sábado, 8 de junio de 2024

ESTÁN CLAVADAS DOS CRUCES

 


3 comentarios:

Ramón Hernández dijo...

Ignoro si el título y la foto hacen referencia a la canción de José Feliciano sobre el recuerdo lacerante de un amor imposible que, en ella, se fragua en el horizonte de Sevilla, aquella que repite:

"Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Sin haberse comprendido.
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Que son el tuyo y el mío".

Sea así o no, lo cierto es que, en nuestro caso, se trata de amores esbeltos, elegantes, que rememoran el más pequeño el camino salvador del calvario y el más grande, la ampulosidad del sepulcro de resurrecciòn que es la basílica de nuestra particular Virgen. Amores, además, muy vivos, como demuestra, por un lado, que se trate de un lugar de peregrinación fervorosa y, por otro, que este blog nuestro se esté esforzando, cual Guadiana redivivo, por salir de una tediosa sequía.

Feliz domingo a todos y procurad que vuestro voto caiga hoy dentro la única urna que es toda Europa.

Vibot dijo...

Con qué precisión suma ha expresado Ramón en el comienzo de su comentario "el recuerdo lacerante de un amor imposible"
El angulado encuadre en blanco y negro de esas dos pétreas cruces en lo más alto y raído del páramo, sin la jugosa fronda que hoy verdea en su entorno, evoca para mí, esta tarde de junio fría y lluviosa, como tantas veces, aquel amor primero cercenado.

Por esos misteriosos y venturosos azares por los que llega a nosotros el descubrimiento de un libro, ha caído en mis manos -y en mi gozoso corazón asombrado- "La catedral y el niño", del gallego-argentino, gran amigo de García Lorca, Eduardo Blanco-Amor. No he podido pasar de los primeros capítulos sin volver al principio varias veces para releer tantos matices y bifurcaciones de introspección.

En su minuciosa y cautivante escritura, el autor rememora con la clarividencia que traen los años -muy vívidamente- las sensaciones, sentimientos, confusiones y miedos de un niño de ocho años que vive frente a una de las fachadas de la catedral de Orense -a la que ve y mira cada día desde la ventana de su habitación- en un profundo análisis al que no puedo por menos de asentir:

"La sombra de la catedral era para mí como una presencia no admitida de la la imbatibilidad del destino.
(…)
Desde el comienzo de esta intuición, nada lúcida en aquellos años, se entabló entre el templo y mi ser más insospechado y seguro, una brutal dialéctica sin palabras, hecha de rudas y borrosas mociones instintivas; una callada lucha en la que aspirábamos, sin saberlo, a un dominio recíproco, o a una no confesada anulación mutua. Sabía yo, también sin saberlo, desde los hondones de una razón no formulada, que si me dejaba abatir por aquella potencia sin escrúpulos no tardaría en ser transfundido en ella, absorbido por tan fuerte presencia espiritual, sin más posible evasión del alma ni aun de los sentidos que los que ella me consintiese.
(…)
Yo abrí los ojos a la tierna solicitación de las cosas de este mundo mirándome en aquel impasible bastión que afirmaba la terquedad de su misterio frente al dócil temblor y a la amante claridad de todas las otras imágenes y que ya, desde aquellos días primarios, me dio muestras de su poder secreto, de su implacable irreductibilidad.
(…)
…componían una de las más poderosas imágenes del bronco acertijo contra el que rebotaban las preguntas sin palabras de mi niñez.
(…)
Y así fue como comencé a devorar la lenta y amarga desazón que había de rodar por mi sangre ya toda la vida, desacordando su ritmo con el de casi todas las cosas entre las que me tocó vivir."

Sombras entre las luces. Que no fuimos los únicos en aquellas Españas de nuestra adolescencia y juventud primera.

Ramón Hernández dijo...

Gracias, vibot, por compartir tan pródigamente no solo tus halalzgos, sino también las emociones que ellos te hacen sentir. Si los demás te imitáramos, este blog podría tratar de tú a tú al mismísimo Banco de España en cuanto a almacenar tesoros se refiere.

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