-¿Es cierto que, de niño, iba para fraile? -
(Ríe) Sí, y más que de pequeño realmente, porque estudié Filosofía de la Religión e incluso empecé Teología en Salamanca. Yo estaba con los dominicos y me marché de los frailes cuando tuve que hacer los votos perpetuos. En ese momento lo pensé, consulte y decidí marcharme.
.Estudió Filosofía (en Santander), Historia del Arte (en Valladolid) y Cine (en París). ¿Qué aprendió en las dos primeras disciplinas que haya podido trasvasar a su oficio como cineasta posteriormente?
-Muchísimo. Por ejemplo, en Historia del Arte, la formación de todo el gusto artístico y un conocimiento profundo de la historia del arte occidental. Y la Filosofía me influyó muchísimo, pero en un momento determinado tuve que decidir poner un freno a lo que me había aportado, porque me percaté de que el pensamiento racional iba en contra de mi imaginación, y concluí que para el cine más necesitaba la imaginación que la Filosofía. Cuando hice las pruebas de entrada en el IDHEC, la escuela de cine, me di cuenta de que debía liberar mi imaginación y no plantearme de las cosas de una forma tan racional.
-Creo que fue a través de su abuela Pepa como tuvo sus primeros contactos con el celuloide.
-En casa de mis abuelos en Albares, mucho antes de que yo naciera, tenían un pequeño café que seguramente era lo único que había en el pueblo. Encima del café había una sala de baile, y allí se reunían los vecinos cuando venía gente con películas de cine de bajo el brazo y una maquinita para proyectarlas. En su casa quedaron un montón de rollos de cine mudo, y mucho tiempo después yo encontré esas películas y le pedí a mi abuela que me regalara una que era la que más interés tenía, que se titulaba 'Viaje a Tierra Santa', y que ahora está confiada en depósito en la Filmoteca de Castilla y León. Puede decirse que eso me despertó el interés por el cine en cierto modo, pero al mismo tiempo tengo que reconocer que, como era un niño, en aquel entonces hice grandes desastres con esas películas.
-¿Cuándo comenzó a contemplar la posibilidad de dedicarse al cine?
-Cuando estaba en el colegio veíamos cine todos los domingos y había una pequeña presentación de las películas, y eso fue despertando mi interés como espectador. Después tuve un amigo en Filosofía que era muy cinéfilo, fuimos a ver juntos muchas películas y hacíamos un pequeño cinefórum para comentarlas. Y ya en Valladolid un día la chica con la que salía, Margarita, me dijo: 'Tú tenías que hacer cine'. Y eso que era casi una broma empecé a pensarlo y llegué a la conclusión de que era cierto, y de que mis ganas de contar cosas se aparentaban más a un camino cinematográfico que literario. Esa idea fue creciendo y un día decidí intentarlo. Tengo que decir que siempre me ha interesado más hacer cine, utilizar el cine para contar cosas, que verlo.
-Además, la película pone sobre la mesa un tema, el de la despoblación, que no ha hecho sino acentuarse desde entonces, hace ya 42 años.
-Yo no solo contaba la despoblación de un pueblo. Estaba hablando de mucho más: del fin de un modo de civilización, que era la civilización predominantemente agrícola, en provecho de una civilización urbana. Por eso 'Los montes' es una película que se puede ver en cualquier parte; en África o en China lo entenderán como una cosa muy cercana, porque el rito de velar a los muertos es típico de ese tipo de civilización. Solo en la actualidad es cuando se procura borrar todo lo que está relacionado a la muerte, como si no quisiéramos tener consciencia de ello. Por otra parte, en cuanto a la despoblación, la historia tiene ciclos diferentes, y no es la primera vez que se produce ese fenómeno de que abandonar los pueblos para que crezcan las ciudades y al revés. En los momentos de caída de los grandes imperios la gente ha salido de las ciudades porque al no existir todo el sustrato administrativo que conlleva la vida en una gran ciudad, la gente tiene que marcharse a vivir a otra parte. O sea que ese canto final de un tipo de civilización no es definitivo, es el final de un ciclo.
-Con esa carta de presentación, en 1984 la incipiente Junta de Castilla y León le apoyó en el rodaje de su primer largo, 'El filandón'. ¿De dónde surgió la idea del film?
-Después de hacer 'Los montes' empecé a trabajar en España como ayudante de dirección y montador en una película, y cuando acabé ese trabajo una noche se me ocurrió la idea del filandón. Desde el principio tuve la intuición de que ese proyecto se iba a hacer.
-¿Qué recuerda del rodaje?
-Es un recuerdo precioso y lo tengo muy presente. Si hubiera hecho 50 películas después, probablemente aquel recuerdo se hubiera ido difuminando, pero como no he hecho muchas películas para el cine, esos recuerdos los tengo muy vivos todavía. Sobre todo ahora, que con motivo del homenaje en Valladolid y de la restauración de la película he podido revivir muchas anécdotas. Todos los escritores que participaron aceptaron inmediatamente sin reticencias ni condiciones; ellos pondrían los relatos pero sería yo quien guionizaría la película. Después, en el rodaje, lo pasamos la mar de bien. Hubo momentos muy bonitos.
-Tras 'El filandón' intentó levantar 'La fábrica de sal', un proyecto que nunca llegó a ver la luz sobre cómo se vivió el mayo del 68 en un convento español. ¿Qué dificultades encontró?
-Utilizando una expresión de Luis Mateo Díez, ese proyecto lo sigo teniendo ahí, como una piedra en el corazón, y sigo queriendo sacarlo adelante. Voy a seguir luchando por él, e intentaré aprovechar el honor que me brinda la Seminci con la Espiga de Oro para retomarlo. Es un proyecto que corresponde en parte a cosas que yo viví en la época en que yo estudiaba Filosofía, coincidiendo con el mayo del 68 en Francia. En España no hubo mayo del 68, pero estaba pasando algo importantísimo y es que con la llegada del turismo y con la salida económica de los años tan terribles que habíamos vivido, todo estaba empezando a cambiar. Yo y la mayor parte de los compañeros que estábamos estudiando Filosofía Eclesiástica entramos en el seminario siendo niños porque nuestros padres no podían darnos estudios, y veían ahí la posibilidad de tener un bachillerato y acceder a un estatus social diferente. Con el cambio que se estaba produciendo en la sociedad española, fuimos conscientes de que si nos marchábamos del seminario ya no tendríamos que volver a nuestros pueblos detrás del arado. Ese miedo desaparecía. En el guion reutilizo esas ricas vivencias para fabricar una ficción.
-Otro proyecto que no llegó a ver la luz fue su intento de adaptar 'El año del wolfram', de Raúl Guerra Garrido, aunque aquella temática la retomó en su documental 'Wolfram, la montaña negra' (1996).
-Por una serie de desacuerdos que me resulta muy doloroso recordar ese proyecto tuve que abandonarlo, pero por suerte el documental acabó viendo la luz. Era una historia conocida que me interesaba mucho, hice una nueva investigación detallada con los personajes que habían vivido aquello y presenté el proyecto en Francia en el Instituto Nacional del Audiovisual (INA), que lo cofinanció conmigo para la cadena France 2. Sigue siendo uno de los proyectos que presento muy a menudo con mucha satisfacción. Muchas de las cosas que he hecho en Francia son más para televisión que para cine, y no las he podido presentar en España. Otras eran encargos de instituciones o publicidad, y nunca se han visto en España.
-En las dos décadas siguientes alternó el rodaje de documentales, películas institucionales y series con la docencia. ¿Qué aportó la enseñanza?
En primer lugar seguridad económica. Trabajé como enseñante en el IDHEC y después en La Fémis. Ninguna de esas escuelas tiene profesores permanentes, que den clase todo el año. Solamente intervenimos en ciertos momentos y eso nos permite combinar el trabajo profesional como cineastas con la docencia. Eso nos daba la posibilidad de estar en contacto con la gente nueva que está empezando, y ha creado en algunos casos relaciones particularmente fructíferas. Por ejemplo la persona que vino conmigo a rodar varias películas en el Congo, Pierre Milon, es ahora uno de los grandes directores de fotografía del cine francés; o el montador de 'Viene una chica', Marino García Fernández, también fue un alumno mío en la escuela.
-En 2011 consiguió levantar su segundo largometraje, 'Viene una chica', donde adaptaba de forma libre los relatos de 'Los males menores', de Luis Mateo Díez. ¿Cómo surgió aquel proyecto ?
Fue Luis Mateo quien me propuso que hiciéramos algo a partir de ese libro en una visita que hizo a París por una presentación de uno de sus libros. Luego pasó mucho tiempo hasta que salió adelante. Siempre me ha costado mucho que vieran la luz mis proyectos. Yo lo achaco a que al no vivir en España no he conseguido hacerme un sitio dentro del mundo profesional y poca gente del medio me conoce.
-La película supuso su regreso a la Seminci, donde se estrenó con la presencia del entonces seleccionador nacional de fútbol, Vicente del Bosque.
-El productor, Javier Muñiz, tuvo la brillante idea de invitarle a la proyección. Él aceptó y eso hizo que la película suscitara un interés inusitado en los medios, pese a que participaba fuera de concurso en una sección paralela.
-Ahora, once años después, recibirá el homenaje de Seminci. ¿Cómo ha sido su relación con el festival?
Yo empecé a ir a la Seminci cuando era todavía estudiante de Historia del Arte en Valladolid, a comienzos de los años setenta. Era un espectador más. Luego mi primera vinculación profesional fue cuando se proyectó 'El filándón' en la sección informativa, y se reanudó con 'Viene una chica'. Ahora, que vuelva a proyectarse allí 'El filandón' 38 años después nos llena de orgullo y alegría a todos los que participamos en la película, porque significa que es un trabajo que merece seguir vivo. Estamos realmente felices.
-¿Cómo valora la Espiga de Honor?
-No voy a desvelar el pequeño 'speech' que diré delante del público para darle las gracias, aunque ya me va rondando la cabeza, pero por supuesto es un honor enorme. Me siento realmente muy agradecido al festival por haber tenido esta iniciativa. Eso me ha dado la idea de que, dentro de dos años, cuando se cumpla el 40 aniversario de la presentación en San Sebastián, las filmotecas de Castilla y León y del País Vasco podrían ponerse de acuerdo y recuperar en un pase especial 'El filandón ' y 'Tasio', de Montxo Armendáriz, que también se presentó en aquella edición.
7 comentarios:
Querido Chema, no sabes lo que me alegra este merecidísimo premio en la SEMINCI y lo que siento no poder estar allí por culpa de un viaje ya programado. No obstante estaré en espíritu desde lo alto de las pirámides o desde el silencioso desierto. Enhorabuena y un fuerte abrazo repleyo de langostinos.
Hijo ilustre de León
albricias, Chema Sarmiento,
por tal reconocimiento
y preciado galardón
Solo por el Filandón
te lo has ganado con creces
Que sean muchas las veces
que gustemos de tu arte
para poder elogiarte
más, porque te lo mereces.
Recuerdo la primera vez que me sumé a las reuniones gastronómico-festivas del grupo. Fue en El Bierzo y acabó con lo que resultó ser una auténtico filandón en la casa de Chema: hasta me hicisteis recitar el "conxuro da queimada" (se suponía que yo era el gallego del grupo) mientras ardía una en el centro del salón de su casa en Albares.
Me alegra mucho el premio y, como todos los compañeros que te queremos, estaré detrás de ti cuando subas a recibirlo. Uno de los aplausos será el mío, Chema, compañero.
Salud.
Menos mal, hoy toca dar la enhorabuena al amigo Sarmiento. No todos los días se recibe un reconocimiento como éste. Disfrútalo y coge fuerzas para seguir creando y no descanses ni el séptimo. Haré piña con los que dicen estarán en espíritu acompañándote, el ágape posterior nos lo envías en un taper.
Abrazos de cine.
Afortunadamente, el tiempo da lo que da de sí y no se estira como la plastilina. De hacerlo, algunos habríamos muerto muy jóvenes y no habríamos podido aplaudir a rabiar, en esta ocasión, a Chema Sarmiento. Desde luego, aunque no lo conozco, me sumo con placer al coro de los aplausos por el reconocimiento que está a punto de recibir en la Seminci de Valladolid. Mis aplausos, aunque también sean laudatorios, son sobre todo estimulantes, un reto para empezar a construir su “fábrica de sal”, que De Gaulle habría visto más bien como “fábrica de sonajeros”. Después diré por qué.
Estuve en París en el Mayo 68 (hice allí ecumenismo del 67 al 69), pero él no estuvo en mí, atento como estaba por aquel entonces a otras prioridades. Me queda el grato recuerdo de que todas las tardes, a las 16 horas, la televisión francesa nos “echaba” una buena película y que los vecinos y familias se juntaban en alguna casa a verlas. Y también que, al final, cuando ya no había gasolina para casi nada, podías pasearte por París en autocar pagando la voluntad.
Hacia finales, tras una manifestación multitudinaria en la que un grupo de españoles tuvo su protagonismo, vimos al General derrotado, mudo, muerto. Pero al día siguiente desapareció de París e hizo un viaje misterioso, supuestamente a su pueblo, pero que los más perspicaces sospecharon que había sido a Argelia, a entrevistarse con la OAS. A la vuelta, tras 9 horas de ausencia, ya vimos al De Gaulle de siempre, muy vivo y locuaz. Un día después, otra manifestación multitudinaria, pero esta vez a su favor, sentó las bases para su “ordeno y mando” habituales. Acto seguido, mandó traer de Bélgica unas docenas de cisternas de gasolina y anunció elecciones municipales. Los parisinos, al disponer de gasolina, escaparon del Paris-cárcel como si del diablo mismo se tratara, dejándolo vacío. Esa huida y el interés por las listas electorales amansó y hasta volatilizó el espíritu revolucionario. “Le Canard enchaîé”, el afamado periódico satírico francés, se mofaba de los “niños franceses” que se habían dedicado a tocar con fuerza los dos sonajeros que les había regalado De Gaulle: la gasolina belga y las municipales francesas.
Aunque nada más fuera por estos recuerdos, gracias, Chema, y aplausos fuertes y sinceros, pero acerados como retos que solo se pueden lanzar a los mejores. Seguro que un día nos deleitaremos viendo tu “fábrica de sal”.
Si me permites, en otro orden de cosas opino que entre el pensamiento y el sentimiento no hay muro y que precisamente la Filosofía sería la piqueta que, de existir, lo derribaría. Lo que nosotros estudiamos con los dominicos no fue “Filosofía Eclesiástica”, sino “Escolástica”, una filosofía griega exigente, correosa, dura, pero de razonamiento sólido y una lógica que no permitía florituras. Hoy, como sabrás por este mismo blog, a veces nos hemos liado con el “sistema de valores y contravalores” de fray Eladio Chávarri, sistema que muy poco tiene que ver con lo “escolástico” y que está a la altura de los mejores sistemas del pensamiento humano. El profesor Baldo nos lo ha explicado por activa y pasiva, convirtiéndolo en papilla. Para Eladio, el cine es un valor-contravalor que entra de lleno en las dimensiones estética y epistémica y toca las demás, en particular la política, la religiosa, la económica y la ética, y algo menos las dos restantes, la biológica y la lúdica. Si aludo a esto es para poner de relieve que con tu maestría de cineasta juegas en un campo muy favorable para ganar por goleada a los contravalores de la vida.
Los siento, me he comido la última de las tres enes que hay en "Le Canard enchaîné". Buenas noches. Toca ahora echarle un vistazo a JH.
Mi más cordial enhorabuena aliñada con un fuerte abrazo
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