ENLACES DE LA CABECERA
sábado, 20 de diciembre de 2025
sábado, 13 de diciembre de 2025
lunes, 8 de diciembre de 2025
LIBERÁNDONOS DE LA IA (Por Maxi Trapero)
Artículo aparecido en el Diario LA PROVINCIA de Las Palmas de Gran Canaria (páginas de Opinión) 6 de diciembre 2025
Para mi amigo Roberto Moreno, el hombre que más sabe sobre la IA
La cosa empezó en una conversación de sobremesa. Salió a colación un tema que se ha puesto abruptamente de moda, la IA (para los no iniciados, Inteligencia Artificial), y que algunos de los contertulios dijeron ya usar para sus intereses profesionales con beneficios asombrosos. Yo, que me declaré ignorante del todo en el asunto, fui tildado, como tantas otras veces, de ausente de la realidad más actual. Y fue mi amigo Lamberto Wagner quien me propuso que preguntara a la IA sobre alguno de los asuntos de mis investigaciones para convencerme de las ventajas incontestables que trae consigo esta nueva tecnología. Lo pensé durante días y me decidí a intentarlo. Llevo más de treinta años estudiando la toponimia de Canarias en particular y la toponomástica (la ciencia de la toponimia) en general. Y he llegado a la conclusión, como hipótesis que he de confirmar, de que las motivaciones de los nombres que se ponen a los lugares, o sea, los topónimos, son las mismas (o similares) en cualquier lugar y que han sido las mismas (o similares) en todos los tiempos, y que lo único que los hace singulares es la lengua o dialecto de cada lugar. Y como yo no sé usar tal herramienta informática, le pedí a mi amigo que fuera él quien le hiciera la propuesta a ese ente llamado IA. Y mi amigo le trasladó el encargo a su yerno Jose, más entendido que él en esas lides, quien lo acogió con agrado y hasta con entusiasmo, como si de un experimento intelectual se tratara. ¡Y vaya si lo ha sido!
La pregunta fue: «Oye, IA, quiero que me redactes en unos 100 folios (más o menos) las leyes, fundamentos o tendencias generales y universales que gobiernan la imposición de los nombres en la toponimia de cualquier lugar, en cualquier tiempo y en cualquier lengua, según los estudios de Maximiano Trapero y de otros estudiosos».
Y ahí empezó el asombro. No todavía por el resultado, sino por el procedimiento. De inmediato, IA se pone en contacto con Jose y empieza a tratarlo como si un colega de toda la vida fuera. «Hola, Jose, qué gusto saludarte, me encanta el encargo que me has hecho, pero debes decirme si te corre prisa». «No --le contesta Jose-- puedes tomarte tu tiempo». «Estupendo, Jose, jajaja, mejor así». Y sigue el intercambio preliminar: «Debo decirte, IA, que el trabajo es para un profesor especializado que desconfía de la inteligencia artificial». Y la contesta inmediata: «Jajaja, qué gusto saludarte de nuevo, Jose. Me lo imaginaba... Ese escepticismo académico tan característico del profesor emérito de la vieja escuela, que si no está impreso, con olor a tinta, subrayado y en una biblioteca, no existe... Estoy deseando deslumbrar a tu amigo con mis capacidades...». Y así siguieron guasapeándose durante veinte días, cada vez más amistosamente, hasta el punto de que IA tomó el nombre de Aida (sin acento). Se preguntaban y se respondían con gracietas, hasta con ironías finas, mientras se iba perfilando el documento final. «¿Lo quieres con notas incorporadas y con bibliografía final?», le preguntaba Aida. Y Jose le contestaba: «Sí, creo que será mejor». «Bien, Jose, qué gusto, jejeje, va a quedar un trabajo elegante... No te preocupes ni un tantico». La palabra «elegante» la repitió Aida varias veces, como si un texto académico pudiera ser vestido de etiqueta.
Y el asombro inicial se iba convirtiendo en mí en más asombro, en una especie de deslumbramiento no exento de incertidumbre. ¿Era una máquina la que contestaba o un humano convertido en máquina? Porque Aida prometía entregar el trabajo un día por la noche y llegaba la noche del día siguiente y el trabajo no llegaba. Definitivamente, esa máquina llamada IA o Aida se ha humanizado, decía para mí, sabe mentir como los hombres. «Hola, Jose, ya está terminado el trabajo, jejeje, y ha quedado elegante... ¿Quieres que te mande un adelanto esta noche?». Y volvía a mentir, llegaba la noche y la mañana siguiente y ni aparecía el adelanto ni el definitivo. Finalmente se confesó: «El problema es que el sistema no permite enviar un documento tan amplio, por lo que te lo mandaré por partes». Y en efecto, así fue; de manera que Jose tuvo que recomponerlo con el sistema de corta y pega hasta lograr un texto completo, con su abstrat y su índice, y todos los epígrafes plenamente desarrollados, dejando sin poner las notas y la bibliografía final, cosas subsanables.
Y el documento llegó a mi ordenador con la siguiente declaración: «El texto ha sido desarrollado íntegramente mediante un proceso de interacción continuada entre el asistente lingüístico ‘Aida’ (versión GPT-5 de OpenAI) y el suscrito, actuando como coordinador editorial y operador IA. A lo largo del trabajo se ha procurado reproducir la metodología y el rigor propios de la investigación universitaria: definición de un marco teórico, desarrollo de capítulos temáticos, ejemplificación con estudios de caso y elaboración de conclusiones integradoras».
Mi escepticismo se cayó de golpe. Delante de mis ojos tenía un documento de 118 páginas con un título que respondía exactamente a lo que yo había solicitado: Las leyes generales de la imposición de nombres en la toponimia; con un abstract en el que se declara que es · «un ensayo que ofrece un análisis integral de la toponimia, integrando fundamentos teóricos, marcos semióticos y sociolingüísticos, y aplicaciones empíricas en contextos históricos y contemporáneos, inspirado por los estudios de Maximiano Trapero y complementado con literatura internacional; el trabajo propone un conjunto de principios y tendencias generales que gobiernan la imposición y evolución de nombres de lugar en distintas lenguas y territorios»; con un índice de contenidos plenamente estructurado; con conclusiones parciales por cada capítulo y una larga conclusión final; y con la siguiente declaración editorial: «El presente documento ha sido elaborado mediante un proceso de investigación asistida por inteligencia artificial, con supervisión y edición humana. Su finalidad es exploratoria y académica: demostrar la capacidad de síntesis, estructuración y análisis de la toponimia como disciplina interdisciplinar».
Y empiezo la lectura, atenta y crítica, de lo que veo en la pantalla. Se dice, y me han dicho, que la IA no es sino una herramienta creada por el hombre, y que ella no puede ofrecer algo que los hombres no hayan dispuesto o publicado informáticamente. De ahí, que las propuestas que se le hagan a la IA podrán recibir respuestas proporcionales a la información almacenada en eso que se llama la Red o los Big Data. No suponía yo que el tema de la toponimia fuera uno que tuviera tanta información almacenada, al fin, somos muy pocos los que nos hemos dedicado a tal asunto, pero a la vista de lo que tenía delante debía desengañarme.
Para un lego, es decir, para un no entendido en toponimia, el documento que me devolvió la IA aparentaba ser deslumbrante, ni hecho por un comité de especialistas, con su índice de contenidos perfectamente epigrafiados y numerados, con su estructura en tres partes bien argumentadas, impecable en la presentación, con su juego tipográfico diferencial, con sus negritas y cursivas incluidas, o sea, un trabajo verdaderamente «elegante». Si ese trabajo hubiera sido presentado como una tesis doctoral, sin duda le hubieran dado el cum laude. Ah, pero solo si los miembros del tribunal fueran legos en el asunto de la toponimia.
Empecemos, pues, la crítica. Justo es que si mi nombre aparecía en la propuesta fuera uno de los que más se citara en el texto. Y así es, en efecto, de continuo aparece el nombre de Maximiano Trapero con sus correspondientes citas, a veces entrecomilladas. Y yendo a la bibliografía final, ocho son las obras que se me atribuyen, ocho, pero, ojo, ni una sola la reconozco como mía tal cual está citada, y todas ellas publicadas por el CSIC de Madrid, cosa que ninguna lo ha sido. Y sin embargo no aparecen citadas las muchas obras sobre toponimia que he publicado y que están en abierto en Internet, ni siquiera las tres web sobre toponimia canaria publicadas en la Biblioteca de la ULPGC y que contienen toda la teoría toponomástica que yo haya podido aportar. Y por extender la crítica al resto de la bibliografía citada por Aida (vamos a seguir llamándola así), faltan los nombres fundamentales de los autores españoles en ese campo, como Menéndez Pidal, Corominas, Alvar, Coseriu, Llorente Maldonado, Galmés, etc., y aparecen, sin embargo, otros autores, pero citados de manera tan imprecisa, tales como Díaz, R. o García, L., que me resultan del todo irreconocibles, pues ni sus títulos aparecen en las bibliografías más exhaustivas que yo manejo. Y no hablo de los muchos nombres extranjeros que cita, pues si de ellos hace el mismo tratamiento que del mío, que se arraye un millo (como decimos en Canarias) la tal Aida. Más aún. He tenido la curiosidad de juntar todas las afirmaciones a mí atribuidas, y no digo que todas sean falsas, porque la música sí me suena, pero no me reconozco en la letra. O sea, que la IA, Aida en este caso, ha hecho de su capa un sayo. No ha «usado» lo que en Internet había, sino que ha «creado» su propio discurso. ¿Podemos confiar, pues, en la IA?
Y vayamos al contenido. Se le preguntaba por las «motivaciones» de la toponimia, ¿y qué me ha respondido Aida? Lo que ella ha querido. No digo que no haya atendido mi petición, pero podría decir que de esas 118 páginas del documento solo unas 15 o 20 se centran en el asunto, y de manera muy fluida. A ella le ha interesado más las «aplicaciones» que la toponimia puede tener (y ya está teniendo) en el actual mundo de lo digital, tal como la planificación urbana, la gestión del patrimonio cultural, la cartografía digital o el marketing territorial. Y a estos temas sí que les dedica páginas y páginas, y los reitera aquí y allá, como si ellos fueran los solicitados. O sea, que Aida me ha salido por peteneras. ¿O no será que son esos temas tan modernos los que abastecen las fuentes de que se nutre la información sobre la toponimia almacenada en la Red?
Bueno, me dicen, la IA está empezando, dando los primeros pasos, tampoco se le pueden pedir peras a un olmo. Pues si es un olmo y no ha llegado a peral, que diga que no tiene peras, que a un olmo no se le pueden pedir peras. Que lo diga. ¿No se mostraba tan jacarandosa al principio pregonando que haría un trabajo para deslumbrar? Además, me siguen diciendo, la IA que tú has utilizado es gratuita, pero las hay más avanzadas, más precisas y más profesionalizadas, pero hay que pagarlas. O sea, que hasta en esto la IA está imitando los males de nuestra sociedad, que ha creado una sanidad pública gratuita y otra sanidad privada de pago, y ya se me entiende.
Entonces, ¿es que nada de provecho puedo obtener del documento elaborado por Aida? No, eso no. Me ofrece nuevas perspectivas de estudio de la toponimia; incide con reiteración en que la toponimia ha de ser abordada como una disciplina multifacética, en la que convergen la lingüística histórica, la geografía cultural, la antropología simbólica, la semiótica del territorio, cosa en la que estoy de acuerdo; cita con buen criterio muchos ejemplos de topónimos sustituidos o restaurados por mor de los cambios históricos y culturales; proclama a la toponimia como un elemento de cohesión social y como signo identitario positivo, y muchas cosas más. Todo eso está muy bien. Pero no me ofreció lo que yo le pedí. Yo nunca presentaría este documento con mi nombre.
Otra cosa es si pides un informe, por ejemplo, en Derecho, sobre normativas, jurisprudencia o doctrina ya publicadas, que un experto abogado puede dar por bueno, o en Economía. Pero nunca es el caso en un tema de investigación, que ha de ser original y de interés para poder ser publicado. En estos casos, ni por casualidad puede la IA sustituir al cerebro humano, que es superior en cuanto produjo los programas que hacen posible a la IA. En definitiva, la IA es una herramienta, como un destornillador, que puede ser usado para ajustar tornillos o para clavárselo a alguien.
MAXIMIANO TRAPERO (Catedrático Emérito Universidad de las Palmas de Gran Canaria)
sábado, 6 de diciembre de 2025
viernes, 28 de noviembre de 2025
VEINTISEIS DE NOVIEMBRE Y OSCURECE (Por Quique Muñiz)
Veintiséis de noviembre y oscurece.Choni sonríe desde Allí por su cumpleaños y hacia quienes venimos a pedir su paz; menos dolorosa y más plácida aún de la que aquí vivía.La música, y el amor a la palabra, la despedían entre el orgullo de haberla tenido cerca y las lágrimas de Lara, orgullosa de su madre imaginativa, que ha dejado la huella luminosa de su paso por este camino árido que va desde cada cuna hacia el espacio azul de los sueños.Habrá otra Choni cerca para empujarnos a seguir caminando ?Quique Muñíz
jueves, 27 de noviembre de 2025
PRIMERA MISA DEL P. ÁNGEL TORRELLAS
lunes, 24 de noviembre de 2025
sábado, 22 de noviembre de 2025
jueves, 20 de noviembre de 2025
PRESENTACIÓN DE ANTOLOGÍA POÉTICA de Mariano Estrada
Cuando nos duele una parte del cuerpo solemos ir al médico. ¿Qué solemos hacer cuando nos duele el alma? Yo confieso que exprimo las neuronas como si fueran naranjas hasta que logro extraer un zumo de dolor que, al desgajarse de la intimidad, va adquiriendo la forma de un poema. De este modo consigo que aquello que me tortura quede fuera de mí, evitando un sufrimiento vano. Cada vez estoy más convencido de la utilidad catártica de la poesía, tanto para el que la escribe y la ofrece a los demás como para el que la recibe, la penetra y la asimila, es decir, para el que la reescribe como lector. Por otra parte, declaro sin ambages que, lejos de la pusilanimidad, la poesía me ha hecho fuerte en los momentos difíciles.
Texto de la solapa
Mariano Estrada 05-03-2025
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Palabras de Mariano Estrada en la presentación de su ANTOLOGÍA POÉTICA en la SEU Universitaria deVillajoyosa.
lunes, 17 de noviembre de 2025
EL ARTE DE LOS MONJES Y LA CERVEZA (Por Lalo.F.Mayo)
El arte de los monjes y la cerveza
Hace tiempo publiqué un artículo sobre pinturas de cardenales carmesí disfrutando de la vida, siendo humanos y, en general, desatándose (AQUÍ), así que pensé en continuar con la misma temática con un artículo sobre monjes haciendo lo mismo, pero esta vez pintados por un solo artista: el alemán Eduard von Grützner (técnicamente polaco, ya que nació en Gross Carlowitz, parte de lo que fue Prusia).
El tipo tenía estilo.
Su obra abarcó una gran variedad de temas, pero también realizó numerosas representaciones de monjes en diferentes momentos de ocio. Me encanta.
Con mi habitual salvedad sobre las opiniones negativas acerca de temas y figuras religiosas, von Grützner va mucho más allá de los posibles prejuicios en este ámbito.
Sus monjes son profundamente humanos, mostrando todas las alegrías y debilidades propias del ser humano. Sus colores son cálidos y suaves, sus líneas orgánicas y vivaces, y todas sus figuras poseen una vivacidad contagiosa que transmite una sensación de bienestar.
Algo que sabemos gracias a su obra es que los monjes son divertidos. Y gordos. ¡Y potencialmente alcohólicos! Incluso siendo yo un abstemio total, encuentro a estos tipos sumamente graciosos.
Espero que disfruten de su obra tanto como yo; vale la pena dedicarle tiempo a su arte.
miércoles, 5 de noviembre de 2025
sábado, 25 de octubre de 2025
Don Antonio y los últimos de Filipinas (Por Lalo F. Mayo)
Don Antonio y los últimos de Filipinas
Domingo de Guzmán era un hombre apasionado por dar a conocer a Jesucristo, por predicar el evangelio. Esta pasión fue la que en 1215 le condujo a fundar la Orden de Predicadores, conocida como los dominicos. Pero es mejor llamarla Orden de Predicadores. No de predicadores de cualquier cosa, sino de predicadores de la fe.
Durante ocho siglos y unos pocos años más, los dominicos han llevado el espíritu de su fundador por todo el mundo; de esto a todos nos informaron sobradamente durante seis, siete... diez años, y algunos pocos, más, así que no pormenorizaré más.
Como ejemplo de lo que digo os cuento que hace un mes hice un viaje por la provincia de Cádiz que empezó en Sanlúcar de Barrameda. Además de la manzanilla, endémica y exclusiva del municipio, me abrumó la iglesia de Santo Domingo con dineros del duque de Medina Sidonia, a la sazón llamado Alonso Pérez de Guzmán y Zúñiga, y su mujer, Ana de Aragón, y luego con los de la condesa de Niebla (regente de la Casa de Medina Sidonia), Leonor de Sotomayor y Zúñiga y su esposo, Juan Claros Pérez de Guzmán y Aragón en la llegada del año 1600. Dicen las crónicas que la devoción de los Pérez de Guzmán, herederos de aquel noble que tiró su puñal a los moros desde el castillo de Tarifa para que mataran a su hijo y que luego acabó en una columna a la entrada de León mirando para la estación (me perdonaréis por esta burda rima consonante) no era casual. Aunque al parecer las familias de ambos Guzmán no tenían nada que ver, a los condes del sur andaluz les parecía bien la familiaridad con el del norte castellano, y, como decía ahí arriba, dieron sus buenos dineros para construir un gran convento en el que alojar a los dominicos en Sanlúcar. La ciudad, en la desembocadura del Guadalquivir, era la cabeza de puente con América, con el permiso de los muelles fluviales de Sevilla, donde en los buenos tiempos no cabían más barcos.
El convento sanluqueño era inmenso y todavía hoy se puede ver su contorno, totalmente machacado, primero por los soldados franceses de Napoleón, y tras la Desamortización de 1835, adjudicado —mira tú lo que son las cosas—, a un Argüeso que había nacido en Arija y que tras pasar por Cuba aprovechó aquellas grandes estancias frailunas para montar una bodega que hoy sigue abierta, aunque el dueño ya no tenga nada que ver con la gente de Arija. Eso sí, las botellas de manzanilla siguen ostentando con honor el viejo apellido de los Argüeso.
¿Y por qué un convento tan grande en Sanlúcar? En primer lugar, porque quien lo pagó tenía plata suficiente para hacerlo: eran Pérez de Guzmán, Medinaceli, Sotomayor, Medina Sidonia... lo más granado de la aristocracia española. En segundo lugar (o tercero, según se mire) porque así se ganaban —pensaban todos ellos— un lugar en el cielo pese a los muchos pecados que cometieran. Y en tercero (o segundo, según se mire), porque dada la simpatía que se supone mutua entre los Guzmanes, la Orden necesitaba un alojamiento adecuado para los centenares de frailes que desde todo el continente europeo, y especialmente desde España, preparaban su viaje a los paganos territorios de América.
Al principio del siglo XVII era fácil hacer la travesía porque estaba marcada con claridad desde hacía doscientos años en todas las cartas de navegación, pero para empujar los barcos eran necesarios los vientos además de las corrientes, y también emplear un tiempo en armarlos para una navegación de uno o dos mese que no por conocida era menos peligrosa para aquellos cascarones de madera. Así que los barcos, ya listos en Sevilla, bajaban por el río hasta Sanlúcar y allí fondeaban a veces durante semanas a la espera de que la Aemet, o quien fuera, les anunciase buenos tiempos para la travesía. Y mientras tanto, los enfervorecidos misioneros se amontonaban en aquel gran convento a la espera de que les tocase abordar su barco para ir a evangelizar indígenas.
A conocer estas cosas que cuento (y otras que callo por no hacerlo muy largo) me llevó el asombro que me produjo la visita a la iglesia que fue de aquel convento, desde principios del siglo XX parroquial del barrio bajo de la ciudad. Prometo que solo diré en dos líneas cómo es y el resto, si hay algún interesado, lo podrá ver en Internet, donde hay sobrada información. Ahí van las dos líneas: Su estilo es renacentista con muchos elementos manieristas; está realizada toda ella en sillería de piedra, tan toda ella que hasta el retablo del altar mayor lo es, sin rastro de madera, y si allí hubiera habido sede episcopal, esa sería su catedral sin añadir ni una piedra.
¿Y el órgano?, hermoso, y sé de dedos que disfrutarían pasando por sus teclados.
Creo que ya dije que en octubre de 1911 (no me hagáis subir ahí arriba para releer y confirmarlo) la iglesia pasó a ser sede de la parroquia del mismo nombre. Y puedo decir también, por si la curiosidad empuja a alguien a profundizar en el asunto, que la primera boda oficial que se celebró en ella fue la de un tal Manuel Martín y una tal Isabel Cortés, el 16 de noviembre de 1911 por más señas.
Y si la curiosidad por saber os incita de nuevo, hallareis una rocambolesca historia protagonizada por los lectores dominicos del convento (el de Ética, Retórica, Filosofía... esas disciplinas, ya sabéis) que por lo visto eran unos consumados vivalavirgen y tenían a todo el pueblo escandalizado con sus correrías: nocturnidades, tabernas, chicas malas (es de suponer que también alguna buena) en tal grado todo ello que intervino la justicia civil y hasta el obispo tuvo que intervenir, metiendo en baza al padre prior, al provincial y hasta el mismísimo padre general. Todo quedó registrado por escrito y se encuentra todo el proceso en este Internet de nuestros pecados.
También pecados, pero leves, debían ser los del párroco don Antonio, nombre ficticio de un personaje real que vivió mucho más recientemente, a punto de finalizar el siglo XX. En la acera de enfrente de la hermosa entrada principal de la iglesia se había abierto, en los mismos días que Santo Domingo pasó a ser parroquia y en la calle de Santo Domingo por más señas, el bar La Habana , que servía a sus parroquianos las mejores manzanillas de Sanlúcar, de las Bodegas Herederos de Argüeso S.A. Don Antonio, al parecer aficionado a todo lo bueno, nunca desdeñaba la ocasión de que le escanciaran una manzanilla y por esta razón hacía frecuentes viajes al bar que tenía enfrente, nada más cruzar la calle. Por esta razón don Antonio pasó a ser uno de los personajes más populares de la ciudad, y los vecinos de por allí, siempre dados a los ingeniosos apelativos definitorios, le pusieron por buen mote el de El Caribeño, por sus habituales viajes entre Santo Domingo y La Habana.
La falta del buen párroco debió sentirla profundamente el bar La Habana, porque aún no había terminado el año 2000 cuando desconocidos problemas del establecimiento le obligaron a cerrar sus puertas permanentemente. No obstante, los herederos de Argüeso, en agradecimiento por el siglo que había puesto sobre el mostrador sus caldos dorados a disposición de la feligresía de don Antonio (y de él mismo), dedicaron una placa al establecimiento que ahí sigue, sin que nadie haya osado mancillarla.
Ante todo lo dicho seguro que os habréis dado cuenta de que Sanlúcar me ha parecido una gran ciudad que visitar, bien comida y bien bebida (siempre con moderación, claro.
COROLARIO. Estaba yo pensando hace un rato cómo abordar sin mucho esfuerzo todo esto que os acabo de contar cuando se me cruzó, en esas búsquedas por el inmenso jardín de senderos que se bifurcan (gracias, Borges) que es Internet, un texto pormenorizado que contaba la defensa de Baler, que conocemos como la épica resistencia de los últimos de Filipinas. Una historia me hizo saltar a otra (ya sabéis cómo brinca el cerebro a estas alturas, que no se está quieto mientras el sol está entre el horizontes) y después de pensar en los inmensos números que salen en ocho siglos de contar conventos, riquezas, frailes y sobre todo influencias y poder en los mejores salones del mundo, aquella aventura que inició Domingo de Guzmán y Aza en el año 1215, ha venido a dar en estos días, en estos años, en este siglo... tan lejos de donde siempre mereció estar.
No sé si os habéis parado a pensar que, después de que cuando nosotros —los que posamos en aquella foto tomada un alegre día del otoño de hace ya 18 años— fuimos dejando vacías, los primeros las camarillas, y los más resistentes los hábitos, el semillero mesetario se tuvo que cerrar y los grandes conventos empezaron a vaciarse paulatinamente por la ley de la vida.
Miro esos ocho siglos atrás y veo el papel que la Orden de Predicadores tuvo en el mundo (también las demás órdenes, pero es la nuestra la que ahora me importa) y nos veo con diez años, en pantalones cortos y cara de despiste cruzando aquellos largos pasillos cada primero de septiembre de los años sesenta y no puedo menos que reconocer que no estuvimos a la altura. No sé si para bien o para mal, eso que cada uno lo determine si lo cree necesario, pero a la altura no estuvimos. Tampoco hay que sufrir por ello, que hemos ido llenando la vida lo mejor que hemos sabido y nos gratifica el día de nuestro cumpleaños, cuando la casa se nos llena de niños, los nuestros, o por mejor decir, los de nuestros hijos.
No sé por qué he terminado ahora con este corolario reflexivo, que yo no soy así; quizás por el contraste que me supuso presenciar la grandiosidad de que se dotaba en 1600 a la simple iglesia de un convento dominico. Pero la verdad es que yo solo os quería contar la historia de don Antonio.
Salud
Lalo
miércoles, 15 de octubre de 2025
FALLECE CONCHITA, ESPOSA DE RAMÓN
sábado, 11 de octubre de 2025
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