viernes, 22 de diciembre de 2023

REFLEXIONES DE UN ABUELO GRUÑÓN (Por Fernando Alonso, el nuestro)






Mi estado de ánimo no es el mejor de los posibles, nunca lo es por “estas fechas”, me sobran los motivos. 


Generalmente no suelo deprimirme, tengo suficientes ocupaciones y/o entretenimientos que lo impiden. 


Pero en “estas fechas” los astros confluyen o se arremolinan alrededor de la estrella de Belén y caigo en el desánimo o en el pesimismo o en el hastío. ¡Ya han llegado las Fiestas!, definitivamente ya está aquí el invierno, se encarecen las horas de sol, la temperatura desciende hasta llegar a los pies; es el frío de siempre, aquel de antaño, el de las sábanas frías y el aliento congelado, como escarcha, en los pelillos de aquella “manta palentina”, el frío de los sabañones en las orejas…, aún faltan muchas fechas para que se asomen las lagartijas y para que los perros, tendidos al sol de febrero, estiren indolentes sus patas. 


Ahora, la gente se amontona y se mueve sin plan alguno en las tiendas o en los supermercados, a comprar, a comprar de todo, sin tener seguridad de que lo vaya a necesitar. La gente programa cenas o comidas con amigos o compañeros de trabajo, hace colas y números para poder juntarse un rato, aunque luego no se pueda hablar de casi nada; son días para escuchar y reír las ocurrencias de los graciosos, cuando no para discutir si a alguien se le ocurre mentar la religión o la política. El pelmazo y machacón sonsonete de villancicos y lotería se instala definitivamente en el ambiente, animando a consumir y haciendo imposible pasear, contemplar, pensar o respirar. Incluso, en nuestras casas hay que modificar los espacios para que los nietos manipulen a su gusto las figuras del Belén o cuelguen más estrellas y luces en el Árbol.


“Estas fechas”, que calificamos de familiares, de vacaciones o de descanso ¿lo son? Más bien tengo la sensación y la esperanza de que descansaré después, y podré planificar y disfrutar de mi tiempo con libertad después y, que también por fin después, podré volver a mis interrumpidas rutinas.


En el ahora, en el paréntesis de “estas fechas”, me queda eso, la esperanza de reencontrarme con la normalidad de mi casa, del barrio o de una ciudad más habitable, con mis cosas y con mi gente, mis luces, mis sombras, mis ruidos conocidos y mis espacios de silencio.


Compañeros, en el ahora, que es siempre el efímero presente, os deseo y os animo a que seáis muy felices con la esperanza del después. 


No es ninguna novedad este proceder, porque habitualmente así vivimos, yendo del pasado que se fue al futuro que imaginamos como la meta donde todos nuestros deseos se harán realidad.

3 comentarios:

JOSÉ MANUEL GARCÍA VALDÉS dijo...

Amigo Fernando, te comprendo perfectamente, la edad va cambiando la percepción de las cosas y, es cierto,tanto cuñao, hermano, hijo, nieto, compras, villancicos, empiezan a saturar. Coge a tu jefa de cocina y llévala a ese centro comercial cuyo interés es hacerte feliz, y de paso, hacer negocio, y gástate con ella la"pagona". Hablas de tiempo, yo puedo decirte qué es el espacio, intuición a priori, pero de ese cobarde que huye, llamado tiempo, no sé nada, bueno, sé, y estoy seguro que así es,lo que decía tu amigo Manolo Kant:
"El tiempo es, pues, dado a priori. En él tan sólo es posible toda la realidad de los fenómenos. Todos ellos pueden desaparecer, pero el tiempo mismo (como la condición universal de su posibilidad) no puede ser suprimido». En efecto, es una condición de la inteligencia humana".
Sabiendo que el tiempo es eso, para nada debes deprimirte; se nis da a priori, para qué preocuparse por él. Canta, baila y gasta que hoy somos, mañana ya veremos. A los nietos dales cuanto deseen, no educa pero pones a prueba a sus papás.
En la Gran Aldea ni tentaciones de gastar y de lo otro, tampoco.
FELICES FIESTAS PA TOOS.
UN ABRAZO A PRIORI.

Jesus Herrero Marcos dijo...

Fernando, el tiempo, creo recordar, era lo que se tardaba en recorrer un espacio, o sea, el trayecto que hay entre dos puntos, es decir, que si el trayecto es muy largo el tiempo también y viceversa. No siempre es así, por ejemplo tu estás en la puerta que hay al extremo de una habitación (acabas de entrar en ella) y al otro extremo se encuentra tu nieto. El tiempo que tarda el cabrito en recorrer el espacio es mínimo si enseñas la cartera. Por el contrario, si es tu cuñado el tiempo es eterno, no pasa, ni te acercas tu ni se acerca él (por suerte). Todo esto creo que está relacionado con la teoría de la relatividad cuyo enunciado no recuerdo al pie de la letra, pero que viene a decir que tranquilo, que todo es según el momento, el espacio, el tiempo y una cantidad enorme de variables que podría enumerarte el ínclito José Manuel. En la Aldeona inventaron un manual/tutorial para manejar el asunto. En Casorvida no tienen reloj porque no les have falta: Tienen el Tiempo.
Fernando, ahora concéntrate e imagina unos langostinospescanova y una pierna de cordero (y no me jodas con el acido úrico o el colesterol). Ni si quiera te hará falta el turrón.... besos y abrazos.

Ramón Hernández dijo...

Ayer, tras leer las valoraciones de Fernando, tuve un pronto de lanzarme a la piscina sin bañador y sin agua, pero me contuve esperando que otros abrieran el camino. ¡Éxito!, pues ahí están las sesudas reflexiones de José Manuel y Jesús. Digamos que, desde la atalaya en que se sitúa Fernando, que semeja un amago depresivo y es senda por la que yo mismo camino con frecuencia, valorándome como un trapo sucio y maloliente, tiene todo el derecho a manifestar lo manifestado, cosa que, por lo demás, es muy de “agradecer” en este desértico medio. Lejos de corregirle la plana, cabría incluso recargar las tintas porque, en Navidad, el hambre es más ácida; el frío se vuelve más gélido; los desengaños resultan más mortíferos y la soledad se siente abisalmente desoladora. Sin embargo, preciso es reconocer que la Navidad es muy rica y que admite muchas lecturas, posiblemente tantas como vivencias, conforme a aquello de la feria. Yo, por ejemplo, sin salir del abismo en que me encuentro, me reafirmo en lo escrito aquí hace ya unos cuantos días, poniendo de relieve la mágica creatividad de la sola palabra Navidad, corroborada por la explosión universal del contento que producen tantas luces, cánticos y abrazos. Quizá la clave esté en que la Navidad hace aflorar en todos el niño que ocultamos celosamente, niño que se recrea en el encuentro entrañable con hermanos, padres y abuelos (o de abuelos con cónyuges, hijos y nietos). Y, más allá de todo esto, en el sentir cristiano, digamos que las cenas de Nochebuena y Nochevieja, con abundancia de exquisiteces gastronómicas y bebidas animosas sobre la mesa, son las dos más hermosas y razonables “eucaristías” (cenas del Señor) que celebramos a lo largo del año. ¡Palabra de honor de un trapo sucio y maloliente!

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