viernes, 27 de enero de 2023

PURGATORIOS (Por Jesus Herrero) Epílogo por Javier del Vigo

 


EPÍLOGO

Ycolorín colorado, que el striptease de Jesús Herrero se ha acabado! 



Verano tórrido el de 2022. Tórrido en lo climático. No en lo erótico, que dicen que como siempre: se folla lo que se puede; aunque a ciertas edades, la erótica es postre delicioso, melodía del pasado, que médicos o Naturaleza –¡ay, dolor!— nos dejan catar poco, de pascuas a ramos. Y aún así, cuesta lo suyo acabarlo; el postre, digo. 

Avanzaba el verano y el blog de los antiguos alumnos dominicos fue pariendo capítulos de los amores —sexo completo incluido o acto fallido sin untar bola, según— de un hombre que iba pa fraile, pero acabó funcionario en el Ministerio de Cultura. Este Jesús Herrero Marcos de nuestros amores. 




Investigador egregio a lo largo de su vida en el lejano mundo románico. Autoridad ya en aquella cultura, ha dado a luz; iluminó un espacio oscuro: la humana costumbre, atávica, de representar la condición sexuada de las personas y el placer erótico en la escultura románica, arte que pareciera más alejado de la antropocidad, porque buscaba el acojono (¡perdón!) de las personas ante la divinidad, en el interior oscuro de aquellas iglesias; búsqueda que le rentó espléndidos libros describiendo sexo y erótica en lugares sagrados: pinturas, capiteles o ménsulas de aquellas iglesias románicas tan llenas de magia y candor donde bestias y humanos se descoyuntaban en inimaginables posturas. A lo kamasutra. 


En este blog escribía Luis Teódulo hace ya casi un cuarto de siglo que «se nos formó a conciencia para una existencia dominicana que luego se truncó; seguro que, leyéndoos a muchos de vosotros, los frailes os esperarían con los brazos abiertos, si algún día decidiérais regresar al redil». Alguna razón tuvo, pero no toda, porque nos pilló mayores. A contrapelo. En su afirmación no midió el peso que amor y sexo —¡sexo sobre todo!— tuvieron años ha, al interponerse, la mayor parte de las veces, entre la voluntad de unos frailes que nos quisieron castos y las pulsiones vitales de unos jovenzuelos a los que les llegaba Europa en forma de bikinis y rubias turistas. 

«Señor, hazme casto, pero no todavía», rogaba allá por el siglo quinto Agustín de Hipona a su Dios antes de que los católicos lo hicieran obispo y santo, mientras veía crecer a Adeodato, su hijo con una sirvienta de nombre desconocido, su pareja durante muchos años. Cachondo o irónico, experto en los embrujos del sexo, entiendo que Agustín, el obispo santo, pidiese prórrogas porque estuvo muy a gustín con su compañera, sirvienta o mujer. En este relato, Jesús Herrero describe una experiencia contraria; experiencia compartida por todos los que —en el pasado— transitamos por las diferentes trochas que llevaban al sacerdocio: desde la castidad como meta, suspirábamos por ejercitar el sexo y conocer los encantos de unos cuerpos lozanos donde perdernos. «Señor, si es posible, pasa de mí este cáliz», el de la castidad, gritaba inmisericorde el subconsciente del autor ante el altar del celibato, mientras fantaseaba con el sexo como destino. Igual que yo. 


Igual que una mayoría de clérigos y monjas, a quienes la Europa de los bikinis y el bienestar despojó de sus hábitos en busca de la felicidad para disfrutar de pareja propia antes que de una comunidad en soledad (¿oximorón religioso?); igual que una inmensa mayoría de seminaristas, retirados del camino antes de que fuera tarde. Por lo que el catolicismo patrio asiste al envejecimiento peligroso de «la vocación sacerdotal indígena» en el último medio siglo; hoy, la reposición de frailes, curas o monjas se realiza con gentes de la inmigración, de otras latitudes, de otras culturas. No es raro ver jóvenes curas negros, amerindios o de otras latitudes oficiando por esos pueblos de Dios. Los jóvenes autóctonos, que nadan en el bienestar (¡es un decir!) creen que el sexo es una perita en dulce para usar desde edades tempranas. No saben de castidades, soledades o promesas de otra vida más allá. Son más del carpe diem clásico: aquí y ahora. 


Jesús y yo volveremos al redil cuando la Iglesia Católica quite el veto al matrimonio de curas. «¡A buenas horas, mangas verdes!», diréis con razón, pero ahí queda la promesa. O cuando permita el sacerdocio femenino. Dos pedruscos enormes en el futuro inmediato de la Institución, que mantiene mucho polvo acumulado de costumbres del pasado, de la Historia, incluso de su historia negra. Mujeres españolas hay que se sienten sacerdotes (¿sacerdotisas?), enfrentándose a la jerarquía católica. Haylas en otras confesiones cristianas, sin problemas canónicos. Por haber, dicen que hasta hubo una mujer papa en Roma. La papisa Juana (s. IX), según relato de la Chronica Universalis Mettensis del dominico Jean de Mailly (s. XIII). Más allá de su veracidad o no, la curia pontificia desarrolló un protocolo para elegir papa: el candidato debía sentarse en la sedia stercoraria, donde un diácono palpaba con su mano la entrepierna del elegido, no fuera a haber nuevamente gato por liebre; tras el tocamiento testicular del futuro pontífice, pronunciaba la frase: «Testes habet duos et bene pendentes» (Tiene dos testículos y bien colgantes). Solo entonces el candidato era proclamado papa oficialmente. 



Bien, pues Jesús tiene también dos; y bien puestos. Atreverse a hacer relato de sus aventuras amatorias es de una bravura inconmensurable. Porque se habrá creado enemistades. Porque se habrá dejado pelos en la gatera. Porque no es fácil desnudar unos sentimientos hechos relaciones sociales ante sus conocidos, sus entornos, sus amigos. Con el peso de aquella ética que nos marcó tanto. Ya digo, ¡un héroe, Jesús; eres un héroe por este striptease público! ¡Enhorabuena! Enhorabuena a ti y a ese editor tuyo, Lalo, que dejó de escudriñar noticias como redactor jefe de cierre de periódico en el norte gallego para ayudarte a componer la tetralogía en la cálida costa malagueña, cual cigarra de verano entre vermús y aceitunas. 

Jesús el funcionario se jubiló en 2015; desde aquel año, Jesús el artista se entregó con más ahínco a los gozos de la vida. A todo trapo. Así, nosotros hemos disfrutado en primicia de la cuarta entrega de su tetralogía: Paraísos (2018), Páramos (2020),Infiernos (2021) y ahora Purgatorios (2022). Jesús habla de Jesús, de sus entornos, de sus pasados. Experiencias y carencias compartidas por mí, por nosotros, al ser hijos descarriados de un dios menor, el colegio Virgen del Camino, que educaba para ser frailes y castos. 


Su desnudo literario en Purgatorios consta de catorce capítulos, fabulados o reales —allá cada cual con sus cavilaciones—; capítulos recatados, por otra parte, que describen su mutilación y la mía, en materia de Eros, herencia de aquel bachillerato en dominicos; su carencia y la mía en artimañas para la conquista y el sexo; nos veo a los dos —al menos, yo, sí, ¡seguro!— siendo discjokeys sin glamour en los guateques de nuestra juventud mientras nuestros coetáneos, —que no estaban tan mutilados— se daban el lote en las penumbras de aquellos locales elegidos para el frenesí y, si se terciaba, la concupiscencia. 


Inicia su relato con Piluca, la niña de sus inocencias, antes de la castidad impostada de su tiempo frailuno; nos introduce en amores y sexo titulando muchos capítulos con nombres de mujer (Merche, Geni, Loles, Vicky o Isabelita), pero por sus hojas pasan otra infinidad de mujeres, con trascendencia en su vida (Lorena y Amelia) o como flores de una noche de verano, sin polvo ni paja. Concluyó el sarao en tiempos del covid, que nos pilló mayores, «cuando ya las curvas femeninas en movimiento no hacían subir la marea en las playas más remotas», —en feliz frase que alguna vez le escuché. 


La lectura de los capítulos no excitó mi libido, contra lo que hubiera pontificado Freud, el psicoanalista de los sueños y el sexo; ni deseo ni lascivia tuve. No era esa la intención del autor. Ni se deleitó en la descripción erótica, aunque técnica literaria le sobra. Jesús relata sus recuerdos en el ars amandi desde una posición nostálgica, no exenta de dulce cinismo, pero —desde luego— con el peso inmenso de aquella losa moral con la que le educaron en su adolescencia. Con la que me educaron. Casi desde la resignación, contempla aquel tiempo vivido, aquel quedarse a medio camino —coitus interruptus—, sintiéndose liberado (¿?) cuando alguien interrumpía los prolegómenos sexuales, los cuales normalmente le iniciaba una mujer, ante su indecisión, sus miedos y su ética. 


El último capítulo de Purgatorios me envolvió en polvos: polisémico vocablo que usa el vulgo e incluso la culta latiniparla, porque en tocante al sexo, todos acabamos desnudos, como Adán y Eva en el Paraíso. Dijo el Génesis: «Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris». Como vamos camino al reverteris, Jesús no pasa revista a los polvos disfrutados, no; nos informa de la escabechina que hizo el covid en los personajes de su relato, gentes mayores cuando la criminal peste asoló el solar patrio. Como nosotros. Así, pues, gracias a la vida, que nos dio tanto, que cantara la hispanoamericana Mercedes Sosa. Gracias, Jesús, por volvernos al presente en este relato de amores de un tiempo fugaz ido. 


Permitidme, sin embargo, que me zambulla en las remotas playas de mi memoria para narrar una vivencia propia del estilo de algunos relatos de Jesús. (Otra historieta de la puta mili, de las que nos contaban nuestros abuelos en las largas noches de invierno): 


Andaba yo en la mili otro tórrido agosto madrileño, principios de los setenta. El piso de estudiantes donde pernoctaba había quedado vacío, a excepción de Michelle, francesita que hacía su tesis sobre «García Lorca como músico y Falla como poeta» (sic), y yo mismo. Ella, con novio lejos; con novia también lejana yo. Solos ambos en aquel piso. Mis estrecheces morales aprendidas cuando iba pa fraile me hacían remolonear por los madriles, para llegar a casa entrada la noche. Por no enebrar con la francesita, por evitar su regate corto. Pero ella era inmisericorde: abrir yo la puerta de entrada y oír su voz: 

¡Javieg!, me ayudas a haceg cgrucigramasPaga enguiqueceg mi español— argumentaba, con ese típico arrastre de la «rr» de los franceses. 

—Vale, bien— respondía yo, pillado en offside.


Y heme allí, resignado, sentado junto a ella, en su cama, donde lucía un vistoso camisón. Vistoso por lo sutil; por lo que insinuaba, que más bien enseñaba y que, como ironiza Jesús, hacía subir la marea de mis remotas playas. Así pasábamos media hora, una... Lo juro: aquellos días solo hicimos crucigramas. No recuerdo ya si alguna vez tuve que hacer manualidades, que, ya se sabe, dicen que en la mili el bromuro era como el agua para la sed. ¿Qué pensaría aquella chiquilla sobre aquel español que, en un tórrido ferragosto madrileño, nunca se atrevió a enguisgar, a iniciar el asalto a sus palacios íntimos, tan necesitados de jaleo, de sudor y placer como el españolito mismo? ¿O hice bien? Hummm... Cuando se lo pusieron como a Felipe II en El Escorial, en situación similar (ver cap. 3) Jesús escribe: «Pasados los años me di cuenta que nunca nadie me lo había puesto tan fácil y que yo nunca fui tan idiota, aunque en muchas ocasiones anduve cerca». 


Tras la digresión personal, vuelvo al epílogo. El ladino autor de este relato es contumaz en los títulos de la tetralogía: Paraísos: ¿dónde, cuándo?, me pregunto. Infiernos: ¿los hay? Es un estado o es una caldera donde Pedro Botero escalda almas? ¿l'enfer c'est les autres, que formuló Sartre? Por si los interrogantes sobre los títulos de sus obras carecieran de enjundia, su título último sobre amores y sexo es otro sustantivo de connotaciones religiosas: Purgatorios. ¿Existen? ¿Dónde? ¿Las crisis cíclicas que asolan el pensamiento católico ha clausurado «ese lugar sin espacio, de estancia temporal para las almas», como clausurará el sacerdocio católico masculino cuando la mujer reconquiste el ancestral papel de sacerdotisa de la tribu, por abandono de los hombres? ¿O es quizá que el estado de enamoramiento es comparable a las purgaciones, si amar es purgar alguna culpa original que circule por las galaxias del Universo? 


Lo que haya de tejas arriba, en la metafísica, para mí, es un misterio que ahora no toca. De tejas abajo, en el desván de mi memoria, la divinidad era un señor barbudo, larga melena, brazos extendidos y el aura circular de la santidad tras su cogote. Entre sus atributos, la castidad, sinónimo de pureza. En aquellas enciclopedias donde aprendimos las primeras letras del catolicismo, un recuadro enmarcaba a Dios. Así, el creador del Creador se evitaba el problema de representar sus bajos, los atributos sexuales, tal como le sucedió a Miguel Ángel en el Juicio final de la Capilla Sixtina cuando recibió un coscorrón papal en forma de paños pudibundos: tras el Concilio de Trento, el pintor calzonero, Volterra, recibió la orden de cubrir las nefandas partes, ya que la divinidad es espíritu puro, lo mismo que ángeles, arcángeles, tronos y demás dominaciones celestiales. 


Aquella fórmula antropoide de explicar el Universo relataba el proceso de la creación como un trabajo en seis días; en el séptimo, el dios barbudo con aura en el cogote ordenó: «¡Creced y multiplicaos!», encomendando la continuidad de lo creado a las propias criaturas, con sus semillitas implantadas por el macho en la hembra mediante cánula a la que llamamos pene, órgano al que el vulgo llama de mil o más maneras. Al igual que sucede con la vagina. 


La Naturaleza, en guiño cómplice, se apresuró a poner gratis et amore uno de los mayores placeres de la vida en el acto. Al sexual, me refiero. Porque la coyunda puede generar la continuidad de las especies, a las que «parirás con dolor». Así que orgasmo y parto se contrarrestan, el Yin y el Yan. ¡Inexorable condición humana! 

Visto así, la tradición católica sobre el celibato pudiera estar en la frontera del pecado contra Dios, contra Natura, al ofrecer la castidad como un bien superior y exquisito, solo al alcance de los muy escogidos: sacerdotes, monjas, frailes, obispos, cardenales o papa –mediante los votos libremente pronunciados, por supuesto—, contrariamente a la mayor parte de las demás confesiones cristianas u otras formas de espiritualidad, que no prohíben el uso del sexo. Sus razones habrán tenido. Pero quizá fuera llegado el tiempo de la revisión profunda del celibato y del papel de la mujer en la liturgia, revisión más profunda que la tímida Comisión de estudio sobre el diaconado femenino, constituida por el papa Francisco en 2020 a la que tantas críticas han hecho desde el tradicionalismo. 


Escribo esto en el siglo XXI. En Europa y sus ámbitos culturales, el concepto de igualdad y los diversos feminismos militantes —defensores de la sobreprotección de la mujer como camino hacia la igualdad real— han elevado a ministerio esa lucha. El Ministerio de Igualdad del Gobierno de España hoy defiende, entre otras cosas, que la elección de identidad no está tanto en el sexo físico (si penden o si porta útero) sino en la voluntad de la persona. Polémica tesis en sí misma, que quiebra de raíz la esencia de la tradición sobre la mujer en la Iglesia Católica y define el sexo más como una voluntad personal que como un hecho biológico. 


Llegados a este punto, cuando la existencia del purgatorio es puesta en entredicho por la teología católica avanzada; cuando movimientos de mujeres católicas se declaran en abierta rebeldía contra la jerarquía, que las relega a papeles secundarios, de legas, de monaguillas; cuando la juventud rehúsa recibir órdenes sagradas por el peso de la soledad y la castidad, entendidas como renuncia a tener pareja; cuando van aflorando casos de pederastia; cuando se van documentando casos en los que algunas amas de llaves eran barraganas para el sexo encubierto de algunos curas; cuando todo esto está en el candelabro del futuro inmediato de los católicos, he leído con agrado y nostalgia el relato de Jesús Herrero, con quien me unen tantas cosas en la distancia. Entre otras, nuestras experiencias para vencer aquella castidad impuesta de la adolescencia. 


Creo firmemente que él y yo —que nosotros, caminantes en tiempo de descuento— veremos grandes transformaciones en lo que ha sido seña de identidad de la jerarquía católica en tocante a los conceptos del sacerdocio, la igualdad, el sexo y las responsabilidades familiares. Similares transformaciones como las que se están produciendo en el campo de las relaciones de pareja, el sexo o la familia en las sociedades civiles avanzadas. 


Ya digo, de tejas abajo y visto desde fuera. Porque otra papisa tardará aún mucho en aparecer. Cuando llegue, no hará falta que diácono alguno palpe para verificar si algo le cuelga o no. Solo la igualdad nos hará más libres. Y quizá más castos, como, en el fondo, somos ya Jesús Herrero y yo. 


¡Salud, amigos; que la vida es un regalo; que nos siga siendo propicia! 


Bilbao, cuando ya se acababa el cálido verano de 2022 

 

 

8 comentarios:

Fernando Alonso Diez dijo...

El epílogo con el que Javier cierra Purgatorios en realidad es un capítulo más. No sólo es una recapitulación final añadida al “streptes” de Jesús, que también, sino que es, además, una reflexión de la que podemos apropiarnos los que paseamos nuestras vidas por aquellas ya lejanas y olvidadas playas. Una reflexión sobre nuestro pasado y una reflexión de la que se deducen consecuencias para el presente y para el futuro incierto que, tal vez, no lleguemos a vivir
Y gracias Jesús, porque con Purgatorios nos has vuelto a los años de la inocencia y a recordar sin nostalgia los miedos de aquella moral que sufrimos, vivimos y superamos.

JOSÉ MANUEL GARCÍA VALDÉS dijo...

En algún lugar he leído que
en una novela u obra de ficción el epílogo es o puede ser un capítulo a parte, una vez cerrada la trama, que explica como siguen los personajes, qué fue de cada cual, o cierra una trama subyacente o incluso un flash-back,... que no entra dentro de la trama de la novela, pero que ayuda a cerrar la obra.
Si lo interpretamos así en este epílogo echo en falta que el "epilogante" cuente con más detalle cual es su relación íntima, si la hubiere, con las protagonistas de la obra. Sabemos cómo se las maravilló, cómo lidió y resolvió el autor de la obra pero queda por saber si el autor del EPÍLOGO, epilogante, tuvo alguna intervención directa o indirecta en la trama y, si sí, cómo resolvió el problema. Algo tendría que ver cuando de una manera tan rica e imaginativa pone colofón a una larga carrera sentimental de D. Jesusache. JH vs JV, dos abreviaturas para dos buenos personajes. Y esto no pretende ser el epílogo del epílogo.
Javivi, tú colofón está a la altura, alta, de la obra del amigo Jesús Herrero. Cuando termine mis memorias, la memoria ya la acabé o se acabó, te encargaré un epílogo, palabra prima de epitafio y de epígrafe, espero te esmeres.
Abrazos epigramáticos.

federico esteban monasterio dijo...

-Mire padre- decía un sacerdote a otro paseando por un jardín-.
La Iglesia tiene que cambiar, y a este paso seguro que nosotros
acabaremos por casarnos.
-Tiene razón padre- le contestaba el otro-, nosotros no lo veremos
pero nuestros hijos seguro que sí.
(Enhorabuena por la novela aunque no sé definir si es:
romántica, realista, terror, aventuras, ciencia ficción, fantasía,
erótica, sentimental, rosa, pastoril, picaresca, autobiográfica...,
qué más da. Es digna de una obra de arte.
Saludos.

RAMON HERNÁNDEZ MARTÍN dijo...

Tras el largo camino literario recorrido, os confieso que me siento apabullado, abrumado. Me quito el sombrero y, si es preciso, me cepillo el pelo. Cepillar, claro está, a garlopa, como los rasurados que hoy presumen de una frente sin final. En mi asombro, me quedo con el final, con que la "vida nos siga siendo propicia", porque realmente ha habido mucha vida en ese caminar que, partiendo de Corias o de La Virgen, todavía se muestra ágil en este blog, a pesar de los aparentes cansancios parciales y transitorios. Seguro que todos podrìamos escribir, partiendo de las propias experiencias, un epílogo parecido a este, aunque literariamente resultara torpe y deslabazado, cosa que no quitaría ningún lustre a la viveza de la experiencia de cada cual. Recuerdo que recién despertado a las luces, a mediados de los sesenta, ya me decanté por el papel de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia, partiendo, claro está, de que ellas tienen los mismos derechos que los hombres, si bien no las mismas obligaciones. Me costó más entender que también tienen las mismas necesidades, incluidas las sexuales. JH y JV, dos monstruos de la pluma, del sentir y de la madurez. Gracias por compartir tanto y enhorabuena por ello.

Jesus Herrero Marcos dijo...

Pues efectivamente, Javivi, el gran Javivi, más que ponerle la puntilla al asunto (que eso es un epílogo), le ha puesto la guinda, o la guindilla (para darle más sabor al guiso), es decir le ha puesto las reflexiones que se deducen de todo lo que yo viví, que es lo que cuento, y que es lo que, creo yo, hemos vivido todos con más o menos variantes y con más o menos consecuencias. Lo del guiso viene a cuento porque a veces los guisos no están muy allá y de pronto llega alguien como Javivi y te lo arregla con un poco de sal, o pimienta o guindilla o lo que sea. Es lo que tiene el monstruo. Por ello millones de gracias. También podría decirse que yo he escrito algunos capítulos para adornar el epílogo, y que fue un placer hacerlo, sobre todo por el destino final, que no era otro que este blog nuestro que nos ha regalado el egregio Furriel.
Bueno, gracias a todos por soportar esta intrusión, incluido a mi gato, que me maullaba furioso cuando se subía a la mesa y se paseaba por encima del manuscrito, recién terminado, para dejar clara su opinión: No se cómo te atreves a machar folios limpios de esta manera tan zafia ¡Animal, que eres un animal!

Jesus Herrero Marcos dijo...

No creas Javivi, mis angulas como mis escritos necesitan guindilla de la tuya: Como soy jubilado, en vez de angulas utilizo fideos y les pinto los ojos. Lleva su trabajo pero tengo paciencia; y con guindilla ni se nota... alguna quedará tuerta por despiste, que le vamos a hacer...

Amador Robles dijo...

Hola queria comprar el libro alguna libreria en oviexo gijon leon.....?
Mi correo es amador8576@gmail.com
Gracias

Javi del Vigo dijo...

Unknown, posible Amador, en este blog hay un hábito: mirar poco hacia atrás. Las cosas se producen, las entradas van cayendo y los mirones vamos buscando nuevas noticias. Debe ser por ello que ni autor de los textos de "PURGATORIOS", Jesusito para mí, ni el moderador de entradas ni otro alguno ha dado respuesta a tu deseo de comprar el libro, con su papel, con su tinta, con su portada, con los dibujitos que lo acompañan del gran dibujante y autor a la vez. Oliendo a tinta, como aquellos libros de nuestras juventudes. (La mía, al menos).

Mira, hasta donde me es dado te aclaro: es la primera vez que Jesús hace una publicación virtual, de esas que andan por los aires, pero que son difíciles de atrapar, si no es con el ratón y el puntero ante la pantalla de un ordenador. Computadora lo llaman por otras latitudes.

Lo cual no quiere decir que Jesús Herrero no tenga entre sus planes la edición en papel. Como los otros tres libros/novela que anteceden a este. No he hablado con él sobre el cuándo ni el cómo. Pero me comprometo contigo, personalmente, que cuando lo edite, serás puntualmente informado.

Estas gentes que no miran atrás! ¿Será que les/nos queda un tiempo escaso y solo queremos seguir adelante; y seguir, seguir eternamente?

Saludos, camarada Unknown, que, a no dudar, tuviste que ver con aquel colegio donde tantos convivimos en unos tiempos que se van acercando al infinito. O a la nada.

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