domingo, 17 de octubre de 2021

En danza con Santo Tomás, Kant, Fichte, Shelling y Hegel en un escenario poblado de frailes (Por Ramón Hernández Martín)

La narración de días pasados de Antonio Argüeso, dando entretenida cuenta de una sabrosa travesura estudiantil, digna de figurar en los anales de nuestra picaresca clásica, me anima a contar algo no menos escabroso, pero a sensu contrario, pues, en vez de dos estudiantes, son dos profesores los que montan un cotarro en el que me vi envuelto únicamente como comparsa de entretenimiento, como actor secundario al que, por arte de magia, le cayó un Óscar encima sin pretenderlo o como dócil conejillo de indias que salió milagrosamente ileso del experimento. Lo cuento porque pienso que puede tener algún interés general. Si no fuera así, pido disculpas por el atrevimiento.




Sucedió años antes, también en Las Caldas y en tiempo de exámenes, en junio de 1961. Más en concreto, en mi examen de Historia de la Filosofía del último curso. Sus rutilantes estrellas fueron dos gallos de pelea, émulos del saber docto y del enseñar magistral: los profesores Jesús García (espero no errar al recordar su nombre, pues nunca fue profesor mío) y Montull, el único profesor a lo largo de toda la carrera que se presentaba en clase con una copia para cada estudiante de los cinco o seis folios que él mismo escribía sobre cada lección o tesis. Ambos eran buenos amigos, aunque siempre andaban al pique y no tenían escrúpulos para auparse el uno sobre el otro a la hora de sobresalir y brillar o de demostrar cuál de los dos era el mejor.

Pues bien, Montull me llamó una semana antes del examen final de Historia de la Filosofía para decirme que a mí me tocaría la bola 32 y que tendría que hablar sobre los discípulos de Kant: Fichte, Schelling y Hegel, pidiéndome que preparara esa materia a conciencia, pues tenía que bordar el examen para dejar boquiabierto o abobado a Jesús García, que estaría en la terna examinadora (no recuerdo el otro).



En efecto, llegado el momento, Montull sacó una bola y, simulando mirarla, dijo: “¡es la número 32, que versa sobre la Filosofía de los discípulos de Kant: Fichte, Schelling y Hegel!”. Acto seguido, por así decirlo, le pasó el testigo a Jesús García, diciéndole: “a este lo dejo para que lo examines tú”. Ni corto ni perezoso, comencé a hablar sobre el tema que me había “caído en suerte”, pero Jesús García, que conocía muy bien las tretas de Montull, me frenó en seco, diciéndome: “nada de eso. Hoy tendrás que hablarnos de Kant y Santo Tomás, comparándolos”. En aquel momento, vi que Montull se quedaba lívido y hasta temí que fuera a desmayarse. De nada le sirvió protestar contra el cambiazo, dada la determinación de su compinche. Tuve la impresión de que por dentro se ponía a rezar cuanto sabía mientras se encomendaba a todos los hados del destino. Por mi parte, seguro que tampoco me habría servido de nada apelar al futuro defensor del pueblo ni denunciar tan burdo atropello ante el también futuro TC por contravenir la sacrosanta determinación de la suerte al hacer caso omiso de ella e introducir a capricho en el examen un tema que ni siquiera figuraba en el temario. Tampoco me importaba gran cosa por lo que cuento a continuación.

Con la palabra a mi disposición, comencé a hablar como un autómata al que hubieran terminado de darle cuerda y no paré de hacerlo durante los 20 minutos que duró el examen. Mientras hablaba, me parecía que Montull iba despertando como de un letargo y transformándose en un aparecido o en un resucitado, para terminar mostrándose como un pavo real con todas sus plumas desplegadas. En la cara se le veía una sonrisa que no cabía en su fornido cuerpo. Tras el examen, parecía que el buen hombre estuviera disfrutando más que un hincha del Real Madrid tras un partido final de Copa de Europa ganado.

¿Qué había sucedido? ¿Qué ángel había venido a visitarme o qué musa se había posesionado de mi mente? En Las Caldas, para aprobar cada curso, teníamos que escribir una especie de tesina de unas 30 páginas sobre algún tema relacionado con la Filosofía. Así ocurría, al menos en mi tiempo.  Pues bien, tres meses después de haber iniciado esos estudios, en diciembre de 1958, al penco de mí no se le ocurrió burrada mayor que elegir, como tema para la tesina, la Filosofía de Kant, seguramente el terma más arduo e intrincado que cabía imaginar, incluso para un estudiante de tercero. Entonces sí que sudé la gota gorda y hasta tinta china. Tras un esfuerzo casi sobrehumano, logré escribir o emborronar un cuaderno entero, hablando de Kant en el contexto de nuestra propia filosofía escolástica. Lógicamente, lo escribí a mano, pues las máquinas de escribir vendrían mucho después. Pues bien, en el examen de marras, el realizado frente al tirano Jesús García (conmigo al menos, aquel día “tiró a matar”) no tuve más que recordar parte de lo escrito en ese cuaderno y exponerlo con relativa soltura y elegancia.

A propósito, relativo al mismo tema, me complace meter en escena también a nuestro muy querido y añorado Eladio por algo que me parece muy importante. Lo primero que hice al afrontar tan difícil tema para la tesina fue leer una “introducción a Kant”. Por aquel entonces, un buen día, charlando con Eladio en su celda, le dije: “he leído una introducción a Kant y no he entendido nada”. Él me sonrió y se limitó a responderme: “mira mi mesa”. “Qué he de mirar?”, le pregunté, y él me respondió: “¿Ves la primera media página de este libro abierto?”. Se trataba de un libro sobre lógica matemática, tema en el que él se estaba iniciando por aquel entonces. En ella se veía solo un montón de fórmulas matemáticas. Entonces él me dijo: “fíjate bien y toma buena nota, pues con esta media página llevo yo tres días y no seguiré adelante hasta que no la entienda del todo.  Así que, amigo mío, aplícate el cuento”. Soberbia lección de un gran maestro, que me animó a releer la introducción aludida y más cosas y a comparar unos escritos con otros y a llegar a laboriosas conclusiones con las que fui llenando como pude el cuaderno de marras. ¡Quién me iba a decir a mí entonces que aquella tinta china, tan abundantemente sudada en primero de Filosofía, me iba a servir para hacer un examen brillante en tercero sobre Historia de la Filosofía y, sobre todo, que en aquel tan extraño como memorable día el buenazo Montull le ganaría el partido por goleada al pícaro Jesús García!

Por cierto, a Eladio le recordé la anécdota de su media página, charlando con él amigablemente muchísimos años después en una cafetería de Valladolid, pero lamentablemente no la recordaba, si bien me reconoció que muy bien podía ser cierta. Claro que lo era. Gracias, querido Eladio, estés donde estés, por hacerme entender tan pronto que todas las cosas que merecen la pena se logran poco a poco, a base de mucho esfuerzo y no menos paciencia.

5 comentarios:

jmgarciavaldes#gmail.com dijo...

Cuando la PROMOCIONONA llegó a las Caldas de Montull sólo quedaba el recuerdo y sus apreciados y reconocidos APUNTES de Historia de la Filosofía. Como encargado que fui de la Multicopista pude hacerme con una copia, un buen tocho de folios. Los conservé como oro en paño. Pero hete aquí que siendo yo profesor de Filosofía recordé los famosos apuntes montulianos, los desempolvë y empecé a preparar las clases inspirándome en ellos, en otras palabras, fusilándolos.Un buen día consultando la Historia de la Filosofía de Abaggnano hice un gran descubrimiento. Pude comprobar que los apuntes de Montul eran un fiasco, una burda copia de la historia de Abaggnano. Teneis derecho a dudar de lo que digo pero doy fe de que fue tal como lo cuento. Mi gozo en un pozo. Pero no fue en balde, aquel tocho de folios le sirvieron a mu madre para encender la cocina de carbón durante una buena temporada. Esa fue la practicuidad de los famosos apuntes. Se convirtieron en fuego eterno. Invito a quienes aún no los han abierto, caso de Argüeso, a que vayan al trastero, los desempolven
( a estas alturas el polvo se acumula en los lugares menos indicados) y cotejen página a página lo que acabo de contar. Montul la monto buena pero falsa. Esto no supone desmerecer su sabiduría si la tuviere. Amigo Ramón, ya puedes ponerte a revisar tus conocimientos filosóficos porque los que te transmitió Montul eran hijos de la filosofía copiada. Los de la promocionona podemos presumir de un verdadero saber histórico-filosófico porque lo hemos mamado del mismísimo Cándido Aniz, muy conocido filósofo en su casa. Absténganse los que aprobaron arreglando enchufes, vaciando orinales o cantando la segoviana.
Abrazos desmontulianos

Ramón Hernández Martín dijo...

Jajajá, más vale no ponerse a escarbar la historia, amigo José Manuel, pues, aparte de parecerse uno a los jabalíes que nos traen a mal traer por sus indagaciones en la huerta que tenemos detrás de casa, seguro que se topa con animales o animalillos de toda clase. En la droguería yo vendía bastante insecticida de suelo y también fungicidas para los hongos que se comen las semillas antes de germimar. Pero no te lances al vacío por tu descubrimiento, partiendo de que lo copiado también pudiera ser bueno. Recuerdo al explosivo Montull entrando en clase con brazados de folios e incluso con las manos manchadas de tinta de tanto darle a la multicopista para hacernos copias para todos. Un día en especial se nos mostró radiante al asegurarnos que Baruch Spinoza no era panteísta. ¡Un buen tipo, después de todo, el amigo Montull! Tras aquellos años, no supe más de de él hasta que, mucho después, alguien me dijo que había muerto. Desde luego, se mereció, cómo no, el aluvión de gloria que entonces le tocó en suerte, como nos tocará a los demás vivientes cuando llegue nuestra entronización, pues en esos momentos al menos sabremos que también la sabiduría es pura vanidad.

Ramón Hernández Martín dijo...

Sigo con un apunte más. A tu amigo Cándido Ániz nunca lo tuve ni cerca ni lejos a través de la carrera. Pero un día en Valladolid, cuando fui a San Pablo para charlar con Eladio y este no estaba, pasé a saludarlo al despacho de la portería, que él ocupaba ese día. Tras las presentaciones pertinentes, la conversación se fue caldeando y animando hasta durar tres horas. ¿Qué te parece para dos desconocidos?

Luis Carrizo dijo...

Con el mayor respeto hacia Cándido Ániz, amigo Ramón, no puedo concebir que su conversación se caldease salvo en el estricto y único sentido de que se pusiera a hablar de las Caldas.

Ramón Hernández Martín dijo...

¡Jajajá, de nuevo!, Luis, gracias por el apunte. Pues sí, las Caldas se hizo presente, y también el noviciado y la teología y todo lo que vino después. Sí, sí, pero también caldeada por hacerla cálida entre los dos, pues me topé frente a un hombre que, en vez de limitarse a saludarme y agradecer el habernos conocido, se interesó por todo lo que yo pudiera contarle, sobre todo a partir del tsunami que dio con mis huesos en la profunda nada para hacer frente a la vida por primera vez, siendo ya algo mayor. También, por la razón por la que yo estaba entonces en Valladolid. Deseché por completo que me hubiera aguantado tanto tiempo bien porque aquel día él no tuviera otra cosa mejor que hacer o simplemente porque se aburriera. La verdad es que me dejó un gratísimo recuerdo y muy buen sabor de boca. Después, lamentablemente, ya no hubo otra ocasión para seguir charlando con él.

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