jueves, 14 de julio de 2022

CASAS DE LABRANZA (Por Pedro G. Trapiello)


Corrían los 60 y traía el asturiano a la muyer y guajes por estas fechas o antes a cualquier pueblo montañés, riberano o paramés, dejábalos aquí por mes y medio o dos meses, volvía a su trabajo en Ensidesa o Hunosa y, cuando le tocaba su vacación, se incrustaba en la tropa. Sonaban como destinos afamados Valencia de Don Juan, Carrizo o Santa María del Páramo, pero no había pueblo que no tuviera algún veraneante de pallá del puerto. Para el de cuenca minera, zona industrial o valle moyau era hasta necesidad clínica tirar un tiempo pa León restaurando bronquios y reumas en un clima de meseta con solazo, aire seco medicinal y jarro de vino al atardecer para encarar la fresca con verborrea incontinente, exaltación de la amistad, cánticos regionales (nunca más obligado aquí el Asturias, patria querida de vozarrón mal temperado) y concluyendo con el tuteo a la autoridad y los insultos al clero con que culminan las cinco fases/ritual de un pedo de libro, mientras al fondo rechina el cazurro agarrao ante el altanero y voceado «pon otra ronda, que págola yo, fíu».

Se hablaba entonces de 100.000 asturianos veraneando en casas particulares y ajustando en cada caso condiciones. Era negocio no regulado, no tributaba, pero entonces, Fraga mediante, se elaboró un censo y oferta de «casas de labranza», modalidad en boga en Francia a la que aquí sólo cuatro se acogieron; mejor por libre, paisano. La fórmula del acuerdo privado funcionaba y muchos asturianos repetían destino al establecerse familiaridad y querencia (pregúntale a Victor Manuel; pasó algún verano con la familia y el abuelo Víctor en Lorenzana). En aquellas casas se vivía viviendo de cerca la entraña de una ruralidad cierta en agriculturas, ganados y corrales, pero nadie lo llamaba turismo rural, cosa que hoy se pregona con vulgares alojamientos de confort urbano y sin poder participar ni siquiera oler actividad rústica alguna. Manín el de Llastres dice que aquellos veraneos de dos meses en León fue una coquista histórica perdida a lo bobo y que no la resucita ni la peor crisis.

1 comentario:

RAMON HERNÁNDEZ MARTÍN dijo...

Aunque no viví ese fenómeno de tantísima importancia para aquel entonces, sí que estuve de visita en alguna de esas casas, cuya función social describe tan magistralmente el autor del artículo. Había vivido en Corias del 52 al 57 y, después, regresé a esta tierra en el 70 para hacer de Asturias prácticamente mi hogar. Eran riadas de asturianos las que todavía entonces salían de las Cuencas Mineras a la Meseta para "secarse al sol" (¡hay que ver lo mucho que ha cambiado el clima de entonces ahora!), dejando atrás angostos valles, humedades pegajosas y molestas toses para solazarse, compartiendo vivencias y amistades, en espacios abiertos, durante dos o tres meses que, a la postre y habida cuenta del alquiler que había que pagar, resultaban más baratos que pasarlos en una Asturias cuya vida ya era cara entonces. Luego vino el descubrimiento de las montañas y los asentamientos en ellas, como La Raya de san Isidro, por ejemplo, donde todos vosotros tenéis una casa-chalé, y comenzaron las vacaciones de los más acomodados y se masificó ese turismo que hoy llena los aeropuertos para llevar lejos, muy lejos, las penas, las lágrimas y los problemas de la vida. ¡No estaría mal juntarse ahora 20 o 25 de nosotros a pasar quince días en una de esas casonas, con piscina para amortiguar el calor del día y con partidas de cartas para disfrutar la frescura de la noche. Sería como perder los kilos que sobran y olvidar los años pasados en Babia.

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