Estábamos en primer curso, en clase de Matemáticas y Geometría, con el Padre Domínguez. Yo era el último de la clase.. El último, cuando en todas las demás materias siempre estaba entre los primeros ¿Tan mal se me daban las matemáticas? No, se me daban igual de bien que cualquier otra asignatura. Estaba el último por el castigo que nuestro profesor me había impuesto.
Unos meses atrás, le estoy viendo como si fuera ahora mismo allí delante del encerado en el que aparece un triangulo rectángulo dibujado, nos está preguntando: "Estos dos lados más pequeños se llaman catetos, en efecto ¿Y cómo se llama el lado largo?" No tardé si un segundo en contestar, por si alguien se me adelantaba: "¡HIPO...PÓTAMO!"
Nunca me he tenido por alguien gracioso, pero en aquella ocasión hice reír a toda la clase. Sólo hubo uno que no se rió y que lo tomó como un insulto personal dada su complexión física, si os acordais.
El castigo fue inmediato. Pasé a ser el último de la clase lo que conllevaba un Cero de nota en la asignatura, mes tras mes, hasta que dejara de estar en última posición.
Pero para salir de ella sólo había una escapatoria: contestar correctamente a una pregunta a la que ninguno de la clase hubiera sabido contestar. Pasé meses, os podéis imaginar, encerrado en el último puesto, ya que la mayor parte de mis compañeros eran buenos estudiantes y siempre había alguno que contestaba correctamente antes de que me tocara la vez a mí.
Aquello me sumió en una profunda depresión. No volví a sonreír desde entonces . Una vez que me preguntaste, querido Iturgáiz, qué me había pasado para haber cambiado así, te conté el motivo.
Ya debíamos estar cerca del fin de curso cuando el P. Domínguez planteó una enrevesada pregunta. Aunque no recuerdo cuál, enrevesada debía ser porque fue pasando desde el primero de la clase sin que nadie supiera contestar a ella. Llegó a mí... se hizo un silencio total en el aula... y la contesté. Era una larga y complicada contestación... mis compañeros no sabían si era la buena o no... y el Padre Domínguez, sin darla por válida me hizo repetir. Lo hice... Todos estábamos expectantes. Luego de un interminable momento oímos la voz del profesor: "Es correcto. Pasas a ser el primero de la clase."
Y entonces una filas más allá, a mi izquierda oí un grito "¡Bien! ¡Hurra, hurra!" Era tu voz, Iturgáiz , que sonaba con tanta alegría, tanto regocijo, tanto contento como si la buena noticia te hubiera tocado a ti.
Nunca he olvidado la expresión de tu cara en aquel momento, siempre te he tenido un cariñó especial desde entonces. Y ayer o antes de ayer, en medio de calle, quizás en el momento en que estabas dejando este mundo, me asaltó sin ton ni son ese recuerdo.
Con todo mi cariño
Sarmiento
4 comentarios:
Preciosa anécdota, Chema, pero muy cruel. Aunque no nacido en el pueblo, el P. Domínguez era de Mogarraz. Sin duda, un buenazo, pero nunca he conocido un hombre tan parco como él, hasta el punto de que soy incapaz de imaginarlo dando una clase. Cuando en verano me cruzaba con él por las calles del pueblo, como tú no le dieras los buenos días, de su boca no salía palabra. Al saludarlo, su respuesta era casi monosilábica, razón por la que nunca me vi capaz de entablar siquiera una conversación volandera con él. Viniendo a Iturgáiz, sobre lo expresado en el comentario de ayer añadiré que, al no conocerlo, sus fotos me transmiten paz y bondad. No me extraña que la belleza se fijara en él y lo convirtiera en un confortable aposento suyo. Hoy, día del trabajo, un día muy suyo, mientras le deseamos descanso, le pediré que nos ayude a descansar también nosotros de los sustos y agobios a que nos somete la vida.
Querido Chema, queridos todos, Domingo fue siempre la,sonrisa de bienvenida. Su abrazo generoso te alcanzaba antes de que lo fuera físicamente. Compartí, compartimos, muchos reencuentros, ya que siempre fue fiel a sus compañeros y amigos de aquel lugar en el compartimos tantas cosas para la vida.
Yo lo tengo a mi lado en una foto de la escolania y rondalla, en Palencia. Está situado entre Molpeceres y yo. Es la mejor foto que conservo de mi paso por la escolania y ayer la enseñaba con orgullo a los miembros del coro Peñasanta de Cangas de Onís donde aún disfruto de las enseñanzas del pTorrellas. No sé cuándo encontraremos una excusa para volver a abrazarnos (me valen todas) pero a Domingo Iturgaiz, al que ya echamos de menos, el hueco de su ausencia sólo lo llenará su eterna sonrisa de hombre bueno. Porque Chema , con aquella anécdota de juventud, lo define con total transparencia. Un abrazo al Norte.
Me sumo a Carlos.
Y yoooo. Querido Domingo!
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