miércoles, 8 de septiembre de 2021

LA CENA DEL SEÑOR - Capítulo VII, 1ª parte (Por Baldomero López)

El amigo Baldomero ha escrito un libro titulado: «LA CENA DEL SEÑOR. Una comida con eucaristía, no una eucaristía sin comida». Lalo Mayo ha corrido con el trabajo de empaquetado y edición. Cuelgo hoy en nuestro blog la primera parte del capítulo VII: «La misa, un esperpento de la Última Cena». Baldo me puntualiza que mucho del contenido de este capítulo tiene la explicación en los capítulos anteriores del libro, pero asegura que se puede entender bastante de lo que en él aparece. 

En próximos días publicaré las segunda y tercera partes de dicho capítulo.

el Furriel








DEDICATORIA 

A Pedro Sánchez Menéndez, dominico, educador sensato y padre bondadoso en mis años de adolescencia, que pasó de ser un ferviente sacerdote del «culto eucarístico» a transformarse en un fiel discípulo de Jesús en el quehacer «profano» de la gente pobre de su barrio, Vallecas. Murió a causa del covid–19, a los casi 96 años, por seguir estando entre sus antiguos parroquianos «como el que sirve».

 

     A Andrés y a Ramiro, también dominicos, entregados con gratuidad y con todas sus energías a la alimentación y al cobijo de los sin hogar en el albergue san Martín de Porres de Madrid desde el año 1970. Con ellos viví la verdadera «memoria» de la Última Cena, pues en el mismo local se celebraba la eucaristía y se daba de comer a los hambrientos que acudían al albergue.

 

     A los tres, mi cariño, admiración y agradecimiento. Y con la esperanza de compartir con ellos el «banquete escatológico» del Reino.

 


VII

La misa, un esperpento

 de la Última Cena


«Señalamos con nitidez la diferencia que hay entre la práctica eucarística cristiana y la última comida de Jesús: no debemos identificar en todos sus puntos la «misa» con la Cena»[1].

 

         El lector verá, después de haber leído este capítulo, que la afirmación de Leon–Dufour se queda muy corta. Dudo de que haya algún punto en el que se identifiquen, porque la teología que hay en la misa es más propia del AT que del NT. Vamos a verlo. Antes quiero señalar que aquí utilizo el vocablo «esperpento» con el significado de deformación sistemática de la realidad. 

 

1.      EL EQUIPAMIENTO DE LA MISA

 

1.1.   El escenario y los elementos que aparecen en la misa indican que se trata de un «acto de culto»

 

         La arquitectura de los templos, del pasado y del presente, es la adecuada para la función que han desempeñado: la de ser únicamente lugares de «culto». El «altar» del «sacrificio» está situado en un plano elevado y en la cabecera, y los asistentes, colocados en dirección a él, «contemplan» lo que allí «relata» el «oficiante». La disposición de los asientos en nuestros templos es totalmente inadecuada para celebrar una comida de fraternidad. Desde luego, la Última Cena no se celebró en el Templo.

 

1.2.   La denominación y consideración de «altar» en vez de «mesa»

 

         Las comidas normales se realizan en mesas, pero los sacrificios se celebran en altares. La misa hace memoria de un sacrificio, por lo que no tiene en cuenta el ejemplo de Jesús, que en la Última Cena «se sentó a la mesa» con sus discípulos.

 

«Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce».

Mt 26, 20)

 

«Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios». 

(Lc 13, 29).

 

«Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles»; (Lucas 22, 14)

 

«Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa» (Jn 13, 12).

 

«Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús». (Jn 13, 23)

 

1.3.   El «pan ázimo» y su sentido de purificación mágica. El cisma de Occidente

 

         No creo que la controversia sobre si en la celebración de la eucaristía debe utilizarse pan ácimo (Roma) o pan fermentado (Constantinopla) haya sido la principal causa del «cisma de occidente», pero sí que fue un tema importante de discusión entre los partidarios de uno y de otro bando en las encendidas polémicas «teológicas» que alrededor de este tema se produjeron entonces. De todos modos, lo que nos interesa destacar en estos momentos sobre el pan ácimo (o ázimo) es el porqué de su utilización. Nos lo explica Leon–Dufour:

 

          

 

   «Todos los años debían acudir los israelitas a Jerusalén para celebrar en familia o por grupos la «gran fiesta». Se inmolaban corderos en el templo la tarde del 14 de Nisán, que habitualmente caía en abril. Al mismo tiempo, para significar la pureza de la casa en que iba a conmemorarse la acción de aquel que había liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto, se suprimía todo rastro de levadura y durante siete días quedaba prohibido el uso de pan fermentado. De ahí el nombre de «fiesta de los Ázimos» (Ex 12,15–20). Los ázimos (del griego a–zymos: «sin levadura») eran panes considerados más puros que los panes con levadura (Ex 34,25; 1 Cor 5,7s)»[2].

 

         No es razonable que hoy se siga manteniendo esta ancestral costumbre, porque produce hilaridad creer en el efecto mágico negativo que causa el fermento. El pan «normal» es el que se utiliza en las comidas y el que muchas veces es considerado como sinécdoque del sustento diario de las personas.

 

1.4.   La denominación de cáliz en vez de copa

 

 

         «Copa» designa un recipiente «profano» de bebida, por lo que, para «sacralizarla» y usarla en el culto no se vio otra manera mejor que cambiar su nombre y sustituirlo por «cáliz». De este modo, ya estaba apto para la utilización y veneración como elemento «sacro».

 

1.5.   Los ornamentos sagrados

 

         Casullas ricamente ornamentadas, mitras, gorros, báculos y anillos de rica orfebrería, cálices, copones, patenas y bandejas de oro y plata, albas de puntillas y de finos encajes y otras cosas por el estilo no son precisamente lo adecuado para celebrar una comida de fraternidad como la del Señor, sino para actos muy señoriales, aristocráticos y distinguidos. Todo un esperpento desatinado y grotesco de lo que realmente debería ser la ropa del que preside la «memoria» de la Última Cena.

 

1.6.   La actitud hierática, de frialdad emocional, de seriedad y de silencio en la asamblea

 

         Los primeros cristianos, fieles a la costumbre judía sobre la bendición de la mesa, que es «memoria» de las grandes hazañas de Dios, daban rienda suelta a su alegría.

 

«…compartían los alimentos con alegría… (Hec 2, 46).

 

         En la misa debería brotar la alegría específica de un banquete festivo, en el que se celebran la acogida, la fraternidad, la vida nueva, el compartir los alimentos, los valores del Reinado de Dios y la presencia del Señor. Pero en la celebración eucarística ocurre todo lo contrario: los asistentes deben dar muestras de compostura, de silencio y de seriedad, porque el único que habla y dispone todo es el sacerdote «celebrante», al que se le exige una total frialdad emocional, una ataraxia estoica, pero nada cristiana.

 



[1] LEON–DUFOUR, o.c. pág. 30.

[2] LEON–DUFOUR, o.c. pág. 243.

6 comentarios:

Ramón Hernández Martín dijo...

Celebro que Baldo haya dado este paso y, además, que su publicación salga potenciada por el buen hacer de Lalo. Baldo tuvo la deferencia de dejarme su libro en folios cuando, según él, no lo tenía perfilado del todo o, al menos,le faltaba todavía matizar algunas cosas. Se trata de 240 folios, más un índice detallado de 17 folios más. Aunque ya habíamos hablado repetidas veces de estos temas o quizá por ello y por haber sido la eucaristía tema nuclear en mis estudios de Salamanca y Roma, lo cierto es que leí esos folios con cierta avidez y fruición. Justo al terminar de hacerlo, le envié a Baldo sobre la marcha un largo WhatsApp con mis más frescas y vibrantes impresiones. Dejo en manos de Baldo que las reproduzca aquí, en todo o en parte, según le parezca, pero respeto, si fuere el caso, que prefiera que lo allí dicho se quede donde está. Digamos hoy, cuando menos, que Baldo está siendo rompedor, como también lo fue fray Eladio, y que su martillo de buen minero abre galerías que conducen al exterior, a la luz. Gracias, querido Baldo, por tanto trabajo y por compartir el fruto de tus desvelos.

Fernando Alonso Díez dijo...





Fue a principios del verano, en el mes de junio cuando tuve noticia de este feliz alumbramiento, el libro de La Última Cena.
Siempre he tenido claro que Baldo era el encargado de hacer la lectura de la obra de Chávarri, una obra extensa, difícil y de una densidad tal que supera mi capacidad de comprensión. Una obra, la de Chávarri, multidisciplinar; antropológica, filosófica, sociológica, teológica... Estaba leyendo con atención y envidia los apuntes preparados por Baldo para las clases de filosofía -estoy en el proceso de digestión-, un pensar en profundidad sobre lo humano con las herramientas que propone Chávarri, adaptado para los adolescentes que se hacen preguntas sobre el ser humano de hoy. Pero interrumpí abruptamente la lectura y el estudio de esos apuntes,"El ser humano de la sociedad de consumo" porque llegó a mis manos "La Última Cena" y paralizó cualquier otra ocupación. A pesar de su densidad, la leí en pocos días, la guardé en el cajón de "lo pendiente", esperando releerla a la vuelta de vacaciones y allí ha estado hasta ahora que el feliz alumbramiento se ha hecho público.
Describo algunas de las emociones que he experimentado con su primera lectura:
Cada capítulo, cada párrafo, cada línea, desde la dedicatoria, Pedro me ha acompañado en su lectura, Pedro sintonizaba con ese crsitianismo que, como perlas nos ibas dejando de vez en cuando en tus escritos. Muchas de mis conversaciones con él versaban sobre tus famosos “ladrillos”. En una ocasión, hablando sobre Perfiles de nueva humanidad y de la dificultad que entrañaba su lectura, yo le decía que me daba la impresión de que Eladio andaba buscando lo mismo que él pero con la “Gran envergadura de su pensamiento” y él, con su humildad proverbial, se confesaba admirador suyo, pero incapaz de abordarlo. Cuando tú me mandaste el trabajo "El ser humano de la sociedad de consumo", se lo dije y nos propusimos leer algo juntos, pero ya no fue posible… Si hubiera caído en sus manos este ensayo de ahora, tan concreto y tan próximo a sus ideas y a su vida, le hubiera hecho muy feliz. Así que mientras leía, dialogaba con Pedro y estoy seguro de que él seguía asintiendo ¡Cómo hubiera disfrutado leyendo La Última Cena!
Por otra parte pienso que será una obra de gran ayuda para los que nunca hemos deja de buscar, y aunque no sirva para los que ya han encontrado la verdad creo que también será buena para ellos -por eso de que la verdad es escurridiza y nos puede dejar desnudos enseñando nuestras vergüenzas-
Y ahora un consejillo de lector raro; suelo comenzar a leer los libros por el epílogo y el prólogo, por si acaso no sois así de raros, francamente El Apéndice II y el Epílogo sí me parecen dignos de aparecer en el blog tan pronto como sea posible.
Tengo muchas ocupaciones -las propias del jubilado-, poco tiempo y mucha edad ya, pero, gracias a tus clases de filosofía creo que algún día podré leer y disfrutar de las enseñanzas de Eladio y de tus siempre acertados juicios sobre este mundo que nos ha tocado vivir.
Gracias, muchas gracias por todo, querido Baldo.

jmgarciavaldes#gmail.com dijo...

A modo de disculpas:
1. Sabe Baldo que el tema en cuestión no es de los que me cautivan, por no decir que apenas me interesan. Me cuesta mucho ver la mano de dios entre tanto desastre.
2. Aunque me interesara no llego a comprender un pensamiento tan denso y tan profundo. Baldo me tiene alucinado. Confesar que Baldo la tiene más larga, más ancha y más profunda, la filosofía, me jode un cuanto, sobre todo si se tiene en cuenta que soy de Casorvida en donde el "más tonto hace aviones". Me rindo. Baldo te debo unas cuantas lecturas.
De la lectura de esta entrada me quedo, porque me parece más humano y más propio de un dios cercano, digo, me quedo con el último párrafo:
"En la misa debería brotar la alegría específica de un banquete festivo, en el que se celebran la acogida, la fraternidad, la vida nueva, el compartir los alimentos, los valores del Reinado de Dios y la presencia del Señor. Pero en la celebración eucarística ocurre todo lo contrario: los asistentes deben dar muestras de compostura, de silencio y de seriedad, porque el único que habla y dispone todo es el sacerdote «celebrante», al que se le exige una total frialdad emocional, una ataraxia estoica, pero nada cristiana".
La iglesia tendrá que pasar página y dejar esa ataraxia estoica para tiempos de mayor abundancia.
Abrazos

Antonio Argueso dijo...

El tema que Baldo toca me interesa por su influencia social, pero no personalmente. Vivo en un lugar donde al matricular a los niños en la escuela tienes que elegir entre 5 creencias; si no eliges ninguna va a la clase de ética general; no es la causa, pero creo que el continuo roce con otras creencias sí me ha ayudado a relativizar este tema.

Dicho esto sí he leído con interés, y por una vez creo que entendido, lo que Baldo escribe. Una pena que la mayoría de las creencias, en especial la católica histórica, se hayan servido del boato, misterio y sobre todo miedo para imponerse. Y me temo que así seguirá, a pesar de los muy loables esfuerzos de quienes quisieran hacerlo cambiar desde dentro.

¡Ah! nadie, ni siguiera desde Casorvida, habla de lo esencial ¿cómo podemos conseguir el libro? Para una vez que parece que entiendo algo que al Pitu se le resiste no puedo no leerlo, aunque solo fuere demostrarle que si me aprobaron en Las Caldas fue porque vislumbraron mi perspicacia filosófica.

Isidro Cicero dijo...

Te felicito, Baldo, por tu tesón dale que te dale al tema de la Última Cena, buscándole al relato un sesgo que sirva para los propósitos de crear fraternidades hoy, que tanta falta siguen haciendo. Conceptos como comensalidad, gratuidad, servicio son ricos y necesarios. Ojalá te sirvan. Ojalá os sirvan.
Leo tu "Cena del Señor" casi al tiempo que leo hoy las "Cenas del Señor Obispo de Solsona", que las usaba como ring para pegarse con el demonio. Venía a cenar los poseídos y tenían que pagar entre 70 y 90€ por la operación exorcística. La cena era a base de aportaciones que traían los comensales. Luego, como dices, están también las misas, donde ni se come ni nada.
También hay cenas como la de Leonardo en el refectoririo de "nuestro" convento delle Grazie de Milán. Esa sí que es un milagro. Ahí estaría yo comiendo hasta que me cayera para atrás.
Hace tanto tiempo de aquella Cena mítica del Señor, que cualquiera sabe. Habían pasado tantos años desde que se celebró si es que se celebró y el momento en el que un judío inconcreto escribió la primera crónica, que las hipótesis pueden ser infinitas. La tuya por lo menos tiene unas intenciones excelentes. Ojalá sirva.

BALDO dijo...

(FALTA EL NÚMERO 1.7., QUE HE AÑADIDO RECIENTEMENTE)

1.7. Las primeras celebraciones eucarísticas no fueron presididas por sacerdotes

«En el caso de las comidas comunitarias de los orígenes que se realizaban en casas, lo absolutamente normal es que las presidiera quien ocupase la cabeza de familia (normalmente un varón, pero se daban casos en que era una mujer). Pero respondía al uso social establecido que este cediese el puesto a un invitado especialmente honorable. Pensemos en Pablo de paso por sus comunidades».

«En la Didajé se pide que se ceda la presidencia de las comidas a «los profetas» itinerantes (X, 7); después la presidencia correspondía a los epíscopos».

«En el cristianismo de los orígenes se impuso –tras la destrucción del Templo de Jerusalén y la prevalencia teológica de la rama helenística– la convicción de que no había una ritualidad vinculada a ningún templo material, ni a sacrificios, ni a sacerdotes… Los ministerios, que existieron desde los inicios, no tenían un carácter sacerdotal en ninguno de los tipos de comunidades. El NT cuando habla de sacerdotes se refiere a los del AT o a los de las religiones paganas. Pero sí aparece la designación de toda la ekklêsia como sacerdotal (1 Pe 2,5; Ap 1,6; 5,10; 20,6; Justino, Diálogo de Trifón 116, 3). Es decisivo el momento en que la terminología sacerdotal veterotestamentaria se aplica a los epíscopos y presbíteros (originariamente una terminología de procedencia profana) de la ekklêsia cristiana, lo que no sucede antes de Tertuliano (160-220 d.C.)» .

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