y le fue estupendamente. No la volví a ver.

 

Milagros, como todos los demás, también se jubiló. Trabajó en la tele durante años en un programa mítico. Se terminó separando de Octavio y éste optó por volver a su país natal, Chile, con su guitarra, para dar clases particulares en vista de que no encontraba mujeres que le sufragaran los gastos de manutención, ni conciertos de guitarra multitudinarios que le permitieran paliar su lamentable estado bancario. Un infartó cardíaco se lo llevó por delante hace una decena de años.

 

En cuanto a Vicky, supongo que también se jubiló después de haber consolidado un sustancioso nivel administrativo ganado a base de muchas horas de trabajos no forzados. Por lo tanto se le supone una pensión más que decente.


Pero como el tiempo y los años no perdonan, se llenó de arrugas, es decir, envejeció y no pudo ligar más, pero ya nadie puede quitarle lo bailado, que no fue poco, aunque no todo lo que hubiera querido. Por lo tanto vive de los intensos recuerdos que aún le permiten resistir.

 

Isabelita siguió sin desmayo con su sistema de vida, o sea, vivir y dejar vivir, aunque poco a poco los ligues que le seguían saliendo eran cada vez más casposos y mugrientos. Nada que ver con los efebos libertarios que se trabajaba antaño todos los fines de semana. Todo esto la llevó al dique seco por decisión propia, para no tener que aguantar carcamales duros y arrogantes pero blanditos en la cama. 


Casi lo mismo podría decirse de su marido, el cual, a pesar de los nuevos tiempos lgtbi, se negó a salir del armario, o tal vez se quedó atascado en la puerta, o quizás las bisagras se oxidaron y se negaron a girar sobre sí mismas. Incluso hasta podría haberle parecido cómodo el sitio. Pero es algo que nunca sabré porque mis fieles informadores también se han jubilado y me han dejado sin novedades.

 

º

Y llegados a este punto, solo queda dejar por escrito lo que todo el mundo estará pensando, aunque nadie lo diga o, en el peor de los casos, no se atreva, ya sea por educación o por no hacer gasto innecesario de saliva: 


Y del autor de este memorándum ¿qué hay? ¿Qué dijeron los que pasaron cerca de él pero no pararon?, o si pararon y salieron escaldados, o si salieron con prisas después de lo visto ¿qué pensaron?


No tengo más remedio que asumir esa responsabilidad en vista de que el autor está mirando ya para otro lado y se excusa diciendo que tiene algo urgente que hacer cosa sospechosa, y que ya lo hará otro día…


Probablemente a Piluca aún le faltaba vocabulario, debido en parte a su escasa edad, para calificar a semejante individuo, pero si la hubiéramos podido preguntar ahora, el calificativo no bajaría de tonto o idiota, y eso por no hacer sangre.


Jesús, el primo socorrista de la piscina municipal de Alpedrete, en más de una ocasión le había calificado al autor de pichainútil o pichafloja, dependiendo de si estaba todavía en la piscina o en un bar, y no antes de la tercera caña. Alguna de las bañistas de la mencionada piscina llegó a pensar que el joven que acompañaba al socorrista estaba buenorro, pero hay constancia de que la hija de la francesa, tal vez influenciada por el mencionado socorrista, fue desengañada por éste y tildó al autor de pichacero.


De la jovencita del tren de Ávila no se han podido recoger testimonios fiables, pero tampoco hay que ser un lince para imaginarlo.


Merche ni siquiera se molestó en emitir opinión al respecto: Se fue con otro rápidamente, lo cual no deja de ser una manera clara de expresar su opinión.


Geni, a su vez, debió pensar que el autor tenía la pólvora mojada simplemente; era muy educada y nunca se la oyó insultar a nadie, o emplear epítetos humillantes contra las personas físicas.


Rafa y Leandro, que eran muy amigos del autor, tampoco insinuaron adjetivos de carácter negativo, pero me consta que llegaron a pensar que nunca conseguirían, a pesar de sus esfuerzos, que el autor pasara de monaguillo o, como mucho, de sacristán resabiado, con el peligro que eso tiene.


Virgilio Margarita, el Botellín, siempre consideró al autor, al revés que los demás y a pesar de las evidencias, como un auténtico pecador pichabrava, trasgresor constante de la sagrada moral y merecedor, en definitiva, de excomunión fulminante.


De Floren y Noemí tampoco consta que dijeran lo que pensaban al respecto, bastante bronca tuvieron entre ellas a costa del autor, o por culpa de éste, mejor dicho.


Narciso le tildó en muchas ocasiones de tuercebotas, sobre todo porque el autor andaba inmerso en la moda de aquel entonces, que consistía en no quitarse las botas de media caña ni para dormir.


Debbie se aprovechó del autor todo lo que quiso o las circunstancias le permitieron y, además, no tenía demasiado tiempo para pensar habida cuenta de la larga lista de candidatos que tenía en la cola, siendo que, al final, era ella la que tenía la cola en sus manos.


Loles la de Santiago, en conversaciones mantenidas con Milagros, llegó a opinar que el autor tenía los plomos fundidos y que, a veces, los cables chisporroteaban, pero nada más, a la hora de la verdad la bombilla no se encendía ni a tiros.


Vicky, la que sí tenía problemas con los enchufes, se ciscó en su hermana por presentarse de improviso en casa y estropearle la fiesta que se había preparado con el autor. Pero solo echó la culpa a la hermana y el autor se salvó por los pelos del embolado.


Isabelita, por su parte, nunca emitía opiniones de nadie porque, según sus propias confesiones a compañeras funcionarias, no le convenía nada, y menos en un ministerio donde todo se termina sabiendo, lo que podría perjudicarle cuando salía a cazar o ser cazada.

 

º

Sospecho que hay aún muchas opiniones por recabar sobre el autor, pero razones de espacio y tiempo nos impiden ahondar, no solo en el relato presente, sino también en el pasado. Creo conveniente, sin embargo, incluir aquí una confesión que me hizo el autor recientemente, cuando le interrogué sobre este espinoso asunto y se puso de perfil citándome de forma textual: «El insulto que más me molestó fue cuando el ex capellán castrense fray Felipe Lanz Yoldi me llamó abencerraje».

 

 

º º º

2 comentarios:

Luis Heredia dijo...

Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Seguro que del purgatorio sales pero lo que no sabremos es si tendrás sitio en el Cielo al lado del Padre o en el Infierno tienes ya la reserva confirmada. Lo peor no es que te pongan a trabajar al lado del de el rabo acabado en flecha, lo peor es que seguramente no te cruzarás con tanto amigo, amigas, amigues, novias, ligues y ligas. Ese es el castigo. Pero bueno, como estudiaste en un Seminario y llevaste hasta hábito, que lucía mucho, ya sabes que antes de irte, te arrepientes y emprendes la buena dirección.

RAMON HERNÁNDEZ MARTÍN dijo...

LH, puro chantaje y comercio de "salvación" (¡jajajá!) el que ofreces a nuestro sacrificado y servicial JH, fuente inagotable de sentimientos y sensaciones placenteros. Ignoro a dónde podría llevarnos eso de "abencerraje", si no fuera a Granada o a lo más granado de quienes solo creen en un cielo plagado de sensualidad (¡qué coincidencias!). De atenerme a la contundenia del título ("Del purgatorio también se sale"), diría que solo se sale de él "con las patas para adelante" porque, lo que se dice "entrar", se "entra de cabeza". En otras palabras, el purgatorio es realmente la vida entera. A la postre y a fin de cuentas, lo que sí honra sobremanera a nuestro sin par (al menos en este blog) JH, a la vez que alimenta su muy prolífica imaginación, es la fidelidad a los amigos, tan dulcemente reflejada en la memoria que aquí hace de sus vidas. ¿Cuántos de nosotros podrìamos decir lo mismo o algo parecido de todas aquellas personas cuya vida "se trabó" en algún momento con la nuestra? El silencio y el ovido son las muertes de verdad, las definitivas. Leyendo todo lo que precede, a uno le entra sana envidia de no haber formado parte de tan rico elenco, cosa que bien podría haber ocurrido, aunque no fuera por motivos de "acera". Gracias, amigo JH, por ayudarnos a salir, aunque sea con la lengua fuera, del purgatorio en que muy variadas circunstancias nos siguen confinando.

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