sábado, 25 de noviembre de 2023

AQUEL DÍA (Por Pedro GarcíaTrapiello)


Sesenta años ya. Qué manera de galopar el tiempo, pero no aquel instante, fijado y detenido en el recuerdo como si lo hubieran tallado a gubia en madera de boj. Un 22 de noviembre era. En el calendario, santa Cecilia, patrona de la música, 1963, colegio de los dominicos en La Virgen del Camino. Solemne concierto de la escolanía en el salón de actos. Polifonía clásica, claro, y algún tema profano. Alegría por todo lo alto. Y enorme conmoción por todo lo bajo cuando un fraile irrumpe muy agitado en el escenario. Enmudecimos los del coro y se comunica a la audiencia la trágica noticia: han asesinado a Kennedy. El oooh general es también polifónico. Poco más va en la noticia: le dispararon en Dallas, Tejas. El concierto quedó automáticamente suspendido. Los chavales, a la sala de estudios. Los frailes, a esperar en la radio o en la tele más detalles.

Aquella muerte se sentía como la de un hermano mayor, la del primer católico en llegar a la presidencia de los Estados Unidos, un John Fiztgerald Kennedy que unos meses antes había remitido al colegio un enorme sobre con grandes fotografías institucionales y familiares y una en especial firmada y dedicada (cuánto honor), respondiendo así a la carta que los frailes habían enviado a la Casa Blanca presentando congratulaciones, respetos y rezos por su mandato, incluyendo además una fotografía del benjamín del curso, Jaime Morán, cuyo parecido con el mandatario era notable; tal era así, que desde entonces ya sólo le llamamos Kennedy. La consternación se adueñó de todos. La cena fue muda, pero hubo murmullo hasta el dormir. Al día siguiente, al entrar en la capilla, ¡un pasmo!, allí estaba frente al altar un crío de mi curso, de cuyo nombre siempre me acuerdo, de rodillas él y con los brazos en cruz, postura en la que permaneció toda la noche, según le explicó al director, rezando por la paz del mundo, ¡lavirgen!, admirable con 11 añitos. Y hoy, 60 años después, la muerte de Kennedy nunca aclarada se lía aún más con nuevas pistas de un miembro de su seguridad aquel día. Hubo más de un tirador.

5 comentarios:

Luis Heredia dijo...

Los Colegios pertenecientes a la Orden debían tener instrucciones del General, del de los Dominicos, claro, de informar al alumnado del acontecimiento. Tengo en el recuerdo la hora de la cena en el comedor del Colegio Sto. Domingo recibiendo la luctuosa noticia del primer magnicidio vivido como niños. El fraile que nos cuidaba, con cara cariacontecida, triste como si de un familiar en primer grado se le hubiera ido. Con 13 años ya teníamos algún conocimiento de personalidades extranjeras. Pero no más allà de su identidad, religión o tendencias políticas. Hoy día, incluso de gènero trans tal como se anuncia y se atisba en un futuro no muy lejano. Para mí, solamente le conocí como Kennedy. El nombre de John Fitzgerald lo asociè al protagonista después de años. Me figuro que debía ser la habitual pregunta de test de ingreso en la Escuela de Periodismo en aquellos años, al tipo de concurso televisivo: “ ¿cuál es el nombre de pila de Kennedy?”.
Vaya incultura la mía…

Gracias, Pedro

Marcelino Iglesias dijo...

Aunque no merma ni un ápice la magnífica evocación de Pedro Trapiello de aquel día que tanto nos conmocionó (la simpatía por tan ilustre personaje a quien verdaderamente admiraban nuestros frailes dominicos, acrecentada por su generoso gesto al hacerse eco del sobresaliente parecido con nuestro compañero de curso, a quien ya llamábamos Kennedy por tal motivo (No creo equivocarme si digo que era de Ponferrada y, que yo sepa, no ha aparecido por esta ventana: ¿Qué sería de él?…), mi memoria quiere vernos no en el salón de actos*, sino en la capilla de la Escuela Menor. Allí nos habían llevado desde el estudio y estábamos expectantes, a la espera como de costumbre del P. Cura o del P. Huarte (a la sazón, director y subdirector, respectivamente). Pero quien entró raudo, a zancadas y con sonoro entrechocar de las cuentas de su rosario, se plantó demudado frente a nosotros fue el P. Pedro, para con visible agitación y voz temblorosa comunicarnos telegráficamente el magnicidio, en Dallas y de un disparo mientras viajaba en su coche descapotable. Tras el choque y el asombro, pronto reaccionamos mirándonos unos a otros y el silencio fue roto por los murmullos de incredulidad y desasosiego que se expandieron resonando en toda la capilla. Y en fin, aquella noche y en días sucesivos estuvimos en estado de efervescencia y, a medida que nos transmitían información, elucubrando sobre causas y consecuencias de tan trágico suceso.
*Tal vez, se me ocurre, quienes estuvieran en el salón de actos fueran, efectivamente, los miembros de la Escolanía, actuando para los invitados, como solía ocurrir en festividades como Santa Cecilia o el santo del P. Eulalio C. Ruiz, el prior, mientras que los demás, por la hora, estaríamos efectivamente en el estudio. O así lo quiere recordar, ay, esta enflaquecida y desfalleciente memoria mía. En fin.
M.

Eugenio Cascón Martín dijo...

Tiene razón Marcelino, al menos en lo que respecta a los no escolanos. Recuerdo nítidamente la escena. Estábamos en la capilla, para el rezo de la noche, y fue el padre Pedro quien entró y nos pidió que rezáramos por un hombre bueno: "Se trata del presidente Kennedy, al que han asesinado esta tarde". Y las caras sorprendidas y consternadas, y la sensación de incertidumbre _incluso de temor_ que se apoderó de nosotros, y los murmullos... Han pasado sesenta años y, durante ellos, muchas cosas atroces en el mundo. Muchos de los que estábamos en la capilla aún permanecemos por aquí y recordamos la imagen de aquel presidente americano, con aspecto de galán de cine, a quién teníamos de algún modo idealizado, aunque de política no entendiéramos casi nada. Y seguimos sin entender de política ni de guerras ni de crímenes.

Ramón Hernández dijo...

A los cursarios el magnicidio de Dallas nos cogió en tercero de Teología en Salamanca. Ya diluido en la lejanía, de aquel evento me queda el regusto de que todo San Esteban se vio como tragado por un terremoto o arrastrado por un Tsunami. Tuve la misma sensación cuando, tras ver en directo lo de las Torres Gemelas, a los pocos segundos caí en la cuenta de que no se trataba de una película de ciencia ficción, sino de que en aquellos momentos estaban muriendo allí mismo, ante nuestras narices, miles de personas. En mi caso, puede que el impacto emocional fuera incluso mayor, pues las estuve viendo construir en el verano de 1970, que pasé en Nueva York, cuando una iba por el piso 80 y las otra, por el 40. Eugenio, amigo, ojalá que nunca lleguemos a entender nada de guerras y crímenes para poder repudiarlos con mayor fuerza. Y, en cuanto a la política, aunque sea muy importante y nada menos que una de las 8 dimensiones vitales que señala Eladio, mejor hacer lo propio para la bazofia que se nos está sirviendo. Por lo demás, que el Adviento sea ya todo él Navidad porque, de entender la cosa a fondo, todo el año es Navidad. ¡Feliz Navidad a toda la familia de antiguosalumnos!

JOSÉ MANUEL GARCÍA VALDÉS dijo...

Acabo de encontrarle sentido a la muerte de Jhon, si es verdad que dios escribe derecho con líneas torcidas, la muerte del mencionado estaba pensada para resucitar a un muerto que no es otro que este Blog tan querido y tan olvidado, será por aquello de que "la distancia es el olvido".
Marcelino se queja de su memoria, creo que por disimular su juventud, qué debería hacer yo que para nada me acuerdo de ni cuándo De lo de Kennedy no ni dónde ni de qué ni porqué se murió, es más, ni me acuerdo quién era ese señor, y no es porque yo sea mayor, que va, es porque mi memoria es menor, mínima, como otras muchas cosas de cuyo nombre tampoco me acuerdo.
Lo que sí hay que reconocer es que los que escriben,escriben bien, se nota que han pasado por un colegio de pago.
Abrazos renovados.

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