miércoles, 3 de enero de 2024

Operación “Performance”. Cuento de Navidad. (Por Luis Carrizo)



Operación “Performance”. Cuento de Navidad.

 

Aquel alcalde profesaba un verdadero odio a los grafiteros, un odio pertinaz, sin altibajos ni fisuras, al que no daba tregua ni siquiera en las señaladas fiestas navideñas, tan propicias siempre para echar pelillos a la mar, pues él estaba plenamente convencido de que la expresión evangélica “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, que proclamaba la gran filacteria que flameaba sobre el ángel del Nacimiento instalado en los soportales de la Plaza Mayor, no rezaba con el atajo de pintamonas, que —según sus propias palabras— le tenían la ciudad talmente como el Bronx, de lo pintarrejeada y degradada que aparecía. Símil, por cierto, el del Bronx, forjado, según indicios verosímiles, a partir de las películas, ya que él jamás había pisado Nueva York. Lo cierto y verdad es que su odio no era un odio cualquiera, sujeto a pulsiones sentimentales y pasajeras,  sino un odio  muy pensado y razonado y sin posible marcha atrás.

 

Él, que ansiaba por encima de todo  mostrar al mundo una ciudad  limpia, y aparecer, ufano, en los medios de comunicación, presumiendo de calles iluminadas y adornadas, como era el caso de otros alcaldes a quienes envidiaba, no podía ni soñar con emularlos, porque sus reportajes desmerecían mucho a causa de los ubicuos, activísimos y puñeteros grafiteros que le habían tocado en suerte. Miles de veces, presa del desánimo, se había preguntado qué secretas y rudimentarias razones podrían empujarles a embadurnar fachadas, monumentos, mobiliario urbano y hasta señales de tráfico con sus insignificantes nombres, solo reconocibles, para mayor incongruencia, por el resto de personajillos que compartían aquella furtiva y marginal actividad, con la que lo único que conseguían, a fin de cuentas, era dar un aspecto deprimente y suburbial a cualquier espacio que tuviese la desgracia de padecer sus infantiloides pintarrajos. Pero la única medio respuesta a sus preguntas y lucubraciones se la acabó dando un día el jefe de la Policía Municipal, quien, por lógicas necesidades de trabajo, conocía los usos y costumbres de la fauna nocturna. “Mira —le dijo— no te rompas la cabeza.  Simplemente, hay personas que, a imitación de los animales, tienen que marcar también su territorio a base de cagadas. No es más que eso”. El alcalde le respondió, sin mayor convencimiento, que sí, que seguramente, y que la observación le servía al menos como desahogo, pero que él se mantenía en sus trece y seguiría soñando con levantarse un día y descubrir su amada ciudad libre de aquella plaga de vulgaridad y mal gusto.

 

Así las cosas, tres días antes de Navidad, durante la tradicional comida de hermandad del consistorio, el concejal de Cultura, Turismo e Igualdad, llegada la hora de los brindis, quiso levantar su copa por los muy remarcables logros que una compañera de su concejalía había conseguido en el aquel año, atribuyéndolo no solo a sus  capacidades profesionales, sino muy especialmente —y esto lo dijo enfatizando—  a una peculiar y femenina habilidad que resumía un adagio muy francés, y que él citó en francés porque para eso era concejal de Cultura: “Ce que femme veut, Dieu le veut”, pero que tradujo libremente a continuación, en medio de unánimes y un tanto excesivos aplausos, todo hay que decirlo, como “Las mujeres consiguen todo lo que se proponen”.

 

A decir verdad, el jefe de la Policía Municipal no aplaudió con el resto de comensales, porque aquel refrán que acababa de oír le había producido un fogonazo en su interior que lo había dejado encandilado —el concejal de Cultura hubiera añadido— igual que una liebre sorprendida en mitad de la carretera por los inesperados y deslumbrantes faros de un camión. Pero en aquel brindis de su colega de Cultura, él acababa de encontrar el regalo de navidad  ideal para su atribulado alcalde.

 

Esa misma tarde se desplazó con un coche patrulla a un parque donde sabía que encontraría a la que el cabecilla de toda aquella patulea de amantes del espray consideraba su “amiga fuerte”  (entiéndase, la amiga con la que follaba ad libitum). La chica se hallaba sentada junto con dos amigas en un banco cuajado de abigarrados jeroglíficos, obra, obviamente, de sus amigos fuertes. El policía fue directo al grano: “Quiero hablar contigo”. La chica, a quien no impresionaban ni la autoridad ni el uniforme, y que, además, no era la primera vez que lo tenía delante, le contestó en su habitual lenguaje inclusivo y desinhibido, como si estuviese hablando con un pandillero más: “Vale, tío, pero abrevia que estoy más liada que la pata de una romana”. El guardia, que jugaba con cartas en la mano porque había tenido la precaución de llevarse del archivo algunas fotografías, digamos comprometedoras, para toda la banda de terroartistas, le propuso un trato que ella no pudo rechazar. Y se despidieron: 

 

—Mañana pasas por mi despacho y te proporcionaré todos los botes que te digan que van a necesitar, ¿estamos?

—¡Estamos, tío!

—A ver si por una puta vez en la vida hacéis algo de provecho.

 

El día 24 por la noche, aprovechando que la gente se hallaba encerrada en sus casas celebrando la Nochebuena y que las escasas patrullas policiales parecían no prestar demasiada atención a sus movimientos, un ejército bien organizado de grafiteros tomó por asalto  el centro de la ciudad. Un grupo se ocupó de disimular y cubrir como mejor pudo las pintadas perpetradas sobre monumentos y mobiliario urbano; otro, compuesto por los menos hábiles, se encargó de cubrir con enormes rectángulos de color azul cielo las paredes enmarranadas; y un tercer cuerpo de ejército, las fuerzas especiales, se dedicaron a reproducir sobre los rectángulos azules, que daban ya un aspecto muy sedante a calles y plazas, la filacteria que sobrevolaba la cabeza del ángel del Nacimiento de la Plaza Mayor.

 

El día 25, el alcalde, que se encontraba un tanto remolón a causa de los excesos de la cena, fue despertado por las llamadas de algunos medios de comunicación. Cuando salió a la calle —porque no entendía nada de lo que le contaban—, no quería dar crédito a sus ojos. Los vecinos le felicitaban, alguna televisión —su sueño dorado—  tomaba planos generales  con un dron que no paraba de subir y bajar por entre las calles. La ciudad toda parecía un inmenso portal de Belén.

 

El día 26, el jefe de la Policía Municipal se acercó al ayuntamiento para contarle la génesis y pormenores de la performance” (en el cuartelillo todos decían la performance, tal como suena), a fin de colgarse la medalla que consideraba haberse ganado. Con esa misma intención, insistía en atribuir a la amiga fuerte del grafitero jefe la particular versión del texto que iba dentro de las filacterias, y que él consideraba único fallo de la operación. “Lo de ‘Gloria a Dios en las alturas’, perfecto —le decía—; pero, ten por seguro, alcalde, que  lo de ‘y Paz en la tierra para todos y todas’ no le va a salir gratis”.

 

Pero el señor alcalde, que mostraba una sonrisa beatífica, hacía como que le escuchaba y asentía en silencio, moviendo la cabeza, por evitar que aquellas menudencias lo despertasen de su maravilloso sueño. Y es que, en sus adentros, en lo más profundo de su encandilado corazón, estaba plenamente convencido de que lo que el guardia llamaba performance había sido en realidad un milagro de la Navidad.

 

 

 

 

Alicante, 25 de diciembre de 2023

 

 

 

 

5 comentarios:

Ramón Hernández dijo...

Amigo Luis, encantado he quedado con esta "performance", tan meticulosamente detallada y tan magistralmente escrita, también ella ·milagro de Navidad", o, sin tanta pretensión ultranatural, simple "magia navideña". Lo de "paz en la tierra para ellos y ellas" tiene mucha más miga que la que exhibe una frase tan sencilla, limpia e inclusiva (por si las moscas, no sea que diciendo "todos los hombres" uno se refiera solo a unos pocos y, encima, machos). Por lo demás, me gustaría ver a Eladio cavilando sobre si los grafitis son valores o contravalores estéticos, si manchan o embellecen la ciudad, habida cuenta de que también los valores-contravalores fluctúan según en qué parte del mundo esté uno y la cultura de que se alimente. Estando en Navidad, quedémonos solo con los que rezumen ingenio y color, con los que realmente alegren nuestro paseo vespertino por las calles, que esos sí que son valor, y también con el final de tu "cuento de Navidad", que ese sí que contiene teología de la buena, sin mengua, claro está, para el exotismo de los Reyes Magos que, según me ha dicho un pajarito esta mañana, ya vienen por Moreda para darse mañana por la tarde un baño de multitudes en el centro de Mieres, donde ya echamos mucho de menos el carbón con el que dicen que castigan a los niños malos. Buen día para flojar la cartera y darse cuenta de que el dinero es solo valor cuando sirve para comer, vestirse y divertirse moderadamente, sabiendo, además, que un duro son cinco sonrisas.

MANOLO DÍAZ dijo...

Luisín, ¿recuerdas el reto/propuesta con el que te incité públicamente hace menos de un mes?
Este cuento alegórico es una más de tus muchas y destacadas aportaciones al blog, todas con tan alto mérito literario que están demando urgentemente esa recopilación a la que aludí cuando te lo propuse, haciendo un paralelismo con “El dardo en la palabra”. Queda dicho.
Reí sinceramente cuando Cícero, con esa socarronería tan suya, tan aguda, te hace una interpelación retórica:
“El “a todos y a todas los y las de buena voluntad ¿le sale a gusto?”
Estoy imaginando al de Valdeprado encaramado en la parte más alta de su casa, con una manta por encima de la cabeza, escribiendo lo anterior en clave de guiño picaresco y recordando al respecto ciertos mensajes entre ambos.
Por cierto, Oviedo es una ciudad que ya tenía “graffitis” muchos años antes de que incorporásemos este italianismo.
Cuando se limpió la fachada de la Iglesia de San Isidoro, aparecieron unos cuantos, tapados por la mugre de los años, que ahí quedaron como curiosidad y como reclamo turístico. «Son documentos (S. XVIII y XIX) del paso del tiempo y no tenemos derecho a borrarlos».
A mí el que más me gusta es el que dice: “Se prohíbe jugar a la pelota en este sitio” Y luego querrán que el Oviedo suba a Primera. No te jode…
Gracias, Luisín.

Luis Carrizo dijo...

Doblemente gracias, Ramón, por tus siempre alentadoras palabras. Y digo doblemente por aquello que tú tienes tan bien aprendido y, sobre todo, practicado, de dar siempre el primero, que como todos sabemos da dos veces.
No me cabe ninguna duda de que esos Reyes, que estaban a la altura de Moreda, habrán pasado sin falta por tu casa, porque saben muy bien que eres de las personas que comparten lo que tienen. ¿No será por eso por lo qué ahora tienes menos talentos de los que te dieron? Hace unos días hablabas de ello.

Luis Carrizo dijo...

Voy a empezar diciendo "querido Cicero" antes del vocativo (que viene ahora), querido Cicero, para que compruebes que mi amistad y admiración hacia tu persona permanece incólume y vacunada, además, contra todas las variantes de cardenillo. Se me olvidó, ¡hombre!, hacer constar en los títulos de crédito aquello de "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia". Y diré más, aprovechando la ocasión: ni el alcalde, ni el concejal de Cultura, ni el jefe de policía, eran ex-apostólicos.
Por lo demás, tus penetrantes comentarios hacen con los textos que comentas lo que tu amigo Pablo Hojas, el gran fotógrafo, hacía con los objetos que fotografiaba: les das la luz precisa para que se vean sus formas con la precisión precisa. Excepcionalmente, como en mi caso, procuras desenfocar discretamente los defectos.

Luis Carrizo dijo...

Bueno, Manolo, tú es que me hablas de grafittis, avant la lettre, que diría cualquier concejal de Cultura que se precie. Yo de las inscripciones aparecidas en ámbitos sagrados no quiero opinar, porque seguir ese hilo puede meternos en un laberinto de muy difícil salida.
También te tengo que decir una cosa: si la inscripción "Prohibido jugar a la pelota en este sito" ha sido declarada Bien de Interés Cultural por el concejal del ramo, no solo no me extrañará que el Real Oviedo no suba de categoría, sino cosas mucho peores.
Gracias, querido Manolo, por tus amistosas, agudas y siempre divertidas palabras.

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