NOMBRAR LUGARES, PONER SEÑALES
Isidro CICERO
“Si pastorga fueras” - indican en León personas serviciales - “ten por cosa fija que te encontrarás a La Virgen antes de los ocho kilómetros”. Ningún forastero supone con esto que se le va a aparecer la santa Madre de Dios como en el romerito florecido lo tengo yo de coger. La santa Madre de Dios, recordad, sale en aquella polifonía tan rítmica. donde apareció la Virgen, un día al amanecer. Todos mis lectores recuerdan muy bien aquel ritmo si era o no era flamenco. Algunos lectores míos, como si los conociera, se han puesto ya a tararearla por lo bajo. Se acompañan con golpes de nudillos sobre sus escritorios: el romero florecido, los tiples, la Virgen del Romeral, tenores, tercera voz, coro completo. Barítonos, todos muy suaves, muy piano. Pianísimo el final.
“Nos vemos en La Virgen”, se citan los cazurros, “La Virgen es donde agarramos aquella cogorza monumental”, rememoran los más vividores. La Virgen es un lugar en los bordes de la carretera vieja Madrid-Coruña. Entonces pueblos y villas partidos por la mitad y la gente tan contenta. Ahora no. Ahora la Virgen prepara cachopos como si estuviéramos en Llanes. También es muy recordado que a La Virgen llegaron montones de muchachos, todos ellos de género y sexo masculino, abandonándose allí a una sacrificada formación en valores. A aquel conjunto poblacional, cruzado por una carretera con rango nacional, lo llamaban antes La Virgen. Y ahora lo mismo.
La gente no estaba en contra de que las carreteras pasaran por mitad. “Fíjate”, presumían, “estamos al pie mismo de la carretera”. Una bendición entonces. Añadían “del Camino” pero allí no hacía falta. Lo añadían por añadir y para distinguirla de tantísimas otras vírgenes: La del Romeral, la de los Cuchillos “venerada en Valladolid”, Cela la conoció y Carrizo la tiene siempre presente.
La clave de todo esto, no desvelo ningún secreto, fue la santa Imagen patronal y veneranda. Lo demás son derivaciones, contagios, irradiaciones sobre el pastizal de romerales, tomillares, jarales. Allí hacían su verano las ovejas de Velilla. La Virgen es por aquella virgen y su imagen, bien claro está para todos menos para las ovejas, que aquellos rumiantes no se enteraban de nada. Animalucos. La Virgen es hoy un simple topónimo, que a eso vamos. Dinamarca también es un topónimo. Algeciras, otro. Miami lo mismo. También Muelas de los Caballeros, pueblo natal este último de Mariano Estrada Vázquez, recopilado ya en antologías. El recopilado es Mariano, el pueblo no, por qué iba a ser recopilado el pueblo. Quiero decir con esto que La Virgen tendrá las dimensiones espirituales que quieras ponerle, el simbolismo religioso, la capacidad de conmoción, la fascinación estética que se te antoje. Pero de base es un topónimo más, como Trobajo del Camino, Gusendo de los Oteros, Oncina de la Valdoncina.
Todo esto viene a cuento de Maxi Trapero y su ciencia toponomástica, me explico. Gusendo de los Oteros es donde nació Trapero, que creció entre Corias y La Virgen y se desarrolló con refulgencias únicas en las Canarias. Algunos bien hablados están ya reclamándome la expresión “sin parangón”. Tenía yo que haberla escrito antes, porque Maxi lo merece como nadie, porque es un caso único, porque no admite comparación posible. Otros especímenes hemos podido coincidir en algún tramo de sus itinerarios vitales, pero no tenemos ni con mucho esa proyección universal suya. Al menos que a mí me conste. Yo creo que al paso que lleva, acabará siendo Trapero, él mismo, un topónimo también. Acabarán encontrándole un lugar, una plaza, si es que todavía no lo han hecho, una rotonda, quizás una avenida donde escribir su apellido: Avenida Maximiano Trapero estaría muy en su punto, pero veo que de momento, colegas canarios de su nivel intelectual le llaman “Max”, así no hay manera. Para nosotros es “Maxi” y los libros de la editorial IDEA le llaman “Maximiano”. Lo mismo que hace en discursos institucionales el excelentísimo señor presidente del Gobierno Canario, don Fernando Clavijo Batlle. cuando reconoce algunos de los méritos del catedrático emérito. O cuando le condecora con la Medalla de Oro de aquella Comunidad ultraperiférica, o con la del Mérito a la Conservación del Patrimonio Histórico.
Será por medallas. Aunque siga siendo “nuestro” Maxi, Trapero puede ostentar también la de oro José Vasconcelos, lo mismo que Borges, León Felipe, Salvador de Madariaga, Freyre, Uslar Pietri y otros próceres que no cito para no apabullar. Peninsular como nosotros, septentrional como nosotros y casi estepario, lleva una vida apuntando nombres de “sitios” de Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura, La Palma, La Gomera, El Hierro y La Graciosa, creo que no me dejo ninguno. Sus topónimos, muchos que se parecen a los que yo he puesto más arriba, otros con resonancias exóticas con ADN isleño aborigen, guanche. De diez volúmenes que integran el Diccionario de Toponimia de Canarias, tres los dedica Maxi a explicar guanchismos. De ahí en parte las condecoraciones, de ahí la futura plaza, esa rotonda.
Quizá ocurra que, leyendo este globo de Cícero, el lector oiga mencionar por primera vez en su vida la palabra “toponomástica”, yo acabo de conocerla. Cuando Maximiano Trapero empezó a apuntar a destajo desde la oralidad canaria, pura y dura, topónimos isleños para proponer cómo habría que escribirlos en un castellano sin seseos ni ceceos, esta ciencia lingüística ni siquiera había sido bautizada todavía. Lo hizo años después uno de sus teóricos, el lingüista rumano Eugene Coseriu. Por cierto, fue Coseriu quien escribió el prólogo del primero de los cincuenta libros publicados por Maxi dedicado a la oronimia, los nombre del relieve del suelo y los usos que los humanos han hecho de ese relieve.
“¡Apuntar nombres canarios y decidir cómo transcribirlos!”, decía yo provisionalmente. No es justo. En el trabajo filológico de Maxi, convergen todas las facetas de la pieza lingüística. La Virgen, sí, es una pieza lingüística, pero qué dice la historia de la lengua, la morfología del binomio, de dónde procede etimológicamente, su campo léxico, el significado que tiene allí, la semántica “gobernando todo el entramado teórico”, como explica el propio Maxi. Tengo que ponerme serio, disculpe el lector, pero ni siquiera mi lenguaje académicamente desinhibido puede prescindir de vez en cuando de una o dos definiciones de las cosas. Corro el riesgo: “La toponomástica es el estudio teórico, esencialmente lingüístico, de los topónimos”.
Ya hubiera querido Maxi, supongo yo en mi ignorancia, encontrar las partidas de nacimiento de sus 40.000 topónimos canarios y las historias de cada uno de ellos, con la nitidez del acta bautismal de La Virgen y su curricular vitae. Pero el archipiélago le planteó un reto mental de memoria, reflexión crítica y especulación científico filológica. No una taxonomía, también un análisis genealógico comparativo de nombres y las hipótesis sobre sus posibles raíces y diacronías.
Registrar “echeides” y fijar como nombran los canarios los efectos de cada erupción, las concreciones de sus lavas. Anotar las “guaniguadas” que los castellanos denominaron barrancos; las “tenteniguadas”, que los cristianos bautizamos como montañas; los desiertos, que al parecer los aborígenes no sabían cómo llamar, tan uniformemente árido era su territorio volcánico. Estas oronimias ocupan los dos últimos volúmenes del Diccionario, incluidos naturalmente los entrantes, salientes, puntas y acantilados del Océano. No solo vale con decir “guaniguadas”. Hay que distinguir guaniguadas “tacandes”, “tagoros”, “tajogaites” o “ayamontes”. Los ayamontes tórridos, tostaderos tropicales a los que toda Europa por lo general somete alguna vez la delicadeza de sus pieles humanas.
El agua es un bien precioso en las islas, porque pronostica humedades vitales para la aparición de plantas y, con ellas, de animales. Fuentes, regatos, "maretas" formadas por la lluvia, porque eran esperanzas. Tres volúmenes del diccionario están dedicados al léxico que se refieren a topónimos vinculados a la flora y la fauna. vinculada a t que dieron nombres a lugares y constituyen apartados específicos de los diez tomos en que se acabó distribuyendo el Diccionario canario de Trapero.
Una diafanidad sencilla, tal que la de “La Virgen”, le habría privado a Trapero del goce de la exploración mental: del entendimiento reflexivo y crítico, abstraerse del aluvión de nombres y elaborar una teoría universal (universitaria) y científica, capaz de dar cuenta de la especificidad lingüística, pero no solo lingüística, con la que los canarios han sabido bautizar los lugares. Coronar esta magna obra de diez volúmenes en cuatro tomos es el fruto de la dificultad superada, gracias al compromiso ético del autor, ejercitando una fuerza de voluntad de 30 años aplicada al terreno, como descubridor arriscado y explorador pionero. Sin parangón, repito.
El Teide, por ejemplo, y sin ir muy lejos, es el mayor y más señero de todos los “echedeyes” del archipiélago. Prueba tú a decir “echedeye”, ya verás. Enseguida te oirás pronunciando El Teide de forma rara, hasta te provocará una sonrisa, no dejes de hacerlo. Los europeos a las montañas tipo Cheides estaban más acostumbrados a llamarlas volcanes, por mor del Vulcano de Nápoles. De Hefaistos el griego por aquella época no se acordaba nadie, aunque eran parecidos, entre otras cosas porque todavía no se sabía mucho griego, el Renacimiento estaba que si empiezo que si espérate un poco todavía. Vulcano, cojo y malhecho, vivía en una fragua al fondo de la gran montaña humeante. Este Echedeye canario, este Teide, los guanches parece ser que lo consideraban Montaña de Fuego, montaña del Infierno, donde vivía Guayota, la personificación del Mal.
Ya se ve, con esto lo decimos, que los nombres de lugares también tienen relación con, la cultura, de las creencias y de la religión. De hecho, dos volúmenes de los diez del diccionario sistematizan los léxicos de lugares con referencias históricas sociales y culturales.
El “ónimo” del topónimo “La Virgen” tiene una motivación de origen religioso, es bien sabido. Fue porque en torno al 2 de julio de 1505, ciertos señores aseguraron (y otros se lo creyeron) que en aquel específico “topos”, había venido María Santísima a encargar una capilla. Cuando la gente hablaba del topos “donde dicen que se apareció la Virgen” , luego dijeron “donde la Virgen” y ya finalmente por esa manía que tenemos a la reducción y la economía, pasaron a llamar al sitio “la Virgen”, simplemente. Hasta nosotros, hasta yo que casi no sé nada del asunto, podemos aventurar el itinerario evolutivo del nombre referencial de la sede de la patrona del reino de León, otra cosa es explicar los orígenes, la evolución y la fijación, acaso provisional, de los topónimos que ha estudiado el admirable Maxi Trapero, a quien sus colegas catedráticos, editores y académicos canarios también le llaman Max, abreviando aún más nuestro Maxi hipocorístico, que algunos escribimos con cierto recelo no vayamos a dar la impresión de que la familiaridad que propicia la mayor o menos coincidencia de orígenes, nos faculta, a mi o a cualquiera, a considerarnos familiarmente parangonables. Ya te digo yo que no. Que un respeto, que todavía hay clases.
Si alguna vez supiste que la Legio VII Gemina, la de Galba, tuvo por aquí sus acuartelamientos, no te sorprenderá saber que el topónimo León tiene su porqué. Unos porqués de los topónimos pueden ser religiosos (La Virgen). Militares, sede de la Legio VII y antes que de estas tropas, las de la Legio VI Victrix, la de Augusto, primero en calibrar las ventajas estratégicas de esta confluencia de aguas: las “verniscas” que bajaban del ahora Puerto Payares y las “turis” que provenían de la sierra que ahora llamamos Riaño.
Para decir “agua” antes de que nos invadieran los romanos, los nativos tenían otras palabras, “vern” y “tori”. Bernesga y Torío puede ser que se deriven de esos vocablos. Los astores, también conocidos como astures serían paisanos de una de esas riberas. Es fácil intuir por qué León se llama León, con tal de saber que lo más importante que le pasó a este “topos” fue que los generales romanos acuertelaron en él a sus tropas para someter por un lado a los astures, a los vacceos y, por otro, a los cántabros, “indoctos”, estos últimos, “iuga ferre nostra” según escribió Horacio: “Que no acaban de acostumbrarse a nuestros yugos”. A nuestras normas.
Siempre habrá quién piense que el papa León eligió el nombre de esta ciudad a donde nos llevaron de chicos. Otros piensan que León XIV se acordó de su predecesor León XIII, el iniciador de la doctrina social de la Iglesia. Pero no falta quien se acuerde del hermano Leone, amigo íntimo de Francisco, su continuador espiritual, su fisiólogo, su secretario, su albacea. A mí me gusta mucho suponer que el papa se llama León por fra Leone. Por cierto, el santo de Asís llamaba “ovejo” a fra Leone, dicen las crónicas, por ser tan sencillo, tan natural, tan sin dobleces. Lo mismo hacía nuestro fray Francisco, nos llamaba “ovejos” a nosotros, no sé si a todos nosotros, a algunos desde luego que sí. “Ovejiños” nos llamaba el cariñoso Fray. Poner nombres, poner motes. La comarca leonesa de los Oteros, podríamos aventurar nosotros, le pusieron ese nombre por las colinas que rompen la monótona línea horizontal del llano, podría ser. Lo del Gusendo tiene que encerrar otra picardía más oculta.
La última vez que estuve con Maxi. despidiéndoles en el aeropuerto Seve Ballesteros. Venían él y Helena en taxi desde Liébana y lo primero que me comentó, goloso de palabras, lambiscón de toponomasias, fue la rica variedad y la coherencia de los carteles señaléticos de nuestras carreteras y autovías. Pensé entonces, lo he pensado siempre en la gran suerte que han tenido aquellas islas de la Macaronesia española por haber contado con este estudioso leonés enamorado de los nombres.
Nostalgia cognoscitiva de esos ocho macrotopónimos canarios, que se antojan ocho macrocontenedores, cargados de verbos, muchos sustantivos, muchos materiales de comunicación en viaje de ida y vuelta a América. La flota que hizo el salto hacia América y luego el tornaviaje rumbo a Europa.
El trabajo concienzudo de Trapero no tiene parangón.
12 comentarios:
Admirable hasta decir basta la labor de Trapero por la importancia que tiene y lo que significa para algunos, para muchos, aunque no menos admirable la aportación de Cicero y lo que de su ciencia y caletre extrae para compartirlo con todos nosotros. Mi acrónimo favorito de estos tiempos es, sin duda laguna, el HUCA, casi ya mi residencia veraniega por mor de idas y venidas y permanencias varias. Ayer, por ejemplo, 8 horitas de nada, para ponerle una sonda G (suena a película del espacio) a mi mujer y hoy, un buen rato para hacer allí mismo un curso acelerado o todo un señor máster, impartido por uno de los jefes de endocrinología y la enfermera de la especialidad, ambos muy doctos en su ciencia y trato con la plebe, sobre su mantenimiento y funcionamiento. En fin, a pesar de lo multiocupado que ando, me ha quedado tiempo para leer el tan prolijo como enriquecedor escrito de Cicero y para admirar a Trapero por su ciencia y paciencia (recordad que La Codorniz celebró genialmente los 25 años de paz del franquismo como veinticinco años de "paz y ciencia" española). El monumento que es este blog tiene columnas muy sólidas y la familia que en torno a él se acurruca (aunque ahora lamentablemente parece que menos), especímenes muy valiosos. Feliz verano para todos por lo que todavía le queda. No dejaría de ser una gozada dionisíaca leer la obra entera de Trapero en la plaza de la Candelaria, frente al mar y sentado a la mesa en la terraza de un bar, teniendo por testigos a los alineados guanches que la adornan y embellecen.
Ramón Hernández es, como sabemos, el blogger de guardia. Hace permanencias, comenta aunque sea agosto y aunque se esté quemando el cuadrante septentrional entero. La sequía de nuestras intervenciones es contumaz, superior a la pertinacia de las sequías de cuando Franco. Esta contumacia desertizante del blog leonés es ya, como las quemas, de cuarta generación.
Hernández no se calla. En esta ocasión se hace eco de la estatura de Maxi Trapero, que le reconocen instituciones académicas, científicas, culturales, no solo nosotros, más o menos sus allegados. Taambién me menciona Hernández. Soy la causa, aunque con lamentable retraso, de esta extemporánea aparición aquí del emérito de Gusendo de los Oteros, cuando debe andar disfrutando todavía esos páramos de su juventud, aunque sin ordenador hasta que regrese a Las Palmas.
Adiviné sin dificultad tres siglas de las cuatro de “HUCA”, no soy de allí: Hospital Universitario de Asturias. la C, la cuarta, ya me enteré, Central. Ramón lo está frecuentando mucho estos días, pero le queda tiempo para leer el blog y escribirle. Que la sonda gástrica sea un éxito, que no resulte demasiado molesta, que se le alivie la mujer y pueda volver pronto a la alimentación normal.
Isidro, esta vez no he tenido que descifrar ningún misterio de los tuyos. Lo he entendido todo porque está más claro que el agua. Pero sí me revolotea por la cabeza el misterio de Maxi. Porque para mi, Maxi sí que es un misterio en si: ¿Cómo se las arregló y arregla para recopilar tanto topónimo? ¿Hay alguna especie de Páginas Amarillas que le sirva de ´Guía" o coge el coche y tira millas pa´lante y va apuntando en una libretina los pueblinos por los que pasa? Y luego, para averiguar el significado del topónimo o la historia del topónimo ¿a qué fuentes acude?.
Vamos, que para mi, es un misterio.
Se me nota que soy un ignorante, ¿verdad? Es que, por poner un ejemplo: Yo siempre pensé que Gijón era Gijón, donde se asentaron los romanos y por eso se le conocía como Gigia (la Panadería Gigia era otra cosa), luego vienen con lo de Xixón y que de romana, no tiene ni la merluza rebozada, a pesar de las termas y de la estatua de Octavio Augusto que las preside a la entrada. Ya tengo duda también que lo de la Legio VII sea una fake news.
Madre mía, Maxi, quien te tuviera cerca para resolver tantas dudas.
Y no lo digo en broma.
Isidro, ¿cómo podría decirte gracias con mi voz ronca y amusical? Seguramente, asegurándote que, no obstante, es una voz vehicular de empatía y afecto. Gracias, amigo, por fijarte en el insecto que es esta zorra de las uvas verdes y otras cosas más a ras de tierra. Pero, en fín, ahí estamos, resollando como podemos y se nos permite hacer. Porque ¡quién me iba a decir a mí que a mis ochenta y cinco años tendría que aprender muchísimas cosas para las que me he mostrado indolente larguísimos años! Me refiero, sobre todo, a las cosas del comer, el mío y también de de mi mujer. En cuanto al mío, me ha tocado encender fogones y, en cuanto al de ella, ser ya casi diestro en el manejo de la sonda G (gastrostomía). Solo el manejo adecuado de esa sonda me lleva algo más de tres horas de atención y pulso al día. Si a todo ello añadimos la sequía, que te obliga a ingeniártelas para regar algo aunque haya restricciones de agua (ahora mismo, en Mieres, si te ven lavando tu coche con agua de la traída, te meten un buen paquete) si no quieres perder todo lo sabroso de tu huerta. Menos mal que, de vez en cuando, se me pone delante el tubo de escape que es este blog de antiguos alumnos, donde uno se pone a aporrear el teclado sin ninguna forma de parar porque sabe que, en frente, tiene toda una pleáyade de compañeros-amigos-hermanos que le prestan alguna atención, cosa que sé casi excluviamente, lamentablemnete, por comunicaciones "extra omnes". Con lo del "omnes" me refiero a los muchos que leen, asienten y disfrutan, pero se acobardan a la hora de reconocer públicamente su afecto y empatía para cuantos formamos este "hogar común". Gracias, amigo Isidro, por provocar todo esto, además de la sabiduría, la tuya propia y la ajena, que tan bien difundes y compartes.
Permitidme dos pequeñas precisiones sobre mi comentario anterior. El primer "de" en "de de mi mujer" es obviamente "el": el de mi mujer. Gracias por leerlo bien. Por otro lado, la frase que comienza con "Si a todo ello añadimos la sequía" es claramente un anacoluto, frase que se queda en el aire, sin concluir, pero que en nuestro caso se deshace si, en vez de comenzar de esa manera, lo hace de esta otra: "A todo ello hay que añadir la sequía". Gracias, una vez más, por entenderlo bien.
Este comentario de Ramón me recuerda cuando José Mari Cortes aún no había puesto en marcha el blog; en abril del año pasado muchos supervivientes tuvimos ocasión de reflexionar sobre el fenómeno, celebrarlo y agradecerlo, allí estuvo Ramón y conocí a su esposa (¿qué tal va estos días?). Aquel abril expresé a un pequeño grupo de antiguosalumnos que lo mas revolucionario y sorprendente que el blog me había aportado a mí había sido el inmediatismo del feedback que conllevaba. Era novedoso, increíble. Es que, de antes, escribías en el periódico y nunca te llegaban los ecos. O muy pocas veces. Si un lector se sentía ofendido a lo mejor se arremangaba y se quejaba al director en la sección de cartas; otras veces alguien llamaba al teléfono de la centralita, también te venían a ver. Un cierto feedback existía, pero podías tirar páginas y meses sin mirar para él, aunque lo miraras no lo ibas a encontrar. El blog lo cambió todo. Escribías y de repente empezaban a surgir respuestas y comentarios, nunca vi cosa igual. Interacción, conversación a varias manos, vecindario como de cantina de pueblo a la hora del blanco después de misa. Comunidad. Eso fue para mi la vivencia más radical todos los años del blog.
¿Lamento que el feedback se haya acabado? Mucho, por supuesto. Pero también se acabó la hora del blanco, e incluso, Santo Dios, se acabó el después de misa. Han cerrado las cantinas de los pueblos, se han muerto los cantineros y el señor cura, si sube, ya sube cuando le cuadra, no armonizando su hora con la conveniencia de la bolera, el blanco y la comidad familiar, porque ahora tiene en cuenta sobre todo la cantidad de parroquias en las que le espera la media docena escasa de ancianas que la misa no la perdonan todavía.
Ahora bien, por Ramón no pasan los años. En cuando siente la campana, ahí está él, cómo se agradece. Siempre encuentra luego alguien con quién compartir un manchao, un mosto, un rueda. En este comentario nos da una alegría cuando dice que. aunque no escriban, aunque ni siquiera comenten como en los años dorados de la blogia, “hay muchos que leen el blog, asienten y disfrutan, pero “se acobardan” a la hora de reconocer públicamente su afecto y empatía para cuantos formamos este "hogar común". Es posible que sea así, ojalá que sea así, él asegura que es así, porque cuenta con informaciones fehacientes y directas que se lo corroboran.
En todo caso, vivimos un nuevo cambio de época. Hemos vuelto a lo de antes, la tuerca ha girado a la posición de cuando no interactuábamos, no nos comunicábamos. Nos habíamos malacostumbrado en esta casi veintena de años, qué lastima. Ánimo, Ramón, sobre todo en el manejo diario de la SG, que te lleva tres horas de paciencia, toda la atención y la mayor parte del pulso.
Me acuerdo (de) que, para preparar el evento de abril del 24 como homenaje a José Mari Cortés (y al Blog), nos reunimos unos cuantos promotores del acto dos meses antes en casa de Quique Muñiz para acordar el programa y el diseño de las intervenciones. Para el programa, nos pareció imprescindible que el eje fuera un discurso oficial y solemne, tipo “Laudatio”, como en las investiduras de los doctores honoris causa en las universidades. Dejo sin desvelar quién fue el que propuso el nombre de Luis Heredia para este singular cometido, pero fue un acierto. El discurso fue impecable: pleno de cariño, sentido del humor, las dosis justas de solemnidad, construido todo ello sobre un esquema trabado con razones y motivos potentes sin perder de vista la dimensión humana y ética de nuestro héroe. No he tenido ocasión de felicitarle por aquel discurso, pero quiero que lo sepa.
Dice Luis que esta vez no se ha visto obligado a descifrar misterios en mi prosa y que ha entendido bien lo Trapero “porque está más claro que el agua”. Ya era hora, querido amigo, de que Cícero aprenda a escribir claro como el agua. Ya era hora, aunque todavía se le notan ciertas querencias por el barroquismo y la complejidad. Que siga progresando adecuadamente.
Me preguntas si acaso sé cómo se las arregla Trapero para recopilar los 40.000 topónimos de Canarias, si se basa en Páginas Amarillas, si tiene una libretina y a qué fuentes acude. Por lo que sé, su incursión en el complejo mundo de la toponomástica empezó por la ortografía, fíjate, yo pienso que casi por casualidad. Por lo que él ha contado, había en Gran Canaria a principio de los noventa un grupo de personas enamoradas de los nombres vernáculos de la isla. El Cabildo insular les atendió. Chicos y no tan chicos habían recorrido la isla entera preguntando a la gente los nombres de cada lugar. Ellos sí llevaban libretina, ellos sí copiaban lo que oían los paisanos y las paisanas. Pero no te olvides, Luis de que aquello era Gran Canaria y la gente era consciente de sus propias limitaciones ceceantes, seseantes. Alguien propuso consultar al joven profesor Trapero cómo se escribían correctamente aquellos nombres. Aparte de joven profesor de lengua, de lingüística, era un hablante peninsular, castellano leonés, mesetario, puro diccionario andante. Le pidieron que indagara e indagó a fondo. No tenían páginas amarillas, pero sí unos mapas detallados del Servicio Cartográfico del Ejército, en el resto de España, también, donde los militares habían escrito los topónimos como buenamente pudo. No tenían las Fuerzas Armadas una UME para emergencias lingüísticas.
Trapero fue esa UME. El Ejército escribió el Cebadal, tenía que ser Sebadal. La UME no sabía lo que era la seba; escribió Montaña de la Armonía, tenía que ser de la Almagría: no sabían que el almagre es un óxido rojo para pintarse y para pintar. Los cartógrafos escribieron Bandama, con b, porque no sabían que aquella zona había sido propiedad de un holandés llamado Van Damme; escribieron Bentaiga con b y Veneguera con v, a pesar de ser los dos nombres guanches y no haber estado escritos en la vida.
Así empezó la indagación científica de nuestro Maxi,la cual terminó por ahora en ese magno diccionario que nos está ocupando. Maxi, de quien insisto en decirme amigo aunque con cierta aprensión y timidez. No sea el demonio que vaya uno a aprovechar un árbol descomunal para cobijarse a su sombra. Y con la disculpa del cobijo mimetizarse en dicha sombra y hacer ver que es lo que de ninguna manera es. Amigos sí, pero con el debido respeto.
A pesar de salirme de madre y abusar de la audiencia con lo propio, que Cicero me pregunte "¿que tal va estos días (mi esposa)" y en atencion a quienes de este grupo me agradecerán alguna noticia al respecto, resumiré su situación diciendo: del percance que la tenía tan postrada en la Virgen (había rodado por unas escaleras en Mogarraz) se recuperó rápido, como una ardilla juguetona. Pero pronto un mal bicho se le instaló, ¡y de qué manera!, en la boca. Papiloma lo llaman. A resultas, después de muchas vueltas y titubeos profesionales, se optó por una intervención anunciada, en principio, para 6 o 7 horas de quirófano, pero que en realdad duró 12. En el proceso hospitalario en el HUCA (3 semanas), una pequeña masa seguía creciéndole en la boca y volvieron las dudas y titubeos profesionales para, al final, entre bisturí de nuevo, quimio o radio, optar por la última, aunque algo más intensa. Pero, como solo pesaba 44 kilos vestida, la radio resultaba muy peligrosa para ella, razón por la que se optó por la sonda G para alimentarla convenientemente. Y en eso estamos, con 9 sesiones de radio ya recibidas de las 35 prescritas y tres días de sonda a pleno rendimiento, a la espera de que tenga éxito el proceso y, tras él, solo haya que pensar en "enguapiarle" un poco la cara. Por lo demás, tras la pérdida de las referencias de lo más inmediato, ella está otra vez en su salsa de genio y salero, queriendo hacerlo todo y volver a ser "la xata la rifa" (metafóricamente, la reina de la fiesta), pues siempre ha sido gran animadora de las relaciones sociales y una poderosa máquina demoledora de muros y tantas otras estupideces como se apoderan de esas relaciones. Os puedo asegurar que, incluso soportando un ostoma desde hace ya nueve años, en quirófanos y estancias hospitalarias siempre ha repartido empatía y sonrisas. Gracias por no tomar este comentario como un abuso personal, sino por servirse de él para echar una mirada a uno de al lado y ver que hay gentes admirables que, aunque lo tengan mucho más crudo que nosotros, no se amilanan y siguen echándole pecho a la vida.
Entre los términos y expresiones que dormitan en el ya tibio magma de mi memoria, no muy lejos del sonoro supertopónimo de Macaronesia, que Cicero ha despertado de su letargo, se ha encendido la luz de aquel latinajo tan escolástico "de nominibus non est curandum ", que aprendimos a utilizar los aprendices de filósofos de Las Caldas. Y como tras leer este enjundioso, pero también esponjoso, nuevo globo de Cicero, tenía yo abierto el móvil por la página de la I.A., aproveché para recordar aquello de los nominibus y para constatar que Maxi, el goloso de las palabras, tal como lo define I.C. (Homero a lo mejor hubiera escrito "el de las innúmeras palabras"), se aprendió muy bien aprendida esa lección se zambulló en el océano de la toponomástica canaria buscando no el mero nombre, sobre el que no merece la pena disputar, sino el concepto que subyace bajo él, que es lo que, según se nos explica, es lo que tiene mérito y valor.
Maximiano no tiene parangón, dice insistentemente Cicero, a quien le hubiera bastado agarrarse a la etimología del antropónimo -lo tenía fácil, y eso a Cicero se le da de perlas-, porque todo lo que comienza por maxi nos está ya significando que es grande, pero a nuestro ilustrado compañero no le pareció que lo máximo, en estos tiempos tan dados a utilizar los prefijos híper, mega y súper para cualquier cosa, pudiera ser el concepto suficiente para mostrar la singularidad, excepcionalidad y laboriosidad de Maximiano. Por eso, creo yo que Cicero, que no da nunca puntada sin hilo, ha optado por describirlo con ese contundente y casi retador "no tiene parangón".
Y yo no puedo por menos que estar de acuerdo con él y pedir, junto a él, la concesión de esa placa para localizar el topos de una gran avenida con el nomen de Máxi Trapero. Tampoco puedo por menos que felicitar a Cicero por este magnífico y bien elaborado y estructurado escrito (uno más), y por esta recensión tan ad hoc para los AADD del magno diccionario de Trapero. El cual, estoy convencido, habrá ya decidido incluirla, mutatis mutandis, en la segunda edición de su enciclopédica obra.
Una sola cosa me descoloca en este globo, y es que, en él, Cicero se refiere a sí mismo escribiendo su apellido con acento ortográfico, haciéndolo escrúpulo, cosa inusual para mi vista y oído. No perdamos de vista que Cicero es también un topónimo, y muy cántabro por cierto, que no lleva tilde y se pronuncia, en consecuencia, como palabra llana.
Es posible -y me complace muy particularmente pensarlo-, es muy posible, decía, que Cicero, al modo de Cervantes, que no sabía muy bien si el hidalgo que se encarnó en su don Quijote se apellida Quijada o Quesada, juega también a la indefinición y gusta de alimentar la inveterada disputa de los que le llana Cícero y de los que le apellidamos Cicero, como debe ser.
Lo de Feijoo y el superfluo "Feijóo", que escriben los ignaros periódicos, no es lo mismo, pues que Feijoo, con la Ortografía de la Real Academia en las manos, solo se puede y debe escribir sin tilde. ¡Cuánto tenemos que sufrir, Santísima Virgen de los Cuchillos, venerada en Valladolid, los que conocemos las sencillas reglas de acentuación de la lengua española!
"Esdrújulo", no "escrúpulo" y
"de los que le llaman", no "de los que le llana".
Es una tortura escribir desde el móvil.
Luis, ya veo que, lo primero de todo, te has fijado en la palabra “Macaronesia”: no esperaba yo menos. A que es una gozada. ¿Cómo habríamos podido tú y yo transitar por la Macaronesia sin fijarnos? ¡¡¡Μακάρϖν νῆσοι!!! “Islas de las Bendiciones”, “islas de las Bienaventuranzas”, “islas de la Felicidad”, islas de las utopías, de los ensueños. Nuestro Señor Jesucristo, subido al monte, ¿qué es lo que nos dijo? Μακάριοι: dichosos, bienaventurados, felices... ¿Quiénes? Oh! Los πτωχοί (los pobres), los πεινῶντες (los que tienen hambre), los διψῶντες (los que tienen sed), los δεδιωγμένοι (los perseguidos). ¿Te conté que había empezado en serio este verano a aprender griego? Me se nota?
Listo como un ajo, Luis, me la has pillado al vuelo. Primero, porque la felicidad del otro suele ser motivo de envidia. Las Canarias podían haberse conformado gozando de la Μακαριότης y la Εὐδαιμονία de su situación geográfica, su clima, y su privilegiada biodiversidad, pero es que añaden además a sus bienaventuranzas este instrumento del que estamos hablando, el sistema que les regaló el señor Trapero. Ya nos habría gustado a ti y a mi otro tal para nuestras tierras septentrionales.
Muy bien traído también el "de nominibus non est curandum " que aprendimos a utilizar los aprendices de filósofos de Las Caldas y otros departamentos. Y, como aquí hablamos de nominibus y algo aprendimos de la metodología escolástica, sabemos que en los debates no nos debemos enredar con palabras, palabrerías, sino ir a la cosa. A la res. A la realidad. El buen maestro nos enseñaba a distinguir res, conceptus y nomen. Pues el nomen también, pero sin perder de vista las cosas. A veces, Luis, supongo que es inevitable. Si estamos hablado de la tortilla de patatas, que se compone de patatas y huevos, no podemos decir que de ovis non est curandum: no podemos recomendar pasar de los ónoma, en los topónoma.
También lo de parangón, tú me conoces bien, tiene cierto distanciamiento irónico respecto a mí mismo. Evito las frases hechas, no pensadas, son marcas, etiquetas que nos revisten de cierto empaque. Si con alguien de entre nosotros se puede utilizar “sin parangón” es en referencia a Trapero, ahí no existen artificiosidad. Pero ¿qué me dices si oyes que unos tomates no tienen parangón? Los chavales de pueblo, entre nosotros, conocemos muy bien el parangón. Lo llevábamos en la colodra, los montañeses, en el gachapu, los asturianos. Jamás dijimos que la piedra de afilar era el parangón, que también es griego: παράγωνον λίθον. Cuando íbamos al prau a segar con nuestro padre por el rocío de las mañanas. Todavía no existían las máquinas segadoras en aquellos cuestos. La piedra de afilar la manteníamos húmeda en la colodra, administrada dentro de una sabia mezcla de agua y vinagre. Los muy cafeteros le añadían jugo de manzanas silvestres (se llamaban maíllas) que, como acidulante, no tenían parangón. Nuestro λίθον frecuentaba el filo del dalle, la guadaña, desbravando con su dureza la dureza del fierro, parangonándolo.
Hay expresiones que ahuyentan y expresiones, como Macaronesia, que atraen irresistiblemente. No sé por qué será. Seguro que tienes razón y hay algo de distanciamiento irónico respecto a uno mismo, tal como el que dices entre Quijada o Quesada. Que más dará. Qué más da también dónde ponga la tilde Feijoo. Aunque eso sí, no hay que echar la culpa a los periódicos, es uno mismo en esto de los apellidos el que toma la decisión. Si quiere someterse a la regla ortográfica o no quiere. Para que el apellido primero de mi esposa y segundo de mis hijos pasara de ser Póo, como lo había sido siempre en hecho anteriores hubo que tomar la decisión. Y tomada está. Boo de Piélagos, Campóo, estábamos rodeados, pero ya no. Así que Luis querido, que no nos hagan sufrir a lo tonto a quienes conocemos las reglas, también las de acentuación. Sigue amparándote en la Santísima Virgen de los Cuchillos, venerada en Valladolid y gracias también por el esfuerzo de tu escrito a puro dedo. Siempre te salen alados como si no te costara nada. Un abrazo.
¡Y ahora qué escribo yo!
Cómo puedo agradecer tanta belleza, tanta sutileza, tanta abundancia, tanta generosidad.
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